Personal Argentino en zona de combate

berraondo

Veterano Guerra de Malvinas
Yo fui en 737 de Gallegos a MLV. De MdP a Gallegos en 707. Por ahí vos también!. Los menos afortunados fueron en c130.
¿En serio fuiste en 737? Yo viaje con los dos cañones en Hercules, dos viajes, porque en el primero al amanecer no habia condiciones para aterrizar. Siempre me consideré afortunado de ese viaje, porque ibamos pocos asi qeu habia lugar. Una contra es que hacia frío, pero acostado en el piso encontré una zona caliente, asi que no lo sufrí. Acá que hay gente que sabe, capáz me enteró que sería eso que me hizo tan agradable experiencia. Dicen los que me conocen que no soy una referencia tampoco para el tema frío, en varios lados me han apodado "camisita"
 
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Veterano Guerra de Malvinas
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¿En serio fuiste en 737? Yo viaje con los dos cañones en Hercules, dos viajes, porque en el primero al amanecer no habia condiciones para aterrizar. Siempre me consideré afortunado de ese viaje, porque ibamos pocos asi qeu habia lugar. Una contra es que hacia frío, pero acostado en el piso encontré una zona caliente, asi que no lo sufrí. Acá que hay gente que sabe, capáz me enteró que sería eso que me hizo tan agradable experiencia. Dicen los que me conocen que no soy una referencia tampoco para el tema frío, en varios lados me han apodado "camisita"
Si amigo en 737 en el piso sentados y boludeando tocando el timbre de la azafata...
Aterrizamos con lo justo después de un par de vueltas y un frenado a fondo algo apilados....
 
A su vez la Compañía de Operaciones Electrónicas 602 participó en la ejecución de tareas específicas en las islas en forma independiente, como así también junto con personal y medios de la Compañía de Comunicaciones 3 en actividades de escucha. Asimismo operó exitosamente desde el continente, permitiendo obtener importante información estratégica y táctica que contribuyeron a la radiolocalización de objetos trascendentes.
gEspecíficamente, el elemento de guerra electrónica con que contaba el ejército argentino consistía en una subunidad de GE táctica; la Compañía de Operaciones Electrónicas 602. Dicha subunidad se encontraba equipada con material de origen alemán marca Telefunken y Telegom cuyos elementos, incorporados en 1980, mostraban una alta calidad y tecnología para la época. Los mismos constituían el material más moderno en servicio. En este punto, merece destacarse el hecho referido a que el rendimiento de estos equipos durante el conflicto fue superior a lo esperado, a la vez que satisfizo ampliamente las expectativas.
La ejecución de las medidas de apoyo electrónico contribuyó a detectar y localizar en el teatro de operaciones a los elementos enemigos intervinientes en el conflicto como los puestos de comando de las fuerzas terrestres británicas, el desembarco de la 5ta Brigada Británica en Bahía Agradable y a los portaaviones británicos al oeste de Puerto Argentino.
Toda la información obtenida por los medios de GE, era rápidamente transmitida a los niveles superiores, quienes con los datos obtenidos, guiaban los ataques de la Fuerza Aérea y de la Aviación Naval, para neutralizar dichos blancos.
La subunidad de GE operó con la masa de sus medios desde el continente, y sólo destacó en el archipiélago una sección disminuida con material portátil. Ello permitió detectar las emisiones y la ubicación de las transmisiones que realizaban los habitantes isleños para brindar información a las fuerzas británicas.
El despliegue de GE comenzó el 17 de abril de 1982, la Ca Op Electron 602 inició su establecimiento en la Patagonia, en Trelew una sección, en Río Gallegos una sección y en Comodoro Rivadavia una sección y puesto comando. La compañía ocupó una línea base de 900 kilómetros.
Asimismo, desde Comodoro Rivadavia, fue destacada una sección disminuida para operar en las Islas Malvinas. Dicha sección portaba material de gonios portátiles y varios equipos receptores para diferentes bandas, con la finalidad principal de captar emisiones clandestinas.
Todo este despliegue de medios era apoyado por las estaciones fijas primarias y secundarias pertenecientes al sistema de operaciones electrónicas fijo del Ejército ubicadas en el interior del país, y en capacidad de realizar distintas tareas de apoyo electrónico.
 
