A 36 años de la guerra de Malvinas, el metanense Carlos Bruno Delgadillo dijo que no regresa a las islas porque le parece injusto tener que utilizar pasaporte para poder ingresar a suelo argentino. Él vivió el conflicto con dureza, ya que fue un prisionero de guerra.
Durante el conflicto bélico. Delgadillo era cabo del Arma de Caballería, integraba el cuadro de la compañía de comandos 602, primera sección. Estuvo en el combate de Top Malo House, que relatan libros británicos y argentinos.
Allí fue tomado prisionero por los soldados ingleses junto a sus compañeros. “Eramos trece comandos, el 29 de mayo salimos hacía Monte Simón, unos 60 kilómetros atrás del terreno que dominaba el enemigo. Aproximadamente a las 4.30 de la madrugada estábamos listos para la misión. Los helicópteros llegaron tarde y a eso de las 7.30, salimos y nos dejaron al pie del Monte Kent”, relato el veterano, que tenía 28 años cuando combatió en Malvinas.
Delgadillo actualmente tiene 63 años y reside en Metán con su familia. Es un referente de los veteranos y un difusor de lo que ocurrió durante ese conflicto. Para agradecer a Dios es peregrino del Milagro salteño.
“Con el cargamento que llevábamos era difícil la marcha que nos llevó desde las 8 hasta las 17. Al inicio, el jefe de la sección, conjuntamente con nosotros, formamos dos columnas y estábamos separados unos 20 metros cada hombre. Las inclemencias del tiempo y el terreno no permitía alejarnos”, describió. Cuenta que una barra de chocolate de taza le alcanzó para el desayuno, el almuerzo, la merienda e incluso para la cena durante esa marcha. También cargaba una mini petaca de whisky, que le servía para calentar su cuerpo. La compartía con sus compañeros, con quienes se comunicaban más con señas que con palabras en esa larga caminata.
Delgadillo destacó la valentía de todos esos hombres que estaban dispuestos a morir por la Patria. “Cuando llegamos a la posición, logramos ver al enemigo, que se transportaba de un lado a otro con sus helicópteros. Estaba a varios kilómetros, sentí impotencia de no poder hacer nada, las comunicaciones no andaban, estábamos solos y aislados. Y llegó la noche y estaba mojado. Mi cama era una piedra, y mi techo, mi capa-poncho”, relató. En ese contexto, habían priorizado las municiones antes que una manta y la bolsa-cama para traer la mochila. “Qué importaba si estaba dispuesto a morir, lo importante era tener algo con qué defenderte... el resto no importaba”, exclamó.
“Pasamos la noche y llegó el 30 de mayo, ni bien aclaró, descansado pero mojados y con frío, realizamos el regreso hacía Top Malo House, con más equipo porque tuvimos que llevar el armamento que se encontraba en el cerro que había dejado una patrulla que pasó unos días antes, eso dificultó más nuestra marcha, sumado a mal dormido, con hambre, mojados, con lluvia granizo y un frío insoportable”, relató.
Delgadillo recuerda con claridad los hechos de la mañana del 31 de mayo.
Se alistaban para continuar con la marcha, pero alguien observó algo entre las ovejas. El sol que estaba asomándose hizo brillar las antiparras de un inglés.
“Espinosa gritó: ‘Son ingleses’. La casa tenía un entrepiso en el cual se encontraban Pedroso y otros, yo estaba abajo con Helguero. De pronto sentí como un trueno que movió toda la casa y empezaron las explosiones de todo tipo. Adentro había una nube de humo y tierra, varios salieron a repeler el ataque”, contó.
Detalló que los primeros argentinos salieron por la puerta y otros por las ventanas. El fuego de los británicos no cesaba. De pronto una explosión levantó el piso de madera. Los soldados quedaron cuerpo a tierra. “En esa posición Helguero se adelanta para salir por la puerta, yo lo sigo. De repente, una granada explota cerca de la puerta donde estaba Helguero y una esquirla le pega en el pecho. En ese momento una ráfaga de ametralladora perfora la pared a la altura de mi cabeza, me pego contra el piso y veía cómo pasaban las balas. Yo pensé que algunos me habían pegado. Mi cuerpo estaba como adormecido eran por las explosiones y los sacudones que daban el piso de la casa”, narró el veterano de Malvinas.
Contó luego que Helguero sacó un pañuelo del bolsillo y se lo colocó en el pecho. “Se miró y me dijo ‘me la dieron’, me asusté porque pensé que podía haberle tocado el corazón, pero gracias a Dios no. Nos dimos vuelta y saltamos por la ventana, nuestros compañeros combatían con furia, ya Mateo Sbert estaba muerto y también había heridos. Pero seguimos combatiendo unos minutos más”, dijo Delgadillo.
“Nos hicieron un simulacro de fusilamiento”
El relato de Carlos Bruno Delgadillo es escalofriante. Recuerda que el enfrentamiento en el que estuvo terminó cuando lo miró a Verceci: “Nos grita ¡alto el fuego! conjuntamente con Gatti”.
El panorama era desolador. “Reinaba la impotencia, la bronca no sé con quien, No podíamos creer que estábamos frente al enemigo con dos compañeros muertos y varios heridos”, lamentó.
“Sabíamos que habíamos dado todo en el combate, yo estaba muy molesto con Dios. No me permitió que fuera yo uno de los que muriera en combate, porque en ese momento querés morir. Uno de los ingleses se burlaba y nos decía que a Galtieri le cortaron la cabeza y nos quedó la duda si Puerto Argentino había caído”, recordó.
Relató que al rato llegaron helicópteros para llevar a los heridos y a los ilesos. “Nos encapucharon. A Verceci, Gatti, Pedroso y a mí nos interrogaron, ya que no teníamos información, hicieron un simulacro de fusilamiento”, rememoró.
“Nos colocaban en partes incomodas, las manos se nos cerraban, cuando nos apoyaban en una pared de chapa el frío era tremendo. El enemigo me estiraba los dedos y me golpeaba con su puño para que las tenga abiertas”, expuso el excombatiente.
En ese momento aprendió a respirar y a controlarse para no temblar de frío. Así tuvo que ganar tranquilidad, con 6 y 10 grados bajo cero.
“Después nos separaron, a Gatti y Verceci, no lo vimos más hasta que nos embarcaron en el Norlan. Compartimos días como prisioneros de guerra con Castillo y Pedroso, pensábamos mucho en nuestros compañeros heridos”, detalló Delgadillo.
El grupo estuvo nueve días prisionero. Luego el trato mejoró, hasta que los entregaron a la Cruz Roja Internacional.