Vivencias día a día del conflicto por las Islas Malvinas

MWAA

Colaborador Veterano Guerra de Malvinas
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De pronto por la pequeña ventana de la balsa observé un color naranja que lo cubría todo, era el costado del casco del Bahía Paraíso. Ya lo habíamos visto aproximarse hacía nuestra posición, luego del sobrevuelo de un avión de exploración de la Aviación Naval. Era la media mañana del 4 de mayo de 1982 y ese largo naufragio había terminado para nosotros. Algunos se apuraban para salir de la balsa y abandonar ese espacio minúsculo donde 21 personas habíamos sobrevivido durante casi 44 horas, con sus dos largas, frías y eternas noches. Yo me encontraba en el centro de la balsa, así que espere mi turno, en una actitud propia de aquel que logra llegar a una meta que realmente desconocía. Sentado y sin pensar en nada, aguarde.
Los nadadores de rescate del Bahía Paraíso descendieron hasta la balsa, nos ataban a la cintura con un cabo de nylon y escala de gato mediante, los muchachos que se encontraban en la cubierta principal, nos elevaban como una bolsa. Llegue a la cubierta principal, decididamente quise mantenerme en pie, era imposible, en ese momento comprendí cual era mi estado, producto del frio y el azote del temporal que se mantuvo casi por dos días.
No sé cómo llegue, llevado por los hombres del Paraíso, al interior del buque, me quitaron la ropa que llevaba, me cubrieron con una frazada y luego de un exquisito chocolate, mientras mis compañeros de división me gritaban desde sus camas: ¡gato! ¡gato! Nos saludamos de lejos, entre emoción y risas luego de ese reencuentro, llegó una ansiada ducha con agua caliente. Tras un control médico, nos entregaron un calzoncillo largo, una camiseta y un par de botitas térmicas y a la cama.
El Bahía Paraíso era un buque polar, poseía capacidad para navegar en la Antártida, sin ser un rompehielos. En 1982 fue configurado como buque hospital, por eso fuimos el único grupo de rescatados que accedimos a una mejor condición al momento del rescate.
La sensación de salir de una balsa y luego estar acostado en una cama caliente, con todos los cuidados era por demás un privilegio. La ansiedad, angustia y tristeza dominaba a todos y es difícil de describir.
Dormíamos cuando una alarma sonó y nos alteró, que indica preguntó alguien, rescate contestó otro de la tripulación. Una balsa iba a ser rescatada y tal vez haya sido la última con sobrevivientes. Nosotros permanecíamos en la cama, en esa sala armada en la bodega del barco, cuando llegaron los recientemente rescatados. Terminó ese 4 de Mayo, el barco al ser Buque Hospital continuaría en la zona en su función de encontrar más náufragos.
El 5 de mayo continuaba la búsqueda, la alarma nuevamente indico rescate, pero esta vez no hubo nuevos náufragos que llegaran a la sala. Habían encontrado una balsa, pero en su interior solo hallaron cuerpos de marinos sin vida. El frio era extremo, esa tercera noche fue mortal para ellos. Luego volvió a sonar la alarma y la historia se repitió, nadie llego a la sala, solo cuerpos sin vida fueron rescatados.
Héctor Díaz, el Colo o el Cordobés, caminaba por las cubiertas inferiores del crucero buscando a quien manguear un cigarrillo, era el mediodía del 2 de mayo. Llego a la central de tiro donde se encontraba, entre otros, el Cabo Principal Hugo Moreto, a igual que Héctor su especialidad era Control Tiro, cumplían funciones en los mismos sistemas del buque y pertenecían a la misma división, era un vínculo más cercano en un buque con más de 1000 tripulantes.
¡Principal ¡ me convida un cigarrillo, le dijo Héctor a Hugo, quien sacó del bolsillo de su camisa un atado de cigarrillo Parliament. Entre el envoltorio de papel y el celofán, Moreto había colocado su documento, que era una identificación personal de la Armada. A Héctor le llamo la atención que estando en el barco, tuviese el documento con él y como buen cordobés y charlatán le pregunto: ¿para que anda con el documento? a lo que Moreto le respondió: tengo el documento ahí, si la encuentran van a saber que estoy muerto
Continuamos navegando en el Paraíso hasta el día 9 de mayo que ingresamos a Ushuaia, cuándo finalizó la búsqueda. Éramos 71 náufragos y 18 fallecidos. Era necesario lograr determinar la identificación de todos.
Héctor estaba en el comedor del Paraíso junto a otras personas, cuando de pronto se le acerca un suboficial y le habla directamente a él y le pregunta: ¿alguien conoce a este cabo principal? Y le da el atado de cigarrillos con la identificación entre el celofán y el papel de la marquilla, Héctor sin dudar le contesta: Sí, es el Cabo Principal Moreto, está muerto; a lo que su interlocutor le pregunta: ¿y cómo sabe?.
Hugo Moreto fue velado en la capilla Stella Maris, junto a otros héroes rescatados, su cuerpo descansa en tierra firme, como tal vez él quería. Eso explicaría tantas coincidencia, propias de una novela, pero esto fue realidad aunque cueste creerlo.
Horacio Tejada, CRBE
 

