Cinco años después de una guerra olvidada
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Un convoy de militares rusos camino a una base provisional en el territorio de Georgia, el 16 de agosto de 2008. A la derecha, un hombre georgiano.
© RIA Novosti. Maxim Avdeev
17:35 09/08/2013
Vadim Dubnov, RIA Novosti.
Hace cinco años, el 8 de agosto de 2008, Georgia atacó a Osetia del Sur.
Unos días después del conflicto, los sociólogos del Centro Levada preguntaron a los rusos su opinión sobre esta guerra: el 70% de los encuestados expresó que las autoridades rusas habían hecho todo lo posible para evitar la escalada militar.
En aquel entonces todo parecía muy claro y la mitad de los encuestados creía entender perfectamente lo que estaba sucediendo.
Cuatro de cada diez opinaban entonces que el conflicto con Georgia supondría para Rusia algunas ventajas. Sin embargo, un sondeo realizado el año pasado arrojó que sólo el 28% compartía esa opinión. Pero quizá lo más interesante de la encuesta de 2012 es que el 48%, casi la mitad de los encuestados, manifestó que la guerra no había dado al país resultados aparentes: ni positivos ni negativos. Como si no hubiera tenido lugar.
Y son datos que confirma otra encuesta reciente del Centro Levada: uno de cada dos rusos opina que el reconocimiento de la independencia de Abjasia y Osetia del Sur no ha aportado ningún resultado a Rusia, ni positivo ni negativo.
En agosto de 2008, podría dar la impresión de que por parte de Rusia el conflicto tenía cierto carácter personal. Moscú puso de manifiesto que, mientras siguiera gobernando Mijaíl Saakashvili, no habría ningún tipo de relaciones con Georgia. Dmitri Medvédev, el entonces presidente, sugería a su homólogo georgiano que más le valdría mostrar su agradecimiento hacia Rusia por no haber llevado sus tropas hasta Tiflis. Ahora, pasados cinco años, Medvédev afirma que nunca se contempló la posibilidad de llegar hasta Tiflis para cambiar el régimen político georgiano y castigar a Saakashvili.
Sin embargo, hace cinco años los rusos creían poder atribuir el conflicto militar en gran medida al factor personal. Además, los sondeos de entonces muestran otros factores como la influencia de EEUU y el deseo de Georgia y su presidente de acercarse a Occidente y a la OTAN. Todo esto, para muchos rusos, servía como pretexto suficiente para iniciar las acciones militares en la región.
http://sp.ria.ru/infografia/20130808/157745603.html
Está claro que todo había empezado mucho antes de la llegada al poder de Mijaíl Saakashvili. Incluso antes de que pilotos de aviación, llamada abjasia, atacaran a las abigarradas unidades del ejército georgiano. Antes incluso de que los sectores cosmopolitas de la sociedad georgiana se inclinaran ante la pesada mirada de su primer presidente Zviad Gamsajurdia. Ni siquiera eso dio origen a los problemas actuales.
La Georgia idílica, sea la de los tiempos de los zares o sea de la época soviética, no es sino una de las caras de una moneda que tiene en su otro lado el descontento siempre latente y susceptible de convertirse en rebeliones en las plazas. O incluso capaz de adquirir forma de interminable disidencia contra el poder soviético, un movimiento que se filtraba a todas las capas de la inteligencia georgiana, siendo casi su rasgo distintivo.
Georgia estuvo en la vanguardia de esa disidencia, junto con las repúblicas bálticas y Ucrania. Gamsajurdia, Shevardnadze o Saakashvili, tan diferentes en estilo, no son sino distintas expresiones de una idea de rebelión anti-imperialista. Y dentro de esa idea latían también sus propias ambiciones imperiales, sobre las que advirtió en su momento el académico Andréi Sájarov (lo que nunca le perdonaron los liberales georgianos).
Durante el mandato de Saakashvili, las relaciones entre los dos países se encontraban en un estado pésimo, pero por lo menos la actitud que tenían ambas partes era completamente sincera. Y como continuación lógica de esta actitud en un momento dado estallaron las acciones bélicas.
