Volvemos a Vivencias un rato....
Semblanzas del "Perro" Cisnero
"...las horas pasaban con lentitud insoportable. Le revelé al Sargento a la luz de la luna, que tenía un pedazo de chocolate, al que trocé con sentido equitativo por la mitad, y le extendí una parte:
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Gracias, mi Teniente Primero- me agradeció con voz ronca por el prolongado silencio y continuó -
le agradezco mucho, con la hambruna que tenemos de varios días sin comer, me parece muy admirable que comparta usted conmigo.
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Los Comandos debemos ser como los mosqueteros, “uno para todos y todos para uno”, compartirlo con usted, me permite comer a mí también - le confesé, sonriendo y quitándole importancia al hecho.
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Aunque a Usted le parezca mentira, le tengo mucho aprecio, mi familia conoce la suya, son de buena semilla. Se lo digo de todo corazón, en estas circunstancias no caben las obsecuencias – dijo el Sargento en tanto saboreaba goloso el chocolate.
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Le agradezco su sinceridad y nosotros compartimos nuestros sentimientos respecto de su familia. Sabemos que son hombres de palabra – comenté con complacencia.
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Nosotros al igual que ustedes, buscamos siempre la verdad. Usted me permitió que tenga la ametralladora, no se arrepentirá de habérmela dejado. Estoy muy contento por su generosidad – agregó el Suboficial.
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Nosotros somos personas simples, estamos en peligro de muerte, aquí las cosas que tienen valor son las espirituales. No quisiera presentarme ante el Creador sorprendido en medio de mis mezquindades -contesté.
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Tiene razón, yo pienso de igual manera, lo único que me interesa es mantener aún a costa de mi vida, mis ideales de Dios, Patria y Familia. (Yo entonces, no sabía que el Sargento había escrito a su familia una última carta que confirma sus ideales y que los mantuvo hasta su muerte).
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Sargento, creo firmemente que estamos en este mundo para probar nuestro amor, mantener la verdad y la justicia, aún a costa del sufrimiento y sacrificio de nuestras vidas, porque la mentira está por todas partes con sus atracciones que nos arrastran por el suelo; pero cuando uno se encuentra en un lugar olvidado de Dios con un hombre que sé lo quilates que pesa, le llenan de fuerza para continuar la lucha.
Ambos sabemos que las cosas no están bien. A pesar de ello, estoy dispuesto a dar todo de mí, cueste lo que cueste – respondí con firmeza.
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Mi Teniente Primero, esas últimas palabras me resultan familiares. Se las puse a mi familia en mi última carta - me interrumpió.
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Usted es famoso por su perseverancia y fidelidad a sus principios,por eso le dicen “El Perro”. Sé que esta noche no será fácil para nosotros... pero también sé que tanto la vida actual como la muerte, no tienen sentido, si no creemos en la Resurrección, donde los que compartimos nuestros ideales cristianos, nos volveremos a ver. Allí,separados de nuestras imperfecciones y corrupciones, harán que las cruces y pesares de esta vida, valgan la pena soportarlos – le declaré con convicción.
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¡En la resurrección, nos veremos mi Teniente Primero! – respondió él con convicción y confianza.
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¡En el encuentro con la Divinidad! - tras una pausa, agregué -
¡Se siente mucho frío! Yo tuve una experiencia muy desagradable en la Cordillera de Los Andes... me siento acalambrado, allí aprendí que la unión hace la fuerza... ¿Porqué no nos juntamos espalda contra espalda conforme nuestros sectores de fuego ( él miraba hacia la izquierda y yo hacia la derecha)
de este modo permaneceremos en mejores condiciones para enfrentar al enemigo? – le consulté.
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Estoy de acuerdo mi Teniente Primero – fue su respuesta.
