Irak se sume en la violencia dos años después de la retirada estadounidense
El cierre de Camp Victory en 2011 marcó el fin de la ocupación, pero dejó detrás un país fragmentado política y confesionalmente
Soldados iraquíes inspeccionan el lugar donde explotó un coche bomba en un mercado de Nayaf, sur de Irak. / KHIDER ABBAS (EFE)
Hace hoy dos años se cerró Camp Victory. Fue el gesto que marcó el fin simbólico de la ocupación de Irak por parte de las tropas de Estados Unidos. Durante los ocho años anteriores, esa base situada junto al aeropuerto de Bagdad fue el centro de operaciones del Ejército norteamericano. Desde entonces, la euforia por la recuperación de la soberanía se ha transformado en desesperación al ver como policía y fuerzas armadas iraquíes han sido incapaces de mantener la seguridad y la violencia sectaria vuelve a dejar cientos de muertos todos los meses.
El último informe conjunto de los ministerios de Sanidad, Interior y Defensa cifra en 948 los muertos en atentados durante el mes de noviembre, de los que 852 fueron civiles, 53 policías y 43 soldados. Lo que es más grave, se mantiene (con apenas un ligero descenso respecto a los 964 muertos en octubre) la preocupante tendencia que acerca estos datos a los que se producían entre 2006 y 2008, cuando el país estuvo al borde de la guerra civil.
Las cifras que recopila la Misión de Naciones Unidas en Irak (UNAMI) son algo más bajas, pero incluso con éstas se elevan a 7.100 las víctimas mortales de la violencia política en lo que va de año.
La situación en Siria, el ascenso de grupos ligados a Al Qaeda, pero sobre todo la incapacidad del Gobierno de Nuri al Maliki para gestionar la frustración de la minoría suní, son las causas que diplomáticos y analistas mencionan como responsables de ese deterioro de la seguridad. Las diferencias entre los grupos políticos chiíes y suníes han paralizado el sistema político, corroído por una corrupción que también aporta su granito de arena a la inestabilidad y el descontento de los iraquíes.
Pero incluso el elemento sectario resulta insuficiente para entender la brutalidad de los ataques que no distinguen entre fuerzas de seguridad y población civil, y que se ensañan por igual con restaurantes, mezquitas, campos de fútbol y cafetines. Las explosiones se producen tanto en barrios populares como en otros que antes fueron de postín. Todos igualados por la crueldad de los asesinos, el abandono de los servicios públicos y la desidia de los propios residentes, agotados por una década de conflicto.
En una vuelta de tuerca a la ya deteriorada situación, en las últimas semanas se han descubierto nuevas fosas comunes con decenas de cadáveres que ahora no son víctimas de la dictadura de Saddam sino del terror que imponen las milicias de uno u otro signo.
El pasado viernes, la policía anunció que había encontrado los cuerpos de 18 hombres en Mishahda, a 30 kilómetros de Bagdad. Se trataba, entre otros, de dos oficiales del Ejército, un líder tribal, su hijo y el alcalde de la localidad, todos suníes. Tenían impactos de bala en la cabeza. Al parecer varios hombres armados los sacaron de sus casas la víspera a punta de pistola. Se desconoce el motivo.
Cabe la posibilidad de que los autores fueran miembros de alguna milicia chií que buscara vengarse de los ataques de los insurgente suníes contra barrios chiíes. Pero también hay casos de grupos afiliados con Al Qaeda que atacan a los suníes que no cooperan con ellos o se oponen al control de sus barrios. Sea como fuere, no ha sido el primer caso y en alguno anterior las víctimas fueron decapitadas.
“Es urgente que las autoridades iraquíes tomen de inmediato medidas para identificar y hacer pagar a los responsables de estos crímenes, y para proteger de forma efectiva a todos los ciudadanos”, ha declarado el representante especial de la ONU para Irak, Nickolay Mladenov.
