El 10 de agosto de 1883, hace 138 años, a la temprana edad de cuarenta y nueve años, fallecía el Teniente Coronel de Marina Luis Piedrabuena. Había nacido a la vera de un gran río patagónico cuando su dilatado cause estaba a punto de abrazarse con el mar. Tal vez por eso sintió que río y mar se fundieron en su alma y labraron un destino en ese solitario escenario, por donde el arrojo avasallante hilvana nombres arrebatados al misterio como la Isla de los Estados.
Miguel Luis Piedrabuena nació el 24 de agosto de 1833 en Carmen de Patagones, pequeño poblado a la vera del Río Negro. Por aquel entonces, el poblado -apenas un caserío- tenía unas pocas familias descendientes casi en su totalidad, de los maragatos que lo habían fundado cincuenta años antes. En esa lejana y agreste región transcurrió su infancia.
A temprana edad fabricaba con entusiasmo barquichuelos y realizaba correrías furtivas al río, en donde con una frágil embarcación e improvisado aparejo se lanzaba aguas abajo. Esperando luego, días enteros, a que fuera favorable el viento para regresar al lado de los suyos, angustiados por la ausencia del niño.
Así lo encontró cierto día – para salvarle la vida – el capitán mercante estadounidense G. Lemon a veinte millas de la costa, único tripulante de una débil balsa hecha con ramas de guindo. A pesar que Piedrabuena ni soñaba con pedir ayuda, lo llevó de regreso a Patagones. Allí mismo, selló el futuro de su vida.
Años después, el capitán Lemon, obtuvo permiso de los padres de Piedrabuena y lo incorporó como Grumete de su barco, el cual zarpó hacia los Estados Unidos de Norteamérica pero él decidió desembarcarse en Buenos Aires. Allí, un amigo de su familia, el capitán y ex corsario James Harris, lo tomó bajo su protección y lo ayudó a completar la educación primaria; brindándole además algunos conocimientos náuticos y los rudimentos del arte de navegar. Luego, lo hizo frecuentar un establecimiento superior de especialidades náuticas.
Cinco años después, regresó a su hogar en Patagones donde conoció a otro capitán mercante, William Horton Smiley, quien en 1847 llegó a Patagones al mando del ballenero estadounidense “John Davison”. Con catorce años nuestro héroe partió con Smiley rumbo a la zona antártica y unos meses después el ballenero, que se encontraba de cacería en la Antártida, alcanzaría la latitud de 68° Sur.
Ya en 1849 se presentó al rescate de misioneros anglicanos pertenecientes a la Misión Gardiner en las Islas Malvinas y de una embarcación alemana de la que salvó a veinticuatro náufragos en Isla de los Estados.
Pronto estaría estudiando en una de las escuelas de náutica de los Estados Unidos, enviado por sus padres y bajo el padrinazgo del capitán Smiley. Ésta fue la más sólida preparación que obtuvo Piedrabuena para su futuro en el mar.
Desde 1854 hasta 1857 invirtió su tiempo en estudio y se graduó con patente de Capitán, con tan sólo veinticuatro años. Y nunca más dejó de serlo. El mar fue su verdadero hogar desde entonces y para toda su vida, siendo los períodos que pasó en tierra, un verdadero destierro.
Peripecias en los mares del sur
En 1850 fue designado por el capitán Smiley – su amigo y maestro – primer oficial de la goleta “Zerabia”. Cargó ganado lanar y vacuno para las Islas Malvinas. Durante varios años recorrió la Isla de los Estados, surcó los canales de Tierra del Fuego y conoció a los indios del lugar; a quienes obsequió banderas argentinas pintadas por él en lonas blancas marineras.
En 1857 rescató cuarenta y dos náufragos del salvamento del ballenero “Dauphín” en Bahía Nueva. Combatió a piratas malvineros que depredaban la caza del lobo marino en las islas del archipiélago de Año Nuevo, próxima a la Isla de los Estados.
En 1859 remontó el río Santa Cruz y llegó a una de sus más dilatadas islas, que decidió denominar Pavón, donde intentó formar un reducto nacional que penetrara en el sentimiento indígena.
En 1860 le compró a su viejo amigo Smiley el “Nancy” y procedió a armarlo para defender el territorio y las costas del sur patagónico. En 1862 construyó en la Isla de los Estados un pequeño refugio al cuidado de los hombres de su tripulación y alzó en él la bandera nacional.
Frecuentó los canales de San Gabriel, Santa Bárbara, Beagle y Cabo de Hornos que él denominó Cabo Tormentas, en uno de cuyos peñascos dejó inscripto: “Aquí termina el dominio de la República Argentina” y en una planchuela de cobre dejó estampados los colores patrios. Antes que él no hubo navegante alguno que hubiera pisado aquel pedazo de tierra argentina velado siempre por eternas brumas.
