Nicolas Kasanzew
Corresponsal Veterano Guerra de Malvinas
Acabo de recibir este correo:
Estoy mirando por la tele el regreso de la Selección Nacional de Fútbol, que acaba de ser elminada en los cuartos de final de la copa del mundo. Jóvenes sanos y fuertes, muchos de ellos llenos de ilusiones y de amor por la causa que los convocó, y que vistieron los colores de la Patria con orgullo y bizarría. Sus caritas tristes semejan niños desvalidos. Gracias a Dios, veo a mis compatriotas dándoles la más sana y generosa bienvenida, embanderados de azul y blanco.
Y no puedo dejar de recordar cuando en 1982 llegaron los soldados argentinos que habían combatido en Malvinas, en pos de un sueño y movidos por el amor más sagrado y más santo.
Habían estado durante los meses más crudos de nuestro imvierno austral y habían sido vencidos en una contienda desigual contra el UK, apoyado mal disimuladamente por la OTAN. Habían dejado en nuestras islas algo más que un sueño y muchos kilos de su peso corporal. En la turba habían quedado hermanos, compañeros, piernas, brazos. Habían quedado también las Armas de la Patria.
Y por más que hago memoria, y si bien ya pasaron casi 30 años, no logro recordar - ni por asomo - una demostración de afecto mínima, aunque sea lejanamente parecida a la que estoy viendo en la tele, en esta tarde de domingo de invierno también. Y también triste, aunque no trágica. Pobres nuestros soldados de la Patria. Qué solos debieron sentirse, cuántas lágrimas se habrán secado mutuamente, ante la ausencia del amigo o del hermano argentino que no estaba esperando para darles las gracias y la bienvenida, prestarles el hombro y acaso un pañuelo limpio...
Qué extraña esta Patria nuestra que tanto nos duele en el alma y que ríe y canta con sus campeones vencidos en el fútbol, y guarda silencio y se ausenta, para cuando llega la hora de dar consuelo, agradecimiento y amor, a los Soldados de la Patria.
Estoy mirando por la tele el regreso de la Selección Nacional de Fútbol, que acaba de ser elminada en los cuartos de final de la copa del mundo. Jóvenes sanos y fuertes, muchos de ellos llenos de ilusiones y de amor por la causa que los convocó, y que vistieron los colores de la Patria con orgullo y bizarría. Sus caritas tristes semejan niños desvalidos. Gracias a Dios, veo a mis compatriotas dándoles la más sana y generosa bienvenida, embanderados de azul y blanco.
Y no puedo dejar de recordar cuando en 1982 llegaron los soldados argentinos que habían combatido en Malvinas, en pos de un sueño y movidos por el amor más sagrado y más santo.
Habían estado durante los meses más crudos de nuestro imvierno austral y habían sido vencidos en una contienda desigual contra el UK, apoyado mal disimuladamente por la OTAN. Habían dejado en nuestras islas algo más que un sueño y muchos kilos de su peso corporal. En la turba habían quedado hermanos, compañeros, piernas, brazos. Habían quedado también las Armas de la Patria.
Y por más que hago memoria, y si bien ya pasaron casi 30 años, no logro recordar - ni por asomo - una demostración de afecto mínima, aunque sea lejanamente parecida a la que estoy viendo en la tele, en esta tarde de domingo de invierno también. Y también triste, aunque no trágica. Pobres nuestros soldados de la Patria. Qué solos debieron sentirse, cuántas lágrimas se habrán secado mutuamente, ante la ausencia del amigo o del hermano argentino que no estaba esperando para darles las gracias y la bienvenida, prestarles el hombro y acaso un pañuelo limpio...
Qué extraña esta Patria nuestra que tanto nos duele en el alma y que ríe y canta con sus campeones vencidos en el fútbol, y guarda silencio y se ausenta, para cuando llega la hora de dar consuelo, agradecimiento y amor, a los Soldados de la Patria.