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Colaborador Veterano Guerra de Malvinas
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La noche del 20 de abril de 1982 navegaba el crucero General Belgrano patrullando el área de la costa oriental de Tierra del Fuego. La mayoría de la tripulación descansaba, cada uno en sus alojamientos, a excepción del trozo de guardia de crucero de guerra. No recuerdo la hora pero de repente sonó la alarma y por el difusor de órdenes se escuchó: ¡Zafarrancho de combate! ¡Zafarrancho de combate! ¡Cubrir todos los puestos de combate!!!
Un eco de radar, alertó sobre la presencia de un barco que navegaba en sentido hacia el crucero. No existía información de la presencia de barcos propios .Saltamos de las camas, que en los soyados (dormitorios en un barco de guerra) eran tipo cuchetas de tres de alto. Esos viejos barcos tenían una especie de camas metálicas con flejes de acero, apoyaban de un lado en un caño de acero y del otro se unían con cadenas entre sí. En segundos todos corríamos a cubrir nuestros puestos de combate.
Llegué a mi puesto de combate, mi función estaba ligada al grupo de control de averías, debía controlar el sistema de inundación de las Santabárbaras por medio de válvulas eléctricas. Eran varios interruptores que producían la inundación por sectores en caso de incendios. El viejo crucero tenía una cantidad de aproximadamente treinta Santabárbaras. Me coloqué el teléfono y el casco que, para permitir alojar el aparato de comunicación, era como una cacerola gigante, pesada e incómoda. Me comuniqué con el Suboficial Ibarra y di el presente en mi puesto de combate, él cubría en la Estación de control de averías y era mi nexo para efectuar la inundación de un sector determinado en caso de una emergencia.
La aproximación del barco detectado continuaba, entonces se ordenó la carga de los cañones de 6 pulgadas. La munición ascendía por un ascensor desde las Santabárbaras ubicadas varias cubiertas abajo, pero algo falló: ¡las Santabárbaras estaban cerradas con candado!
Escuché la voz del Suboficial Ibarra por los teléfonos: “¡Gato!”, mi sobrenombre de siempre, “¡andá a la guardia a buscar el llavero duplicado y abrí las santabárbaras de la Torre 3!” Yo estaba en la segunda cubierta, subí a la principal y me dirigí corriendo hasta la guardia en plena oscuridad.
Era un pequeño lugar ubicado en la cubierta principal. Las portas (puertas) que dan al exterior poseen un interruptor de luces, llamados de Sigilosa que trabaja al revés del de una heladera. Cuando se abre la porta la luz interior se apaga y al cerrar la porta, se enciende. Este sistema era para que ninguna luz se vea cuando un barco navega oculto en la oscuridad. Así fue que cuando ingresé, se apagó la luz y al cerrar se encendió, en ese momento el Suboficial “Cachilo” Garay se sorprendió al verme apareciendo de la nada, le dije: ¡las llaves de Santabárbaras!, me las dio sin comprender qué pasaba y me dirigí cinco cubiertas abajo, abrí las Santabárbaras y regresé a mi puesto de combate. El barco que se acercaba al Belgrano, resultó ser un mercante argentino que no respetó ciertos procedimientos de identificación e información, produciendo este casi incidente. Superado este momento de gran tensión, volvimos a nuestras actividades normales.
Cachilo, era de esos suboficiales muy conocidos por todos, artillero, de un humor constante y siempre haciendo bromas y chistes a sus subalternos. Cubría su puesto de combate en la guardia y en ese lugar seguramente lo sorprendió el ataque el 2 de mayo.
Eran casi las cuatro de la tarde. Una explosión me despertó y luego sobrevino otra. No hubo alarmas, ni avisos, ni órdenes, el buque se detuvo, las luces se apagaron, el silencio y la oscuridad reinaron por segundos. Todos los que estábamos en pie corríamos automáticamente hacia nuestro puesto de abandono, no hacía falta entender que habíamos sido atacados, el buque se escoraba desde el primer impacto.
Llegué a la balsa asignada, donde enseguida estábamos casi todos, el barco continuaba su escora hacia la banda de babor, nosotros estábamos sobre estribor, es decir que el costado del buque se inclinaba, formando un tobogán hacia el agua. Esperábamos ansiosos el desenlace de los hechos, hasta que se ordenó el abandono. Nuestra balsa estaba apoyada sobre la cubierta, pesaba más de 100 kg, la barandilla esta sostenida por grilletes que tapados de pintura eran imposible de aflojar. Había que pasar la balsa por encima, la cubierta mojada y restos de fuel oil, convertían al lugar en una pista de patinaje. Entre todos, que éramos casi veinte, logramos arrojar la balsa al agua y ver cómo se inflaba para alivio de todos. Fue en ese momento en que nos dimos cuenta que el jefe de la balsa, un Teniente de Navío Ingeniero, que no recuerdo su nombre, había desaparecido, al ver la dificultad el fulano huyó de la escena.
Comenzaron a bajar cada uno a su manera, las balsas se elevaban y bajaban al ritmo de las olas, haciendo difícil abordarlas. Poco a poco fueron embarcando en nuestra balsa, cuando de pronto la soga que la mantenía firme al barco se cortó. Oscar López nadó hasta la balsa y la abordó, mientras la balsa se alejaba más del barco donde yo aún estaba. De pronto miré hacia la proa del buque y vi una balsa que permanecía todavía amarrada al barco a unos veinticinco metros de donde yo me encontraba. Caminé por el Cintón, una especie de cornisa, una coraza de quince centímetros de ancho, ubicada bajo la línea de flotación, pero dado que el buque estaba escorado, estaba a la vista. Caminé por ese cordón hasta que en el camino, a la altura de la guardia me encuentro con “Cachilo” Garay, estaba contra el casco, con los brazos abiertos y los ojos también. Le dije: ”¡Sufi, vamos para esa balsa!“, ahí Cachillo reaccionó y caminamos.
La balsa subía y bajaba en un rango difícil de precisar, pero que sin dudas era de más de tres metros Los dos nos hallábamos parados a la par, sin hablarnos ni mirarnos. Fue en ese momento que pensé: “Cuando suba la balsa me tiro”. Cada vez que lo recuerdo, me causa gracia y misterio, porque es extraño lo que ocurrió, de pronto me hallé de cuclillas dentro de la balsa. Nunca pude recordar cómo fue que salté e ingresé por la escotilla de la balsa en un perfecto clavado. Miré en el interior, estaba casi llena, busqué un lugar, me senté, y en ese momento es cuando lo veo a Cachilo también sentado casi enfrente de mí.
Pasaron el rescate, la guerra, los años y en el año 1991 voy de pase, siendo Cabo Principal, a la Escuela de Armas, ¿y con quién me encuentro? Sí, con Cachilo Garay. Ninguno había olvidado lo vivido y recuerdo que una mañana, antes de empezar las clases, se acercó a donde estábamos formados y me regaló una medalla del Crucero General Belgrano. Le agradecí por el regalo y le pregunté: “¿cómo entró a la balsa?” Y me contestó: “no sé” y yo le respondí: “yo tampoco”.
H. Tejada
 
