A 60 años del primer vuelo del pulqui
Cuando parecía posible tocar el cieloEl 9 de agosto de 1947, hace 60 años, la Argentina se ponía a la vanguardia de la aviación mundial. Ese día despegaba el Pulqui I, un avión a reacción desarrollado en el Instituto Aerotécnico de Córdoba.
Fueron cuatro instantes, fugaces, pero tan dramáticos como para provocarle un estallido coronario en cadena a un grupo de hombres (algunos veinteañeros) que, pese al frío del invierno, transpiraban junto a una recta de tierra. Habían llegado con la presunción de que sería una jornada complicada, pero tal vez única en sus vidas.
Cuando todo estaba listo, las autoridades peinadas y vestidas para la foto, y el grupo de técnicos trataba de ocultar con sonrisas el miedo a lo desconocido, el sistema de amortiguación de la nariz comenzó a perder presión. Alguien le pegó un puntazo al pasto, maldiciendo... ¡No podía ser que semejante ocasión se viera arruinada por un amortiguador!
Habían pasado 13 meses desde el comienzo de un proyecto que ni siquiera alcanzaron a observar como "alocado", cuando se ajustó aquella pieza tramposa y la máquina rojiza miró al cielo. El decolaje, normal, produjo el segundo suspiro después de la reparación del amortiguador. Era la primera vez que el Pulqui I (Flecha) despegaba del piso, con la mano derecha del primer teniente Edmundo Weiss sobre el timón.
Y ellos lo habían parido, a puro talento. Era nada menos que uno de los primeros aviones a reacción del mundo, un prototipo monoplaza de jet de combate.
Ese primer vuelo fue en la mañana del 9 de agosto de 1947, desde la pista de la Escuela de Paracaidistas de Córdoba. Arrastraba en su viaje de ida un proyecto de país, en un tiempo en el que todo parecía posible.
Junto a la pista estaban el francés Emile Dewoitine y el equipo especial del Instituto Aerotécnico de Córdoba que integraban Norberto Morchio, Enrique Cardeilhac y Humberto Ricciardi, entre otros. Morchio (ingeniero a cargo de "proyecto y cálculo de estructuras") tenía 25 años y Ricciardi (su ayudante), 22. Toda una osadía.
Cuando trataban de reponerse del sofocón del despegue, un destello rojizo los sacudió de nuevo. Weiss, al sentirse cómodo con la criatura que volaba por primera vez, decidió apuntar hacia el grupo en un vuelo a 50 metros de altura y, de repente, levantó con un chandelle a 45 grados. Las recomendaciones habían sido claras: "Volá a 1.500 metros y no hagas giros más allá de los 30 grados". El piloto hacía todo lo contrario, y la máquina respondía. Tanto que desapareció de la vista y despertó otro temor por lo que ocurriría con un avión que no llevaba radio.
Pasaron casi 30 minutos cuando el pájaro reapareció. Su aterrizaje (perfecto, según los testigos) desató una alegría incontenible.
A escasos kilómetros de allí, en el centro de Córdoba, la gente sacaba entradas para ver El Pirata y la Dama con Johan Fontaine (1,40 peso la platea) o compraba en Gath & Chaves un sobretodo por 140 pesos. El evento de la semana era el próximo cocktail danssant, en el Córdoba Lawn Tenis, y por 1.050 pesos –volando con Ladar– era posible tomarse una semana en Río de Janeiro.
El jueves pasado, a 60 años y casi a la misma hora de aquella epopeya, el ingeniero Morchio se muestra sereno, pero por momentos no puede ocultar la emoción y el orgullo. Vive frente a la Casa de Gobierno, pero el movimiento de la calle Ituzaingó le es ajeno. Siente, a lo lejos, el zumbido de la turbina Rolls Royce lanzada a toda potencia. Morchio es el único integrante de la "mesa chica" de aquel proyecto que hoy puede contar la intimidad.
"Apenas me recibí en la Universidad Nacional de Córdoba entré como civil al Instituto y fui al proyecto del francés Dewoitine. Tenía 24 años cuando empezamos, pero todo parecía posible. No le temíamos a nada. Era el único ingeniero trabajando sobre los planos del Pulqui, tan es así que todos llevan mi firma. A medio camino de trabajo, se sumó Ricciardi (con 21 años) como colaborador mío. Él hacía el servicio militar".
