Cuadros que marcaron a fuego, para bien y para mal, la historia de La Legión.
Hélie de Saint-Marc, Gran Cruz de la Legión de Honor.
El comandante Hélie de Saint-Marc va a ser elevado a la dignidad de Gran Cruz de la Legión de Honor, la distinción más alta que la República francesa confiere.
Hélie de Saint-Marc, de 89 años, es una personalidad bien conocida y muy respetada por su humanismo, mucho más allá del mundo militar: miembro de la Resistencia, deportado, oficial de la Legión extranjera, participó en el putsch de los generales, en 1961. Detenido, permaneció cinco años en prisión, antes de ser indultado. Es autor de numerosos libros, y sus Memorias, "los campos de brasas", fue muy exitoso.
Él encarna, mejor que ninguno, el destino trágico de toda una generación de militares, que rescató del olvido recientemente el Premio Goncourt.
Uno de los prólogos de la edición de sus memorias:
La vida de Hélie Denoix de Saint-Marc se parece a una novela turbia y desgarradora: la Resistencia, la Gestapo, Buchenwald, la Legión extranjera, tres estancias en Indochina, el Canal de Suez, Argelia, el pustch de Argelia a la cabeza del 1º Regimiento extranjero de paracaidistas (REP), un proceso que causó sensación y una condena a diez años de reclusión criminal... Una vida que comienza en la respetabilidad de una familia acomodada y termina en el banquillo de los acusados.
Del campo de Buchenwald a la prisión de Tulle, todos los que rodearon a Hélie de Saint-Marc señalaron su brillantez. Durante su proceso judicial, toda la prensa, sea de extrema derecha hasta extrema izquierda, manifestó su confusión frente a la rebelión y la condena de un hombre que no tenía nada de fanático. El general Ingold, canciller de la Orden de la Liberación, dimitió del Alto Tribunal del que era miembro, en signo de protesta contra el juicio al comandante de Saint-Marc.
Si él encarna la trayectoria de toda una generación, el comandante de Saint-Marc supera el destino de los "soldados perdidos". Extraña mezcla de coraje y sensibilidad, de dureza e idealismo, él lleva una mirada inesperada sobre la sucesión de pruebas que debió atravesar.
Siguiendo el hilo de esta vida tan fuera de lo común, en el curso de una investigación de varios años, de Bordeaux a Hanoi, pasando por Argelia, el autor reunió documentos inéditos y recogió numerosos testimonios, entre los que estuvo por supuesto el de Hélie de Saint-Marc, que aceptó quebrar un silencio de veinte años.
Palabras del Comandante Hélie de Saint-Marc:
«
Que decirle a un joven de 20 años»
Cuando se conoció todo y lo contrario de todo,
cuando se vivió mucho y ya es el crepúsculo de su vida,
estamos tentados de no decir nada,
sabiendo que a cada generación le basta su pena,
sabiendo así que la búsqueda, la duda, los replanteos
forman parte de la nobleza de la existencia.
Sin embargo, no quiero ocultarme,
y a este joven interlocutor, le responderé,
recordando lo que escribía un autor contemporáneo:
«No hay que encerrarse en su verdad
y querer mantenerla como una certeza,
mejor saber ofrecerla como un misterio».
A mi joven interlocutor,
diré pues, que vivimos un período difícil
donde las bases de lo que se llamaba Moral
y que hoy se llama Ética,
son puestas en discusión constantemente,
en particular en los dominios del don de la vida,
de la manipulación de la vida,
de la interrupción de la vida.
En estos dominios,
terribles cuestiones nos esperan en las décadas venideras.
Sí, vivimos un período difícil
donde el individualismo sistemático,
el provecho a cualquier precio,
el materialismo,
se erigen sobre las fuerzas del espíritu.
Sí, vivimos un período difícil
donde siempre es cuestión de derechos y nunca de deber
y donde la responsabilidad que es el peso de todo destino,
tiende a ser ocultada.
