¿Qué pasa en el Alto Karabaj?
Resuenan tambores de guerra en el Cáucaso Sur. Los ecos del derrumbe de la URSS se vuelven a sentir, como ya ha ocurrido en diferentes ocasiones durante la última década en Abjasia y Osetia del Sur (2008), Crimea (2014), el Donbass (2014-?), y zonas del Cáucaso Norte como Chechenia o Daguestán, donde el terrorismo, la insurgencia de baja intensidad y la represión generan cada año un goteo de decenas de muertes.
El del Alto Karabaj es el conflicto olvidado por excelencia. Por su singularidad, ubicación geográfica y complejidad, requiere un análisis pausado y con perspectiva histórica, a fin de entender las raíces de la confrontación, la gravedad de la situación actual y sus posibles consecuencias.
Los hechos de abril
La madrugada del sábado día 2 de abril, tropas azeríes lanzan una ofensiva contra la zona norte del Alto Karabaj, utilizando tácticas blietzkrieg (guerra relámpago) para tratar de capturar territorio y pueblos a lo largo del frente dentro de la zona controlada por Armenia . Se trata de una ofensiva que por primera vez iba más allá de la lógica de “ojo por ojo” que ha marcado los enfrentamientos que se han dado durante los últimos 22 años en la línea de frente -especialmente 2014 y 2015- desde el alto el fuego de 1994. La ofensiva se extendió a la parte central y sur de la línea del frente, aunque la peor parte se la llevaron los pueblos de Talish y Madaghis, al norte. La dureza del ataque cogió inicialmente por sorpresa a las unidades armenias, y durante las primeras horas las tropas azeríes consiguieron avanzar y conquistar territorio en dos puntos concretos en el norte -alrededores de Talish- y sur -cerro del Lele Tepe-. Este último es un punto estratégico, a unos 20 kilómetros de la frontera con Irán.
A partir del día 3 se produce una contraofensiva por parte de unidades armenias del Karabaj, que logran reconquistar la mayor parte del territorio cedido inicialmente, y provocan importantes bajas entre las tropas azeríes.
El día 4 continúan los combates, y el presidente armenio, Serzh Sargsyan, amenaza con reconocer la independencia del Alto Karabaj, un paso que no se ha dado nunca y que probablemente habría generado una escalada aún mayor del conflicto. Por último, el día 5 gracias a la intermediación rusa se firma un alto el fuego en Moscú que, con la excepción de algunos episodios esporádicos de violencia, se ha mantenido hasta el momento. Por primera vez desde el alto el fuego de 1994, las tropas azeríes lograron pequeños avances territoriales en la zona, aunque mucho menores de los inicialmente esperados. También por primera vez se llevaron a cabo bombardeos a gran escala por parte de unidades azeríes contra zonas habitadas por civiles -la mayor parte de los cuales habían sido previamente evacuados-, especialmente en las zonas cercanas al norte y centro de la línea de frente. Se usaron sistemas de cohetes Grad, especialmente mortíferos.
En cuanto a las bajas militares, por el momento se han confirmado 94 por el lado azerí -más 5 desaparecidos-, aunque según cálculos de la web de análisis militar Bellingcat estas se situarían entre las 400 y las 500 . Por la parte armenia, se han contabilizado 69 bajas militares y 13 desaparecidos . Los enfrentamientos de los días 2-5 también se saldaron con una decena de civiles muertos. Estas cifras convierten los hechos de abril en el episodio más grave y sangrienta en la zona desde el alto el fuego de 1994, situando el Karabaj en un nuevo estadio de conflictividad.
Fronteras artificiales y guerra de 1988-1994
Las raíces históricas se remontan al siglo XVIII, cuando tribus nómadas túrquicas instalan en la actual Karabakh (“Artsakh” por los armenios), una zona poblada por armenios desde hace cerca de dos milenios. Con la fundación de la URSS, en 1923 se crea la región autónoma del Alto Karabaj, la cual es integrada dentro de la RSS de Azerbaiyán por decisión de las autoridades soviéticas, aunque la población armenia constituía un 90% del total de habitantes. A pesar de las reivindicaciones de los armenios del Karabaj, sobre todo las décadas de los 60 y 70, la situación se mantiene más o menos estable hasta que en 1988, en plena Perestroika, el parlamento de esta región autónoma -poblada entonces por 77% de armenios étnicos y un 22 % de azerís- vota su secesión para unirse con la RSS de Armenia. Las autoridades republicanas azeríes se oponen categóricamente, e inmediatamente se inician una serie de persecuciones étnicas y pogromos contra los armenios de Azerbaiyán, unos hechos que provocan la intervención del Ejército Soviético en Baku en 1990, con un resultado de cientos de muertos.
