Los hermanos Ávila
Heriberto y Leopoldo Ávila eran civiles y estaban a cargo de la cantina del crucero ARA “General Belgrano”. Fueron a la Guerra de Malvinas por voluntad propia y allá quedaron, juntos, en su querido crucero.
LUNES 20, MAYO 2024
A principios de los ’80 Heriberto Ávila era conscripto en la Armada Argentina y desempeñaba funciones como ayudante del Cabo Principal que estaba como encargado de la cantina del crucero ARA “General Belgrano”.
Sucedió que, al poco tiempo de haber comenzado su ayudantía, falleció el Cabo Principal y la cantina dejó de funcionar. Desde entonces, los marinos a bordo debían proveerse en tierra de todo aquello que necesitaran.
Así fue que, cuando el “Belgrano” debió realizar ejercicios en altamar, al no haber abastecimiento en el buque, los superiores de entonces le ofrecieron a Heriberto Ávila, conocedor del oficio, la concesión de la cantina del crucero como Agente Civil, ya que su baja como conscripto era inminente.
Heriberto aceptó gustoso el ofrecimiento que le fue hecho y pocos meses después incorporó como ayudante a su hermano Leopoldo, que había concluido su servicio a la Patria en el Ejército Argentino. De la mano de los hermanos Ávila, santiagueños oriundos de Villa Robles, la cantina del crucero volvió a transformarse en un punto de encuentro del buque, matizado con chacareras, durante las horas de descanso de las actividades cotidianas del personal.
Luego de la recuperación de las Islas Malvinas y finalizada la puesta a punto del buque en Puerto Belgrano, su comandante, el Capitán de Navío Héctor Elías Bonzo, les comunicó a los hermanos Ávila que debían abandonar el barco porque ponían proa a la guerra y, por su condición de civiles, no estaban obligados a permanecer a bordo.
La respuesta fue tajante: «Negativo Señor, nosotros somos parte del crucero y vamos con la gente del crucero hasta las últimas consecuencias». Ante tan contundente respuesta, al Capitán Bonzo no le quedó más opción que permitir que continuaran con su servicio.
A las 16:01 de aquel 2 de mayo de 1982, el crucero recibió dos impactos de torpedo lanzados por el submarino inglés Conqueror, mientras navegaba fuera de la zona de exclusión.
El torpedo que explotó en popa lo hizo en una zona donde estaban los alojamientos del personal subalterno, cerca de la cantina. Esta explosión levantó la cubierta acorazada de la sala de máquinas y todas las cubiertas superiores, destruyendo todos los alojamientos por compresión. El fuego se expandió a través de los pasillos y llegó al sector en donde estaba Leopoldo Ávila.
Gracias a la última entrevista que concedió en vida el Jefe de Operaciones del crucero ARA “General Belgrano” en 1982, Capitán de Fragata VGM (RE) Francisco Gerardo Sonvico, podemos reconstruir el destino final de estos hermanos santiagueños que murieron en la guerra ya que, en su conmovedor relato de la odisea de quienes sobrevivieron al ataque y del hundimiento del crucero; Heriberto y él se cruzaron y tuvieron, sin saberlo ninguno de los dos – o sí –, sus últimas palabras.
“Cuando el Belgrano se empezó a hundir, la tripulación al sentir los impactos y al quedar el buque sin propulsión y sin luz, cumplió lo que se llama rol de siniestros. Éste determina que cada tripulante vaya a cubrir su rol de abandono, excepto los miembros del equipo de Control Averías que tienen que tratar de salvar el buque. Esto se cumplió rigurosamente, con velocidad y en notable silencio. Se escuchaban solamente las órdenes de los oficiales y suboficiales que estaban ‘dirigiendo el tránsito’ para que todo fuera rápido. El lugar era un río de gente”, relató el Capitán de Fragata Sonvico.
-
-
“Tengo en la memoria el zapateo en los escalones de hierro y la voz del Guardiamarina Franzoni. Fue él que me dijo: dos torpedos Señor, uno en proa y otro en popa. En ese momento me enteré de la situación. Volví al camarote a buscar mi equipo de abandono y me perdí en aquel buque que conocía de memoria. Fueron momentos de desesperación. Llegué a mi camarote me puse la parca, una bufanda y el salvavidas y subí a la cubierta”.
