Bolivia y Santa Cruz en el espejo de China y Hong Kong
Nuestro analista internacional Claudio Fantini se refiere a la situación interna de Bolivia.
Con la fórmula “un país, dos sistemas”, Deng Xiaoping supo resolver una cuadratura de círculo. Reconquistar Hong Kong y Macao para la soberanía china, parecía inviable y absurdo. Inviable porque los habitantes de esos rincones prósperos no sacrificarían libertades y riquezas por integrarse a un sistema comunista, y absurdo porque lo más valioso de esos enclaves británico y portugués era, precisamente, la prosperidad capitalista.
La cuestión quedó resulta con la fórmula del viejo líder reformista, mediante la cual los habitantes de Hong Kong y Macao aceptaron pasar a ser China, pero con sus respectivos sistemas políticos y económicos. De paso, Deng Xiaoping fomentaba lo que se disponía a practicar a partir de Shangai: la creación de espacios capitalistas donde la inversión extranjera motorice el crecimiento económico.
Evo Morales debió inspirarse en Nelson Mandela para poner fin a un orden que marginaba a la mayoría indígena, relegándola a la pobreza. Debió inspirarse en ese líder sudafricano que desmanteló el apartheid y democratizó el país al que la minoría blanca sometió a un régimen atroz de segregación racial. Y lo hizo sin que el lógico resentimiento acumulado por las mayorías humilladas se convirtiera en venganza contra los opresores racistas. Ergo, salvó a Sudáfrica de la fractura y la guerra civil.
Pero en vez de pensar en Nelson Mandela, Evo Morales pensó en el Che Guevara, en Hugo Chávez y en el “etnocacerismo”, o sea el indigenismo ultranacionalista peruano creado por Isaac Humala. El resultado, obviamente, no es la suma de los sectores enfrentados, como logró Sudáfrica tras sepultar el racismo institucionalizado; sino la resta de las porciones en un país dividido.
Obviamente, la culpa no es de Evo Morales, sino de la mediocre, corrupta y fracasada clase dirigente de la minoría blanca, cuyos gobiernos conservadores, centristas y socialdemócratas fueron ineptos y socialmente irresponsables. En todo caso, el gobierno indigenista es una consecuencia del rotundo fracaso y la lacerante desigualdad del orden anterior liderado por la minoría blanca. Y está claro que no aportó nada razonable al imponer una constitución que crea un Estado indígena, en lugar de profundizar la democratización de las instituciones y de la educación para generar una sociedad equilibrada y productiva.
Ahora bien, por seguir los modelos confrontacionistas desechando el ejemplo de Mandela, el presidente boliviano tendrá que optar ahora entre llevar la confrontación hasta las últimas consecuencias, o diseñar un plan inspirado en Deng Xiaoping y su fórmula “un país, dos sistemas”. Eso es lo único que puede mantener en la unidad a esa diversidad que está resquebrajando el mapa de Bolivia.
La Bolivia del Altiplano será el Estado indígena que describe la Constitución del gobierno central, pero tendrá que aceptar a Santa Cruz (posiblemente también a Tarija, Beni y Pando), como autonomías con sistemas capitalistas de producción. Mientras que estas regiones prósperas manejadas por un pujante pero radical empresariado blanco, tendrá que respetar el gobierno central e instrumentar políticas de inclusión social y de ayuda a los sectores indígenas más pobres.
No es una discusión fácil. De todos modos, la otra discusión es la que se hace con las armas. Y los violentos enfrentamientos ocurridos durante la votación entre las respectivas fuerzas de choque, eran predecibles ya que en ambos lados hace meses que emergieron sus respectivos espíritus sectarios.
En pasadas manifestaciones opositoras se vieron los emblemas de la Falange, surgida en la década del 30 como símil de las Sturmabteilung (SA) de Ernst Röhm. También reapareció la Unión de Juventudes Cruceñas, inspirada en fuerzas de choque de los años 50, cuya fobia anti-indígena evoca al Ku Klux Klan. Y en la otra vereda reaparecieron los Ponchos Rojos, ancestral organización aymará recreada por Felipe Quispe para refundar el Jacha Uma Suyu (Gran Territorio del Agua) y que hoy es un grupo paramilitar sediento de batallas como la de Warisata, donde hizo estallar la “guerra del gas”.
Ese resurgir de los espíritus sectarios es lo que Brasil tiene más en claro que los demás gobiernos del Cono Sur, por eso el gobierno de Lula, a través del canciller Celso Amorín, ha venido ejerciendo una presión a dos puntas: sobre la dirigencia cruceña, exigiéndole abandonar cualquier proyecto secesionista, y sobre el gobierno de Evo Morales, reclamándole dejar de lado el clasismo confrontativo que ejerció hasta el momento y crear puentes de diálogo y mecanismos de consenso.
Debido a que las dos partes de esta Bolivia partida decidieron colocar sus respectivos proyectos por encima de las normas, el país fue sumando ilegalidad sobre ilegalidad. Lo hizo el gobierno central al aprobar la Constituciónindigenista sin la mayoría de votos que establece el reglamento vigente sobre el poder constituyente. Y lo acaba de hacer la autoridad santacruceña al realizar un referéndum que no tiene legalidad alguna.
Lo que hoy son bandas violentas, mañana pueden ser milicias. Lo que hoy son trifulcas callejeras, mañana puede ser una guerra civil. En Bolivia, el pasado infecta un presente del que podría surgir un futuro enfermo.
Paz Estensoro desnacionalizó en su segundo gobierno todo lo que había nacionalizado en el primero; Siles Zuazo vegetó en el poder, igual que Jaime Paz Zamora. Mientras que el general Bánzer Suárez no recompuso en su gobierno institucional de los noventa todo lo que descompuso durante su brutal dictadura de los setenta, fundada sobre el cadáver del derrocado Juan José Torres.
A su vez, Gonzalo Sánchez de Lozada resolvió el problema de la inversión en exploración y explotación gasífera, pero al precio de que el Estado resignara un nivel razonable de regalías que le habría permitido mejorar la vida de las masas sumergidas, haciendo al menos que puedan contar en su casa con el gas que abunda en el subsuelo. Y cuando llegó el equilibrio y la buena intención del presidente Carlos Mesa, ya era demasiado tarde.
Más allá de las cifras que arroja el escrutinio, parece estar claro que el sistema que impone el Altiplano no atrae sino repele a la “medialuna próspera”. Y para que Bolivia sea un solo país, una parte deberá aceptar el capitalismo de la otra, y esa otra comprometerse a la inclusión de las masas indígenas y a la creación de las redes de protección social con que hoy no cuenta.
La intransigencia y las visiones ideológicas llevaron a las partes enfrentadas a tironear el mapa hasta hacerlo crujir. Por eso en el diálogo al que están obligados, y por el que seguirá presionando Brasil, posiblemente la fórmula para salvar la unidad de un país étnica, cultural y económicamente diverso se parezca a la que usó Deng Xiaoping para que Macao y Hong Kong acepten reintegrarse a China.
Lunes 5 de Mayo de 2008 16:34 Claudio Fantini
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