Los conflictos producidos durante la existencia de la URSS derivaron en guerra total en 1991, cuando las dos repúblicas consiguieron la independencia
Durante aquellos años, la situación fue degenerando en incidentes a ambos lados de la frontera. De un conflicto de baja intensidad, se pasó a la guerra total, una vez Armenia y Azerbaiyán consiguieron la independencia en 1991. A pesar de su inferioridad numérica y militar, las fuerzas armenias vencieron y se hicieron con el control del 90% del Alto Karabaj y siete regiones alrededor -donde vivían medio millón de azerís-. Allí se creó una zona de seguridad en territorio azerí. La situación se mantiene así desde el alto el fuego firmado en Bishkek en 1994. El balance: entre 30.000 y 40.000 militares y civiles muertos y más de un millón de personas desplazadas. La herencia: un conflicto no resuelto y un territorio independiente de facto, que comprende el 16% del total de Azerbaiyán, donde viven cerca de 140.000 personas, la práctica totalidad de las cuales son armenias.
Posiciones irreconciliables
La brutalidad de la guerra de 1988-1994 y la limpieza étnica que se puso en práctica por parte de unos y otros, sumadas a las puntas de violencia en el conflicto, con más de 20 años de retórica nacionalista a ambos lados, han generado unas posiciones completamente antagónicas sobre la cuestión del Alto Karabaj. Así, según el último barómetro del Cáucaso publicado a finales de 2013 , un 95% de los azeríes apoyan la idea de un Karabaj integrado en Azerbaiyán sin ningún tipo de autonomía. Preguntados sobre la posibilidad de crear una región administrativa especial en la zona, que sería administrada conjuntamente tanto por armenios como por azeríes, ni más ni menos que un 90% de los azeríes se opone, mientras que un 81% rechaza la independencia del Karabaj y un 96% la posibilidad de que esta región se integre en Armenia. Preguntados por su principal enemigo exterior, un 90% considera que es Armenia, mientras que un 7% otorga a Rusia este papel. Por su parte, los armenios son mayoritariamente partidarios de una anexión del Karabaj por parte de Armenia, una opción que cuenta con un 77% de apoyo. Un 56% defienden la independencia de la región -más un 24% que lo aceptaría bajo ciertas condiciones-, un 95% se oponen a una integración en Azerbaiyán sin autonomía, mientras que un 93% rechaza también la posibilidad de una región administrativa especial gobernada por ambas partes. En relación a los principales enemigos, como no podría ser de otra manera un 66% considera como tal Azerbaiyán, mientras que un 28% cree que es Turquía la principal amenaza externa. La destrucción de patrimonio histórico y cultural por parte de unos y otros en sus respectivos territorios -principalmente patrimonio armenio en Najicheván y azerí en las regiones adyacentes al Karabaj controladas por armenios- sirve para añadir más leña al fuego del odio, el recelo y la desconfianza mutuos. Para los armenios, esta situación conecta directamente con una historia muy traumática y marcada por el recuerdo del genocidio de 1915 perpetrado por los turcos, unos años en los que no sólo fueron asesinadas más de un millón de personas sino que también conllevaron la destrucción de gran parte del patrimonio histórico armenio en Anatolia. Así, rodeada territorialmente por sus principales enemigos históricos y actuales -con las fronteras cerradas a ambas partes-, muchos armenios perciben la defensa del Alto Karabaj como una parte esencial de la lucha por su supervivencia como pueblo, una lucha en la que la victoria en la guerra de 1988-1994 es motivo de orgullo patriótico dentro de una historia marcada por las derrotas.
