El polvorín del Cáucaso vuelve a inquietar al Kremlin
Ni la política zarista de tierra quemada ni las deportaciones estalinistas ni las dos guerras chechenas apagaron las brasas del polvorín del Cáucaso. La actuales tensiones territoriales entre ingushes y chechenes demuestran que el Kremlin tampoco ha logrado cerrar las heridas que supuran desde hace más de un siglo.
Una vez más, el Kremlin decidió solucionar las afrentas entre los belicosos pueblos de la zona sin consultar con nadie. El resultado son las mayores protestas antigubernamentales que se recuerdan en Magás, la capital de Ingushetia.
El motivo fue la firma el 26 de septiembre de un acuerdo de delimitación territorial entre el líder ingush, Yunus-bek Yevkúrov, y el chechén, Ramzán Kadírov, que los ingushes consideran, en realidad, un intento de legitimar la anexión de parte de su territorio.
Ingushetia, la república más pequeña de la región, tiene una superficie cinco veces menor que la de Chechenia, pero la población se ha disparado en los últimos años hasta casi alcanzar el medio millón y ya tiene la mayor densidad del Cáucaso.
Por ello, cualquier concesión territorial, aunque los diputados locales argumenten que se trata de zonas despobladas, es vista como un nuevo intento de Moscú de beneficiar a los otros pueblos, en particular a los chechenes, a su costa.
Como el acuerdo es secreto, se desconoce si Ingushetia ha salido perdiendo en la transacción, pero la prensa independiente, ya que la estatal ha ignorado las protestas, informó de que Chechenia ha sido la gran beneficiada del acuerdo.
"Los dirigentes de Ingushetia han cometido un grave error", dijo Ruslán Aúshev, el primer presidente de Ingushetia y un político con una gran autoridad moral en la región, tanto por su participación en la guerra de Afganistán como por su mediación en el secuestro de la escuela de Beslán.
Aúshev, que alcanzó hace 25 años un acuerdo fronterizo con el líder chechén, Dzhojar Dudáev, pero que nunca fue ratificado, no se refería al acuerdo, sino a la decisión de ignorar la opinión del pueblo, muy sensibilizado desde el conflicto territorial con Osetia del Norte (1992).
Entonces, los ingushes ya perdieron territorios, igual que ocurriera cuando los zares concedieron hace más de un siglo a los fieles cosacos tierras en la zona, aunque los bolcheviques intentaron enmendar posteriormente el error.
Chechenes e ingushes se vieron obligados a convivir durante más de medio siglo bajo la URSS, ya que a Stalin no se le ocurrió mejor manera de sofocar sus veleidades separatistas que creando una república socialista que incluyera a ambos pueblos musulmanes.
La sensación de injusticia, que los ingushes tienen grabada a sangre y fuego desde su deportación a Asia Central por supuestamente colaborar con los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, se exacerbó ahora con el acuerdo territorial con Chechenia.
Y es que la sensación que ha cuajado en el Cáucaso es que en la región no manda el presidente, Vladímir Putin, sino Kadírov, al que el Kremlin es capaz de conceder todos sus deseos y perdonar todos sus pecados con tal de que garantice la estabilidad de dicha república.
A Kadírov, que no ha tardado en amenazar ya a los manifestantes ingushes, no le ha temblado el pulso a la hora de enviar a sus fuerzas especiales a Ingushetia o Daguestán para perseguir a sus enemigos y a los terroristas islamistas.
Yevkúrov, un militar designado hace diez años por Putin para poner orden en la república, le ha avisado en varias ocasiones, pero el líder chechén tiene carta blanca del Kremlin, que le aupó al poder con sólo 30 años.
El Kremlin sigue de cerca las protestas, pero el daño ya está hecho. Los manifestantes no abandonan las calles desde hace más de una semana y se les han sumado ya los ancianos, las figuras más respetables en la sociedad ingush.
Los manifestantes empezaron pidiendo un referéndum, pero ahora piden la anulación del acuerdo y la dimisión de Yevkúrov, al que acusan de debilidad ante Grozni y Moscú, y al que los líderes religiosos se la tienen jurada por su defensa de los valores laicos frente al conservadurismo islámico.
Por si fuera poco, los efectivos antidisturbios se unieron a los manifestantes en sus oraciones, mientras más de la mitad de los diputados del Parlamento local respaldaron las demandas de los que protestan tras denunciar la falsificación de la votación del acuerdo.
Curiosamente, más del 90 % de los ingushes apoyaron a Putin en las presidenciales.
El dilema del Kremlin está sobre la mesa. Si anula el acuerdo, irritará a Kadírov, pero si ignora el descotento ingush puede estar allanando el camino para una explosión social en la república más violenta de Rusia y resucitar los viejos fantasmas del adormecido Cáucaso.
https://www.lavanguardia.com/intern...el-caucaso-vuelve-a-inquietar-al-kremlin.html