Más tarde guardamos silencio, ensimismados en nuestros pensamientos. Transcurrieron varias horas. Pasada la medianoche, se silenció el fuego de los cañones enemigos, surgió una quietud horrenda como augurio de la tempestad que se aproximaba, un silencio que por si mismo habla, como el de Tomás Moro al ser acusado por el infame
tribunal que lo condenó, advirtiendo que algo nefasto va a sobrevenir.
Tenía la práctica de haber estado en varias emboscadas, que todo era un asunto de paciencia y no echar un vistazo al reloj, estábamos al tanto de que el enemigo aparecería y atacaría en cualquier momento: el más inesperado. Llenos de incertidumbre, las incógnitas se acumulaban en mi imaginación, pensé que los misterios no debían conmoverme y recuperé la paz, asediado por una situación inverosímil, oscura y rodeada de peligros que coaccionaban lo más preciado que tienen los Seres: la Vida. La oscuridad y el terreno, concedían grandes ventajas y no limitaban a la tecnología, aumentando marcadamente, la aptitud del enemigo, constituyéndose en sus mejores aliados.
De improviso, vi encenderse en el cielo unas luces fulgurantes que alumbraban la zona de combate. Eran las bengalas lanzadas por el antagonista, para señalar los objetivos de su aciago fuego de artillería, que desgarró el silencio de la noche. Un abrumador fuego hostil, se vertió como una cascada por centésima vez, sobre las posiciones defensivas. Desde el lugar que nos encontrábamos, observábamos los destellos de las bocas de sus cañones, infausta señal luminosa y lúdica de la partida de sus impetuosos proyectiles que hendían el aire con su característico chiflido para caer en tierra, ávidos de sangre; estas explosiones, propagaron su mensaje de metralla, muerte y dolor.
El fuego duró un largo tiempo, tras el cuál,de nuevo retornó el penoso silencio. El frío nos estaba afligiendo cada vez más, ateridos, entumecidos los pies y las manos doloridas por el contacto con el congelado acero de las armas, cuya piel se pegaba al metal.
El enemigo surgió, buscándonos, moviéndose hacia la zona de muerte de nuestra emboscada: el lazo mortal de la trampa. Los ingleses con su fuerzas de elite, pertenecientes al Regimiento 22 del SAS.(Special Air Service) se hacían presentes en el combate. Ya su aparición, había sido señalada por el escalón seguridad de las propias fuerzas.Quienes, en tanto alertaban sobre su presencia, dejaron pasar la vanguardia británica, compuesta por más o menos diez Comandos. Lo que revelaba que se trataba de una fuerza compuesta por alrededor de treinta Comandos. Nosotros estábamos atentos al ingreso del grueso a la zona de muerte. Por esas cosas de la guerra, la voz de alerta, no llegó al escalón apoyo que integrábamos Cisneros y yo.
Repentinamente, sentí que la espalda y el cuerpo del Sargento se volvieron tensos, giré la cabeza hacia él, sorprendido para averiguar el motivo de tal tensión... cuándo éste abrió el fuego con la MAG.; la respuesta del enemigo fue instantánea, lanzando un cohete L.A.W. 66 mm, que le dio de lleno a la ametralladora y al Sargento Cisneros,
matándole y destruyendo el arma; a mí, la onda expansiva me levanto por el aire, cayendo pesadamente sobre las rocas, perturbado. Me recuperé rápidamente y le pregunté, presintiendo su respuesta:
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¿Qué te pasa hermano?- No hubo respuesta…
Le di vuelta, tomándole con mis dos manos. Comprobé incrédulo que estaba fallecido, con los ojos abiertos, mirando fijamente, sin ver el imperecedero cielo, quise agarrar la ametralladora, pero vi que estaba arruinada. La pieza más grande que quedaba era un pedazo de culata, algunas partes de la armadura y ciertos tramos de la banda con
municiones. En esos instantes, escuché voces bajas, aunque nerviosas en inglés, que parecían un cuchicheo, porque para mí, fueron ambiguas sus palabras, aunque no su tono maligno…
Mi cabeza, repentinamente, percibió con lucidez, lo grave de la situación en que me encontraba, me dije: -
¡Estoy perdido! ¡Desarmado,me tendré que rendir! – me respondí -
¡ No, eso nunca! Empleando un viejo engaño, me fingí muerto, dejándome caer por detrás de Cisneros, quedé tendido cuan largo era sobre las rocas, boca abajo, girando lentamente mi cabeza hacia mi compañero, quien yacía con sus ojos inmóviles, hacia el infinito. Exhibía una enorme herida en su tórax y sus cargadores, emergían de sus estuches. Apoyé mis narices sobre su espalda, que estaba tibia aún, sentí el olor de su sangre y transpiración, mi mano derecha quedó apoyada en el piso, levanté el hombro y mi codo doblado. Mis ojos estaban abiertos, sin pestañar, tal cual vi, los ojos del Suboficial. La luna llena permitía, divisar punto por punto, el escenario de la tragedia, que se desentrañaba,ante mis ofuscados ojos.
