EL ARTICO, LAS MALVINAS Y LAS FUERZAS NAVALES
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Bienvenidos al Siglo XIX (en el siglo XXI): El Ártico, las Malvinas y las Fuerzas Navales
A fines del siglo pasado, la esperanza de poder vivir bajo los llamados “dividendos de la paz” —producto del fin de la contienda bipolar—, nos llevó a subvaluar los aspectos más recurrentes en la historia de la política internacional, como ser la constante competencia por la adquisición de recursos estratégicos, que incrementan el poder de aquellos que los detentan y generan vulnerabilidades a quienes no los pueden poseer.
La presencia de Rusia en aguas del Ártico disparó una reacción directa por parte de Canadá a efectos de proteger su soberanía debido al extenso litoral marítimo vinculado con la región.
Para Canadá el problema del Ártico tiene dos vetas relevantes. En primer lugar, implica un problema de soberanía sobre una zona que también es reclamada por Rusia, los Estados Unidos (EE.UU.) y Dinamarca, debido a las riquezas existentes tanto en gas como en petróleo. Las mejoras tecnológicas, junto con un incremento del precio internacional del crudo, una reducción de costos de extracción y las alteraciones geográficas producidas por el cambio climático —que posibilitarían la explotación de los recursos que se encuentran en el lecho marino—, son factores relevantes en el juego político en desarrollo.
En segundo lugar, fundamentalmente debido al cambio climático, se está habilitando la conexión interoceánica en lo que se conoce como el “Pasaje del Noroeste”. El mismo comunica al Océano Atlántico con el Pacifico, comenzando a ser operable por mayor cantidad de tiempo durante el año, incrementándose así los niveles de tráfico naval y generando un creciente interés por declarar al mismo como paso interoceánico —por lo tanto sujeto a la libre navegación—, mientras que Canadá lo considera parte de sus aguas territoriales.
Frente a tal situación, Canadá decidió emplear el medio más convincente que tenía para reafirmar su soberanía en la disputada región: sus Fuerzas Navales. Estas son la herramienta elegida políticamente para implementar la estrategia ártica de Canadá, la cual se sintetiza en las palabras de su primer ministro Stephen Harper: “Úsalo o piérdelo”.
A tal efecto se ha aprobado un incremento presupuestario de US$ 6.000 millones destinados a las mejoras de las fragatas clase Halifax, la construcción de seis patrulleros rompehielos armados, la edificación de un puerto de aguas profundas y una base naval, la ampliación del radio de vigilancia aérea usando Unmanned Aircraft Vehicles (UAV) y una presencia más sostenida de reservistas armados.
Por último, se ha realizado un llamado a licitación para poner sonares en el Pasaje del Noroeste, a efectos de monitorear el tráfico submarino.
El diario Wall Street Journal señaló que el Ártico es un problema geopolítico, ya que para poder explotar una zona marítima hay que contar con dos factores: proximidad y medios. Rusia esta mejor posicionada en ambos campos, ya que los EE.UU. tienen medios, pero no proximidad; y Canadá tiene proximidad pero no medios. Las desconfianzas existentes entre sendos países por la explotación de dicho pasaje, junto con la poca voluntad para resolver el problema, explican porqué Rusia logró obtener una ventaja en relación a su presencia en el Ártico.
Canadá además tiene problemas en materia de territorialidad y derechos soberanos con Dinamarca (segundo aliado de la Organización del Atlántico Norte), la cual tiene un reclamo superpuesto por el Ártico — debido a Groenlandia— y disputa soberanía por la isla de Hans, que se encuentra ubicada entre este territorio y la isla de Ellesmere. Frente a esta realidad, la estrategia de Canadá busca reafirmar sus derechos, al mismo tiempo que refuerza su argumentación diplomática con un patrullaje intensivo visible y no agresivo de las zonas disputadas, reafirmando desde lo militar su sentido de pertenencia y dejando en claro que tiene derechos legítimos que defenderá de la manera más conveniente a sus intereses. Soberanía en el Ártico, para Canadá, supone presencia naval.
Pensando en el Sur del Continente
La situación del Ártico invita a la reflexión en la República Argentina para pensar la importancia que tienen las Armadas en la actualidad, a la luz de episodios recientes en el Sur del continente.
