Despues de atacar a los ingleses en Malvinas, el alférez Guillermo Dellepiane emprende el retorno al continente, cuando se da cuenta que está bajando rápidamente el indicador de combustible de su avión Skyhawk A4B. Por fortuna, apareció un ángel de la guarda. El vicecomodoro Luis Litrenta Carracedo, al mando de un Hércules reabastecedor KC-130, haciendo caso omiso de las órdenes de los altos mandos, había abandonado a toda máquina su zona de protección y se lanzaba al rescatede "Piano", quien ya casi no tenía combustible y estaba a punto de caerse al mar.
En respuesta al dramático llamado de socorro, con voz calma, Cacho Litrenta le espeta al alférez: “No te hagas problema, pibe, que ya salimos a buscarte”. “Tengo solo 300 libras de combustible!”, exclama “Piano”. “¡Tenés de sobra, quedate tranquilo!”, replica el comandante del Hércules, quien además de transportero, era piloto de combate. “¡Me alcanza para diez minutos de vuelo!”, se angustia el joven oficial. “Te sobra, ya estamos llegando”, responde Litrenta, con asombrosa sangre fria . “No me abandonés!”, se desespera el alférez.
Y no lo abandonó. Cuando le quedaban apenas 100 libras de JP1, “Piano” vio a la “Chancha”. Con el liquidómetro en cero, redujo motor y se arrojó en picada. Un segundo después embocaba la lanza en la cesta de reabastecimiento. Su liquidómetro empezaba a subir… Litrenta lo había hecho nacer de nuevo.
Tras reabastecerse, el alférez quiere desacoplarse, pero Litrenta lo detiene: “Estás perdiendo combustible. Quedate enganchado”. Y lo lleva abrazado al continente. Tras desacoplarse a la vista de la base, Dellepiane se apresta a aterrizar a gran velocidad. Los operadores le dicen que clave los frenos, pero el avión está empapado de combustible y Litrenta advierte que un chispazo de los frenos convertiría a la máquina en una hoguera. “¡No frenes, pibe! ¡Cortá motores”, le grita! Y con ello vuelve a salvarle la vida.
Meses más tarde, en agosto del 82, en la legendaria base de los Halcones, en Villa Reynolds, durante un asado, hubo una suerte de ceremonia. En ella “Piano” (en la foto, a la derecha) le regaló a su “padre” Litrenta el pañuelo amarillo y la probé, es decir, el caño por donde se entrega el combustible. Posteriormente el piloto de Hércules la donó al Museo de Palomar.
De acuerdo a lo que enseña el Evangelio según San Juan, nuestros combatientes hacían gala del más excelso de los amores, que es estar dispuesto a dar la vida por los amigos.
Si estos ejemplos se enseñaran en los colegios de la Argentina, nuestro pobre país en franca decadencia, podría experimentar un vuelco copernicano. Y resucitar. (Gracias, mis admirados Litrenta y Dellepiane, por darme la oportunidad de mostrar esta histórica foto).