Saakashvili simplemente dijo lo que Shevardnadze había disfrazado con bonitas palabras sobre la amistad de los pueblos. Dijo que su país buscaría la cooperación con Occidente y con la OTAN, lo que es incompatible con tener buenas relaciones con Moscú.
Otra cosa es que el presidente georgiano se comportara con altanería, pero ello difícilmente desempeñó el papel decisivo, porque las discrepancias entre Rusia y Georgia eran demasiado evidentes y fundamentales. Pese a las declaraciones oficiales, daba la sensación de que en aquellos momentos la guerra como posible desenlace de la situación ya no se veía como una catástrofe. Sin embargo Moscú y Tiflis aparentemente seguían creyendo que se la podría evitar.
A partir de julio de 2008, en la frontera de Osetia del Sur se produjeron constantes provocaciones y ataques con artillería. Los militares impávidos afirmaban que era imposible determinar quién había sido el primero en disparar, dado que nada ya respondía a la lógica ni a las previsiones. Tsjinval disponía de artillería desde el principio, muientras Georgia la desplegó a propósito.
Fue una guerra muy extraña, paradójicamente, era inevitable y al mismo tiempo fácil de evitar. Y se intentó prevenirla hasta el 8 de agosto, fecha en la que todo esfuerzo se volvió inútil.
Han transcurrido ya cinco años y ya nadie indaga qué día las tropas rusas habían entrado en Osetia del Sur, por qué el inicio de las acciones bélicas casi había coincidido con el comienzo de las maniobras del Distrito militar del Cáucaso del Norte ni quién había sido el primero en disparar. Occidente también parece haberse formado una opinión definitiva al respecto.
Verdad es que algunos periodistas no han dejado de preguntar a los participantes en aquellos acontecimientos sobre cómo ocurrió todo. Hace cinco años, cuatro de cada diez encuestados mostraban su entusiasmo por el asunto y en 2012 su número se redujo hasta sólo dos personas de cada diez. Algo estaba fallando: es posible que aquella guerra efectivamente haya sido la continuación por otros medios, no de la política, sino de las relaciones entre Rusia y Georgia, tan ricas en ofensas calladas.
Georgia nunca llegaría a ingresar en la OTAN por unas razones bastante objetivas. Tampoco podría haberlo hecho en 2008, sus posibilidades eran más bien escasas y ello se le dio a entender a Tiflis de forma inequívoca en primavera de 2008 durante la cumbre de la OTAN celebrada en Bucarest.
Para agosto de 2008, los países occidentales se habían cansado ya del presidente georgiano y la Casa Blanca buscaba desesperadamente una manera de ocultar su hastío. De modo que el George Bush hijo y la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, le dijeron a Saakashvili abiertamente que no contara con su apoyo en caso de perder los papeles en Osetia del Sur o Abjasia. Creyendo que lo estaban diciendo por decir, Mijaíl Saakashvili no hizo sino provocar un distanciamiento definitivo. No hubo otras consecuencias geopolíticas de aquella guerra. Eso si dejamos a un lado que Tiflis se ha ahorrado problemas con el estatus de Osetia del Sur y Abjasia.
Después de agosto de 2008, Saakashvili -por un breve período- logró reforzar su régimen: justo después del conflicto armado, incluso la oposición le mostró su respaldo. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que el presidente no era ningún salvador de la patria, pero esto no impidió a Saakashvili aguantar otros cuatro años en el poder.
Tras la guerra, el presidente perdió el interés de promover reformas, pero nadie lo achacó a las consecuencias del conflicto. Ni Osetia del Sur ni Abjasia, que consiguieron la independencia, aunque en una medida muy limitada, parecen haberse beneficiado de la guerra. Porque antes, siendo el centro de la intriga política, lograban maniobrar para su provecho entre Moscú, Occidente y Georgia.
Mientras tanto, en Georgia está ocurriendo lo que hace cinco años podría haber constituido uno de los objetivos de Moscú: Mijaíl Saakashvili se va.
¿Será ahora el momento idóneo para restablecer contactos con Georgia? Quizás, pero, al igual que antes, no tendríamos de qué hablar.
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