Nadie esperaba dos años atrás que los avances logrados por Estados Unidos con la creación de las milicias suníes Al Sahwa iban a revertirse de manera tan rápida. Después de haber ayudado a los norteamericanos a derrotar a Al Qaeda, algunos de sus integrantes han vuelto a cambiar de bando al sentirse marginados de la vida política
elpais.es
El cierre de Camp Victory en 2011 marcó el fin de la ocupación, pero dejó detrás un país fragmentado política y confesionalmente
Soldados iraquíes inspeccionan el lugar donde explotó un coche bomba en un mercado de Nayaf, sur de Irak. / KHIDER ABBAS (EFE)
Hace hoy dos años se cerró Camp Victory. Fue el gesto que marcó el fin simbólico de la ocupación de Irak por parte de las tropas de Estados Unidos. Durante los ocho años anteriores, esa base situada junto al aeropuerto de Bagdad fue el centro de operaciones del Ejército norteamericano. Desde entonces, la euforia por la recuperación de la soberanía se ha transformado en desesperación al ver como policía y fuerzas armadas iraquíes han sido incapaces de mantener la seguridad y la violencia sectaria vuelve a dejar cientos de muertos todos los meses.
El último informe conjunto de los ministerios de Sanidad, Interior y Defensa cifra en 948 los muertos en atentados durante el mes de noviembre, de los que 852 fueron civiles, 53 policías y 43 soldados. Lo que es más grave, se mantiene (con apenas un ligero descenso respecto a los 964 muertos en octubre) la preocupante tendencia que acerca estos datos a los que se producían entre 2006 y 2008, cuando el país estuvo al borde de la guerra civil.
Las cifras que recopila la Misión de Naciones Unidas en Irak (UNAMI) son algo más bajas, pero incluso con éstas se elevan a 7.100 las víctimas mortales de la violencia política en lo que va de año.
La situación en Siria, el ascenso de grupos ligados a Al Qaeda, pero sobre todo la incapacidad del Gobierno de Nuri al Maliki para gestionar la frustración de la minoría suní, son las causas que diplomáticos y analistas mencionan como responsables de ese deterioro de la seguridad. Las diferencias entre los grupos políticos chiíes y suníes han paralizado el sistema político, corroído por una corrupción que también aporta su granito de arena a la inestabilidad y el descontento de los iraquíes.
Pero incluso el elemento sectario resulta insuficiente para entender la brutalidad de los ataques que no distinguen entre fuerzas de seguridad y población civil, y que se ensañan por igual con restaurantes, mezquitas, campos de fútbol y cafetines. Las explosiones se producen tanto en barrios populares como en otros que antes fueron de postín. Todos igualados por la crueldad de los asesinos, el abandono de los servicios públicos y la desidia de los propios residentes, agotados por una década de conflicto.
En una vuelta de tuerca a la ya deteriorada situación, en las últimas semanas se han descubierto nuevas fosas comunes con decenas de cadáveres que ahora no son víctimas de la dictadura de Saddam sino del terror que imponen las milicias de uno u otro signo.
El pasado viernes, la policía anunció que había encontrado los cuerpos de 18 hombres en Mishahda, a 30 kilómetros de Bagdad. Se trataba, entre otros, de dos oficiales del Ejército, un líder tribal, su hijo y el alcalde de la localidad, todos suníes. Tenían impactos de bala en la cabeza. Al parecer varios hombres armados los sacaron de sus casas la víspera a punta de pistola. Se desconoce el motivo.
Cabe la posibilidad de que los autores fueran miembros de alguna milicia chií que buscara vengarse de los ataques de los insurgente suníes contra barrios chiíes. Pero también hay casos de grupos afiliados con Al Qaeda que atacan a los suníes que no cooperan con ellos o se oponen al control de sus barrios. Sea como fuere, no ha sido el primer caso y en alguno anterior las víctimas fueron decapitadas.
“Es urgente que las autoridades iraquíes tomen de inmediato medidas para identificar y hacer pagar a los responsables de estos crímenes, y para proteger de forma efectiva a todos los ciudadanos”, ha declarado el representante especial de la ONU para Irak, Nickolay Mladenov.
Nadie esperaba dos años atrás que los avances logrados por Estados Unidos con la creación de las milicias suníes Al Sahwa iban a revertirse de manera tan rápida. Después de haber ayudado a los norteamericanos a derrotar a Al Qaeda, algunos de sus integrantes han vuelto a cambiar de bando al sentirse marginados de la vida política
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