Self al Islam, el hijo "occidental" de Kadhafi.
En Trípoli, en el teatro de sombras del clan Kadhafi.
Seïf al-Islam rodeado por sus guardias el pasado viernes en Trípoli. «Dentro de dos días, todo volverá al orden», afirmó el hijo del coronel Kadhafi. (Crédits photo: Ben Curtis / AP)
Seïf al-Islam Kadhafi considera que el régimen dirigido por su padre es «víctima de una campaña de propaganda de los medios extranjeros».
Él escogió un sofá verde justo debajo de un retrato gigante del coronel Kadhafi. Los brazos cruzados sobre un jersey de lana, Seïf al-Islam («la espada del Islam») anuncio, delante de sus visitantes, una determinación sin falla. «¡La situación es excelente, júzguenlo ustedes mismos!» insiste, en un inglés perfecto, el hijo más cercano al Guía libio, desestimando con un barrido de la mano cualquier idea de delincuencia del régimen. «Dentro de dos días, todo habrá vuelto al orden», promete, con una sonrisa nerviosa en los labios.
Los cristales espesos de este edificio blanco en el centro de la ciudad, donde él recibe a sus huéspedes a la caída de la tarde, no dejan transparentar ningún signo de inestabilidad. Afuera, el silencio flota sobre Trípoli, a excepción de la famosa plaza verde, donde una banda de alegres seguidores, con el aliento hinchado de alcohol, canturrean incansablemente unos estribillos a la gloria del «amable Guía» deseándole "larga vida". En este teatro de sombras, las noticias que provienen de las ciudades de los alrededores, Zuwara, Zawiya, Misourata, son totalmente ocultadas. Allí, la insurrección sin embargo prosigue, inspirándose en la rebelión del este del país, que a continuación de los hechos a caído bajo el control de la oposición.
«Es verdad que está un poco sensible el este», admite él que se apoda el «Businessman de la diplomacia», prediciendo una «rápida vuelta a la calma». Con la cara repentinamente más severa, reconoce que «unos cientos de personas murieron allí». «Al principio de los choques, esencialmente producidos en Bengazi y El Beida, los policías entraron en pánico y mataron decenas de manifestantes que atacaban los puestos de la policía», concede Seïf al-Islam. Pero por lo demás, él niega todo el conjunto de sucesos: los ataques aéreos sobre la población, las exacciones consideradas por las Naciones Unidas como "crímenes contra la humanidad”». « ¡Nosotros somos víctimas de una campaña de propaganda de los medios extranjeros! Y peor: está es la primera vez en la historia de la diplomacia contemporánea que el Consejo de Seguridad pronuncia una resolución apoyándose en reportajes mentirosos», dijo enfurecido.
Muchacho dorado.
Una de las razones, sin duda, por las cuales su oficina hizo librar recientemente visados a unas decenas de periodistas extranjeros. «Sean bienvenidos a Libia. ¡Abran los ojos, muéstrenme las bombas, muéstrenme a los heridos! ¡Paséense libremente a través de Trípoli!» él insiste frente a los reporteros, cuyos desplazamientos quedan sin embargo limitados y acotados, «en interés de su propia seguridad».
¿Quiénes son los opositores, siempre hablando del este del país, que dicen haber formado un gobierno interino? «Esta gente no es creíble. Son oportunistas. Hasta ayer, ellos estaban con nosotros. Hoy, devuelven su chaqueta. Los norteamericanos son ingenuos de querer empezar un diálogo con ellos», responde Seïf al-Islam. Hace votos para una vuelta a la normalidad con el fin de «lanzar lo más pronto posible un vasto plan de reformas», cuyo inicio, dice, «estuvo previsto justamente para el 2 de marzo». El programa tiene: la elaboración de una Constitución, un nuevo Código Penal y una liberalización de la prensa. ¿Pero no es demasiado tarde ya, frente a una manifestación que se intensifica? «Miles de personas me llaman regularmente suplicándome que restaure el orden. Es gente simple, granjeros, hombres modestos quienes sueñan con seguridad, que quieren que sus niños puedan ir a la escuela sin el menor peligro», dice, acusando a los manifestantes de sembrar el "terror". Las «víctimas inocentes» del caos recibieron un sobre con cerca de 400 dólares, para «compensar el aumento del costo de vida provocado por los disturbios».
