Cumpleaños bajo fuego, hace exactamente 37 años. Primero, en la hostería Upland Goose el capellán Salvador Santore, interpretó para mí la clásica melodía. Después, me invitaron a cenar en la casa que ocupaba personal de Inteligencia de la Fuerza Aérea: comodoro Mendiberri, vicecomodoro Gonzalez Iturbe, primer teniente Araoz, suboficiales Silva y Videla, agentes civiles Freyre y Dodorico. La casa era un blanco para los ingleses. De hecho, días más tarde la artillería británica le acerto a la casa aledaña... Con lo poco que había, hicieron milagros; la comida me supo riquísima. Cenamos con el bombardeo naval inglés de fondo y recibí de ellos el regalo más preciado de mi vida: un par de medias de lana. En ese terreno, donde andábamos siempre con los pies mojados - uno pisa la turba y sale agua - ¡ese presente valía su peso en oro! Sin embargo, debo confesar que no me fui feliz esa noche. Los oficiales me pronosticaron lo que yo no hubiera querido escuchar: desde el hecho de que el general Menéndez no iba a salir nunca de su letargo, hasta la fecha casi exacta de su futura rendición. No les quise creer, por supuesto, pero así sucedió. Eran profesionales extraordinarios, los recuerdo siempre con gran afecto y les quiero decir que ninguna fiesta de cumpleaños de mi vida ha superado aquel ágape bajo fuego de obuses.