La noche del 20 de abril de 1982 navegaba el crucero General Belgrano patrullando el área de la costa oriental de Tierra del Fuego. La mayoría de la tripulación descansaba, cada uno en sus alojamientos, a excepción del trozo de guardia de crucero de guerra. No recuerdo la hora pero de repente sonó la alarma y por el difusor de órdenes se escuchó: ¡Zafarrancho de combate! ¡Zafarrancho de combate! ¡Cubrir todos los puestos de combate!!!
Un eco de radar, alertó sobre la presencia de un barco que navegaba en sentido hacia el crucero. No existía información de la presencia de barcos propios .Saltamos de las camas, que en los soyados (dormitorios en un barco de guerra) eran tipo cuchetas de tres de alto. Esos viejos barcos tenían una especie de camas metálicas con flejes de acero, apoyaban de un lado en un caño de acero y del otro se unían con cadenas entre sí. En segundos todos corríamos a cubrir nuestros puestos de combate.
Llegué a mi puesto de combate, mi función estaba ligada al grupo de control de averías, debía controlar el sistema de inundación de las Santabárbaras por medio de válvulas eléctricas. Eran varios interruptores que producían la inundación por sectores en caso de incendios. El viejo crucero tenía una cantidad de aproximadamente treinta Santabárbaras. Me coloqué el teléfono y el casco que, para permitir alojar el aparato de comunicación, era como una cacerola gigante, pesada e incómoda. Me comuniqué con el Suboficial Ibarra y di el presente en mi puesto de combate, él cubría en la Estación de control de averías y era mi nexo para efectuar la inundación de un sector determinado en caso de una emergencia.
La aproximación del barco detectado continuaba, entonces se ordenó la carga de los cañones de 6 pulgadas. La munición ascendía por un ascensor desde las Santabárbaras ubicadas varias cubiertas abajo, pero algo falló: ¡las Santabárbaras estaban cerradas con candado!
Escuché la voz del Suboficial Ibarra por los teléfonos: “¡Gato!”, mi sobrenombre de siempre, “¡andá a la guardia a buscar el llavero duplicado y abrí las santabárbaras de la Torre 3!” Yo estaba en la segunda cubierta, subí a la principal y me dirigí corriendo hasta la guardia en plena oscuridad.
Era un pequeño lugar ubicado en la cubierta principal. Las portas (puertas) que dan al exterior poseen un interruptor de luces, llamados de Sigilosa que trabaja al revés del de una heladera. Cuando se abre la porta la luz interior se apaga y al cerrar la porta, se enciende. Este sistema era para que ninguna luz se vea cuando un barco navega oculto en la oscuridad. Así fue que cuando ingresé, se apagó la luz y al cerrar se encendió, en ese momento el Suboficial “Cachilo” Garay se sorprendió al verme apareciendo de la nada, le dije: ¡las llaves de Santabárbaras!, me las dio sin comprender qué pasaba y me dirigí cinco cubiertas abajo, abrí las Santabárbaras y regresé a mi puesto de combate. El barco que se acercaba al Belgrano, resultó ser un mercante argentino que no respetó ciertos procedimientos de identificación e información, produciendo este casi incidente. Superado este momento de gran tensión, volvimos a nuestras actividades normales.
Cachilo, era de esos suboficiales muy conocidos por todos, artillero, de un humor constante y siempre haciendo bromas y chistes a sus subalternos. Cubría su puesto de combate en la guardia y en ese lugar seguramente lo sorprendió el ataque el 2 de mayo.