La tensión actual
De todos los conflictos no resueltos que estallaron con la disolución de la Unión Soviética, el del Alto Karabaj es el que cuenta con un potencial de explosividad más elevado. Normalmente incluido dentro de la lista de conflictos congelados, junto con Absajia, Transnistria, Osetia del Sur, y más recientemente el Donbass, durante los últimos años las tensiones en la zona han ido aumentando, incrementándose también el número de bajas en la línea de contacto, llegando a superarse los 100 muertos durante el 2015. Una tendencia peligrosa teniendo en cuenta que hablamos de una de las tres fronteras más militarizadas del planeta , junto con la que hay en Cachemira y la que separa las dos Coreas.
Frustradas, ante la falta de avances en las negociaciones de las últimas dos décadas, durante los últimos dos o tres años las autoridades azeríes han puesto en práctica una política de “recalentamiento” progresivo del conflicto, con una escalada de tensión contenida y perfectamente calculada que tiene como principal objetivo volver a poner el foco internacional en la situación en Karabaj y presionar Armenia -principal beneficiado del actual statu quo, con un control prácticamente total del Karabaj y las 7 regiones adyacentes, y pocos incentivos para ceder territorio o realizar ningún tipo de concesiones-. Incrementar los costes humanos y territoriales del bando armenio es por tanto la estrategia de Bakú, intentando infringir golpes que supongan bajas militares y civiles armenias y, a partir de ahora, pequeñas pérdidas en el control sobre el territorio. En el origen de este cambio de estrategia se encuentra el boom en los ingresos por las exportaciones de petróleo que ha vivido Azerbaiyán desde 2005, una situación que ha supuesto una multiplicación de su PIB por cinco durante la última década. Buena parte de estos ingresos han sido destinados a incrementar el presupuesto militar nacional, concretamente un 444% entre 2006 y 2015. De paso, y a pesar de tener una capacidad financiera muy inferior al azerí, Armenia ha incrementado su gasto militar en un 102% durante el mismo periodo, en un intento de seguir de lejos la estela de la carrera militar iniciada por su vecino y archienemigo.
Como respuesta a las provocaciones azeríes, y tal como ocurrió a principios de abril, Armenia se reserva dos cartas: amenazar con una guerra total -un extremo que nadie desea- y poner sobre la mesa un posible reconocimiento oficial de la independencia del Alto Karabaj, un movimiento que, muy hábilmente, Ereván no ha realizado todavía.
Una zona volátil de alto valor estratégico
Azerbaiyán es un país rico en gas y petróleo, un factor que -entre otros- convierte Cáucaso Sur en una zona clave en el mapa energético global. Las exportaciones de petróleo azeríes se incrementaron de manera sustancial sobre todo a partir de la apertura en 2005 del oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan, que transporta el petróleo azerí, con destino UE e Israel desde el mar Caspio hasta el Mediterráneo cruzando territorio azerí, georgiano y turco, y enviado desde el puerto turco de Ceyhan hacia los puertos europeos en barcos petroleros. Con capacidad para un millón de barriles diarios, el funcionamiento de esta infraestructura energética es un elemento clave en la apuesta de la UE para reducir la dependencia energética respecto a Rusia.
Parte del oleoducto está construido en un área de Azerbaiyán que en caso de guerra abierta quedaría probablemente dentro de la zona de combates, y posiblemente formaría parte de los principales objetivos militares de las tropas armenias, ya que anularía la principal fuente de financiación azerí, y cortaría la vez el suministro de petróleo azerí en la UE (5% del total de importaciones en 2014).
Del mismo modo, una hipotética reavivada a gran escala entre Ereván y Bakú podría poner en riesgo los planes de la UE de construir el llamado Corredor Sur de Gas entre el Caspio y el sur de Europa a través del enlace entre el gasoducto del Cáucaso Sur, el cual sigue un recorrido similar al oleoducto Bakú-Tbilisi-Cehyan, transportando 9.000 millones de metros cúbicos de gas anuales, el Trans-Anatolia, cruzando Turquía, y el Transadriático, que enlazaría con Italia, desde de donde está previsto que se distribuya a los países de la UE a partir del año 2019. Esta ruta también serviría como vía alternativa a Rusia para transportar el gas de Asia Central hacia la UE, a través de la construcción del gasoducto Transcaspia, un proyecto que en estos momentos se encuentra estancado. Paralelamente, el Corredor Sur podría conectar directamente Europa con Irán, país con las segundas mayores reservas de gas del planeta (un 18% del total) y que ya ha mostrado su interés en participar, sobre todo a raíz de la mejora de relaciones entre Teherán y Occidente desde el acuerdo nuclear del verano de 2015.
