Aquí dejo el relato de uno de los pocos que vivieron el desastre de las dos bombas atómicas y lográron sobrevivir:
"El ingeniero Enemo Kawaguki era conocido por su energía en toda la inmensa fabrica Mitsubishi. A sus cuarenta años parecía infatigable, y nunca había dejado de practicar deporte, ni siquiera en los momentos en que el trabajo era agobiante. Aquella mañana se encontraba ya en su despacho cuando el ruido de un avión le distrajo. Ciertamente era un bombardero americano, y aunque no habían tocado la sirena, los obreros del establecimiento estaban ya llegando a los refugios. Kawaguki se retrasaba cuando fue sorprendido por un imprevisto resplandor. Después, cuando trataba de dar respuesta a mil interrogantes, no supo nunca explicar qué era lo que había sucedido.
Acaso perdió el sentido. Probablemente fue ensordecido por la remoción de aire. Se encontraba a cinco kilómetros del punto 0 de la explosión y se encontró desnudo, en medio de una fabrica inesperadamente desierta y donde las llamas se alzaban altísimas y furiosas.
El ingeniero descubrió que estaba herido (un hierro le había golpeado y una teja le había abierto una brecha en la espalda), pero cuando advirtió que se estaba levantando “un viento candente como una llama oxhídrica”, que soplaba del centro de Hiroshima hacia el mar, empezó a huir primero hacia el mar, y luego por la parte del río que rodeaba las instalaciones.
Kuwaguki se echó a nadar hasta la orilla opuesta pero sólo para descubrir que el infierno también se había desencadenado allí. Quedó mucho tiempo en el agua, y su entrenamiento deportivo le permitió realizar más veces la travesía. Al fín salió del agua y subió a un collado. Desde allí, escribe Fernand Gigon quién recogió su testimonio, vio que la ciudad era un inmenso brasero que estaba destruyendo de golpe 55.000 viviendas. ¿Cómo huir? ¿Y cómo seguir en aquel infierno? Después de seis horas de la explosión de la bomba, Kawaguki estaba al final de sus fuerzas y se echo en la orilla, durmiéndose.
Se despertó hacia las 5 de la tarde. El dolor de las quemaduras se le había calmado un poco, y la brisa que venía del mar le había devuelto un poco de alivio y vigor. Al principio de la noche llegó a la periferia, a una estación ferroviaria, donde encontró las vías arrancadas y un tren abandonado entre los restos. Subió a un vagón y se acurrucó. Estremecimientos de frío sacudían ahora su cuerpo, pero la exposición y el hambre eran peores que el frío.
Se despertó un par de días después sin recordar nada, pero estaba en un tren que avanzaba lentamente. Enfermeras cuidaban a heridos más graves que él. El tren no parecía parar nunca, pero la mañana del 9 llegó a la estación de Nagasaki.
El ingeniero Kawaguki bajó por si mismo y se dirigió al centro de la ciudad.
Nagasaki ignoraba la pesadilla de la guerra y era una ciudad intacta y tranquila. A Kawaguki le parecía soñar, y no se decidía a separarse de cinco o seis compañeros de viaje, asombrados como él.
Mientras caminaba en dirección a Yunin Maki, por un camino vuelto hacia el mar, Kawaguki oyó el ruido de un avión e instantáneamente levantó los ojos al cielo.
Sobrecogido por un pánico irresistible, el hombre se arrojó a una cuneta, aplastándose en el fango todo lo posible. Paralizado de terror, observaba de cuando en cuando el cielo mientras los que pasaban se quedaban atónitos por su reacción.
La bomba cayó a casi 4 kilómetros de distancia de Enemon Kawaguki, que volvió a ver el resplandor cegador del sol atómico, el horror del hongo arremolinado hacia el cielo, el mar de ruinas y el horror de la muerte. “Conocer dos veces el infierno en pocos días es demasiado para un hombre, y casi le arrebata la razón”. Durante años el ingeniero Kawaguki, un brillante técnico que había sido muy apreciado como proyectista en el complejo industrial Mitsubishi, vagará como un desesperado, incapaz de concentrarse, dejándose llevar a la deriva por el flujo de la vida.
Continuará huyendo desesperadamente hasta su muerte, con el terror de ver aparecer en el horizonte la silueta de un B-29 con su carga de muerte. Su vagar terminará en 1957, cuando su cuerpo, reventará en pústulas, inconfundible consecuencia de la contaminación atómica. Morirá de cáncer con el número 163.641 en una cama de hospital.”
Fuente: “El hombre que fue atomizado dos veces” . La Segunda Guerra Mundial. Ed. Sarpe. Pág. 2286.
Saludos!!!