Corregí la fecha. En 1975 hay un decreto adicional de la ex presidenta Isabel Perón que completa al que estaba mencionando. No tengo el número de este segundo decreto a mano. Tampoco lo conozco en forma directa.
Llegué con la experiencia de haber comandado de la Flota de Mar, que por entonces no era otra cosa que un conjunto de naves obsoletas las cuales, con dificultad, podían servir para instruir a las tripulaciones pero como material bélico bien podían catalogarse verdadera chatarra. Desde 1968 se habían dado algunos pasos en dirección al reequipamiento, tanto durante la gestión del almirante Gnavi como en la del almirante Coda. Pero las limitaciones políticas sumadas a los aprietes presupuestarios les impidieron avanzar más allá del trazado de una planificación correcta.
Lo cierto es que después de algunas alternativas complicadas para vencer resistencias dentro del gabinete ministerial, Perón suscribió el decreto 956 del 28 de marzo de 1974 por el cual se aprobó el Plan Nacional de Construcciones Navales Militares que, si bien no colmaba nuestras aspiraciones, era mucho más de lo que habíamos tenido hasta entonces. En su aspecto esencial, el programa establecía la necesidad de interesar y obtener de la industria nacional el apoyo,
Para participar en la construcción con la mayor cantidad posible de materiales, equipos y partes construidas en el país. Este plan tiende -decía el decreto- al aprovechamiento integral de los esfuerzos ya realizados, con lo cual se disminuirán los costos y se amortizará lo ya invertido. La premisa básica es que los buques se construirían desde el primero de la serie en astilleros del país y contendrán el máximo de mano de obra, materiales y tecnología argentinos.
Se agregaba, además, que para posibilitar un proyecto con materiales nacionales, resulta indispensable el lanzamiento de una serie, para hacer económica la producción de equipos y componentes que se requieren por parte de la industria nacional. Entre los considerandos de ese decreto suscrito por el presidente Perón -que hoy debería considerarse histórico y ser releído por quienes ocuparon y ocupan el Gobierno- se sostuvo que la Armada Argentina constituye uno de los pilares fundamentales de la defensa de la Nación y, en consecuencia, es deber irrenunciable del Estado asegurar su aptitud para cumplir eficientemente esa misión.
Este decreto Nº 956 de Perón fue complementado el 5 de septiembre del mismo año por el Nº 768, firmado por su viuda y sucesora. En éste se establecían mecanismos, de rutina para el financiamiento y puesta en marcha de los trabajos de construcción de unidades y, entre otras cosas, se facultaba al Ministerio de Defensa a través del Comando General de la Armada a contratar y/o asociar los Talleres Navales de Dársena Norte (Tandanor) con una firma del exterior con experiencia en la construcción de submarinos. Así fue como se dio origen al Astillero Domecq García, que no era ningún proyecto fantasioso ni faraónico de los jefes de la Armada, sino que respondía a una concepción militar moderna y nacional compartida por el general Juan Domingo Perón.
Traigo a colación los textos de esos decretos para recordar - después de la agresión alfonsinista a las Fuerzas Armadas y, hoy, cuando la discusión de los presupuestos militares sigue estando a la orden del día - que fue merced a la comprensión del tema evidenciada por Perón y su mujer, que pudimos reequipar a nuestra fuerza naval, aeronaval y de infantería de marina, para hacerla capaz de una operatoria adecuada a las necesidades de la defensa nacional.
Gracias a ellos, incorporamos los destructores Brown, La Argentina, Heroína y Sarandí y las corbetas Drumond, Guerrico, Granville, Espora, Rosales, Spiro, Robinson, Gómez Roca y Parker. También sumamos a la Flota el BDT Cabo San Antonio y las lanchas patrulleras Clorinda, Concepción del Uruguay, Barranqueras y Baradero, así como los buques hidrográficos Puerto Deseado y Comodoro Rivadavia, el rompehielos Almirante Irizar, el transporte polar Bahía Paraíso y los transportes San Blas, Canal de Beagle, Cabo de Hornos e Isla de los Estados.
Pero, no fue todo lo que pudimos hacer: finalmente se inició la construcción de los submarinos San Juan, Santa Cruz, SaIta y Santa Fe (hundido en Sándwich)
El plan nos permitió sacar a la aviación naval de su estado de postración y, en poco tiempo, pudimos incorporar un número interesante de unidades de tipo BE-200 Super King Air, FK-28 4000 Fokker, Super Etendart y L- 188E Electra.
