Los rebeldes quieren forzar el colapso del régimen en el este de Siria
El sonido de los reactores del aeroplano vino acompañado de un ingente estruendo y el repiqueteo de las ametralladoras antiaéreas.
Los bombardeos aéreos habían retornado a la ciudad.
Sentado en el salón de una vivienda, Amyad al Fkhari se permitió bromear. "Ahora esta es la música de la nueva Siria", dijo mientras continuaban las explosiones. La mañana había comenzado con las detonaciones y tiroteos de la cercana batalla que se libra en torno a la base de la División 17, una de las últimas posiciones del régimen de Bashar al Assad en esta provincia del este del país.
Sentado en uno de los múltiples sillones de antiguo palacio que servía como residencia al gobernador, el número dos del Frente de la Unidad Islámica, Abu Khaled, restaba
significación a los ataques aéreos o la misma confrontación en torno a la base militar donde siguen atrincherados los leales a Bashar al Assad.
"El régimen sabe que ha perdido Al-Yazira (así se denomina los territorios del este de Siria) y por eso está concentrando sus fuerzas en Homs y Damasco", explicó.
Como ocurrió en Libia, Raqqa se ha llenado de grupos armados que se han establecido en las edificaciones que capturaron. Los combatientes de filiación islamista del grupo de Abu Khaled han convertido el suntuoso edificio del gobernador en su cuartel general. Un recinto donde se prodiga el mármol y las enormes lámparas de cristal, y donde no faltaban los jacuzzis y hasta una sauna para disfrute de su propietario.
Lujo y escombros
El lujo se entremezcla ahora con los escombros que dejó el misil que alcanzó uno de los habitáculos del edificio. Aquí fue donde los integrantes del Frente Islámico de la Unidad y la Liberación (FIUL) capturaron al propio gobernador, Hassan Jalali, y a casi 200 miembros de su guardia personal el 3 de marzo. "Los sorprendimos", reconoce Abu Khaled.
Muchos de sus acólitos portan vestimentas al estilo afgano y barbas con el mostacho rasurado, un estilo al que recurren los islamistas que se identifican con el salafismo más estricto. Algunos deambulan por el recinto y graban vídeos de la cabeza de metal que representa la testa del difundo dictador Hafez el Assad, antecesor de su hijo Bashar, que permanece tirada en el suelo del complejo.
La detención del gobernador fue uno de los hitos de la sorprendente ofensiva que acabó con la derrota de las tropas de Damasco en Raqqa el pasado día 4. En poco más de 72 horas los rebeldes sirios, liderados por grupos islamistas como Ahrar al Sham, Jabhat al Nusra y el FIUL quebraron las defensas del régimen. La
debacle fue tal que no sólo fue arrestado Jalili, sino otros altos cargos oficiales como el jefe local del partido Baaz que dirige Bashar al Assad.
Otros tuvieron menos suerte. Les precedía una triste aureola. Abu Yassem era un nombre que inspiraba terror, recuerda Mohamed Azoz. Lo sabe porque él también sufrió sus excesos. "Era el responsable de los interrogatorios", dice. Un cuestionamiento brutal, en el que prisioneros como Azoz, un joven activista natural de Homs, eran torturados con descargas eléctricas y golpeados hasta dejarlos inconscientes.
Ni siquiera el hecho de que Azoz hubiera sido herido gravemente en el brazo por un obús hace meses frenó tal comportamiento. Uno de sus acólitos le rompió el mismo hueso que le habían recompuesto en una compleja operación. "Solían aplicarme la electricidad en la herida y me desmayaba. Desde entonces duermo con una pistola bajo la almohada con una sola bala.
No es para defenderme. Es para pegarme un tiro si vuelven y me quieren detener de nuevo", asegura el muchacho.
Las palabras del joven de 24 años son un reflejo de la aureola que rodeaba al integrante de la Seguridad Militar, uno de los múltiples servicios de inteligencia sirios. Mohamed rememora también que cientos de personas se congregaron en una céntrica plaza de Raqqa el día 8, cuando los insurrectos exhibieron el cuerpo de Abu Yassem. El cadáver tenía un disparo en el cerebro. La victoria en Raqqa ha marcado un notable giro en el conflicto sirio. Los alzados amenazan ahora con provocar el colapso de las tropas de Damasco no sólo en esa provincia del este del país sino en toda la región de Al Yazira, que también incluye enclaves como Hasaka y Deir Ez Zor.
