Japón se equivocó de mediador para poner fin a la guerra
En 1945 Tokio buscó la mediación de la URSS (única de las grandes potencias aliadas con la que no estaba en guerra) para alcanzar un acuerdo negociado que pusiera fin a la contienda. Pero en aquellos momentos Stalin, que ya se disponía a combatir a Japón, era el más renuente a aceptar que éste se rindiera antes de que el Ejército Rojo pudiera ocupar los territorios de Extremo Oriente que el Kremlin ambicionaba
Desde el inicio de 1945, aun entre los dirigentes japoneses más fanáticos, se había llegado a conclusión de que la guerra estaba definitivamente perdida, lo que no evitaba que para algunos de ellos no hubiera más solución que una defensa a ultranza que implicara un alto coste para el enemigo cuando pusiera pie en el archipiélago nipón. De hecho, el plan Ketsu-go, previsto para cuando los americanos intentaran su desembarco en la isla de Kyushu (que era, en efecto, la seleccionada por el Estado Mayor de Washington para iniciar el asalto al Japón metropolitano), comprendía el empleo de miles de aviones y lanchas suicidas actuando conjuntamente contra la fuerza invasora.
Sin embargo, otros dirigentes civiles y militares del Mikado optaban por una paz negociada, uno de ellos, el ministro de la Marina Imperial, el almirante Misumasa Yonai. Entre una y otra postura, otro almirante, Kantaro Suzuki, primer ministro del gabinete, mantenía una posición ambigua, enviando señales a Washington y Londres de que Tokio estaba dispuesto a negociar, al tiempo que públicamente se reafirmaba en continuar la guerra.
En todo caso, los aliados se mantuvieron firmes en rechazar las veladas ofertas japonesas, exigiendo una rendición incondicional. La figura del Emperador y su status futuro era la clave del desencuentro. Pero, conforme fueron transcurriendo las semanas, la situación en Japón se tornaba más desesperada y los continuos bombardeos americanos sobre sus ciudades estaban reduciendo el país a escombros. Tokio decidió entonces recurrir a la única gran potencia aliada con la que no se encontraba en guerra, la Unión Soviética. Argumentando que la neutralidad japonesa durante la invasión alemana había salvado a la URSS, le pedía a Stalin que mediara ante Estados Unidos y el Reino Unido.
No había podido hacer peor elección. De todos los aliados, Moscú, aunque teóricamente neutral ante Japón, era el que menos dispuesto estaba a aceptar su rendición. Mientras el resto intentaba acabar con el militarismo japonés y la amenaza que éste suponía…, la URSS buscaba mucho más. Pretendía apoderarse de todos los territorios perdidos en la guerra contra Japón a principios de siglo, además de la isla Sajalín y parte de la Kuriles, lo que supondría una salida directa al Pacífico desde sus puertos de Extremo Oriente. Para ello, necesitaba que la contienda continuase, dar tiempo al traslado de sus tropas desde Europa al nuevo teatro de operaciones y declararle entonces la guerra a Japón. Así fue como ocurrió y, aunque Tokio accedió por fin a la rendición, aceptada por todos los aliados, el Ejército Rojo no detuvo sus operaciones hasta haber logrando prácticamente todos sus objetivos militares. Sólo entonces, diez días después de que se hubiera aceptado y cumplido el alto el fuego por parte de los demás aliados, los soviéticos consideraron que la guerra había terminado.
abc.es
En 1945 Tokio buscó la mediación de la URSS (única de las grandes potencias aliadas con la que no estaba en guerra) para alcanzar un acuerdo negociado que pusiera fin a la contienda. Pero en aquellos momentos Stalin, que ya se disponía a combatir a Japón, era el más renuente a aceptar que éste se rindiera antes de que el Ejército Rojo pudiera ocupar los territorios de Extremo Oriente que el Kremlin ambicionaba
Desde el inicio de 1945, aun entre los dirigentes japoneses más fanáticos, se había llegado a conclusión de que la guerra estaba definitivamente perdida, lo que no evitaba que para algunos de ellos no hubiera más solución que una defensa a ultranza que implicara un alto coste para el enemigo cuando pusiera pie en el archipiélago nipón. De hecho, el plan Ketsu-go, previsto para cuando los americanos intentaran su desembarco en la isla de Kyushu (que era, en efecto, la seleccionada por el Estado Mayor de Washington para iniciar el asalto al Japón metropolitano), comprendía el empleo de miles de aviones y lanchas suicidas actuando conjuntamente contra la fuerza invasora.
Sin embargo, otros dirigentes civiles y militares del Mikado optaban por una paz negociada, uno de ellos, el ministro de la Marina Imperial, el almirante Misumasa Yonai. Entre una y otra postura, otro almirante, Kantaro Suzuki, primer ministro del gabinete, mantenía una posición ambigua, enviando señales a Washington y Londres de que Tokio estaba dispuesto a negociar, al tiempo que públicamente se reafirmaba en continuar la guerra.
En todo caso, los aliados se mantuvieron firmes en rechazar las veladas ofertas japonesas, exigiendo una rendición incondicional. La figura del Emperador y su status futuro era la clave del desencuentro. Pero, conforme fueron transcurriendo las semanas, la situación en Japón se tornaba más desesperada y los continuos bombardeos americanos sobre sus ciudades estaban reduciendo el país a escombros. Tokio decidió entonces recurrir a la única gran potencia aliada con la que no se encontraba en guerra, la Unión Soviética. Argumentando que la neutralidad japonesa durante la invasión alemana había salvado a la URSS, le pedía a Stalin que mediara ante Estados Unidos y el Reino Unido.
No había podido hacer peor elección. De todos los aliados, Moscú, aunque teóricamente neutral ante Japón, era el que menos dispuesto estaba a aceptar su rendición. Mientras el resto intentaba acabar con el militarismo japonés y la amenaza que éste suponía…, la URSS buscaba mucho más. Pretendía apoderarse de todos los territorios perdidos en la guerra contra Japón a principios de siglo, además de la isla Sajalín y parte de la Kuriles, lo que supondría una salida directa al Pacífico desde sus puertos de Extremo Oriente. Para ello, necesitaba que la contienda continuase, dar tiempo al traslado de sus tropas desde Europa al nuevo teatro de operaciones y declararle entonces la guerra a Japón. Así fue como ocurrió y, aunque Tokio accedió por fin a la rendición, aceptada por todos los aliados, el Ejército Rojo no detuvo sus operaciones hasta haber logrando prácticamente todos sus objetivos militares. Sólo entonces, diez días después de que se hubiera aceptado y cumplido el alto el fuego por parte de los demás aliados, los soviéticos consideraron que la guerra había terminado.
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