3/B/RI8

sbt FAZZIO, Enrique

sarg LLANES Manuel Antonio
cabo AGUERO, Luis Alberto, 21 soldados a cargo
cabo PACHECO Lorenzo
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cabo SILVA Victorino Eugenio

-Jose Alberto Cerda
-Hector Hugo Contrera
-Timoteo Rafael Diaz
-Miguel Gallotto_______desnutrición severa. Rol de combate, 5to tirador, FAL
-Jese Romilo Millaqueo
-Omar Ruiz
-Hector Luis Sosa
-Carlos Alberto Sisterna
 
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Lo evacuaron de Malvinas con congelamiento y 25 kilos menos, un médico le salvó la vida y se reencontraron 37 años después
Un día como hoy, en 1982, el soldado Rubén Cantele fue evacuado de las Islas con las manos y los pies congelados y desnutrición. Llegó al Hospital Regional de Comodoro Rivadavia, donde lo atendió el doctor Van Domselaar. Compartieron con Infobae la emocionante imagen y el conmovedor relato de la reunión
Por Joaquín Sánchez Mariño
7 de junio de 2020



“El 2 de abril por la mañana, mientras trabajaba en el Hospital Regional de Comodoro Rivadavia, escuché por primera vez la noticia: habíamos desembarcado en las Malvinas”. Ese mismo día, sin previo aviso, los médicos y enfermeras del hospital vieron entrar y atendieron al primer herido de la guerra.
Se trataba del Teniente de Fragata Diego Fernando García Quiroga, que estaba en la sección de Infantería de Marina que recuperó la casa del Gobernador (operación en la que murió el Capitán Pedro Edgardo Giachino, primer caído de la campaña). García Quiroga tenía 27 años. Entró al hospital a las 13:30 horas y fue atendido en primera instancia por el cirujano Jorge Wainer. Tenía una herida de bala en las costillas del lado derecho del hígado, y otra en el antebrazo derecho también. Fue operado con éxito. En ese momento el hospital recibió su bautismo de guerra...

El segundo de izquierda a derecha es Rubén Cantele. Carga la placa base del mortero con el que defendió su posición en las islas.
“Posteriormente, el hospital regional fue acondicionado como el principal destino de evacuación de las Malvinas” cuenta el doctor Reinaldo Manuel Van Domselaar Ober (72 años), uno de los dos protagonistas de esta historia. “El hospital adoptó un sistema de 12 horas por 12 horas y los médicos, sin distinción de especialidades, atendíamos solamente a derivados de Malvinas. La parte privada se encargaba del resto de la población”, agrega, con una memoria precisa para cada evento, aun hoy, 38 años después de la guerra.

“Después de iniciadas las primeras acciones bélicas empezaron a derivar a los soldados desde las Islas. Recibíamos muchos contingentes que tenían heridas de distinta gravedad. Algunas muy graves incluso, pero tengo el gusto de decir que en el Hospital Regional no falleció ningún soldado”, dice el doctor desde su chacra en General Conesa, donde pasa sus días de cuarentena, viendo cómo los médicos se convierten en los héroes de la batalla contra el COVID-19. En aquel año su acción, incluso fuera del campo de batalla, también tuvo su cuota de heroísmo: eran los primeros en ver el saldo de la guerra y, junto a las enfermeras, en darles cuidado y amor a los combatientes. Esta historia es testigo de ese amor.

El Hospital Regional de Comodoro Rivadavia, hoy. Durante el conflicto fue reacondicionado para recibir a los heridos de la guerra.
“En casi todos los soldados que recibíamos, el factor común era la desnutrición y eran muy frecuentes las lesiones por congelamiento o el llamado pie de trinchera, que es producto de la combinación de la temperatura, la humedad y la quietud del miembro”, explica Reinaldo, que fue justamente por un cuadro de congelamiento y desnutrición que conoció a Rubén Cantele, el otro protagonista de este relato.
Entre los dos se formó una relación especial, que 38 años después tuvo un nuevo capítulo. Pero antes de eso, volvamos al comienzo de la guerra.
Eran cerca de las nueve de la mañana del 2 de abril cuando aterrizó el segundo vuelo argentino en las Islas Malvinas. La pista de aterrizaje todavía estaba obstruida por camiones ingleses, que ante la sorpresa del desembarco quisieron bloquear la llegada de aviones. No lo lograron: en ese vuelo se trasladaba entre otros el Regimiento de Infantería 25 a cargo del Teniente Coronel Mohamed Alí Seineldín. Entre sus hombres, el soldado conscripto Rubén Cantele.