En primer lugar, el Reino Unido manifestó su voluntad de extender en 350 millas al Este la plataforma continental circundante a las Islas Malvinas, atribuyéndose el derecho de explotación de los recursos que existan en esa zona, poniendo de manifiesto que aunque en nuestro país en materia de defensa no se hable más de hipótesis de conflictos, la cuestión Malvinas sigue siendo una de ellas —ya no sólo por el territorio en disputa, sino por los derivados internacionales que el paso del tiempo nos pueda presentar—.
En segundo lugar, se advierte la distancia existente entre los dichos y los hechos en materia de política de defensa nacional en nuestro país. Por un lado, se habla de la necesidad de tener un aparato de defensa que responda a las necesidades de proteger los recursos naturales frente a una posible usurpación por parte de potencias extranjeras que quieran abusar de esos recursos. Sin embargo, se deja completamente fuera de la discusión pública el extenso litoral marítimo que poseemos, donde efectivamente se asienta una potencia extranjera que aspira a explotarlos en caso de obtener el apoyo de la comunidad internacional de acuerdo a lo establecido en la Convención del Mar.
En el caso de la Argentina, su integridad territorial implica el control soberano sobre parte del Atlántico Sur, permitiendo que se puedan explotar las riquezas existentes de manera sustentable y poniendo límites concretos a aquellos que hoy se abusan debido a la limitada capacidad de control existente. Pero en el mar argentino se aplica la misma regla explicitada por el Primer Ministro canadiense: “Úsalo o Piérdelo”.
En tercer lugar, las Armadas no son un “lujo” para un país con litoral marítimo, sino una necesidad.
Ahora bien, tener una fuerza naval operativa implica años de preparación, equipamiento y conocimiento de empleo. Las capacidades navales son las que más lentamente se ponen en funcionamiento, son difíciles de construir. Cuando una de esas capacidades se pierde lleva años volver a reconstruirlas y, por sobretodo, son costosas. Las armadas sirven al Estado para saber; a) quién está en sus aguas y con qué propósito, b) mantener el ejercicio de autoridad del gobierno en las aguas territoriales, y c) responder de forma rápida y efectiva a las violaciones que sucedan en aguas de jurisdicción nacional.
En cuarto lugar, el caso del Ártico muestra una arista conflictiva en la relación entre aliados. Es indudable que existen avances en las relaciones militares con Chile. Pero cada vez más esa cooperación es producto de la debilidad relativa de la Argentina y del progreso lento —aunque sustantivo— de la Armada Chilena. Chile ha re-equipado su flota a los estándares del Siglo XXI y bajo estándar OTAN, lo cual le permite interoperar —entre otros posibles aliados— con la Armada Británica. Curiosamente, el Ministro de Defensa de ese país estuvo durante el año 2006 y expresó la voluntad de cooperación naval con Chile, al momento de que la relación bilateral entre la Argentina y Gran Bretaña entró decididamente en un período de congelamiento.
Canadá ya se está preguntando qué rol va a tener en futuras coaliciones con sus aliados frente a la posibilidad de quedar desfasado tecnológicamente. Esa pregunta es aplicable a nosotros con relación a Chile.
¿Qué rol vamos a tener en las coaliciones cooperativas frente a la incorporación de material moderno por parte de nuestros socios y la obsolescencia del nuestro? También debemos hacernos otra pregunta compleja pero necesaria: ¿qué elementos de presión diplomática tenemos a disposición para cuando nuestros derechos sean vulnerados, o cuando surjan conflictos territoriales —que los hay, entre ellos la Antártida—, frente a naciones que tienen intereses en los mismos espacios territoriales que nosotros?
Por último, la máxima autoridad del país realizó una locuaz defensa de la soberanía argentina sobre las Malvinas y manifestó su oposición a la postura de extensión territorial por parte del Reino Unido. Recibió
y domésticamente nos quedamos tranquilos porque se habló de la cuestión de la soberanía de Malvinas en un foro internacional “relevante” como son las Naciones Unidas.
No obstante, por su parte, los Británicos respondieron realizando un ejercicio militar de una semana de duración en Malvinas, el cual se inició el 28 de septiembre llamado “Comando Strike” a cargo de la Royal Navy y de los Royal Marines, reafirmando —de hecho— su soberanía por posesión en las Islas, y dejando bien en claro que a las palabras se las puede llevar el viento.
Por Juan E. Battaleme
Profesor de Teoría de las Relaciones Internacionales en la Universidad Argentina de la Empresa (UADE).
Diciembre 2007
CARI, Boletín del ISIAE N°44