Al Yazira es un territorio estratégico. De aquí procede todo el petróleo y gas que genera el país. Tan sólo el primero generaba una cuarta parte de los ingresos del gobierno antes de la insurrección. También es el principal granero del país.
"Esta región es clave para la economía del país. Sin ella el país se queda sin ingresos", afirma Bashir Tlass, jefe de una nueva alianza de grupos armados afiliados al Consejo Militar del Ejército Libre Siria creada hace días.
'Tenemos que organizarnos'
Tlass peleaba bajo las órdenes de Maher al Assad en la 4 División, una de las unidades de élite del régimen. Decidió desertar en abril del año pasado. Habla en su despacho, una dependencia del Museo de Raqqa, que ahora exhibe los emblemas de esta agrupación. Los uniformados deambulan entre sarcófagos y mosaicos centenarios. Las piezas más pequeñas han sido apiladas en sendas habitaciones que han sellado con dos puertas de metal soldado. "El museo es del pueblo y cuando nos vayamos no puede faltar ni un hilo", apunta el jefe militar.
La creación de la nueva agrupación que comanda es otro signo del giro que está adoptando este conflicto, donde los sublevados parecen intentar corregir en esta zona las divisiones que han mermado su eficacia en otras comarcas. "Hemos aprendido que tenemos que organizarnos. Estamos unificando las brigadas. Raqqa será un ejemplo", reconoce.
El asalto contra Raqqa fue una operación que se planifico durante meses. La ofensiva comenzó a finales del año pasado con la toma del control de Tel Abyad, en la frontera con Turquía, en septiembre. En febrero los opositores desalojaron a los militares gubernamentales de la presa del río Eufrates, la mayor del país y establecieron un cerco en torno a Raqqa. Cerca de 7.000 combatientes, según el diario Asharq al Awsat, lanzaron el asalto final contra la urbe el 2 de marzo.
La
ofensiva tenía un nombre: La incursión del Todopoderoso. Una denominación que incide en el carácter islamista de las tres principales agrupaciones que dirigieron la operación. Las mismas que incluso se encargaron de impedir el acceso a la ciudad "de facciones que sabíamos que podían robar", dice Abu Abdallah, director del departamento de información de Ahrar al Sham, la formación más influyente de Raqqa.
La batalla se saldó sin la devastación que ha asolado enclaves como Alepo o el citado Deir Ez Zor. Los pocos edificios derruidos son producto de la venganza subsiguiente del régimen. Lleva días lanzando misiles de largo alcance y bombardeando la metrópolis con aviones y helicópteros. "Tiraron algún Scud pero cayó en la montaña, muy lejos de aquí", observa Abu Khaled, de FIUL.
Los últimos vestigios del poder de Bashar en Raqqa se concentran en los campamentos de la División 17, la 93 y el aeropuerto de Tabqa.
Los tres están rodeados por miles de combatientes.
"Los tienen que abastecer por aire. El otro día un helicóptero lanzó un saco de pan y otro de carne en la División 17. El pan cayó en las posiciones del régimen y la carne nos la regalaron a nosotros", asevera con una enorme sonrisa Mohamed Abdelaziz, uno de los responsables de Afad al Rasul (Los nietos del Profeta), otra facción de Raqqa.
Para los rebeldes de Yazira,
Raqqa es sólo un primer paso. Tlass asevera que los siguientes objetivos son la ciudad de Hasaka y Qamishli. «Sólo teníamos un impedimento, las milicias kurdas (Hasaka es una provincia donde esa comunidad es mayoría). Pero el Consejo Sirio ha llegado a un pacto con ellas y ahora todos estamos en el mismo campo. La caída de Hasaka se producirá antes de finales de este mes. Ya hemos enviado numerosas ‘Katibas’ (grupos armados)», señala.
http://www.elmundo.es/elmundo/2013/04/19/internacional/1366325837.html