La carta que le envió Rubén a Reinaldo tiempo después de la guerra de Malvinas.
“Del aeropuerto nos fuimos caminando a la ciudad. Ahí estuvimos en varios lados. Dormimos en un galpón, después en una usina, luego pasamos a cavar posiciones en varios lugares hasta que lo hicimos frente al aeropuerto y pusimos puesto de vigilancia ahí con un mortero del que yo cargaba la placa base. Ahí pasamos mucho tiempo en un pozo de zorro”, cuenta Rubén.
No tuvo unos primeros días fáciles: apenas llegó lo atacó una diarrea que le hizo perder mucha fuerza y peso. Siguió adelante. Les ordenaron posicionarse junto al aeropuerto, ya en poder argentino, porque se pensaba que el primer ataque sería un desembarco inglés para capturar la pista. Cantele, junto a sus camaradas, debían evitar ese desembarco con sus morteros.
“Estuvimos en esa posición mucho tiempo. El 1 de mayo, en un ataque, cayó una bomba a quince metros de nuestra posición. Recuerdo que hasta nos cayó un camarada encima que estaba cerca del impacto y salió despedido. Fuimos atacados muchísimas veces, porque los ingleses siempre quisieron destruir la pista, pero nunca pudieron”, recuerda Rubén.

El último de izquiera a derecha, en los famosos pozos de zorro que cavaban los soldados argentinos para protegerse de los ataques. Allí Rubén sufrió desnutrición y congelamiento.
“Finalmente, fui evacuado el día 7 de junio, con un estado muy avanzado de desnutrición y congelamiento. El vuelo se hizo de noche, en pleno bloqueo aéreo, pero logramos salir del aeropuerto”. Los vuelos de salida por ese entonces, apenas pocos días antes de la rendición (el 14 de junio), suponían un riesgo altísimo. Los ingleses dominaban los cielos y sus barcos patrullaban la costa. Los aviones debían ir al ras del agua tratando de no ser detectados por los radares. Era difícil realizar vuelos de evacuación. Sin ir más lejos, en los primeros días de junio un avión inglés derribó a un Hércules que hacía exploración. Pero por suerte (y por valor, y por destreza), el vuelo en el que viajó Rubén sí llegó a continente. Pocas horas después, conoció al doctor Van Domselaar.
“Él ingresó en el sector que estaba a mi cargo con una desnutrición extrema. Y tenía congelados los dedos de las manos”, recuerda el doctor. “Lo atendimos y fue mejorando con el tratamiento y con el cuidado, no solo de los médicos sino también de las enfermeras. La enfermería tiene un valor incalculable, muchas veces es más importante que el propio médico incluso”, agrega.

La imagen corresponde a un libro de medicina y la envía el doctor Van Domselaar para mostrar cómo es el estado de congelamiento en el que tenía las manos Rubén al llegar de las Malvinas.
Rubén se estaba recuperando y un día, después de la revisación, le pidió un favor al doctor. “Le pregunté qué necesitaba y me dijo que quería escribir una carta a sus padres, pero con las manos congeladas no podía. Quería que yo se la escribiera”, recuerda Reinaldo. Aceptó y fue en busca de papel y lapiz.
-¿Qué escribo? -le preguntó.
-¿No sé doctor, a usted qué le parece?
-Primero... que estás vivo. Segundo, que estás internado y que no tenés nada grave.
-Bueno, empiece usted doctor.

Reinaldo empezó a escribir. “Queridos papá y mamá: estoy vivo, estoy sano, y estoy internado en el hospital regional de Comodoro Rivadavia. Aquí me atienden de primera, la gente es muy buena, y si Dios quiere, como la cosa va mejorando, probablemente dentro de poco me deriven…”. La carta aún la guarda Rubén entre sus tesoros. Dice exactamente eso.
Mientras charlaban, Rubén le contó que era de Leones, una ciudad pequeña de Córdoba, y resultó que el doctor había estado allí. Desde ese momento, nació una suerte de amistad.