Invoqué al Señor y mi grito llegó hasta sus oídos:
¡Líbrame de todo mal, no temeré ningún mal porque Tú estas conmigo! – del Libro de los Salmos.
Mis sentidos estaban tan alerta que mi propia respiración me ensordecía; hasta podía oler, la proximidad de los agresores. Estos se aproximaron muy lentamente en forma agazapada, como sospechando una trampa, al parecer habían visto alguno de mis movimientos. Uno de los cuales, se paró frente a Cisneros y otro, detrás de mí. Contuve la respiración, porque me aturdía. El primero, abrió fuego con una corta ráfaga sobre Cisneros, dilapidando munición y mancillando su cadáver,porque ya estaba muerto. Simultáneamente, se sacudía con los proyectiles mi verdadero Camarada, los que trituraban la carne de su destrozado cuerpo; el segundo se acomodó para disparar. Estaba tocándome el pie derecho, pensé: ¡No se tragaron el señuelo! - Tiró una larga ráfaga con su fusil, ardiente y mortífera, como furiosa cobra.
En esos momentos, mi espíritu sufrió una rarísima experiencia. Fue,como si me arrastraran al más allá, en instantes pasó la película de mi vida, desde el vientre de mi madre hasta el tiempo en que me encontraba. En tanto que los pedazos de las rocas, taladraban mi cara, como puñados de arena lanzados por un gigante. Luego, un túnel
luminoso, me condujo hacia una portentosa luz, que no me cegaba, sino que sentía un gran alivio, una gozosa alegría. Mi alma colmada de animación, fue una felicidad desconocida, infinita.El Comando inglés añadió al remate, la ofensa. Insultándome, me golpeo con una patada en el muslo derecho, girándome por el impulso y extendiéndome ante sus ojos, cual cuerpo exangüe. El agravio y el golpazo, me arrancaron de mi arrobamiento, por así decirlo. En aquel momento, vi que eran ocho o nueve. Me parecían, desde donde veía sus pies, enormes y amenazadores; tal como imaginó, Don Quijote de la Mancha en su locura, a los molinos de viento. Escuché entonces, gritos afligidos que lo llamaban al Sargento: ¡Cisnero! ¡Cisnero! Como si hubieran tenido premoniciones sobre los sucesos. Algunos británicos, le respondieron, con tono de burla, repitiendo el apellido del Sargento.
Al mismo tiempo que sucedían estos luctuosos hechos, el grueso de la fuerza inglesa, entró a la zona de muerte, buscando apoyar su vanguardia, que ultrajaba los muertos y remataba los heridos,fragantes violadores de la Convención de Ginebra, cayendo en la trampa.
