La policía, el nuevo Ejército de Erdogan
El Gobierno del AKP ha fortalecido paulatinamente el cuerpo policial para que ejerciera de contrapeso a las fuerzas armadas. Su acción ha sido crucial para desbaratar el golpe
Andrés Mourenza
Diyarbakir
18 JUL 2016 - 22:30 CEST
Policías turcos en homenaje a los muertos en la intentona golpista. ADEM ALTAN AFP
Desde su llegada al poder a inicios de la pasada década, el islamista Recep Tayyip Erdogan ha intentado someter a los militares a la autoridad civil y reducir su poder. Para ello, ha desvinculado del Estado Mayor varios cuerpos anteriormente castrenses y ha fortalecido a la Policía, introduciendo en ella a seguidores de probada lealtad. La estrategia se ha revelado acertada, ya que el papel de la policía, los servicios secretos y otros cuerpos controlados por el Gobierno fue crucial
a la hora de desbaratar el golpe de Estado.
“Si los rusos tienen RPG (lanzagranadas) nosotros tenemos RTE (Recep Tayyip Erdogan)”. Esta pintada, junto a la que el pasado febrero se fotografió un policía de la unidad de Operaciones Especiales, dio la vuelta a las redes sociales en Turquía. También otra, en la que un agente del mismo cuerpo certificaban su lealtad al líder turco posando junto al eslogan: “Caminamos contigo, hombre largo (uno de los apelativos con los que se conoce a Erdogan)”.
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El AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo), como todo gobierno, sabe que el que controla a un cuerpo armado leal es el que tiene la última palabra”, escribía, ya en 2011, el periodista Ahmet Sik en el libro El Ejército del Imán, que jamás llegó a las librerías porque un fiscal vinculado a la cofradía de Fetullah Gülen ordenó su prohibición. En el borrador que se distribuyó a través de internet se lee un análisis sobre cómo
los seguidores de Gülen —entonces firmes aliados de Erdogan— se infiltraron en las fuerzas de seguridad del Ministerio del Interior y se inició un programa de compra de armamento pesado para convertir a la Policía en un cuerpo leal al Gobierno islamista que pudiese hacer frente a un eventual golpe militar.
En 2002, cuando el AKP venció las elecciones, el gasto de la Policía equivalía a un tercio del de las Fuerzas Armadas. Actualmente, esa diferencia se ha reducido al mínimo: el gasto policial se ha multiplicado por 8,5 en 14 años. Es más, si se suma a la Policía el presupuesto de seguridad del Ministerio del Interior y el de la Organización Nacional de Inteligencia (MIT), su gasto supera en 2016, por primera vez en la historia, el del antaño poderoso Ejército turco, una institución con casi medio millón de efectivos (la inmensa mayoría reclutas). Además, la Dirección General de Seguridad ha doblado el número de efectivos desde el inicio de siglo hasta superar los 300.000 agentes, y eso a pesar de que desde la pasada década muchas de las funciones anteriormente policiales las ha asumido la seguridad privada. Turquía es ya el segundo país europeo con más policías por habitante, sólo después de Rusia, lo que ha llevado a los opositores al Gobierno a denunciar que
el plan de Erdogan es sustituir el “estado militar” por un “estado policial”.
En 2011 se aprobó una reforma legal para permitir a la Policía importar y adquirir "armamento bélico pesado" y en los últimos años ha recibido más de un millar de vehículos blindados, dos docenas de helicópteros militares (incluidos 4 Sikorsky S-70i) y ha encargado la construcción de blindados todoterreno armados. Este equipamiento ha ido en su mayoría al departamento de Operaciones Especiales, un cuerpo que fue fundamental a la hora de enfrentarse a los militares rebeldes. El número de agentes especiales se ha incrementado en la última década hasta los 13.500, pero hacia final de 2017 se pretende que su número alcance los 20.000.