El 2 de diciembre de 1864 el gobierno desempeñado por el general Mitre premió sus esfuerzos y le entregó los despachos de Capitán honorario (sin sueldo). Al año siguiente, el 16 octubre, envió por tierra a cuatro de sus colaboradores de la dotación del bergantín “Espora” para reconocer el curso del río Santa Cruz. Salieron a caballo de la isla Pavón y el 2 de noviembre, luego de haber recorrido todo el cauce de esa vía fluvial, alcanzaron lo que llamaron la laguna Santa Cruz, actual lago Argentino.
Contaba con treinta y cinco años de edad cuando en agosto de 1868 contrajo matrimonio en Buenos Aires con Julia Dufour.
Posteriormente, en 1868 el Presidente Mitre promulgó el 6 de octubre la Ley Nº 269 por la que concedió al Teniente Capitán de la Marina Nacional, Luis Piedrabuena la propiedad de la isla de los Estados, la isla Pavón y las tierras de las Salinas, en la orilla izquierda del río Santa Cruz.
A las 14 horas del 19 de febrero de 1869, izó el pabellón nacional en la isla de los Estados mientras que el bergantín “Espora”, rendía honores a esa ceremonia efectuando una salva de 21 cañonazos. Era la primera vez que la bandera argentina flameaba en tierra bajo el cielo de aquella isla.
Cuatro años después, bajo su mando, el bergantín “Espora” naufragó en la isla de los Estados y se perdió. Con maderas cortadas de las inmediaciones y parte de los restos de su nave, Piedrabuena construyó el cúter “Luisito”, con el que pudo trasladarse rumbo a Punta Arenas junto con su tripulación.
Con el “Luisito” auxilió el 25 de octubre de 1874 a los náufragos del buque alemán “Doctor Hansen” que se había hundido en la costa de la Isla de los Estados.
En reconocimiento, el Emperador de Alemania le envió un anteojo-telescopio en un estuche con una plaqueta de plata grabada.
Convencido el gobierno, en 1876, de mantener una comunicación constante con las costas del lejano sur, como de asegurar el dominio del Estado en poblaciones desvinculadas entre sí; le asignó a Piedrabuena una subvención para que, con un barco bajo su mando, pudiera prestar aquel servicio.
Auxiliado por Richmond adquirió la goleta “Santa Cruz” y realizó la travesía. Durante la misma, el 5 de octubre de 1877, socorrió a los náufragos de la barca inglesa “Anne Richmond” hundida en la isla de Los Estados, lo que le valió el reconocimiento de la reina Victoria de Gran Bretaña
De regreso de este viaje, Avellaneda premió sus servicios y le extendió los despachos de Sargento Mayor con el grado de Teniente Coronel el 17 de abril de 1878. Había penetrado por su esforzado tesón en el escalafón militar.
En 1882 fue afectado con la corbeta “Cabo de Hornos” a realizar, con el auspicio de la Sociedad Geográfica Argentina, la expedición científica a la Patagonia Meridional. El viaje tuvo una duración de ocho meses y reconoció como centro principal de observación la Isla de los Estados. Los trabajos continuaron luego en el canal de Beagle.
Los beneficios fueron sensibles. Al cabo de dos años fue levantado el faro de la Isla de los Estados y se crearon delegaciones y subprefecturas en los puertos del sur.
El 8 de diciembre de 1882, por los importantes servicios prestados a la Nación, el general Roca le confirió el grado efectivo de Teniente Coronel de la Marina de Guerra, y el Centro Naval le otorgó el diploma de socio honorario momento en el cual se prestaba a una nueva travesía a la Isla de los Estados a bordo del “Cabo de Hornos”.
Lejos del mar y de su patagonia amada, falleció gravemente enfermo el 10 de agosto de 1883 con tan solo cuarenta y nueve años. La Armada lo honra hoy, en el mismo nivel con que honra a sus guerreros de la Independencia, pues, a su manera, Piedrabuena también lo fue.
Ninguno antes que él supo hasta dónde el sur atlántico era argentino. Su amor por el mar, expresado por su acentuado profesionalismo, su espíritu de sacrificio por los náufragos y su sentido patriótico materializado por su voluntad soberana, son guías rectoras de la formación de los que desde entonces forman parte de las filas de la Armada Argentina.
De esa personalidad que nació firme y segura al amparo del espíritu de Carmen de Patagones, y el rigor de este río, que como sus aguas, lo condujo al mar que lo cobijó como hijo dilecto se dijo: “Andaba por las rutas de los helados vientos: solitario y romántico… Centinela del mar. Las estrellas le hablaban con voces misteriosas y a sus pies, se rendía cansado el huracán.”
Por todo esto se lo ha llamado: Caballero del Mar.
Créditos: Gaceta Marinera Digital