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El gaucho Rivero
Fuente: Agenda de Reflexión - Investigación histórica de Pablo Hernández y Horacio Chitarroni.
El 26 de agosto último se celebro el 170º aniversario de la heroica sublevación de un grupo de gauchos e indios en las Islas Malvinas, acaudillados por el gaucho Rivero, un precursor de la unidad de las banderas de la justicia social y de la soberanía nacional en las luchas populares.
1833 no fue un buen año para la Confederación Argentina. Don Juan Manuel de Rosas, a pesar de la ayuda que ha brindado a los Treinta y tres orientales es,
todavía, solamente el astuto estanciero de Los Cerrillos; no se ha plasmado aún en plenitud su personalidad de gran caudillo nacional.
Ha finalizado su primer gobierno de Buenos Aires en diciembre de 1832, ha rechazado en varias oportunidades su reelección en la Sala de Representantes, y marcha a la expedición al desierto.
Lo sucede en el gobierno de la provincia Juan Ramón Balcarce, un federal íntegro aunque moderado, que empieza por cometer el error de designar ministro de guerra a su primo Enrique Martínez, cabeza de los “lomonegros” y de la política antirrosista.
Al déficit económico público habría que sumar los estragos producidos por las continuas sequías, y ahora también el reclamo por parte de la Casa Baring del préstamo otorgado durante la administración de Rivadavia en 1824.
La esposa de Rosas, doña Encarnación Ezcurra, acosada en Buenos Aires, le escribe al brigadier general en campaña: “... lo mismo me peleo con los cismáticos que con los apostólicos débiles, pues los que me gustan son los de hacha y tiza”. Es que se está gestando -misteriosamente, en forma lenta pero firme- la Revolución de los Restauradores.
Mientras, muy lejos de Buenos Aires, se había producido la usurpación británica a las Islas Malvinas por los marinos ingleses de la corbeta
Clío. El capitán Oslow había dejado encargado al colono irlandés William Dickson la administración del archipiélago, y la misión de izar el pabellón británico cada vez que un barco se aproximara a puerto.
El gobernador Luis Vernet había renunciado a su cargo en marzo de 1833 a fin de evitarse problemas con Gran Bretaña; regresó a Buenos Aires, pero siguió desarrollando normalmente, con la autorización inglesa y a través de sus capataces, la administración de sus negocios particulares en la colonia de Puerto Louis.
Desde tiempo atrás, un vivo descontento cundía entre los peones de Vernet, en razón de la explotación a que eran sometidos. Además, la paga se les abonaba no en dinero, sino en vales emitidos por el propio ex-gobernador, y que para colmo Dickson, que oficiaba a la vez de despensero de la colonia, no aceptaba.
Por otra parte, les prohibían matar ganado manso para alimentarse, obligándolos a cazar animales chúcaros. La indignación creció cuando luego de la usurpación se comprobó que los explotadores actuaban en perfecta armonía con los extranjeros que izaban la insignia británica.
Lo cierto es que el 26 de agosto de 1833 un grupo de ocho peones, todos analfabetos, acaudillados por el gaucho entrerriano Antonio Rivero, se sublevó y atacó a los encargados del establecimiento, dando muerte a cinco personas, entre ellas al capataz Simón y al despensero William Dickson. Luego se instalaron en la vivienda principal, arriaron la bandera inglesa e izaron la azul y blanca.
En días subsiguientes, el resto de los colonos cuyas vidas habían sido respetadas pudieron escapar y permanecieron refugiados en el pequeño islote Peat. Así, ambos grupos vivieron separados durante varios meses, sufriendo avatares diversos.
Finalmente, los primeros días de 1834, dos buques británicos llegan a la isla Soledad para recuperar la usurpación, organizando una partida armada para capturar a los gauchos, los que a su vez sufren una traición y una deserción antes de huir al interior de la isla.
No les resultó fácil a los ingleses, que necesitaron enviar varias expediciones, pero por fin logran apresar a los peones, engrillarlos y conducirlos detenidos a Gran Bretaña para ser juzgados.
Allí permanecen por varios meses presos hasta que el ministerio fiscal, estudiados los antecedentes del caso, le aconseja al Almirantazgo dejarlos en libertad y embarcarlos de vuelta a Buenos Aires, lo que así ocurre.
Se ha afirmado -aunque sin demostrarlo- que el gaucho Antonio Rivero perdió la vida mucho después, luchando valientemente para la Confederación en el combate de la Vuelta de Obligado.
Hasta aquí los hechos. Ahora, veamos la actitud de los historiadores.
En primer lugar, el dictamen de la Academia Nacional de la Historia de 1966 de Ricardo Caillet Bois y Humberto Burzio, que considera al grupo de patriotas que recuperó fugazmente el territorio arrebatado por la prepotencia imperial como simples “delincuentes”, ya que, luego de analizar documentos exclusivamente de origen británico, concluye que “ningún deseo de reivindicación nacional movió a esos hombres. Aparentemente ellos estaban molestos porque no se les pagaba debidamente por sus tareas”
.
Otras corrientes distintas de la historiografía oficial interpretan de manera diversa el levantamiento de los gauchos de Malvinas. Por ejemplo, desde la revista
Todo es historia de Félix Luna, Juan Lucio de Almeida opta por una posición intermedia: si bien no puede probar que Rivero actuó “movido por patriotismo”, tampoco “su acto fue el de un criminal común”.
El revisionismo histórico tradicional, por su parte, rescata la figura de Rivero, pero poniendo sólo el acento en los móviles patrióticos que impulsaron su acción, dejando de lado los condicionantes de la reivindicación social.
Por último, es notable cómo en todos los documentos testimoniales de fuentes británicas se habla de “gauchos y de indios” con una innegable connotación de salvajismo y barbarie.
Si se nos permite ahora, nuestra propia opinión -o lectura historiográfica- es que, de lo que hemos leído sobre el gaucho Rivero, la perspectiva de Pablo Hernández y Horacio Chitarroni, la de José María “Pepe” Rosa, y el trabajo de Fermín Chávez son los únicos que develan la cuestión central en el levantamiento malvinero de 1833, que es el de la unidad y coherencia de las luchas sociales y nacionales, de la justicia social y de la soberanía nacional, de las reivindicaciones populares y las patrióticas.
El gauchaje iletrado de entonces, criollos por cuyas venas corría sangre aborigen (de “nuestros paisanos los indios”, gustaba llamarlos San Martín), al igual que el pobrerío de hoy, no podrá explicar cabalmente ni la filiación de los agresores, ni el “significado profundo de la lucha”, pero se dolía ya, y se duele todavía, de la patria y la dignidad agredidas.
Como sostiene “Pepe” Rosa: “Basándolos en interrogatorios en inglés del curioso proceso, nos aclaran que Rivero era un gaucho peleador, tal vez de malos antecedentes y que se juntaba con antiguos confinados. Pero también Martín Fierro era un gaucho peleador, de malos antecedentes, y que se juntaba con matreros como él”.
Lo cierto es que por la misma época en que el analfabeto gaucho Antonio Rivero daba testimonio viviente de ello en las heladas tierras australes, el Padre de la Patria, el general José de San Martín, escribía: “Pocos o muchos, sin contar los elementos, los argentinos saben siempre defender su independencia”.
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