Fin comunicador.
Arquitecto de formación, pasó por las aulas de la London School of Economics, Seïf al-Islam, de 38 años, se distinguió a menudo como el hombre del cambio. Cuando él sale de las sombras, hace diez años, se impuso rápidamente como un ineludible mediador cercano a la comunidad internacional que mantenía enfriadas las relaciones por el apoyo de Libia a los terroristas islamistas. Nombrado por su padre a la cabeza de la Fundación Kadhafi, este muchacho dorado con el cráneo rapado lleva entonces, bajo el paraguas de esta organización, una política de reconciliación y de apertura al exterior. Es por su iniciativa que son pagadas indemnizaciones a las víctimas de los atentados de Lockerbie (1988) y del avión francés de UTA (1989), en el cual los libios estaban implicados. A principios de 2009, hasta se atrevió a evocar en público ciertas deficiencias «en el mecanismo de aplicación del poder del pueblo y de la democracia» en Libia.
Es entonces él quien, en el corazón de la crisis más profunda de los cuarenta y unos años de reinado de su padre, que se encuentra actualmente a la cabeza de una operación de seducción de los occidentales. Pero este fin comunicacional puede hacer olvidar las declaraciones delirantes de su padre, que continuaba afirmando el martes, en una entrevista a las cadenas norteamericana ABC y a la británica BBC: «Mi pueblo me quiere. Morirían por protegerme». ¿No es el mismo que prometía, el 20 de febrero en la televisión libia, "ríos de sangre y una batalla hasta la última bala?”
Al perder su crédito internacional, Seïf al-Islam sólo tiene una frase en la boca: «el retorno a la calma». «Mi padre está bien, y yo no tengo ninguna ambición de transformarme en el presidente de Libia», sentenció.
Fuente: Le Figaro por Delphine Minoui 01.03.2011
Traducción propia.
À Tripoli, dans le théâtre d'ombres du clan Kadhafi.
Seïf al-Islam Kadhafi estime que le régime dirigé par son père est «victime d'une campagne de propagande des médias étrangers».
Il a choisi le canapé vert, juste au-dessous d'un portrait géant du colonel Kadhafi. Les bras croisés sur un pull en laine, Seïf al-Islam («le glaive de l'islam») affiche, devant ses visiteurs, une détermination sans faille. «La situation est excellente, jugez-en par vous-même!» insiste, dans un anglais parfait, le fils le plus en vue du Guide libyen, en balayant d'un revers de la main toute idée de déliquescence du régime. «Dans deux jours, tout sera rentré dans l'ordre», promet-il, un sourire nerveux aux lèvres.
Les vitres épaisses de ce bâtiment blanc du centre-ville, où il reçoit ses hôtes à la nuit tombée, ne laissent transparaître aucun signe d'instabilité. Dehors, le silence flotte sur Tripoli, à l'exception de la fameuse place Verte, où une bande de gais lurons, l'haleine gonflée d'alcool, chantonnent inlassablement quelques refrains à la gloire de leur «aimable Guide» en lui souhaitant «longue vie». Dans ce théâtre d'ombres, les nouvelles qui proviennent des villes alentour - Zuwara, Zawiya, Misourata - sont totalement occultées. Là-bas, l'insurrection se poursuit pourtant, en s'inspirant de la rébellion de l'est du pays, désormais sous le contrôle de l'opposition.
