El descalabro de Aerolíneas
La captura de la empresa aérea estatal por funcionarios incompetentes y sindicalistas facciosos condena a todo el país
Domingo 14 de noviembre de 2010
La crisis que produjo en Aerolíneas Argentinas la necesidad de operar durante 25 días sus vuelos de cabotaje desde el Aeropuerto Internacional de Ezeiza puso de manifiesto los dramáticos problemas de gestión que atraviesa esa compañía. La impuntualidad en el cumplimiento de la programación obligó a suspender, primero, el 15 por ciento de las prestaciones y, más tarde, buena parte de las conexiones con Mar del Plata, Santa Fe y Rosario.
A la falta de coordinación, se le sumó un conflicto sindical con la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA), cuyo presidente, Jorge Pérez Tamayo, ejerce un poder informal sobre la navegación aerocomercial que, por momentos, lo convierte en el señor feudal de esa actividad.
Estas deformaciones son la manifestación episódica de un descalabro estructural. Las inconsistencias económicas y administrativas de Aerolíneas Argentinas han adquirido rasgos de cronicidad que la actual gestión no ha hecho más que agravar hasta niveles de escándalo.
Desde julio de 2008, cuando pasó a manos del Estado, Aerolíneas recibió subsidios por 1500 millones de dólares. El proyecto de presupuesto nacional del año próximo incluye la asignación de 550 millones de dólares más. Los responsables de este despilfarro -el secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, y el presidente de la compañía, Mariano Recalde- justifican las erogaciones con algunas falacias. La más trillada es que "Aerolíneas vuela a destinos no rentables garantizando la conectividad del país". Sin embargo, los destinos no rentables ocupan sólo el 5 por ciento de sus viajes.
La otra argucia que pretende disimular la existencia de ese barril sin fondo es que gran parte de los recursos se dedican a comprar aviones nuevos. La explicación tampoco se sostiene: la inversión en aeronaves que realizó Aerolíneas hasta la fecha ha sido de 106 millones de dólares. Corresponden a la adquisición de dos Boeing 737-700, por 40 millones de dólares cada uno (los otros 10 se incorporaron bajo la forma del leasing ) y al pago de la seña por cinco Embraer, operación que financia el Bndes de Brasil.
¿Qué están financiando los contribuyentes, entonces, cuando se desvían 550 millones de dólares por año a esta empresa? Es difícil responder, porque Aerolíneas no ha presentado balances durante los últimos tres años.
Si se toman como fuentes la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública, el Indec y la propia Aerolíneas Argentinas, aparecen datos que ayudan a desentrañar el interrogante. La empresa pierde por año 2021 millones de pesos, de los cuales el 65 por ciento corresponde a rutas internacionales y al 24% de los pasajeros. Es muy dudoso, entonces, que los quebrantos se deban a la función social de Aerolíneas. En rigor, el Estado está abaratando los pasajes de quienes toman vuelos hacia o desde el exterior y lo hace de manera muy generosa.
La necesidad de esos subsidios salta a la vista cuando se observan los elevadísimos costos de la empresa. Si se los compara con los de las otras líneas aéreas de Sudamérica, medidos por una relación asiento-kilómetro, los de Aerolíneas son un 33 por ciento superiores. Esto explica por qué las compañías de aeronavegación sudamericanas tienen ganancias, salvo Aerolíneas.
Recalde, abogado a quien se le encomendó la gestión de Aerolíneas más por su militancia en la organización La Cámpora que por su idoneidad para ejercerla, no aporta información sobre estas patologías. Sólo una vez, el 4 de agosto pasado, en el Senado, dijo: "En 2011, vamos a tener un déficit absolutamente tolerable de 200 millones de dólares". ¿Por qué pidió en el presupuesto, entonces, 550 millones de dólares para gastos operativos, es decir, un 175% más? Los errores de cálculo de Recalde son consuetudinarios. En el presupuesto de este año previó gastos operativos por 1545 millones de pesos e inversiones por 300 millones de pesos, pero terminó reclamando una ampliación de 462 millones de pesos.
Sería un error imputar todos los desmanejos en Aerolíneas a su actual conducción. En 20 años, desde su privatización, en 1991, hasta el año próximo, ya previsto en el presupuesto, la empresa se habrá tragado 7167 millones de dólares, es decir, 980.000 dólares por día.
Es verdad que, desde su reciente estatización, ese consumo de subsidios se disparó: entre 2008 y 2011 habrá sido de 2458 millones de dólares, es decir, 1.900.000 dólares diarios.
La secuencia completa demuestra que, en el caso de Aerolíneas, la discusión acerca de si la compañía debe ser pública o privada es accesoria respecto de otra más importante: si debe ser manejada de manera racional o no. Es muy probable que no sea conveniente que el Estado se involucre en la gestión empresarial de una línea aérea. Pero, si lo hace, nada debería impedir que se ajuste a criterios elementales de buena administración. En principio, que lleve una contabilidad transparente y que sus ganancias y quebrantos queden documentados, como ocurre con cualquier sociedad comercial.
En estos días, en América latina aparece un caso ejemplar: Mexicana de Aviación no vuela desde hace dos meses porque el Estado mexicano no cree que corresponda auxiliarla con los 110 millones de dólares que le permitirían reanudar los servicios. Si fuera por razones demagógicas, podría hacerlo: esa línea aérea cuenta con 9000 empleados.
Los vicios de Aerolíneas tienen consecuencias muy lamentables para el país. No sólo porque el Tesoro termina desviando recursos al despilfarro de funcionarios y sindicalistas, que terminan colonizando a la compañía con sus negocios particulares organizados en pequeñas empresas. Hay otro mal menos visible: el Gobierno diseña toda su política aerocomercial previendo que Aerolíneas no quede fuera de la competencia. El ejemplo más evidente es el de la fijación de tarifas: las autoridades impiden a las demás líneas aéreas vender sus pasajes más baratos para evitar que la compañía que no saben administrar pierda mercado.
Por culpa de esta aberración, la Argentina es, comparada con Brasil, Chile o Perú, el único país en que la cantidad de pasajeros locales ha disminuido en los últimos 10 años.
La ineficiencia patológica de Aerolíneas condena a todo el mercado aéreo, y con él al turístico, a una lamentable contracción. Si en la Argentina no volaran sólo quienes tienen un considerable poder adquisitivo, podría duplicarse todo: los pasajeros, los destinos, las frecuencias, los aviones y los empleados.
Pero la captura de esa compañía por parte de funcionarios incompetentes y sindicalistas facciosos condena al país, también en este campo, a un penoso subdesarrolloEl descalabro de Aerolíneas - lanacion.com