El Karabaj como distracción
Desde entonces, Armenia mantiene el control de un territorio en disputa. La crisis económica derivada del precio bajo del petróleo ha reavivado la pugna territorial.
La disminución de los ingresos por la bajada del precio del petróleo del último año y medio, sumada a la crisis económica rusa -con consecuencias sobre buena parte del resto de exrepublicas- han colocado el régimen azerí de Ilham Aliyev -presidente desde el año 2003- bajo presión. En 2015 la economía azerí creció sólo un 1,1%, y para el 2016 se espera una contracción del PIB de un -1%, cifras que quedan a años luz del período 2002 hasta 2009, con entre un 9% y un 32% de crecimiento anual. En diciembre de 2015, el gobierno se vio obligado a establecer un tipo de cambio flotante para su moneda, el manat. Su valor cayó en un solo día un 32% en relación con el dólar. El nivel de vida del país está empeorando y ya se han producido varias protestas en las calles de las principales ciudades. Alyiev recurre pues al conflicto en el Alto Karabaj también como elemento de distracción social para reforzar la estabilidad de su régimen.
Para las autoridades armenias, la escalada del conflicto también es útil para desviar la atención respecto a los graves problemas socioeconómicos y a la corrupción endémica que castigan el país, y que el verano del año pasado generaron una de las olas de protestas más importantes desde 1991: la Electric Yerevan.
El papel de Moscú y Ankara
Aunque el conflicto de Alto Karabaj y la escalada que ha vivido últimamente responden a dinámicas locales y autónomas, existe una implicación muy directa de dos de las tres principales potencias de la zona: Rusia y Turquía. Un factor que, teniendo en cuenta la tensión existente entre estos dos países, incrementa el potencial de explosividad regional de la cuestión del Karabaj. Para Rusia, este conflicto es utilizado como instrumento para mantener su influencia en el Cáucaso Sur, una zona que desde principios del siglo XIX siempre ha sido percibida por Moscú como su patio trasero. Desde el inicio del conflicto a finales de los 80, Rusia ha jugado siempre un papel en la disputa, ya sea como principal mediador en las negociaciones políticas, como garante de facto de la seguridad de Armenia -donde Moscú cuenta con dos bases militares y unos 5.000 soldados- o como principal suministrador de armas para Bakú y Ereván. Tanto Rusia como Armenia forman parte de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva -una suerte de OTAN postsoviética de la que forman parte seis ex repúblicas de la URSS- y existe un tratado de defensa mutua entre ambos países, un importante elemento de disuasión de cara a las tentaciones belicistas azeríes.
La dependencia de Armenia respecto a Rusia no se reduce sólo al ámbito militar, y empresas rusas controlan la mayoría de las industrias armenias, con especial incidencia en los sectores de la energía, el transporte, las telecomunicaciones o la minería. Una circunstancia que convierte Armenia en el país del planeta más dependiente de Rusia. A pesar de la estrecha relación ruso-armenia, Moscú mantiene al mismo tiempo unas relaciones privilegiadas con Bakú, siendo su principal suministrador de armas. Este doble juego responde a dos objetivos principales. En primer lugar, cuanto más fuerte -y amenazador- sea Bakú, más profunda será la dependencia militar de Ereván respecto a Moscú. Segundo, el valor estratégico de Azerbaiyán hace que para Rusia las relaciones con este país sean aún más relevantes que sus compromisos con Armenia, trabajando activamente para mantener unos lazos fuertes con el fin de evitar que Turquía u Occidente metan demasiado la nariz. Una política que irrita a muchos armenios y que durante los últimos tiempos ha generado una progresiva “desafección” hacia Rusia por parte de algunos sectores de la sociedad armenia. En relación a Turquía, su implicación es menor gracias, en buena medida, a la estrategia seguida por Rusia. Ankara está totalmente alineada con la posición de Azerbaiyán -Erdogan fue el único líder político que declaró su apoyo a uno de los bandos durante los combates de abril-, un país percibido en Turquía como su “hermano menor “, y se disputa con Moscú la influencia sobre él. Una dinámica acentuada por la enemistad histórica entre Armenia y Turquía por la cuestión del genocidio turco. Dada la tutela de Moscú sobre Ereván, Erdogan también percibe el recalentamiento del Karabaj como una oportunidad para hacer frente a Putin en un nuevo frente.
