Asalto con rehenes
Los últimos momentos de la odisea en La Paternal
-¡¡¡Papá, dejame salir o mato a los rehenes!!! -gritó el ladrón Salvador Rainieri, de 40 años, al juez Héctor Yrimia.
-¡¡¡De acá no salís!!! -le contestó impasible el magistrado, megáfono en mano.
La negociación ya llevaba seis horas y los dos asaltantes que habían comenzado con dos rehenes ya tenían cinco en su poder. El escenario se había trasladado de Agronomía a la Paternal, donde los asaltantes se refugiaron luego de que la policía los dejó ir de la concesionaria de automotores.
Pero este nuevo lugar se convertiría en una trampa de la que no salieron vivos, por la intervención de la policía y la geografía del barrio, lleno de cortadas y con la vía del ex ferrocarril Urquiza como frontera insalvable.
Los delincuentes eligieron la casa de Balboa 496, una calle sin salida, excepto por 14 de Julio, donde dos retenes policiales cerraban el paso. Patrulleros, camionetas policiales y hasta camiones de bomberos se habían cruzado en el paso de los ladrones.
La primera concesión fue un chaleco antibalas, que se colocó Diego Lucero, el más joven de los cacos. Claro que el blindaje no soportó los proyectiles calibre 5,56 que dispararon con precisión los fusiles M-16 que usaron los miembros del Grupo Especial de Operaciones Federales (GEOF) para matarlo.
A las 23.35 la policía había logrado su primer éxito, liberar a dos de los rehenes, la abuela y su nieta y sacarlos de la casa, en una escena que sólo se vio desde los techos de las casas.
La moneda de cambio fue colocar el VW Pointer en la puerta de la finca, pero nunca se les prometió dejarlos ir. Las miras láser de los fusiles automáticos de la policía no dejaban de apuntarles.
En un descuido, mientras salían la abuela y su nieta, los ladrones subieron al vehículo con la idea de salir.
Se quedaron casi media hora en la cuadra desierta de 14 de Julio, entre Balboa y avenida del Campo. Con las luces bajas, avanzaban y retrocedían, sin saber qué hacer. Empujaban los patrulleros que cortaban la cuadra y cada vez se ponían más nerviosos.
Retornaron a la vivienda y Lucero, ya descontrolado, pidió al negociador que les abrieran paso. La respuesta fue negativa.
Tensión y disparos
Dispararon un tiro. Luego otros tres. Todos, cuerpo a tierra, esperaban que hubieran sido al aire.
Cada ida y venida del auto era vivida con el nerviosismo de los policías que, rodilla en tierra, apuntaban sus armas al auto. Todo era acompañado por desesperados llamados de los periodistas para salir al aire con voz entrecortada o transmitir a las redacciones la inminente liberación de los rehenes o una nueva fuga de los ladrones. Parapetados detrás de los móviles y los árboles, curiosos y cronistas pugnaban por ver qué sucedía.
Los delincuentes volvieron con el auto a la bocacalle y bajaron, en una maniobra que sorprendió a la propia policía. Lucero metió su arma en la boca de Damián Quiroz y con la otra apuntaba a la policía, mientras llevaba a la rastra a Mario Bogado. Rainieri hacía lo propio con Hugo Buono. Caminaron entre los efectivos. "¡¡Personal policial, nadie tira!!", gritó un oficial jefe. Todos acataron.
Ya superado el cerco policial, podían correr para cualquier lado y comenzar de nuevo la historia iniciada con la fuga de la concesionaria de vehículos de Villa Urquiza.
Cruzaron avenida del Campo y se metieron en 14 de Julio, ya angosta, junto al paredón de la estación Artigas y en la vereda de una obra en construcción. En cuestión de segundos, medio centenar de efectivos del GEOF los siguió y los snipers (francotiradores) apostados en la estación ya los apuntaban.
Rodearon el móvil de América TV allí estacionado, mientras los hombres del GEOF, de negro, con chalecos antibalas, miras infrarrojas y fusiles de precisión, los seguían corriendo en formación. Los policías de las comisarías gritaban a los curiosos y a los periodistas que se ocultaran. Se temía lo peor.
El final
Fernando Christ y Pablo Machuca, dos motociclistas de ATC, que esperaban allí una grabación de lo acontecidos para llevarla al canal, se encontraron con los asaltantes que corrían hacia ellos. Uno le apuntó con el arma a Christ al grito de: "¡Dame la moto!" Allí se separó un instante del rehén.
Fue el tiempo necesario para que los snipers del GEOF abrieran fuego sobre los ladrones, en un infernal tiroteo que duró no más de 20 segundos, pero que alcanzó para que todo el mundo se tirara cuerpo a tierra.
Rainieri cayó herido, Lucero, después de disparar sobre Buono, se desplomó sobre el cuerpo de su cómplice. Desde el piso, Rainieri siguió tirando, pese a que su cuerpo ya había recibido cuatro impactos, y vació el cargador de su pistola en abanico a ras del suelo. Junto al paredón, dos efectivos del GEOF cayeron como fichas de dominó, heridos en las piernas. Sus compañeros no dudaron en descargar los fusiles sobre los cacos.
Rainieri, tendido en la vereda, tenía al menos 40 heridas en el cuerpo, contando orificios de entrada y de salida de los proyectiles. Todos los impactos estaban concentrados desde el ombligo hasta la cabeza, sin tocar el tatuaje carcelario de un féretro con un cruz de más de 25 centímetros que ostentaba en la pierna derecha. Un proyectil había traspasado su cabeza, de sien a sien, que quedó apoyada en la vereda.
El chaleco antibala de Lucero de poco le sirvió. Dos balas lo atravesaron como si fuera un pan de manteca. También tenía un gigantesco orificio de salida en la nuca, lo que provocó que se desplomara junto al cordón.
Todo fueron gritos y confusión. Las ambulancias maniobraban entre los camarógrafos y periodistas para sacar a dos rehenes vivos, pero heridos.
Damián Quiroz, el único de los cautivos que salió caminando, se acercó al juez Yrimia, cuando ya todo había pasado. "Ponete el chupete y la mamadera, pibe. Naciste de nuevo", le dijo el juez palmeándole la nuca. El joven lo miró y asintió aún shockeado luego de las seis horas y media en que su vida no valió nada.
Hernán Cappiello
no se si recuerdan este echo muchachos fue bastante jodido..