Estados Unidos quiere reforzarse en el Ártico ante el empuje ruso
Obama insta al Congreso a aprobar la construcción de nuevos rompehielos
Marc Bassets Washington
2 SEP 2015 - 01:27 CEST
Estados Unidos quiere recuperar el terreno perdido ante Rusia en el Ártico. El presidente Barack Obama aprovechó este martes una visita a Alaska para pedir al Congreso la construcción de barcos rompehielo, necesarios para garantizar la presencia estadounidense en la región. EE UU tiene dos rompehielos operativos; Rusia, 40. Los países de la región buscan el control de la soberanía y los recursos naturales. El cambio climático reduce la superficie helada y abre más rutas. El Ártico se ha convertido en el escenario de la tensión geopolítica.
Obama es el primer presidente estadounidense en visitar el Ártico de EE UU, que engloba una parte de
Alaska. El primer presidente en viajar a Alaska fue William G. Harding, en 1923.
“Llegó aquí en respuesta a un declive alarmante de los recursos pesqueros”, dice por teléfono Michael Hawfield, profesor de historia en la Universidad de Alaska-Anchorage. La agenda de Harding era similar a la del actual presidente: el medioambiente. Si a Harding le preocupaba la pesca, el objetivo de Obama es llamar la atención sobre el cambio climático.
Uno de los efectos de éste es el deshielo de las aguas polares. El deshielo facilita el tránsito marítimo y realza el interés comercial y geopolítico en una zona cerrada hasta hace poco al tráfico y lejos de las prioridades de la política exterior de la primera potencia.
Donde confluyen Rusia y América
Alaska, con 736.000 habitantes, es el mayor Estado de EE UU y el más cercano a Rusia: 4 kilómetros separan una isla rusa y otra estadounidense en el estrecho de Bering.
EE UU compró Alaska a Rusia en 1867 por 7,2 millones de dólares. En 1959 se convirtió en Estado, el número 49. Le siguió Hawái, donde nació Barack Obama.
Alaska depende del petróleo y la pesca. También de los subsidios federales. La visita de Obama realza su papel en la lucha contra el cambio climático y su posición geoestratégica.
En 2013, la Casa Blanca publicó su
Estrategia nacional para la región del Ártico. El documento establece como prioridades la “promoción de los intereses de seguridad de Estados Unidos”. Esto incluye el apoyo a actividades científicas y de seguridad y la defensa nacional.
Desde el final de la Guerra Fría, el espíritu de cooperación ha prevalecido entre los países de la región, agrupados como miembros permanentes del Consejo del Ártico: EE UU, Canadá, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega, Rusia y Suecia.
Pero el deterioro de las relaciones a raíz del conflicto en Ucrania que se vive entre EE UU y la UE, por un lado, y Rusia, de otro, ha sembrado la desconfianza. Los socios occidentales han impuesto sanciones a Rusia y la mayoría ha suspendido las relaciones militares. En los últimos meses se han producido desplantes en algunas reuniones del grupo.
Expresiones como “la
Guerra Fría del Ártico” se escuchan en Washington.
El nuevo telón de hielo —juego de palabras con el metafórico telón de acero que dividió Europa durante la Guerra Fría— es el título de un informe del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, en sus iniciales inglesas), un referente en materia de seguridad nacional. El informe compara la militarización del Ártico impulsada por el presidente ruso Vladímir Putin con el Ártico rojo, la exploración del norte ruso durante los años treinta en la Unión Soviética de Stalin.
En la competición por el nuevo Ártico, Washington se siente en desventaja. Los nuevos rompehielos de la Guardia Costera no cambiarán los equilibrios, pero permitirán que EE UU actúe durante todo el año en el Océano Ártico. Obama pide dinero al Congreso para adelantar la construcción de un barco de 2022 a 2020 y construir otros nuevos.
“Ni siquiera jugamos en la misma liga que Rusia. No estamos jugando el mismo juego”, dijo hace unos meses el almirante Paul Zukunft, comandante de la Guardia Costera.
“Es el mayor refuerzo militar ruso desde la Guerra Fría”, dijo a los periodistas el gobernador de Alaska, Bill Walker, que el lunes viajó desde Washington con Obama en el
Air Force One. “Están reabriendo diez bases y construyendo cuatro más, y aquí estamos nosotros, en medio del charco, y nos sentimos un poco incómodos”.
Obama exhorta en Alaska a luchar contra el cambio climático
Alaska, el Estado más grande de EE UU, es por unos días un gran plató, el marco visual que el presidente Barack Obama ha elegido para lanzar a su país y al mundo un mensaje de urgencia: si no se actúa rápido contra el cambio climático, cuyos efectos son especialmente visibles en esta región, será demasiado tarde.
Obama concluye el miércoles una visita de tres días que le ha llevado a glaciares, pueblos indígenas castigados por la erosión, puertos pesqueros e incluso a un programa de supervivencia en televisión. A tres meses de la conferencia de París sobre el cambio climático, el presidente de EE UU ha admitido la responsabilidad de su país en el calentamiento del planeta, ha explicado los compromisos de EE UU para reducir las emisiones contaminantes y ha instado al resto de países a unirse en “un desafío que definirá, de forma más dramática que ningún otro, los contornos de este siglo”.
“El cambio climático ya no es un problema lejano. Está ocurriendo aquí. Está ocurriendo ahora”, dijo en Anchorage, la principal ciudad del Estado y primera escala del viaje. Desde 1979, dijo Obama, el hielo marítimo de verano ha retrocedido más de un 40% y las temperaturas del Ártico crecen dos veces más rápido que la media global.
El presidente dibujó un paisaje apocalíptico. “Si las tendencias continúan, no habrá ninguna nación de la Tierra que no sienta el impacto negativo”, dijo. “La gente sufrirá. La economía sufrirá. Naciones enteras tendrán problemas severos. Más sequía, más inundaciones, niveles del agua crecientes, grandes migraciones, más refugiados, más escasez, más conflicto”. Pero en Estados Unidos las políticas medioambientales topan con resistencias y algunos líderes del Partido Republicano cuestionan el papel humano en el cambio climático. Y en Alaska, que depende del petróleo, una fuente de energía contaminante, el presidente afronta algunos dilemas.
¿Cómo combatir el calentamiento sin destruir la fuente de prosperidad del Estado? La respuesta de la Casa Blanca es ambivalente y ha suscitado críticas de los ecologistas.
Obama ha fijado objetivos ambiciosos para reducir las emisiones, hasta un 28% en 2025 respecto a los niveles de 2005. Pero también ha aprobado el permiso a la petrolera Royal Dutch Shell para que perfore en aguas de Alaska.