El suelo de Berlín es una mina de secretos históricos
Durante el nazismo, se edificaron 1.400 búnkeres en la capital alemana. Misterios dispuestos a ser descubiertos e historias del pasado más horrible.
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El búnker de Gesundbrunnen, ubicado en el interior de una estación de metro de la ciudad berlinesa. [
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Por Rosa Aranda (dpa)
A simple vista el suelo de
Berlín no parece ser tan interesante como el de otras ciudades, sin embargo la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) destruyó el 80 por ciento del centro urbano y, con ello, enterró
miles de secretos bajo el pavimento de la ciudad, como los cientos de búnkeres que se esconden intactos.
Por si algún enemigo los invadía, ya en 1935
Hitler, que había subido al poder tan sólo dos años antes, ordenó la construcción de búnkeres para él y sus aliados directos. La población alemana, sin embargo, quedó condenada desde finales de 1940 a esconderse en sótanos y subterráneos fortificados, que mostraron rápidamente su poca eficacia.
Según registros oficiales,
durante el nazismo se edificaron 1.400 búnkeres en Berlín, aunque sólo se tienen los planes arquitectónicos de 779. La disparidad de datos podría tener su explicación en la propaganda nazi.
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No se sabe con exactitud cuantos quedan, pero calculamos que unos 400“, dijo Silvia Brito, una ecuatoriana que desde hace varios años se integra en la
organización “Berliner Unterwelten e.V.” y dirige sus guías en castellano. Se trata de un grupo de entusiastas que investiga y documenta desde 1997 el mundo subterráneo de Berlín, sus instalaciones secretas y olvidadas y permite la entrada a alguna de ellas.
Hasta la Segunda Guerra Mundial, la población berlinesa era de 4,3 millones de personas, aunque
los búnkeres construidos sólo podían albergar a 450.000 personas, es decir, alrededor de un 12 por ciento de la población. “
Si se cuentan los sótanos readecuados y reforzados, sería como máximo un 25 por ciento“, puntualizó Brito, guía turística desde hace 16 años.
Su objetivo es
acercar al público el aspecto humano de los bombardeos, la perspectiva de los vencidos, y no de los ganadores como suele ocurrir. “
Lo que no todos saben es que también se exterminaba a los alemanes: a los sospechos de espías, a los de ideas políticas distintas, a los enfermos, ancianos, discapacitados, etc“.
“
Los Aliados estaban convencidos de que el éxito de Hitler se basaba en el apoyo incondicional de la población alemana, y no fue así, también los alemanes sufrían“, afirmó Brito.
El
búnker de Gesundbrunnen, en el interior de una estación de metro, es uno de los preferidos en la ciudad berlinesa. Pensado especialmente para mujeres y niños, llegó a dar cobijo a más de 4.000 personas durante la guerra, aunque su capacidad inicial era de 1.500. En una improvisada sala de parto se sabe que
por lo menos cuatro bebés nacieron durante los bombardeos de los Aliados.
La asociación lo muestra al público sin modificar detalle alguno, aunque lamentablemente
los objetos de su interior fueron saqueados al término de la guerra por la propia población civil, que estuvo sometida a racionamientos alimenticios hasta 1950. ”
Los elementos nazis eran muy codiciados por los soldados de ocupación y los cambiaban a buen precio, por eso es difícil encontrar ese tipo de reliquias en los búnkeres“, explicó Brito.
Tampoco las puertas son las mismas que las emplazadas incialmente. En un principio,
el búnker contaba con puertas de acero macizo. Sin embargo, al avanzar la guerra la necesidad de acero se hizo acuciante y fueron reemplazadas por otras de madera o cemento y serrín. ”
Estas últimas produjeron las bajas más importantes aquí. Morían soterrados o acribillados por las puertas cuando una bomba impactaba cerca“, aseveró Silvia Brito.
“
Los búnkeres subterráneos no eran a prueba de bombas y eso se supo a ciencia cierta al acabar la guerra. Las paredes de la mayoría de ellos tenían un grosor de entre 60 y 80 centímetros, cuando se necesitaban por lo menos dos metros para garantizar la seguridad en el interior“, añadió Brito.
Los
ciudadanos con una “D” de “Deutsche” (alemán) en su carnet de identidad podían entrar en el búnker durante los 15 minutos que duraba el bombardeo que se producía en Berlín una o dos veces al día. De febrero a abril de 1945 cayeron 477.000 toneladas de bombas sobre la capital alemana, de las que aproximadamente 75.000 todavía se esconden en su subsuelo, y sin desactivar. No es raro hoy en día que durante trabajos ordinarios de construcción explote una bomba de la Segunda Guerra Mundial.
Junto al búnker de Gesunbrunnen se eleva la
impresionante torre de defensa de Humboldthain, de 42 metros de altura y seis niveles construida a base de acero y hormigón y con un espesor de 2,5 a 3,8 metros. Incluso Estados Unidos la reconoció como “
una de las mejores construcciones de la Segunda Guerra Mundial“.
Las
800 toneladas diarias de bombas que cayeron desde 1943 no lograron tirar esta torre, que pese a haber sido concebida con fines militares, avanzada la guerra fue utilizada también como refugio civil. En 1945 quedó enterrada en una montaña de escombros sobre la que hoy se eleva un parque.
Frente a la miseria de los búnkeres civiles estaba la riqueza y ostentación de los de la “
élite racial“. En la zona de la Cancillería
se edificaron hasta 14 para los altos dirigentes del nazismo y solamente la entrada al de Hitler está vetada hoy a todo el mundo. Con unas paredes de 3,5 metros de espesor y una placa de acero de 60 centímetros en el techo,
el “Führer” dijo que su búnker era “el mejor sarcófago de la historia“.
Primero los vencedores y más tarde las autoridades alemanas lo intentaron demoler, pero ante la imposibilidad de hacerlo, lo taparon con cemento y no colocaron ni siquiera una placa que recordara
el lugar donde se suicidaron el hombre que llevó el mundo a la Segunda Guerra Mundial y al exterminio de los judíos, y su esposa, Eva Braun.
Aunque pocos lo saben, cerca de allí, debajo del memorial del Holocausto levantado en 2005 y compuesto por 2.711 bloques de hormigón, se esconde
el búnker de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler. Tampoco a éste se puede acceder, porque su entrada se encuentra justamente junto a la entrada del centro de documentación judío. “
¿Qué mejor manera hay de mostrar al público la diferencia entre asesinos y asesinados que permitiendo la entrada al búnker de Goebbels?“, criticó Brito.
Algunos como el mariscal del Reich, Hermann Göring, fueron más ambiciosos, y
se hicieron construir nada más y nada menos que tres búnkeres, y en otros como el situado en el famoso Hotel Adlon, junto a la Puerta de Brandemburgo, las altas figuras del nazismo celebraban fiestas en plena guerra.
Los búnkeres mejor conservados fueron
reutilizados en la época de la Guerra Fría para armarse ante una posible Tercera Guerra Mundial, esta vez, con tecnología nuclear. De este modo, en el Berlín dividido en cuatro sectores se logró construir hasta
23 refugios atómicos que podrían salvar de la radiación a menos del diez por ciento de los más de dos millones de personas que entonces vivían en Berlín Oeste.
En 1966 comenzó la construcción o remodelación de este tipo de búnkeres, aunque todo fue realizado con gran discreción para no despertar las sospechas de la población civil, que
en la mayoría de los casos no se enteró de ello hasta la caída del Muro en 1989.
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