“Me dirigí hacia la popa, por el lado de estribor, que era mi posición de abandono. La gente estaba formada como para un ejercicio en su puesto de abandono. Igual que el primer día de ejercicio en navegación, la gente estaba en su lugar formadita. Me miraron como esperando una respuesta que yo, en ese momento, no les puede dar”.
“Fui hasta mi balsa. Me dieron el parte, pero éramos muy pocos, faltaban por lo menos cinco o seis. Allí fue donde vi al cantinero Ávila que estaba desesperado. Era como si su piel gritara. Yo lo conocía y le pregunté qué le pasaba. Él me miró pero no me contestó, fue otra persona la que me dijo al oído: el hermano no salió”.
“Lo miré y entonces ahí sí me habló balbuceando, porque estaba verdaderamente desesperado y me dijo: ‘Lo quiero ir a buscar’. Le contesté: ‘Ni se le ocurra’. Pero él repitió: ‘¡Déjeme ir a buscarlo!’. Volví a responderle: ‘¡Ni se le ocurra! ¡No sabe lo que es eso, es el infierno! ¡Usted va para allá y no vuelve!”.
“En ese momento, Ávila respiró profundamente y miró el horizonte y era rarísimo que Ávila no te mirara a los ojos. Una cosa que siempre me gustó de él era que cuando te miraba, te taladraba con su mirada. Era un hombre franco, un hombre derecho. Lo agarré de los hombros y lo sacudí. Lo llamé por su nombre: ¡Heriberto, ni se le ocurra bajar! Míreme por favor, y el miraba para otro lado, Ni se le ocurra. Se lo ruego”.
Luego, el Capitán Sonvico fue a hacer la recorrida correspondiente a sus cargos y a recibir órdenes del Segundo Comandante del buque. Le pidió permiso para darle el parte y lo escuchó: “Me escuchó todo y me dijo: ‘Sonvico, ¿cuál es su estación de abandono?’ -y con la mano derecha me tocó el hombro izquierdo- Yo señalé y miré al mismo tiempo popa estribor. Al mirar, vi la gente formada, con el buque escorado a 30º. En ese instante el Segundo me dijo: ‘Sonvico, el barco se hunde, vuelva a su estación de abandono y haga echar las balsas’”.
-
“Bajé a la cubierta principal, llegué hasta la primera balsa donde me estaban esperando en total silencio. Ayudamos a los conscriptos a que se tiraran al agua. Los suboficiales manejaban el descenso de los conscriptos y marineros hasta la balsa. Se comportaron incluso hasta con actitud paternal, para que el desembarco se produjera en forma ordenada. El abandono fue lo que denominamos inminente, porque si el buque se hundía teníamos contados minutos para abandonar. Me dediqué a supervisar que el abandono se realizara en forma ordenada, por eso puedo decir lo que vi. Cumplí la orden que me dio el Segundo Comandante de manera tal de que pensé ‘soy el último en abandonar’, al menos la estación de abandono. Cuando no quedó nadie más en cubierta de mi lado, busqué mi balsa”.
Heriberto ya no estaba… él había logrado subir de la cantina a la cubierta principal donde el Capitán Sonvico le rogó que permaneciera. Podía haber embarcado en una de las balsas y salvado su vida. En vez de eso, se fue a buscar a su hermano, llamándolo a gritos.
Leopoldo no había logrado salir. En el momento del impacto estaba durmiendo en su cucheta, dos cubiertas más abajo. Heriberto, internándose en un pasillo colmado de humo y fuego, fue en su búsqueda hacia un sector donde varias explosiones instantáneas activaron el cierre automático de las compuertas a los efectos de evitar el avance del agua. Sin posibilidad de salvarse, quedaron atrapados allí los dos.
Así fue como, los únicos civiles a bordo del crucero, compartieron el destino de los militares “hasta las últimas consecuencias”, tal como habían asegurado al Comandante cuando decidieron quedarse a bordo del crucero e ir a la guerra.
Y allí, en las profundidades, junto a 321 compañeros, los hermanos Heriberto y Leopoldo Ávila, velan por nuestra soberanía en las profundidades del mar.
Créditos: Gaceta Marinera Digital