Eran casi las cuatro de la tarde. Una explosión me despertó y luego sobrevino otra. No hubo alarmas, ni avisos, ni órdenes, el buque se detuvo, las luces se apagaron, el silencio y la oscuridad reinaron por segundos. Todos los que estábamos en pie corríamos automáticamente hacia nuestro puesto de abandono, no hacía falta entender que habíamos sido atacados, el buque se escoraba desde el primer impacto.
Llegué a la balsa asignada, donde enseguida estábamos casi todos, el barco continuaba su escora hacia la banda de babor, nosotros estábamos sobre estribor, es decir que el costado del buque se inclinaba, formando un tobogán hacia el agua. Esperábamos ansiosos el desenlace de los hechos, hasta que se ordenó el abandono. Nuestra balsa estaba apoyada sobre la cubierta, pesaba más de 100 kg, la barandilla esta sostenida por grilletes que tapados de pintura eran imposible de aflojar. Había que pasar la balsa por encima, la cubierta mojada y restos de fuel oil, convertían al lugar en una pista de patinaje. Entre todos, que éramos casi veinte, logramos arrojar la balsa al agua y ver cómo se inflaba para alivio de todos. Fue en ese momento en que nos dimos cuenta que el jefe de la balsa, un Teniente de Navío Ingeniero, que no recuerdo su nombre, había desaparecido, al ver la dificultad el fulano huyó de la escena.
Comenzaron a bajar cada uno a su manera, las balsas se elevaban y bajaban al ritmo de las olas, haciendo difícil abordarlas. Poco a poco fueron embarcando en nuestra balsa, cuando de pronto la soga que la mantenía firme al barco se cortó. Oscar López nadó hasta la balsa y la abordó, mientras la balsa se alejaba más del barco donde yo aún estaba. De pronto miré hacia la proa del buque y vi una balsa que permanecía todavía amarrada al barco a unos veinticinco metros de donde yo me encontraba. Caminé por el Cintón, una especie de cornisa, una coraza de quince centímetros de ancho, ubicada bajo la línea de flotación, pero dado que el buque estaba escorado, estaba a la vista. Caminé por ese cordón hasta que en el camino, a la altura de la guardia me encuentro con “Cachilo” Garay, estaba contra el casco, con los brazos abiertos y los ojos también. Le dije: ”¡Sufi, vamos para esa balsa!“, ahí Cachillo reaccionó y caminamos.
La balsa subía y bajaba en un rango difícil de precisar, pero que sin dudas era de más de tres metros Los dos nos hallábamos parados a la par, sin hablarnos ni mirarnos. Fue en ese momento que pensé: “Cuando suba la balsa me tiro”. Cada vez que lo recuerdo, me causa gracia y misterio, porque es extraño lo que ocurrió, de pronto me hallé de cuclillas dentro de la balsa. Nunca pude recordar cómo fue que salté e ingresé por la escotilla de la balsa en un perfecto clavado. Miré en el interior, estaba casi llena, busqué un lugar, me senté, y en ese momento es cuando lo veo a Cachilo también sentado casi enfrente de mí.
Pasaron el rescate, la guerra, los años y en el año 1991 voy de pase, siendo Cabo Principal, a la Escuela de Armas, ¿y con quién me encuentro? Sí, con Cachilo Garay. Ninguno había olvidado lo vivido y recuerdo que una mañana, antes de empezar las clases, se acercó a donde estábamos formados y me regaló una medalla del Crucero General Belgrano. Le agradecí por el regalo y le pregunté: “¿cómo entró a la balsa?” Y me contestó: “no sé” y yo le respondí: “yo tampoco”.
H. Tejada
Me tomé el atrevimiento, de enviársela a José "Pepe" Ojeda, VGM puntano, también integrante de la tripulación del ARA General Belgrano, y si me cuenta la versión de ese 20-04-82, la transcribo.
Muy linda @MWAA
Saludos y gracias por compartirla.
 