Pero le diré a mi joven interlocutor que a pesar de todo,
hay que creer en la grandeza de la aventura humana.
Hay que saber,
hasta el último día,
hasta la última hora,
deslizarse por su propio peñasco.
La vida es un combate
el oficio de hombre es un duro oficio.
Los que viven son los que pelean.
Hay que saber
que nada es seguro,
que nada es fácil,
que nada es regalado,
que nada es gratuito.
Todo lo que se conquista con esfuerzo, se merece.
Si no hay sacrificio, no tiene valor lo que se obtiene.
Le diré a mi joven interlocutor
que para mi visión muy modesta,
creo que la vida es un don de Dios
y que hay que saber descubrir más allá de lo aparente
así como lo absurdo del mundo,
que le da significado a nuestra existencia.
Le diré
que hay que saber encontrar a través de las dificultades y las pruebas,
esta generosidad,
esta nobleza,
esta belleza milagrosa y misteriosa repartida a través del mundo,
que hay que saber descubrir estas estrellas,
que nos guían donde estemos sumergidos
en lo más hondo de la noche
y el temblor sagrado de las cosas invisibles.
Le diré
que todo hombre es una excepción,
que él tiene su propia dignidad
y que hay que saber respetar esta dignidad.
Le diré
que contra viento y marea
hay que creer en su país y en su futuro.
Finalmente, le diré
que de todas las virtudes,
la más importante, porque es la fuerza motriz de todas las demás
y que es necesaria para el ejercicio de las otras,
de todas las virtudes,
la más importante me parece ser el coraje, los corajes,
y sobre todo aquello de lo que no se habla
y que consiste en ser fiel a sus sueños de juventud.
Y practicar este coraje, estos corajes,
es tal vez esto…
«El Honor de Vivir»
Hélie de Saint-Marc
Museo de la Legión de Honor en Paris.
Fuentes:
Marianne2 Jean-Dominique Merchet 04 de noviembre de 2011
Laurent Beccaria
Mémoires les champs de braises.
Traducción propia.
.
Hélie de Saint-Marc, Grand Croix de la Légion d'honneur.
Le commandant Hélie de Saint-Marc va être, selon nos informations, élevé à la dignité de Grand-Croix de la Légion d'Honneur, la plus haute distinction que la République peut conférer.
Hélie de Saint-Marc, 89 ans, est une personnalité bien connue et très respectée pour son humanisme, bien au-delà du monde militaire: résistant, déporté, officier de la Légion étrangère, il participe au putsch des généraux, en 1961. Arrêté, il reste cinq ans en prison, avant d'être grâcié. Il est l'auteur de nombreux livres, dont ses Mémoires, "les Champs de braise", ont connu un grand succès.
Il incarne, mieux que quiconque, le destin tragique de toute une génération de militaires, que retrace le récent Prix Goncourt.
Marianne2 Rédigé par Jean-Dominique Merchet 04 Novembre 2011
La vie d'Hélie Denoix de Saint Marc ressemble à un roman troublé et déchirant: la Résistance, la Gestapo, Buchenwald, la Légion étrangère, trois séjours en Indochine, Suez, l'Algérie, le putsch d'Alger à la tête du 1er régiment étranger de parachutistes (R.E.P), un procès à sensation et une condamnation à dix ans de réclusion criminelle... Une vie qui commence dans la respectabilité d'une famille protégée et aboutit sur le banc des accusés.
Du camp de Buchenwald à la prison de Tulle, tous ceux qui ont côtoyé Hélie de Saint Marc ont souligné son rayonnement. Lors de son procès, toute la presse, de quelque bord qu'elle fût, manifesta son trouble devant la révolte et la condamnation d'un homme qui n'avait rien d'un fanatique. Le général Ingold, chancelier de l'ordre de la Libération, démissionna du Haut Tribunal dont il était membre en signe de protestation contre le jugement frappant le commandant de Saint Marc.
