La cuestión más importante no es el número de pedazos de la pizza, sino cómo queda el entorno austral sudamericano. En mi opinión, no es necesario mucho esfuerzo para percibir que el mantenimiento de la Antártida como continente dedicado a la ciencia es del mejor interés de los países adyacentes.
Fabricio, usted hizo una pregunta retórica (a quien le conviene en América del Sur...) y yo le respondí que América del Sur no tiene intereses políticos comunes en la Antártida como para deducir una conveniencia mutua respecto del asunto, que es lo que usted sugiere, lo que no excluye que en el espíritu del Tratado y durante su vigencia haya la máxima colaboración entre participantes. Los únicos países de América del Sur que tienen algún tipo de comunidad de intereses en el territorio de la Antártida son Argentina y Chile, los únicos países de América que pueden considerarse legítimamente adyacentes y que tienen una historia de más de cien años de actividades antárticas continuas y relevantes y un reclamo soberano que antecede con mucho la firma del Tratado, del que, además, son firmantes fundacionales.
Cómo va a evolucionar post-tratado la cuestión, ni usted ni yo tenemos ni idea. Pero ya sea que se dedique el territorio a buffer, a zona de investigación científica, a reserva natural intangible o a territorio sujeto a explotación económica, Argentina pretende hacerlo bajo su propia bandera, leyes y autoridades dentro de los límites reclamados reservándose el derecho a decidirlo, y así lo dejó expresado como firmante original del Tratado Antártico, junto con otro grupo de naciones, ninguna de las cuales ha renunciado a su oportuno reclamo.
Yo entiendo que desde la falta de argumentos para un eventual reclamo soberano por parte de Brasil, la opción de mantener el status quo aparezca deseable. Aquí en Argentina no hay razón alguna para compartir esa visión.