Se desató el combate con la furia de un volcán, que insaciable,persigue la ruina de todo lo que encuentra a su paso, prepotente y ávido, quiere lastimar a cuanto se le pone al alcance de su impetuoso empuje. Era la guerra, ambas fuerzas desarrollaron una resistencia firme y tenaz. El fuego, las voces de mando, los gritos de dolor, las
explosiones, el desconcierto y demás armas con mortales ráfagas, cual asesinos del averno con precisión mortal. Vomitaban sus escandalosos fuegos sin acabar, sicarios de la muerte iban y venían. Infausta comunicación que reemplaza la palabra, como medio inteligente, legítimo y propio de los hombres, a pesar que muchos en su miseria,
prefieren el lenguaje de la espada.
El terreno elegido para la celada resultaba muy favorecedor para el atacante en razón de que le proporcionaba abundantes cubiertas en oposición al de los emboscados. Ante tan desesperante situación, los ingleses que se encontraban conmigo y ya habían roto el cerco; en lugar de continuar con su contraemboscada, cometieron el gravísimo
error, de darme la espalda y bajar hacia la zona de muerte, en un intento desesperado de ayudar a sus camaradas, encolumnados muy cerca uno del otro. Como les estaba mirando lleno de furor, pues al golpearme y hacerme dar vuelta hacia ellos y cambiar de posición, yo había localizado el sitio, donde había caído mi fusil, acariciándolo con mi vista.
Con un importante esfuerzo, logré incorporarme de un salto. Ya que me sentía como encadenado a las rocas, eran los miedos, que al vencerlos,renovaron mi ánimo con euforia, y tomando el fusil, me alenté,diciendo:
¡Esta es la mía!¡Ahora o nunca!.Les abrí el fuego goloso en automático, amarrándoles por la retaguardia, se tiraron cuerpo a tierra, agoté impetuoso el primer cargador de mi fusil. Después tomé otro cargador del chaleco de Cisnero, mojado con su viril sangre, que deseaba justicia desde las rocas al trono celestial, lo cambié con rapidez, y disparándole, pero esta vez a repetición, haciendo mejor puntería y siendo más preciso.
Nadie, respondió mi fuego, lo que me asombró. Tras los disparos vertiginosamente, sentí como un despellejárseme el cuello, el hombro,la espalda y la cabeza. Sentí que ardientes puñales se ensartaban y quemaban mi cabeza, cuello, hombro y espaldas. Caí arrodillado del dolor, mientras tibios chorros de sangre, corrían por mi nuca, pecho y
dorso. Las heridas me ardían y quemaban, me dije:-
¡Carajo! ¡Estoy hecho un colador! ...
En consecuencia, el cohete me hirió en la cabeza con varias esquirlas,y en el remate, el Comando inglés había disparado una larga ráfaga, el primero pegó en el Rosario que tenía en colgado al cuello, ingresó a mi cuerpo a la altura del omóplato derecho, el cual siguió arrancándome la carne que cubre la columna vertebral, y quedó
apareciéndose por debajo del trapecio izquierdo, casi en la base del cuello, trazando un cauce profundo, de catorce cm. de largo, por tres de ancho y en la salida una grave quemadura de seis cm de diámetro. El proyectil, era trazante luminoso, lo que disminuyó el flujo de sangre de la hemorragia que se derramaba de tales heridas. El resto de la ráfaga, pasó próxima a mi hombro y cabeza, por subírsele el fusil como consecuencia del tiro en automático, provocando lluvia de trozos de piedra al rebotar los disparos en la roca, que azotaron mi rostro…
Aquí me detengo en el relato, pues el objeto del mismo es la Camaradería del Sargento Mario Antonio Cisnero, que a modo de un moderno Sargento Cabral, dio la vida por su Camarada, un Oficial casi desconocido para él, pero como dijo Napoleón :
“nadie hermana más que los sacerdotes y los soldados”.
Llenándose de Gloria y cumpliendo con el nuevo mandamiento de Jesucristo:
“Este es mi precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado.Nadie tiene amor mayor que este de dar la vida por sus amigos.” (Jn 15,12 – 13.)
MY (R) JORGE MANUEL VIZOSO POSSE