El Instituto Aerotécnico (ex Fábrica Militar de Aviones, hoy Lockheed) estaba bajo el ala del inquieto comodoro Juan Ignacio San Martín (después gobernador de Córdoba) y del brigadier general Bartolomé de la Colina. En ese comienzo de la Guerra Fría, con Juan Domingo Perón en el poder, el polo de desarrollo industrial cordobés podía hacer una moto Puma, un Rastrojero o un "avión a chorro". Era la Argentina de la posguerra, el país que apuntaba al nunca alcanzado desarrollo industrial y que, en ese momento, desplegaba una tecnología que había tenido Alemania y a la que solo accedían Estados Unidos y Gran Bretaña. Después se sumaría la Unión Soviética.
"El pedido de San Martín para con el equipo de trabajo era lograr un avión que llegara a los 850 kilómetros por hora, el límite de la época, al que quería llegar el Gobierno inicialmente. Y lo empezamos a buscar sobre la base de una máquina a hélice que Dewoitine había desarrollado en España. Él llegó allí escapando de Francia, donde trabajó para los nazis", recuerda Morchio.
"Todos los países avanzados intentaban apoderarse de la tecnología alemana –recuerda–, que en aviación era la más avanzada. Lo vivimos en ese momento y, luego, cuando Kurt Tank se sumó para desarrollar el Pulqui II".
Entre anécdotas y simulaciones de vuelo con su mano derecha, el ingeniero pone énfasis en las dificultades de la época, cuando todo se hacía con el sistema primario de cálculos y dibujo.
"Dewoitine fue muy claro conmigo: ‘Una coma mal puesta le puede costar la vida al piloto’, me dijo. Claro, todo lo hacíamos con la regla de cálculos y los decimales no siempre caían justo", apunta.
Cuando este grupo de trabajo puso al Pulqui I en el aire, ningún país había alcanzado la velocidad del sonido (superior a los mil kilómetros por hora) y la aviación en sí era algo incipiente. Había comenzado a despuntar en 1903.
El Pulqui I llegó a los 700 kilómetros por hora, algo menos que la velocidad pedida por la cúpula del Gobierno. "Cuando hacíamos el Pulqui II, Kurt Tank (el alemán que sucedió a Dewoitine) probó el Pulqui I, porque también era piloto, y lo trajo con las alas despintadas. Nunca supimos hasta dónde lo llevó", dice Morchio, mientras acaricia la réplica que lo acompaña en su hogar.
El otro despegue
Después del logro alcanzado con el Pulqui I, los jóvenes ingenieros Norberto Morchio y Humberto Ricciardi recibieron de San Martín la noticia de que había finalizado el contrato del Estado con el francés Dewoitine, pero que ahora tendrían un desafío mayor: "El Gobierno quiere batir el récord mundial de velocidad", les dijo. Era el final de la década de los años ‘40 y Juan Domingo Perón se aprestaba a promover su reelección.
"Y nos pusimos a trabajar. No había mucha bibliografía, pero encontramos una revista técnica de Estados Unidos con algunos planos. El récord estaba en los 950 kilómetros por hora", recuerda Morchio.
Cuando estaban en un grado de avance importante fueron citados a una reunión donde les presentaron a dos alemanes, de nombres que luego comprobarían ficticios. Uno de ellos insistía, traductor mediante, con preguntas sobre el proyecto. "Después nos enteramos de que era Kurt Tank, uno de los diseñadores más importantes del mundo", dice Morchio.
Cordobeses y alemanes comenzaron a desarrollar proyectos paralelos. En un momento, y ante la similitud de diseño, San Martín los llamó a unificar criterios y darle forma al Pulqui II. "No me gustó que los alemanes ocultaran tantas cosas, pese a que Tank era muy correcto, y decidí dejar el Instituto", apunta.
Ese aterrizaje se produjo en 1950. Morchio puso una fábrica de motores eléctricos y se olvidó de crear aviones.
fuente: Articulo publicado el 12/08/07 en el diario la voz del interior.
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