LAS AMBICIONES NUCLEARES DE ARABIA SAUDI
Konstantín Bogdánov, RIA Novosti
Todo parece indicar que Arabia Saudí está desarrollando armamento nuclear.
O, al menos, el Príncipe Turki Al Faisal lanzó una indirecta en este sentido en una reunión celebrada en Riad para gestionar los asuntos de la seguridad de los países del Golfo Pérsico, informa The Washington Post, citando a Associated Press. Sin embargo, en caso de ejecutar este proyecto, el país podría toparse con dificultades de carácter organizativo y técnológico, además de político.
Representantes de la dinastía reinante siguen siendo explícitos acerca del interés que tiene el país para el uso militar de las armas nucleares.
“Ni nuestros esfuerzos, ni los esfuerzos del mundo entero son suficientes para persuadir a Israel y a Irán a renunciar a las armas de destrucción masiva. Por lo tanto, nuestro deber ante la nación es considerar todas las posibilidades, incluida la posesión de este tipo de armas”, manifestó Turki Al Faisal.
Una figura de peso
El Príncipe Turki Al Faisal es una de las figuras de la política internacional a las que se suele hacer mucho caso. Este hombre de 66 años, octavo y último hijo del Rey Fahd, tercer hijo del fundador de la dinastía, a lo largo de los años tenía acceso a los secretos mejor guardados de su país. Después de ocupar el puesto de embajador en el Reino Unido y en Estados Unidos, presentó dimisión por no coincidir en varias opiniones con el Rey Abdalá.
Su trayectoria le ha convertido en uno de los mediadores más influyentes de la política mesoriental. A lo largo de casi 25 años era director del Servicio de Inteligencia de Arabia Saudí, uno de los más potentes del mundo islámico y dejó su cargo diez días antes delatentado del 11-S.
No parece ser una simple coincidencia, ya que precisamente al Príncipe Turki se le solía nombrar entre los principales patrocinadores de la red terrorista Al Qaeda. Nunca ha habido pruebas directas de su implicación en el financiamiento de las actividades extremistas islámicas, sin embargo, las pruebas indirectas son demasiado numerosas para que se pasen por alto. Y sólo después de que Turki Al Faisal dejara su puesto, los emisarios sauditas han cesado las actividades de reclutamiento en Rusia, en el Cáucaso del Norte y en la región del Volga.
De modo que es una persona importante y su mensaje hay que tomárselo en serio. Y, además, no es la primera vez que el Príncipe Turki habla de las ambiciones nucleares de Riad. La anterior mención de este tema, en verano de 2011, se hizo en una situación menos oficial, durante la reunión del Príncipe con los militares de la OTAN.
“No podemos vivir en una situación en la que Irán disponga de armamento nuclear y nosotros no. Si Irán llega a crear bomba atómica, será inadmisible y tendremos que hacer lo mismo”, explicó una fuente cercana a Turki Al Faisal, comentando su postura.
De acuerdo con las tradiciones de la diplomacia oriental, esta insistente repetición de la misma idea se tiene que considerar como una solicitud de auxilio: Arabia Saudí no parece sentirse segura y exige a Washington que le preste atención. No deja de ser relevante el hecho de que precisamente Turki Al Faisal, que hace de puente entre los países occidentales y la dinastía reinante saudita anunciara la posible puesta en marcha del programa nuclear en su país.
Potencia sustentada con oro negro
Sin embargo, el trasfondo político de la declaración de Turki Al Faisal no es respaldada por los factores de carácter técnico-militar.
Por una parte, Arabia Saudí tiene misiles balísticos para hipotéticas cargas nucleares: en 1987, Riad adquirió en China entre 36 y 60 misiles DF-3A (CSS-2) con un alcance de más de 3.000 km (en versión ligero, hasta 4.000 km).
No obstante, Arabia Saudí difícilmente podría crear y fabricar armas nucleares ya que los expertos señalan la baja eficiencia del complejo militar del país y el “estado de relajación” característico de los representantes de la élite política que nadan en la abundancia gracias a los beneficios derivados de la venta del petróleo.
Aquello que el país es incapaz de conseguir con sus propias manos, enseguida se compra en el extranjero. Una aplicación duradera de este método hace que la aportación nacional a los sectores clave de la economía y la seguridad sea cada vez más insignificante. Incluso los programas de ampliación de las Fuerzas Armadas, profesionales y muy bien pagados, se topan con el problema de falta de efectivos. Arabia Saudí prefiere no contratar a más extranjeros, pero los nacionales no muestran demasiado interés por convertirse en militares, a pesar de los altos sueldos.
El Príncipe Turki Al Feisal en los últimos años ha insistido mucho en que el progreso de Arabia Saudí será imposible sin un cambio en el ámbito de la educación y de la formación del personal. Sería también un factor imprescindible para poder realizar su propio proyecto nuclear, al igual que el iraní, avanzar en la ciencia y en la industria nacional.
De lo contrario, Riad tendrá la misma suerte que Siria e Irak que construían en secreto y con la ayuda de expertos extranjeros, unas costosas y aisladas instalaciones nucleares. Ambas, hay que recordar, acabaron sirviendo de blanco para la aviación israelí.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI