No deja de ser otra de las falacias de la guerra..
Cable de la Agencia Telam del 14 de junio de 1982, en el que Lucero relata el ataque del día 25 de mayo:
“Conformábamos el primer grupo de ataque con una escuadrilla Douglas A 4-C comandada por un capitán a cuya derecha volaba yo.
Sabíamos que íbamos hacia un grupo de buques británicos en el estrecho de San Carlos. Volábamos muy pegados al mar para evitar la detección de los radares enemigos y ya sobre las islas procuramos hacer vuelos rasantes hasta llegar a la costa del estrecho. El capitán nos guió magníficamente y ya casi sobre la costa saltamos unos cerros y aparecimos de improviso sobre la flota inglesa, quienes no tuvieron tiempo de reaccionar como para impedir que nos acercáramos. Fuimos directamente hacia ellos.
El capitán dio la orden de ataque. Creo que volábamos a diez metros sobre el nivel del agua del estrecho. Fui directamente hacia una de las fragatas y cuando la tuve en la mira comencé a disparar con mis cañones primero, para desprender las tres bombas grandes después. Pude ver en el ataque el impacto de mi cañoneo sobre cubierta y mis bombas fueron directamente hacia el objetivo.
La batería de la fragata enemiga había comenzado a dispararme bastante antes y podía ver a mis costados la explosión de los proyectiles.
Como volaba en un nivel más bajo que el del extremo de los mástiles de la fragata, arrojé mis bombas y toqué los comandos para saltar por encima de la fragata. Creo que fue en ese momento que me dieron. Sentí un golpe y vi pasar por encima de mi cabina varios trozos de metal. Supongo que me dieron en la trompa del Douglas. Quise hacer maniobras de escape pero el avión ya no respondía a mis órdenes.
En ese momento volaba a unos 800 kilómetros por hora y pese a que es una velocidad peligrosísima para una eyección, el estado de mi avión me obligó a intentar el salto aún a esa velocidad. Cerré los ojos apreté la cabeza sobre el respaldo de mi asiento y oprimí el disparador. Alcancé a su musitar un rezo breve y sentí el impulso. Debo haber saltado unos 100 metros hacia arriba y seguramente las luxaciones de mis piernas se produjeron al tomar contacto con el aire a tamaña velocidad. Sin embargo mi preocupación por disponer lo necesario para sobrevivir no me permitió darme cuenta del estado de mis piernas, prácticamente hasta que ya estaba en el agua helada.
Caí casi en el medio de la flota enemiga y estaba intentando desligarme de las riendas del paracaídas y de los tirantes del asiento, cuando vi venir un bote. El agua helada ya casi no me permitía mover las manos, en las que tuve principio de congelamiento. Apuntándome con sus rifles apareció junto a mi un grupo de ingleses a borde de su bote de goma. Intentaron sacarme las ligas del asiento eyectable pero no pudieron. Cortaron las riendas y tiraron para subirme al bote. No pudieron hacerlo y volví a caer al agua. Creí que era el fin porque me sumergí. De pronto me vi de nuevo en la superficie y unos segundos después se aproximó un lanchón de desembarco y bajando una compuerta me pudieron subir.
Prácticamente no hablamos en esa ocasión con quienes me rescataron.
Del lanchón me pasaron a una fragata cercana; allí recibí los primeros auxilios y casi de inmediato me trasladaron en un helicóptero a un hospital de campaña en la bahía de San Carlos, donde ellos habían desembarcado unos días antes.
Quiero ser sincero. Nadie me presionó y por el contrario los médicos que me atendieron lo hicieron con esmero. Esa noche los médicos me hicieron entender que tenía rotura de ligamentos y esguinces. Me enyesaron y allí estuve dos días hasta que me trasladaron al Uganda, buque hospital que estaba en la bahía, frente a sus posiciones. Allí me atendió gente de la Cruz Roja. No, nadie me interrogó en procura de información.
El día 4 de junio me trasladaron al buque hospital argentino Bahía Paraíso, creo que cerca de las islas. Fue como volver a casa y entonces toda la tensión por esa odisea comenzó a desaparecer cuando me sentí entre compatriotas”.