La fuerza y la violencia en nuestra democracia
Por Mariano Grondona
.Fue como una piedra en el lago. Si a fines de la semana pasada la agresión que sufrió en Jujuy el senador radical Gerardo Morales podía aparecer como un "escrache" particularmente salvaje pero aun así aislado, a partir de entonces los círculos concéntricos de la "piedra en el lago" se fueron ampliando hasta configurar, hacia este fin de semana, un paisaje inquietante. Ahora se supone que la organización Tupac Amaru, que se moviliza bajo el liderazgo de Milagro Sala, lejos de ser un movimiento meramente "social" preocupado, como tantos otros, por la pobreza creciente que nos rodea, es una verdadera mafia política de armas llevar, alimentada por la "caja" de la Casa Rosada, cuya expansión desborda incluso al propio gobierno jujeño pese a su pátina kirchnerista. Cuando se observa que otros movimientos afines como el de Luis D´Elía han respaldado abiertamente la agresión a Morales, surge la pregunta que a muchos perturba: ¿hasta dónde está dispuesto a llegar Néstor Kirchner en su campaña a todo o nada por preservar el poder pese a la creciente desaprobación de sus conciudadanos?
Ahora se advierte que, después de haber cometido varias transgresiones como el adelantamiento de las elecciones de octubre a junio de este año y como la invasora "ley de medios", Kirchner, en su "guerra" contra Clarín , viene promoviendo una ley de identidad que, con el pretexto de imponer el análisis compulsivo del ADN a todas las personas, lo que pretende en realidad es acosar a una sola familia mientras aspira además con otro pretexto, el de la "reforma política", a adelantar las elecciones internas obligatorias de los partidos a junio de 2010 para "madrugar" otra vez a la oposición, con vistas a confirmar su dominio del Partido Justicialista antes de que se complete el desarrollo del "peronismo federal" que lo desafía, y para ser consagrado en aquella temprana fecha como el candidato oficial en dirección de 2011.
¿Todo vale para Kirchner? ¿Sirve en todo caso de consuelo que algunos dirigentes kirchneristas hayan lamentado la agresión de Jujuy o que le hayan soltado la mano al juez Faggionatto Márquez en el Consejo de la Magistratura? Estos signos, en sí positivos, ¿revelan acaso algún disenso entre los seguidores de Kirchner o son, apenas, maniobras de distracción?
Fuerza y violencia
Que se pueda ubicar a Sala y D´Elía al frente de presuntos grupos armados no sólo impunes sino también amparados por su mandante es una inquietante señal de que la democracia argentina no ha podido poner en su lugar a la fuerza y la violencia, como lo han logrado en cambio las democracias bien ordenadas que nos rodean.
En cualquier democracia bien ordenada existen y operan las Fuerzas Armadas y la policía. Ambas estructuras conforman lo que llamaríamos la fuerza oficial del Estado, que es legítima a condición de que se sujete estrictamente a la Constitución y las leyes. Esto puede no ocurrir, en un caso, cuando la fuerza se rebela contra el orden democrático, como ocurrió entre nosotros en los años setenta. Fue entonces cuando la fuerza del Estado argentino se desnaturalizó en violencia . Pero a la violencia también se puede llegar cuando, desde fuera del Estado, otras organizaciones armadas pretenden desafiarlo. Esta fue la segunda distorsión que, detrás del ERP y los Montoneros, también nos conmovió en los años setenta.
¿Cuál debió ser entonces la prioridad de nuestro Estado democrático a partir de los años ochenta? Reconstituir las Fuerzas Armadas y la policía, subordinándolas al mismo tiempo al imperio de la ley. Lo que hizo Kirchner a partir de 2003, en cambio, fue destruir a las organizaciones legítimas de la fuerza, dejando el campo abierto a la violencia eventual de organizaciones "privadas" cuya vanguardia han sido, desde entonces, diversos grupos piqueteros. Kirchner procuró cooptarlos, pero ya no para que se ajustaran al orden democrático, sino para que le sirvieran a él mismo de escudo o, eventualmente, de espada, hasta que al fin la Justicia no tuvo más remedio que intervenir, como acaba de hacerlo ante los desvíos del hijo del "piquetero-funcionario" Emilio Pérsico.
Véase el exceso al que hemos llegado. Si una de las funciones de las Fuerzas Armadas es la defensa del país en sus fronteras, la inexistencia entre nosotros de una organización militar que merezca este nombre nos pone en una desventaja tan evidente ante naciones vecinas como Brasil y Chile que no es ni siquiera imaginable una paridad con ellas en esta materia. Es verdad que afortunadamente no hay guerras en el horizonte del Cono Sur, pero esto no evita que, cada vez que nos sentamos ante una mesa de negociaciones tanto nosotros como nuestros vecinos sepamos que no somos ni de lejos sus pares estratégicos.
Si, por otra parte, la función esencial de las fuerzas policiales es garantizar la seguridad de los ciudadanos, ¿puede asombrar acaso, en la Argentina apolicial en la que vivimos, la insolencia creciente de la delincuencia y de cualquier otro grupo que emplee como método la "acción directa"? Pero Kirchner, que no se inmuta ante la alarmante indefensión de los ciudadanos, ha llegado incluso a torpedear los esfuerzos de Mauricio Macri para dotar de una mínima protección policial a los porteños.
¿Qué hacer?
Lo que surge de estas consideraciones es que aquellos que logren derrotar a Kirchner en 2011 sólo se pondrán a la altura de su inmensa responsabilidad si advierten que su meta no es simplemente un mero "cambio de gobierno" sino un verdadero "cambio de sistema", nada menos que la reconstrucción de un Estado republicano y democrático que exorcice a la pobreza, en lugar del desierto institucional que dejará tras de sí el aspirante a dictador que todavía se empeña en demorarla. ¿Bastará con que venza alguno de los "presidenciables" de hoy, que aún pugnan no sólo con Kirchner sino también entre ellos para sucederlo? Si la tarea esencial del "poskirchnerismo" no es reemplazar simplemente a un presidente sino también desmontar el sistema opresivo que él todavía sigue intentando, ¿será suficiente con que cada uno de nuestros "presidenciables" compita por el poder casi a título personal y no como parte de la convergente tarea fundacional que requerirá una Argentina nuevamente democrática, republicana y social?
Y estos presidenciables, ya se llamen Reutemann o Cobos, Macri o De Narváez, Solá, Carrió o Rodríguez Saá, o cualquier otro, ¿no tendrían que pensar entonces que entre todos deberían firmar, con los demás presidenciables que vayan surgiendo y hasta con los kirchneristas desilusionados, un verdadero pacto universal de las fuerzas políticas a la manera del Acuerdo de San Nicolás o de los Pactos de la Moncloa, para promover una larga estabilidad como aquella de la que hoy ya gozan Brasil, Chile y Uruguay, mediante la aprobación de un puñado de políticas de Estado que, tanto en lo económico como en lo social y en lo institucional, le garanticen un enaltecedor horizonte al progreso de nuestra democracia? No vaya a ser que, por sobrestimar la fuerza que cada de uno de ellos posee, uno por uno sean vencidos por Kirchner. Sólo con la suma de sus esfuerzos, esos protagonistas podrán devolverles su futuro a los argentinos. En caso contrario, su inaceptable individualismo, su módica intención de jugar entre ellos sólo una "semifinal" para ver quién juega la "final" con el dictador en ciernes, podría llevarnos a una enorme frustración, quizá como la que hoy padecen los infortunados venezolanos. ¿No ha sonado entonces para todos estos protagonistas, y también para nosotros, la hora de una inteligente generosidad?
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