El Capitán de Ultramar Panigadi, Oficial de la Marina Mercante , en uniforme de servicio color gris.
Le falta el capote de paño color azul naval, como el oficial de la foto del posteo anterior.
El Capitán Panigadi murió en combate , a bordo del Transporte ARA Isla de los Estados , era su Capitán.
Les comparto un fragmento del capítulo "Isla de los Estados". Allí narro la historia completa, de las últimas horas, de la nave y su tripulación. Gloria a esos Marinos Mercantes que quisieron llevar auxilio a la Fuerza de Tareas "Yapeyú"
ISLA DE LOS ESTADOS - 10 DE MAYO
La última cena
El “Isla de los Estados” y el “Río Carcaraña” se encontraron en la caleta de Puerto Rey, donde amparados por la oscuridad de la noche, y pese a la persistente llovizna, comenzaron las tareas de transbordo de parte de la carga. El “Isla de los Estados” ya había embarcado en el muelle de Puerto Argentino cinco jeeps Land Rover, dos MB230G y varios camiones Unimog, así como también un jeep VW Itlis del Equipo de Control de Combate de la Fuerza Aérea. Asimismo debía cargar cocinas y el gasoil necesario para su operación, víveres, combustible de aviación JP1 y otros avituallamientos. Todos estos efectos tenían como destino la Guarnición de Puerto Howard. Además de la tripulación, se encontraban a bordo dos miembros del Ejército, que estaban a cargo del sistema de lanzacohetes múltiple de campaña SAPBA de 127mm, un suboficial de la Fuerza Aérea y un marinero de la Prefectura Naval.
La actividad de alije se extendió entre el 8 y el 9 de mayo, momento en el cual ambos buques se separaron. Antes de la partida se ofreció una cena en el comedor del “Río Carcaraña” a la cual fueron invitados los oficiales del “Monsumen”, del “Isla de los Estados”, del “Forrest” y cinco oficiales del Ejército (Cap Novoa, Tte 1ro Chanampa, My Med Reale, Tte 1ro Med Quirós Taua y Subt Mancini). Durante la misma, el comandante de la nave de ELMA, capitán de ultramar Edgardo Dell’Elicine, sugirió a su colega que ambos buques pasaran la noche en el mismo fondeadero puesto que la persistente llovizna que caía provocaba falta de visibilidad. Sin embargo el Capitán Panigadi prefirió continuar hasta Howard, a fin de llegar antes del amanecer y empezar la descarga lo más rápido posible, disminuyendo así la exposición al enemigo. El “Forrest” se adelantó para guiarlo en su entrada a la bahía de Puerto Howard. Finalmente, la lluvia amainó y el mercante partió.
Rumbo a Puerto Mitre
El viaje comenzó alrededor de las 2100 horas, con rumbo Noroeste, sin ningún tipo de protección, con las luces apagadas y haciendo barridos ocasionales con el radar para no ser detectados. Según el entonces capitán de corbeta Alois Payarola, de 36 años:
“El tiempo era bueno, soplaba poco viento, el mar estaba casi calmo, y la visibilidad reducida por poca luz lunar”. Al cabo de una hora de navegación el mercante había dejado atrás la Isla Cisne y ya se podía vislumbrar Puerto Mitre (Howard) por la proa, a unos 16 kilómetros de distancia. De repente se escuchó una explosión y el cielo se cubrió de una potente luminosidad anaranjada. Alguien había lanzado una bengala que dejó a todos con el corazón en un puño.
Los tripulantes del mercante argentino fueron sorprendidos por el efecto de la repentina iluminación, por lo que Payarola se puso en contacto por radio con el buque “Forrest”, que ya los esperaba en Puerto Howard.
Por ese entonces se había considerado poco probable que buques británicos estuvieran cerca, por lo que supusieron que la bengala había sido lanzada por personal de la Fuerza de Tareas “Yapeyú”. A la solicitud del comandante del ARA “Isla de los Estados” pidiendo que no se les iluminara, desde el “Forrest” le contestaron que investigarían la procedencia de la bengala. Relata el comandante del “Forrest”, teniente de Navío Molini: “
Por la radio se escuchaba claramente la voz del capitán Payarola, que nos gritaba –¡No tiren! ¡No tiren!- en la desesperación algunos tripulantes míos salieron a cubierta gritando-¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego!-(creyendo que era gente del Ejército que tiraba) y seguidamente una gran explosión que iluminó el cielo”.
El ataque
La respuesta recibida desde el “Forrest” paralizó a los pocos hombres que se encontraban en el puente de mando. No hubo tiempo para dar la alarma a la tripulación, la cual había cenado y concurrido a sus camarotes a descansar, ya que no estaban de guardia. Segundos después la nave recibiría el primer impacto de cañón por estribor. Eran las diez y cuarto de la noche.
El buque atacante era la fragata británica HMS
Alacrity, la cual había detectado con su radar al mercante argentino, iluminando su silueta con una bengala para confirmar su identidad. Seguidamente disparó varias andanadas con su cañón semiautomático Vickers de 114mm, las cuales hicieron impacto directo gracias a la corta distancia que los separaba.
Algunos tripulantes argentinos subieron al puente de mando para saber qué estaba sucediendo. La carga que llevaba el buque en sus entrañas era altamente explosiva, cualquier iniciador podría desencadenar el desastre, tal cual sucedió.
El “Isla de los Estados”, tras haber recibido media docena de impactos, ardía por su costado de estribor. Repentinamente una tremenda explosión hizo saltar el buque. Había estallado uno de sus depósitos de combustible. La inmensa deflagración afectó gran parte de la nave, incluyendo el puente de mando. Los pocos tripulantes que pudieron reaccionar corrieron hacia la banda de babor en busca de las balsas salvavidas autoinflables. Uno de ellos era el capitán Payarola, quien se encontró con el mayordomo Sandoval y el marinero López, juntos lograron lanzar una de las balsas al agua.