Este proceso de reforzamiento de la Policía ha corrido en paralelo al debilitamiento de las Fuerzas Armadas. Entre 2007 y 2014 se llevaron a cabo numerosos juicios contra
presuntas tramas golpistas dentro del Ejército, lo que diezmó su oficialidad y generó mucho malestar en el estamento castrense (es esta una de las varias razones de la reciente sublevación). En 2015, además, se retiró al Estado Mayor el control sobre la Gendarmería y la Guardia Costera, que pasaron a depender del Ministerio de Interior. "Se trata de un proceso destinado a reforzar las instituciones civiles. Gendarmes y guardacostas realizan labores de vigilancia y de ahí que fueran vinculados al ministerio. Además, cuerpos civiles han sustituido a los militares en labores de vigilancia de diversas instituciones como parte de las reformas democráticas de la década de 2000", explica una fuente del Ejecutivo.
Fuerzas especiales turcas en el funeral de uno de sus compañeros asesinado en Ankara. Hussein Malla AP
Otra de las reformas clave fue transferir el mando de Sistemas de Vigilancia Electrónica (GES), antes dependiente del Estado Mayor, a los servicios secretos. Según el analista Nevzat Çiçek, del diario progubernamental Milat, la decisión se tomó para "dificultar los golpes militares" ya que el GES había servido anteriormente a los militares "para realizar escuchas ilegales". Sin embargo, una fuente militar consultada por este diario lamentó que el cambio provocó que "el MIT obtuviese la infraestructura de espionaje sin tener al personal adecuado para ello, mientras el Ejército, que posee a los analistas especializados, carece de la infraestructura".
Algunos han llegado a apuntar que los fallos de seguridad de los últimos años -incluidos atentados y ataques- se deben a este hecho. Además, la partida "secreta" de que dispone la Presidencia de la República, se ha doblado hasta los 150 millones de euros desde la llegada de Erdogan al cargo hace dos años y según los medios turcos se dedica en su mayoría a cuestiones de seguridad.
No cabe duda de que el que Erdogan haya logrado colocar a sus leales en los puestos clave de la estructura de seguridad del Estado le salvó la vida durante la intentona golpista: el pasado viernes, el MIT pudo avisarle con una hora de adelanto del envío de un grupo de comandos para asesinarle en su retiro vacacional en Marmaris (sudoeste de Turquía), lo que le permitió escapar hacia el cercano aeropuerto de Dalaman.
Sólo unos meses antes del golpe, un cercano colaborador del presidente turco se vanagloriaba de que el AKP había logrado "controlar lo que hacen las Fuerzas Armadas y la Policía, evitar que cada uno vaya por su lado y subordinarlos a la autoridad política". Sin embargo, la historia real es que la policía turca ha sido desde hace décadas pasto del faccionalismo. En los setenta, por ejemplo, se dividía entre agentes obedientes a los partidos de izquierda (en torno a la asociación Pol-Der, cuyo lema era "La policía del pueblo") y aquellos vinculados a la ultraderecha (Pol-Bir).
Tras el golpe de Estado de 1980, los izquierdistas fueron purgados de la institución y los ultraderechistas, vinculados al partido MHP, se hicieron fuertes en la policía hasta la llegada del AKP, que comenzó a sustituirlos por agentes gülenistas.
Desde que el AKP rompió con Fetullah Gülen, se han vuelto a producir importantes purgas en la Dirección de Seguridad y hoy mismo se ha obligado a entregar la placa y la pistola a unos 7.000 agentes. En su lugar, Erdogan ha vuelto a apoyarse en los policías ultraderechistas y en agentes a los que, durante los últimos meses de operaciones militares en el sudeste kurdo, se ha visto profiriendo consignas de corte salafista.
Uno de los motivos por los que Erdogan busca transformar el sistema parlamentario turco en uno presidencialista, escribía recientemente el periodista Murat Yetkin, es precisamente "obtener el control total sobre los militares y la inteligencia", sin tener que recurrir al juego cambiante de las facciones en el seno de la policía.
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/07/18/actualidad/1468860756_723582.html