En lo que hace a las unidades de la Infantería de Marina, recibieron importante equipamiento de obuses Otto Melara calibre 105 milímetros, plataformas de lanzamiento Marbe, vehículos de exploración Panhard, vehículos tipo Lohr y morteros de 60 y de 81 milímetros.
Todo ello sin excluir el importante parque de munición compuesto por misiles Exocet MM40 (mar-mar), Exocet AM39 (aire-superficie), misiles Magic 550 (aire-aire) y sistemas aéreos Albatros y Aspid.
Hago este recuento grosso del reequipamiento naval realizado a partir de mediados de 1974 con un doble propósito. En primer lugar, para que se _evalúe de manera concreta y desapasionada el énfasis con que la Armada adquirió material para la defensa del país en el caso de una agresión externa. Y esto, porque es un contraste con la situación actual de abandono en que se encuentran la mayoría de sus unidades, debido al escaso presupuesto, a la carencia de mantenimiento y a la flamante obsolescencia de la mayor parte del equipo.
Y, en segundo lugar, para remarcar que la Marina de Guerra argentina se preparó para la eventualidad de una guerra convencional y no para reprimir al terrorismo. No construimos barcos y submarinos, ni compramos aviones, cañones y cohetes Exocet para combatir contra el delirio de los Firmenich o los Santucho. Nosotros nos ocupamos de la Armada para ponerla en condiciones objetivas de defender la soberanía en una hipótesis de conflicto con un extranjero.
Si después fuimos llevados a una guerra interna que nosotros no desatamos ni deseábamos, contra un enemigo artero cuya confesada estrategia consistía en asesinar a nuestros camaradas y a nuestras familias [3], y que además sembraba bombas que, mataban indiscriminadamente al pueblo, no fue porque tuviésemos planes ni vocación para hacerlo.
De cualquier forma no me resultó tarea sencilla echar a andar el plan de reequipamiento naval. Hubo que vencer mucha resistencia, y no precisamente del área de las finanzas estatales sino del sector militar y, en particular, de la Fuerza Aérea.
De los tres comandantes, el general Anaya era el más antiguo y el que se manifestaba más abiertamente peronista. De hecho, actuaba con respeto de la verticalidad jerárquica y política, que es como decir que respondía a Perón.
Además, él no ponía la proa para el desarrollo de nuestro programa porque entendía que al Ejército no le afectaba la modernización del material aeronaval o el de la Infantería de Marina, puesto que apuntaban a atender tareas militares diferenciadas de la de su Fuerza. Mientras el general estuvo al frente del Comando mantuvimos frecuentes reuniones y contactos fluidos acerca de todos los temas que podían interesarnos.
Otra, cosa fue con el brigadier Fautario. El sí que literalmente ponía proa, popa, babor y estribor para obtener su espacio presupuestario.
Y aquí me voy a permitir otra disgresión, porque quizás sirva para la comprensión de quienes entienden ciertos códigos que se manejan entre militares.
Yo soy de la misma promoción que Fautario, aunque en la Escuela Naval ingresábamos unos meses antes que los que lo hacían en el Colegio Militar (de allí salían los aviadores en aquella época), de modo tal que también era más antiguo que él. Aunque fuese muy distraído, el brigadier no podía ignorar quién era yo, que pertenecía a la promoción 73 o cuál había sido mi carrera profesional. Y menos aún si los dos habíamos llegado a la jerarquía de comandantes generales: aunque más no sea por curiosidad, uno trata de averiguar quien es el otro que está a su mismo nivel.
El caso es que Fautario, después de un par de reuniones protocolares, pareció darse cuenta de que habíamos iniciado la carrera con el mismo orden de campana y, me dijo, en tono de sorpresa: - Pero usted entró conmigo al Colegio Militar!
-No, yo entré un poco antes y fue a la Escuela Naval...
-Bueno, sí...-reaccionó un poco incomodo- Entonces .. ya que somos de la misma promoción podemos tutearnos.
Desde ese momento nos dijimos de vos, aunque obviamente pienso que como el jefe de la Fuerza Aérea fue el único de los tres comandantes sobreviviente de la debacle camporista, era una concesión que me hacia.
http://www.harrymagazine.com/200507/peronmassera.htm