"Estimado doctor, espero que al recibir esta carta se encuentra usted bien de salud", le escribió Rubén a Reinaldo en septiembre de 1982.
“Llegó el momento de la despedida. Se tenía que ir de alta. Y me agradeció mucho. Él a mí me tiene como un héroe que le salvó la vida, pero no es cierto. En el Hospital todos trabajábamos igual, pero bueno, él lo vivió así”, cuenta el doctor.
Antes de irse, Rubén le dijo que le quería dejar un recuerdo. Le obsequió su pasamontaña color verde oliva y la manta que lo abrigó en las Islas Malvinas durante las noches de combate. “Una manta con la que todavía me tapo cuando duermo la siesta”, dice Reinaldo.
Y se fue.
Tiempo después le mandó una carta expresándole su agradecimiento y el de sus padres. Contándole que estaba bien y preguntando por su vida. Cruzaron algunas cartas. Cada uno siguió su camino. Rubén, de regreso en Leones, siempre quedó conectado a las Malvinas. “De mi ciudad fuimos 9 conscriptos los que enviaron a la guerra. Uno de ellos murió en las islas: el soldado José Luis Allende en el Combate de Darwin”, recuerda.

Rubén al frente de su programa: “Malvinas, aún esperan”. Lo realiza todos los viernes desde hace 14 años en honor a los veteranos.
Con profunda humildad, Rubén siempre prefiere hablar del heroísmo de los otros. Cada viernes desde hace 14 años realiza el programa “Malvinas, aún esperan” (por Radio Urbana FM 91.3 de la Ciudad de Leones), en honor a los veteranos. En uno de eso programas, muchos años después de conocerlo, entrevistó a quien él considera su salvador: el doctor Reinaldo Van Domselaar.
Pero ese no fue el único reencuentro.
“El año pasado Rubén me visitó, y nos vimos 37 años después. Tuve el honor de que en el viaje que hizo junto a otros dos veteranos, me visitaron. Los alojé en mi casa y pasamos una noche de recuerdos, lágrimas y emociones hermosas”, agrega, con la voz quebrada a través del teléfono.
En ese encuentro, Reinaldo le mostró aquella manta verde con la que se tapa aun hoy cuando duerme la siesta. Esa misma manta que lo abriga cada vez que piensan en Malvinas. Esa misma manta que sella la historia con esta foto.
 
“Torpedo en el agua”: relatos de la guerra de Malvinas a bordo del submarino San Luis
Adrenalina, fervor patriótico y estrategia. La historia de uno de sus tripulantes nos transporta a las vivencias experimentadas por los militares en la nave de la Armada.
Por Patricia Fernández Mainardi
6 de junio de 2020



Maegli acompañado del comandante durante el momento de snorkel. La mirada cansada refleja el stress del momento. Foto: Gentileza contralmirante Alejandro Maegli.
“Cuando era chico, iba a pasear a la escollera norte y veía pasar los submarinos”, relata el contraalmirante retirado de la Armada, Alejandro Guillermo Maegli, quien vive en Mar del Plata desde pequeño. En ese entonces, desconocía que, con 27 años y con el grado de teniente de fragata, participaría de la guerra de Malvinas en una de esas naves: el submarino ARA San Luis. No fue casualidad, fue el llamado de la Patria y el instinto de seguir su vocación. Entró a la Escuela Naval y la curiosidad lo llevó a presentar la solicitud para hacer el curso de submarinista.
¿Por qué Maegli fue a la guerra en el San Luis? Tras finalizar el curso, lo destinaron allí. El 82 era su segundo año en el submarino. Para marzo, esperaba la llegada de su primera hija. ¿Acaso alguien se preguntó como vivieron la guerra los familiares de los combatientes? La esposa de Maegli lo hizo con una beba de apenas unos días, acompañada por su madre y a la espera de noticias.
“Uno no tiene una idea exacta de lo que va a hacer en su vida. Las cosas te van sorprendiendo”, se lo escucha confesar. Orgulloso de haber seguido esta especialidad, describe que hay una mística que los caracteriza. “Cuando entré por primera vez a un submarino, tuve la impresión de que las cosas se me venían encima. Es como un caño grande lleno de equipos. Para pasar de un lugar al otro, siempre tenés que pedir permiso o rozar a alguien. A medida que pasa el tiempo, ese lugar es cada vez más espacioso”, describe y concluye: “Es una pasión por la que sacrificás un montón de cosas. Son cosas que te forjan la personalidad. Somos meticulosos porque las cosas son más complicadas”.
Volviendo al momento preciso en que se iba a convertir en padre, Alejandro recuerda: “A fines de febrero del 82, acompañé a mi mujer a un control, y el ginecólogo me preguntó qué pasaba que parecía que íbamos a invadir las Malvinas. ‘¡Doctor, no tengo la menor idea!’. En mi cabeza, estaba el nacimiento de mi hija y el hecho de que el 12 de marzo tenía que zarpar para la primera navegación de rutina, el primer adiestramiento del año”, rememora desde Mar del Plata, la misma ciudad que lo vio partir el 11 de abril de 1982. Alejandro aún mantiene vivo el recuerdo imborrable de aquella noche: sus luces, el ruido del mar calmo y el agua que brillaba. Los detalles de aquellos días permanecen intactos en la cabeza, y quizá también en el corazón, del militar.


