Pero ninguno de esos actos implica precedente para reclamos soberanos futuros por parte de China (ya que no pueden invocarse por ser posteriores a la firma del Tratado Antártico). Australia puede colaborar con toda tranquilidad de conciencia porque la ley está de su lado, y en cualquier caso tampoco tiene autoridad para negarse a las actividades chinas en la Antártida.
Y de ningún modo Australia ha dejado de lado su reclamo soberano como firmante original del Tratado, que sí es un precedente grande como una casa junto con su historia de operaciones antárticas previas al Tratado, historia de la que pocas naciones pueden jactarse. De allí a que la Antártida sea sujeta alguna vez a repartición soberana hay una distancia, pero las actividades chinas en la Antártida (y las de todos las demás naciones, firmantes originarias o no) se sujetan a la letra de dicho Tratado y en ello va implícita su aceptación.
A las naciones de América del Sur que tienen, como Australia, reclamos formales de soberanía sobre territorios antárticos: Argentina y Chile, signatarios originales del Tratado Antártico con reserva de dichos reclamos.
China, India y Corea dice usted; podríamos sumar a Brasil (y tantos otros últimamente) también.
Estimado Millius:
De hecho, el Tratado de la Antártida establece que actividades desarrolladas EN SU VIGENCIA no pueden basar pretensiones de soberanía en el continente (artículo IV, 2). Pero, ¿y si los principales actores antárticos comenzaron a retirarse del Tratado, de qué forma estarían impedidos de contrariarlo? El derecho internacional es incorporable al derecho interno de cada nación según sea conveniente para ésta. Si fuera extirpado del ordenamiento jurídico nacional, lo que era ley, deja de serlo en aquel país.
El Tratado de la Antártida se debilitaría con la salida de países importantes, y eso llevaría a una gran disputa por el continente. Varias naciones intentarían apoderarse de él, y una división definitiva podría llevar décadas. Hasta entonces, la región estaría sujeta a una gran inestabilidad. Para América del Sur, África austral, Australia y Nueva Zelanda, la Antártida funciona como un "continente-tampón" (un buffer). Desde el punto de vista de la seguridad de estas regiones, el reparto realizado por vía bélica sería el peor de los casos, pero una división del continente sin guerra, a la manera del reparto de África (Conferencia de Berlín, 1884-85), también traería intranquilidad a su entorno meridional.
Una división hecha hoy no es una división hecha en 1959: no habría hipótesis de negar, por ejemplo, el acceso de China o India al continente sin una guerra. Y si el reparto se realizara por vías diplomáticas, seguramente se tomaría en consideración la historia global de la presencia de cada país en la Antártida, incluso porque ya no estaríamos bajo la égida del Tratado. Sólo siete países tienen reivindicaciones oficiales y, aunque hay apoyos mutuos, ninguna otra nación del mundo reconoce tales pretensiones. Habría muchos otros países a ser contemplados, y eso sin olvidar de Estados Unidos y Rusia, que nunca revelaron cuánto pretenden ganar. Y ahora imagina cómo podría quedar la región de la península antártica, con su acceso privilegiado a la Patagonia.
La cuestión más importante no es el número de pedazos de la pizza, sino cómo queda el entorno austral sudamericano. En mi opinión, no es necesario mucho esfuerzo para percibir que el mantenimiento de la Antártida como continente dedicado a la ciencia es del mejor interés de los países adyacentes.
Y, sólo para aclarar, en cuanto a la declaración de la "fuente del gobierno", lo que me llamó la atención no fue contra quien "hacer causa común", sino junto a quien ...