rodrigocarra

RED OBSERVADORES DEL AIRE
En estas vísperas de 2 de abril, alguien sabe si mañana van a dar algún buen programa por TV.
La hora y canal si no es molestia para sintonizar desde donde estoy.
Saludos
 

cosmiccomet74

Colaborador
Colaborador
Era el único que podía hacer foto reconocimiento (de los de combate)?
Por lo que tengo entendido, los únicos medios de la FAA de reconocimiento eran los Learjet LR35 y los IA-50 Guarani II.
Los MIIIEA e IAI Dagger A no tenian capacidad de fotografía de reconocimiento.

De los A-4B/C/Q nunca lei, ni vi displays de equipos de fotografía.
 

cosmiccomet74

Colaborador
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Muy buena entrevista al Brigadier VGM Justo Piuma.


Tuve la posibilidad de tener trato personal con el Brigadier VGM Carlos Talo Moreno, y siempre repetia por lo bajo, "el que quiso ir a pelear en Malvinas, peleaba"...esta entrevista asi lo deja claro.
 
Última edición:
Muy buena entrevista al Brigadier VGM Justo Piuma.


Tuve la posibilidad de tener trato personal con el Brigadier VGM Carlos Talo Moreno, y siempre repetia por lo bajo, "el que quiso ir a pelear en Malvinas, peleaba"...este entrevista asi lo deja claro.
Excelente! Un gran relato. Que especial suena para mi cuando un VGM dice "hacer doncencia" con Malvinas
 

BIGUA82

VETERANO DE GUERRA DE MALVINAS
Colaborador
Muy buena entrevista al Brigadier VGM Justo Piuma.


Tuve la posibilidad de tener trato personal con el Brigadier VGM Carlos Talo Moreno, y siempre repetia por lo bajo, "el que quiso ir a pelear en Malvinas, peleaba"...esta entrevista asi lo deja claro.
El Brigadier (R) VGM Gustavo Alberto Piuma Justo,pertenece a la Promocion 31 que egresó el 12 de diciembre de 1965,la Promocion del TC-48.
Ese dia el Cadete de IV Año Piuma Justo volaba en el TC-43 y salvó su vida junto a sus Compañeros.Sin lugar a dudas que este hecho le marcó su vida a él y el resto de su Promocion que cuenta con varios VGM.
 
@Ale querido ! Donde leíste la nota ?

Acá en ZM, apareció hoy a la mañana creo...

 
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