S'il incarne le parcours de toute une génération, le commandant de Saint Marc dépasse le destin des "soldats perdus". Étrange mélange de courage et de sensibilité, de dureté et d'idéalisme, il porte un regard inattendu sur la succession d'épreuves qu'il a traversées.
En suivant le fil de cette vie hors du commun au cours d'une enquête de plusieurs années, de Bordeaux à Hanoi, en passant par Alger, l'auteur a réuni des documents inédits et recueilli de nombreux témoignages - dont bien sûr celui d'Hélie de Saint Marc qui a accepté de briser pour lui un silence de vingt ans.
«Que dire a un jeune de 20 ans»
Quand on a connu tout et le contraire de tout,
quand on a beaucoup vécu et qu’on est au soir de sa vie,
on est tenté de ne rien lui dire,
sachant qu’à chaque génération suffit sa peine,
sachant aussi que la recherche, le doute, les remises en cause
font partie de la noblesse de l’existence.
Pourtant, je ne veux pas me dérober,
et à ce jeune interlocuteur, je répondrai ceci,
en me souvenant de ce qu’écrivait un auteur contemporain :
«Il ne faut pas s’installer dans sa vérité
et vouloir l’asséner comme une certitude,
mais savoir l’offrir en tremblant comme un mystère».
A mon jeune interlocuteur,
je dirai donc que nous vivons une période difficile
où les bases de ce qu’on appelait la Morale
et qu’on appelle aujourd’hui l’Ethique,
sont remises constamment en cause,
en particulier dans les domaines du don de la vie,
de la manipulation de la vie,
de l’interruption de la vie.
Dans ces domaines,
de terribles questions nous attendent dans les décennies à venir.
Oui, nous vivons une période difficile
où l’individualisme systématique,
le profit à n’importe quel prix,
le matérialisme,
l’emportent sur les forces de l’esprit.
Oui, nous vivons une période difficile
où il est toujours question de droit et jamais de devoir
et où la responsabilité qui est l’once de tout destin,
tend à être occultée.
Mais je dirai à mon jeune interlocuteur que malgré tout cela,
il faut croire à la grandeur de l’aventure humaine.
Il faut savoir,
jusqu’au dernier jour,
jusqu’à la dernière heure,
rouler son propre rocher.
La vie est un combat
le métier d’homme est un rude métier.
Ceux qui vivent sont ceux qui se battent.
Il faut savoir
que rien n’est sûr,
que rien n’est facile,
que rien n’est donné,
que rien n’est gratuit.
Tout se conquiert, tout se mérite.
Si rien n’est sacrifié, rien n’est obtenu.
Je dirai à mon jeune interlocuteur
que pour ma très modeste part,
je crois que la vie est un don de Dieu
et qu’il faut savoir découvrir au-delà de ce qui apparaît
comme l’absurdité du monde,
une signification à notre existence.
Je lui dirai
qu’il faut savoir trouver à travers les difficultés et les épreuves,
cette générosité,
cette noblesse,
cette miraculeuse et mystérieuse beauté éparse à travers le monde,
qu’il faut savoir découvrir ces étoiles,
qui nous guident où nous sommes plongés
au plus profond de la nuit
et le tremblement sacré des choses invisibles.
Je lui dirai
que tout homme est une exception,
qu’il a sa propre dignité
et qu’il faut savoir respecter cette dignité.
Je lui dirai
qu’envers et contre tous
il faut croire à son pays et en son avenir.
Enfin, je lui dirai
que de toutes les vertus,
la plus importante, parce qu’elle est la motrice de toutes les autres
et qu’elle est nécessaire à l’exercice des autres,
de toutes les vertus,
la plus importante me paraît être le courage, les courages,
et surtout celui dont on ne parle pas
et qui consiste à être fidèle à ses rêves de jeunesse.
Et pratiquer ce courage, ces courages,
c’est peut-être cela...
«L’Honneur de Vivre»
Hélie de Saint Marc
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