«C'est vrai que c'est un peu le bazar dans l'Est», admet celui qu'on surnomme le «Businessman de la diplomatie», tout en prédisant un «rapide retour au calme». Le visage soudainement plus sévère, il reconnaît que «quelques centaines de personnes y sont mortes». «Au début des accrochages, essentiellement cantonnés à Benghazi et El Beida, les policiers ont paniqué et ils ont tué des dizaines de manifestants qui s'attaquaient aux postes de police», concède Seïf al-Islam. Mais pour le reste, il nie tout en bloc: les frappes aériennes sur la population, les exactions considérées par les Nations unies comme des «crimes contre l'humanité». «Nous sommes victimes d'une campagne de propagande des médias étrangers! Pire: c'est la première fois dans l'histoire de la diplomatie contemporaine que le Conseil de sécurité prononce une résolution en s'appuyant sur des reportages mensongers», s'emporte-t-il.
Golden boy.
Une des raisons, sans doute, pour lesquelles son bureau a récemment fait délivrer des visas à quelques dizaines de journalistes étrangers. «Soyez les bienvenus en Libye. Ouvrez les yeux, montrez-moi les bombes, montrez-moi les blessés! Promenez-vous librement à travers Tripoli!» insiste-t-il à l'attention des reporters - dont les déplacements restent néanmoins limités et encadrés, «dans l'intérêt de leur propre sécurité».
Quid des opposants qui, toujours dans l'est du pays, disent avoir formé un gouvernement intérimaire? «Ces gens-là ne sont pas crédibles. Ce sont des opportunistes. Hier, ils étaient avec nous. Aujourd'hui, ils retournent leur veste. Les Américains sont naïfs de vouloir entamer un dialogue avec eux», répond Seïf al-Islam. Il appelle de ses vœux un retour à la normale, afin «de lancer au plus vite un vaste plan de réformes», dont l'amorce, dit-il, «était justement prévue pour le 2 mars». Au programme: l'élaboration d'une Constitution, un nouveau Code pénal et une libéralisation de la presse. Mais n'est-il pas déjà trop tard, face à une contestation qui s'amplifie? «Des milliers de personnes m'appellent régulièrement en me suppliant de restaurer l'ordre. Ce sont des gens simples, des fermiers, des hommes modestes qui rêvent de sécurité, qui veulent que leurs enfants puissent aller à l'école sans le moindre danger», dit-il, accusant les manifestants de semer la «terreur». Les «victimes innocentes» du chaos ont ainsi reçu une enveloppe d'environ 400 dollars, pour, dit-il, «compenser l'augmentation du coût de la vie provoquée par les troubles».
Fin communicateur.
Architecte de formation, passé par les bancs de la London School of Economics, Seïf al-Islam, 38 ans, s'est souvent distingué comme l'homme du changement. Quand il sort de l'ombre, il y a dix ans, il s'impose rapidement comme un incontournable médiateur auprès d'une communauté internationale refroidie par le soutien de la Libye aux terroristes islamistes. Nommé par son père à la tête de la Fondation Kadhafi, ce golden boy au crâne rasé mène alors, sous couvert de cette organisation, une politique de réconciliation et d'ouverture sur l'extérieur. C'est à son initiative que des indemnités sont ainsi versées aux victimes des attentats de Lockerbie (1988) et de l'avion français de l'UTA (1989), dans lequel des Libyens sont impliqués. Début 2009, il osa même évoquer en public certaines insuffisances «dans le mécanisme d'application du pouvoir du peuple et de la démocratie» en Libye.
C'est donc lui qui, au cœur de la crise la plus profonde des quarante et un ans de règne de son père, se retrouve actuellement à la tête d'une opération de charme à l'attention des Occidentaux. Mais ce fin communicateur peut-il faire oublier les déclarations délirantes de son père, qui continuait d'affirmer mardi, dans une interview aux chaînes américaine ABC et britannique BBC: «Mon peuple m'aime. ( Les Libyens) mourraient pour me protéger.» Lui-même ne promettait-il pas, le 20 février à la télévision libyenne, des «rivières de sang» et une bataille «jusqu'à la dernière balle»?
Son crédit international envolé, Seïf al-Islam n'a qu'un mot à la bouche: «le retour au calme». «Mon père se porte bien, et je n'ai aucune ambition de devenir le président de la Libye», martèle-t-il.
Le Figaro par Delphine Minoui 01/03/2011