En esos momentos el barco ya se inclinaba más de cincuenta grados hacia su costado. Algunos, presa de la desesperación se arrojaron desde la altura sin chalecos salvavidas, desapareciendo bajo las aguas sin volver a ser vistos por sus compañeros.
Cuando sobre la superficie acontecían dramáticas situaciones un helicóptero británico sobrevolaba la escena, siendo testigo sin más. El comandante del buque enemigo se excusaría, años más tarde, por no haber asistido a los náufragos:
“No nos acercamos porque podríamos ser atacados desde la costa vecina”. Los británicos sabían que en la isla Gran Malvina no existía, en poder argentino, capacidad antibuque alguna.
Desde la costa
Mientras tanto, en la cercana costa, el Regimiento de Infantería 5 era espectador de los hechos. Recuerda el subteniente Taranto:
“Luego de la bengala escuchamos claramente los estampidos de boca del cañón inglés, y seguidamente las explosiones sobre el buque argentino, las cuales iluminaban la noche. Era una postal de la guerra que solo podíamos contemplar ya que no teníamos medios para auxiliar a esos hombres”.
En el puesto de observación y vigilancia el subteniente Menéndez observó, como en un palco, el ataque. Sobre el horizonte se dibujaban las llamas. Ante la imposibilidad de comunicarse por el teléfono llamó por radio a su jefe de compañía
–¡Coco! ¡Coco! ¡Aquí Sapo 3!- El subteniente estaba saliendo por radio, cuando su empleo estaba restringido, exclusivamente, para situaciones de contacto con el enemigo. Por ello el capitán Masiriz se sobresaltó
-¡Aquí Coco! ¡¿Qué pasa?!- Menéndez informó
-¡Están atacando a un barco, pero no sé de quién es!- Gran parte de la unidad observó y sintió la inmensa explosión final, la cual alumbró la noche, pero pocos sabían que se trataba del ataque a un buque argentino.
Luchando por sus vidas
En pocos minutos, la escora del “Isla de los Estados” llegaba a los noventa grados, con las grúas rozando el agua. Su motor principal aún seguía en marcha y la hélice giraba lentamente, pero sin propulsar ya al buque, que estaba herido de muerte.
El capitán Payarola estuvo deambulando por la cubierta mientras se escuchaban explosiones menores, hasta que decidió lanzarse al agua y dirigirse a nado hacía un punto de donde provenían gritos. Era una de las balsas en las que habían conseguido embarcar los marineros Antonio Máximo Cayo y Manuel Olveira. Pese a encontrarse semi-desinflada ayudaron a Payarola para que pueda abordar. Momentos después notaron que la embarcación no resistiría y optaron por arrojarse al agua y dirigirse nadando hacia otra balsa cercana. Solo Payarola llegó a destino, tanto Cayo como Olveira se perdieron entre las aguas heladas.
En la balsa se encontraron el capitán Panigadi, el primer oficial Bottaro, el marinero López y Payarola. El viento los alejó de la zona del naufragio cuando el “Isla de los Estados” ya había sucumbido bajo las aguas. Los gritos también se apagaron. Pasadas unas horas avistaron la costa, pero la corriente comenzó a distanciarlos de ella. En un momento dado Panigadi, tal vez presa de la ansiedad, se arrojó al agua con intenciones de llegar a nado, y seguidamente también se arrojó Bottaro. La distancia y el frío del agua hicieron difícil la empresa.
Panigadi comenzó a desviarse de la correcta dirección hasta perderse para siempre. Bottaro alcanzó a llegar pero totalmente exhausto y afectado por lo vivido. Mientras tanto Payarola fue más conservador y aguardó que la corriente cambiara hasta acercarlos, en ese momento se arrojó y llevó a remolque la balsa con López adentro, quien no sabía nadar.
En la costa se encontraron los tres sobrevivientes, pero momentos después el oficial Bottaro falleció a consecuencia de la combinación de cansancio, frío y trauma. Los dos supervivientes se encontraban en la isla Cisne, ubicada en medio del estrecho de San Carlos, allí tuvieron que aguardar en condiciones extremas hasta que pudieron ser rescatados.
Continúa la búsqueda
El 13 de mayo el “Forrest” zarpó nuevamente. Horas después avistó flotando el cuerpo de uno de los náufragos y varios tambores de combustible aeronáutico JP1. El clima y la incertidumbre táctica convencieron al teniente de navío Molini que era más seguro ejecutar su recuperación al día siguiente. Efectivamente así lo hicieron. Al extraer el cuerpo del mar comprobaron que se trataba del mayordomo Omar Sandoval, quien estaba asido al chaleco salvavidas. A la noche retornaron a Puerto Howard donde desembarcaron el cuerpo del infortunado marino.
El cuerpo, que llegó envuelto en un poncho impermeable y fue preparado para el sepelio por el teniente Santiago Cadelágo. Sería su primera vez cumpliendo esa desagradable tarea.
La siguiente mañana, bajo una persistente llovizna, se le rindió honores al marino mercante. El capellán militar Nicolás Solnyczny ofició un responso, siendo sepultado en el cementerio del poblado. Relata el teniente primero Calderini:
“Como no teníamos los equipos específicos de ingenieros yo me ofrecía, con mi gente, para toda tarea que pudiera ser cumplida con ingenio y voluntad. Es así que a los zapadores nos asignaron la función necrológica, para lo cual se formó un pelotón que posteriormente llamarían `pelotón funebrero´. El entierro del mayordomo Sandoval sería la primera vez que asumiríamos esa labor”.
La guerra se acercaba y mostraba su cara más cruel.