Débil observación internacional
La misión internacional de observación y verificación del alto el fuego cuenta únicamente con 6 observadores de la OSCE, los cuales ni siquiera están permanentemente desplegados en la zona de conflicto. Esta cifra contrasta con los 700 observadores que la OSCE tiene desplegados en el Donbass o los 200 que la Unión Europea tiene en Abjasia y Osetia del Sur. Hasta el momento Azerbaiyán se ha opuesto tajantemente a una mayor presencia de observadores, con el argumento de que este hecho implicaría solidificar lo que Bakú considera una ocupación de su territorio por fuerzas armenias, contribuyendo a congelar el conflicto. En Ereván y Stepanakert en cambio, hay mucho más apoyo a la idea de reforzar la vigilancia internacional, con el fin de aumentar la seguridad local. Esta ausencia de observadores, sumada a la muy escasa presencia de reporteros internacionales en la zona, dificulta el seguimiento y la comprobación de los hechos sobre el terreno y facilita en consecuencia la guerra propagandística a ambos lados.
El Grupo de Minsk, estéril
El proceso de paz en Karabaj está liderado por Rusia, Francia y Estados Unidos, copresidentes del llamado Grupo de Minsk de la OSCE, establecido en 1994 y del que también forman parte Bielorrusia, Alemania, Italia, Suecia, Finlandia, Turquía, Armenia y Azerbaiyán. Sin embargo, durante las últimas dos décadas los avances en el terreno diplomático han sido prácticamente inexistentes. Aunque los presidentes de Armenia y Azerbaiyán se reunieron en Sochi el verano de 2014 gracias a la intermediación rusa, lo cierto es que ninguna de las partes parece dispuesta a hacer concesiones significativas.
Los conocidos como “Principios de Madrid” -documento elaborado por los copresidentes del Grupo de Minsk en 2007- establecen las líneas maestras del proceso de paz, planteando una solución del conflicto que pase por un retorno a Bakú de los territorios que rodean el Karabaj controlados por los armenios; un régimen de autogobierno y seguridad temporales para el Karabaj y el establecimiento de un estatus legal final de acuerdo con una expresión de voluntad legalmente vinculante; derecho de las personas desplazadas y refugiados a retornar a sus antiguos lugares de residencia. Hasta ahora Ereván y Bakú no han aceptado los Principios de Madrid, debido al hecho de que Armenia se niega a renunciar al control del Karabaj sin una fecha específica para un referéndum, un referéndum que a su vez es rechazado por Azerbaiyán dado que considera este territorio como irrenunciable.
Y ahora, ¿qué?
Con su estrategia de recalentamiento del conflicto, Aliyev busca provocar una mayor implicación internacional que relance el proceso político y las conversaciones de paz -en especial por parte de Moscú y Washington- forzando a Armenia realizar cesiones que favorezcan el establecimiento de un nuevo statu quo. Si estos avances no se producen, y dado el vacío de seguridad que existe en la zona, Bakú tiene muchos incentivos para continuar la escalada bélica en Karabaj, con consecuencias que pueden escapar al control de los actores implicados.
Teniendo en cuenta las grandes cantidades de armamento de última generación en manos de los dos bandos, es probable que nuevas escaladas de violencia puedan provocar miles de muertos, e incluso que el conflicto acabe provocando la intervención de Rusia y Turquía. Un cóctel de elementos explosivos con potencial para desestabilizar la, ya de por sí inestable, región del Cáucaso, añadiendo un nuevo incendio muy cercano al de Siria que podría tensar aún más las relaciones entre Rusia y los países occidentales. Un escenario de consecuencias imprevisibles, y que requiere una actuación inmediata de todas las potencias implicadas, incluyendo la UE, que contribuya a reducir las tensiones. Dentro de unos meses puede que sea demasiado tarde.
http://arainfo.org/2016/05/que-pasa-en-el-alto-karabaj/