Ascender
Eramos un grupo complejo de llevar, muchos hombres lejos de casa, algunos ya grandes de edad, otros muy necesarios y muy jóvenes... era difícil pero nos unía la pasión por lo que hacíamos.
Subir y bajar en el movimiento "en serie" que yo había propuesto al grupo para trabajar sobre los VC tenía sus bemoles, un tanque no es algo que puedas tener en un living y entonces cuando de la tarea que hacías dentro surgía la necesidad de algo que estaba en tu banco de trabajo... y... la invocación a las mujeres de vidas ligeras era un clásico.
En 1999 nuestro hombre a cargo de los servicios de motor, caja y vano de motor era un suboficial retirado, de muchos años retirado, no se si me explico, Juan Bautista ya fallecido lamentablemente.
Por ser un hombre de tanta experiencia era consultado y mimado por mi de toda forma, muy amigo de mi viejo en los años finales de tamse, Juan "tenía coronita". Ahora, Juan Bautista era bravo... vivía a contramano de todos sus compañeros de casa durmiendo cuando los demás jugaban cartas y haciendo ruido cuando todos dormian. Algún día pasó que Juan andaba mal de un dolor de garganta que lo tenía a mal traer y alguien le dijo que tomara té con mucha miel porque la miel le haría bien y el dolor se atenuaría disminuyendo su incomodidad. Así fué como Juan se consiguió una vieja botella de leche de aquellas de boca ancha de color verde si recuerdan, en la que "alguien" le trajo miel casera directo del campo. Nosotros en el 99 estábamos en Azul, era muy fácil conseguir cosas del campo (yo atesoro algunos de esos recuerdos).
La cuestión es que la regla de tres simple no funcionó ya que Juan se despertó en medio de la noche con su dolor de garganta a cuestas y razonó que la miel le hacía bien asi es que mucha miel, le haría mucho bien... le pegó el trago a la botella y se atoró... cuando acudieron los muchachos en calzones Juan ya estaba violeta por la asfixia por un tapón de miel que se había empecinado en no ir para ningún lado, tal vez consiente de su importancia para el bien de garganta del pobre de Juan, había decidido estacionarse allí no dejando al pobre respirar.
A la mañana siguiente, Juan estaba afligidísimo, casi se muere por la miel, le había pegado un susto mayor a sus compañeros y la garganta permanecía ajena a tanto esfuerzo y le seguía doliendo, Juan se puso fastidioso.
Decidió triturarme la paciencia tratando de lograr le comprara una escalera para subir a los tanques... y si... algo mas de un metro es el escalón para subirse al tam... la técnica es poner el pié derecho sobre el gancho de remolque izquierdo, uno debe tomarse con ambas manos de la protección del farol izquierdo y como quien se monta a un caballo cuando el caballo quiere caminar, revoleando la patita derecha para empujarse con el impulso, termina con un poco de suerte de pié sobre el capot... era mucho para muchos, para Juan también así que considerando la situación vivida, decidí dejar lo que estaba haciendo y abandonar el Húsares de Pueyrredón y conseguir una escalera.
Admito que fuí contrariado, estábamos renegando con un T1 que no quería purgarse y el motor se detenía por falta de combustible, hay un tornillo hueco perforado lateralmente que es el que permite.... no... les cuento eso otro día. Me fuí a comprar una escalera.
Traje una de esas de tijera, de chapa, 6 escalones, de color blanco, muy bonita. Juan con aire de triunfo me regaló la primera sonrisa del día por fin y haciendo entrega del adminiculo recién adquirido sentencié muy a tiempo: che, es para usar todos, eh?
Y.. si... Juan se subía y le afanaban la escalera para usarla en otro lado, para bajar, debía hacerlo como siempre sólo que ahora tenía escalera y se la había sacado. Pronto se convirtió en un deporte local el cambiarle de tanque a Juan la escalera, ya, aunque no hiciera falta...
Se sucedían los escándalos por la bendita escalera blanca tan bonita y yo seguía al día siguiente con el T1 ese maldito porque se había explotado y lo habían sold.... apareció Juan al pié del VC en el que yo estaba... demandando justicia por el permanente peregrinar de la jodida escalera, ya nada bonita para mi.. así es que decidí intervenir.
Bajé sin decir nada, pasé pegado a Juan que quedó hecho un molinete en el playón que separa al 10 del grupo de artillería, localicé la escalera frente a la proa de un tanque y me subí a él sin utilizarla, caliente como negra en milonga, lo puse en marcha, di primera adelante suave medio largo y me detuve, giré 90 grados a derecha en el lugar (eso se hace en punto muerto), luego 180 grados a izquierda, 90 a derecha y medio largo atrás para comprobar que mi cometido había sido todo un éxito: la escalera parecía una hoja de cuaderno Rivadavia rayado tirada en el piso del playón. Poco y nada quedó de ella.
Me bajé y volví a lo mio sin articular palabra consiente en ser el foco de las miradas de todos aquellos que empezando por Juan que inició la sub rutina de destrucción, los que habían generado su enojo, aquellos que habían sido advertidos por los que miraban y sabía qué venía.
Casi un año después, en Olavarría me contaron que había apuestas buscando al que acertara cuánto iba a tardar yo en hacer desaparecer la escalera. No acertó nadie.
Norberto