Con 27 años y con el grado de teniente de fragata, Maegli participó de la guerra de Malvinas a bordo del submarino ARA San Luis. Foto: Gentileza contralmirante Alejandro Maegli.
A bordo del San Luis, durante el ejercicio de rutina, le llegó el esperado mensaje: “Nació María Inés. Ambas bien”. Pero no fue el único, también recibieron otro: “Finalizadas operaciones, destacarse de inmediato. Cada buque a su puerto”.
Apenas tocó tierra, Maegli pidió autorización para conocer a María Inés. En el camino, se cruzó con un compañero, con quien mantuvo un breve diálogo:
–¿Qué te pasa que tenés esa cara?
–Se pudrió todo. En dos días, zarpamos a las Malvinas.

“Ese fue mi contacto con la realidad; ya llegué medio raro a mi casa. Le pude dar la mano a mi hija, pero, de la felicidad, pasé a las preocupaciones. Al otro día, empezaron a alistar el buque para una patrulla de guerra”, narra.
Comenzaron los preparativos: había que embarcar las armas y reparar el San Luis, porque había tenido un problema en los motores. “El submarino embarca 14 torpedos de 7 metros de largo, no es sencillo ni fácil prepararlos. Además, cada dos años, el casco entraba a dique seco para limpiarlo y sacarle las incrustaciones que le quitan velocidad. Eso lo tuvimos que hacer nosotros con los buzos”, detalla Maegli al tiempo que explica que estos buques son los primeros que despliegan porque tardan en llegar.

En el tablero se pueden ver trayectorias de los blancos que atacó el San Luis. Foto: Gentileza contralmirante Alejandro Maegli.
¿Qué sensaciones tenían?: “Íbamos a luchar contra la potencia número uno del mundo en guerra antisubmarina. No eran cosas menores, pero había que hacerlas. La idea es que todo se trataba de maniobras para poder negociar. Cuando dejaron de hablar, fue el hundimiento del Belgrano”.
“Señor, tengo un rumor hidrofónico”
“Cuando zarpamos, no estábamos en guerra, era una crisis. Entonces, nos mandaban a un área de espera, que estaba más o menos a mitad de camino entre Mar del Plata y las Malvinas. Teníamos que estar cerca por si el evento escalaba”, especifica Maegli en relación con las instrucciones que recibieron. Luego, había una segunda parte que indicaba qué medidas debían adoptar una vez que la guerra se desatara: acercarse a las Malvinas. Se establecieron diferentes zonas alrededor de las islas, todas recibieron nombre de mujer: “Una se llamaba María, por mi hija, me dijeron años después”, agrega.
El contraalmirante recuerda cada detalle. Cuenta, por ejemplo, que mientras permanecían en el área de patrulla “Enriqueta”, al submarino se le rompió la computadora que controlaría el disparo de los misiles. Intentaron repararla, pero sin éxito. Deberían lanzar los torpedos de modo manual.

Maeglí junto a varios de sus compañeros, en el subarino ARA San Luis. Foto: Gentileza contralmirante Alejandro Maegli.
Cerca del 28 de abril, recibieron la orden de desplegar a máxima velocidad hacia el área de patrulla María: “Todo contacto es enemigo, atacar. Nadie de la propia Fuerza iba a pasar por esa zona, nos facilitaban la tarea, sabíamos que todo el que pasara por ahí no era amigo”. Durante los días previos, comenta, el ánimo de los tripulantes fue cambiando, las ordenes que recibían sumaban complejidad al panorama.
“Llegamos a la zona de guerra. Estábamos ahí, las islas no las ves, pero las sentís. Nos dedicamos a hacer patrulla hasta que tuvimos el primer contacto, el 1º de mayo. El submarino requiere una maniobra, el snorkel, para poder comunicarlo con la atmósfera. Para hacer la maniobra, es necesario poner en marcha los motores, así se cargan las baterías y se renueva el aire”, explica. La operación a la que se refiere se hacía de manera diaria antes del amanecer para evitar que el enemigo los viera. Maegli hacía guardia todos los días entre las cuatro y las ocho de la mañana, así que siempre estaba presente al momento de activar los motores: “Es la maniobra más riesgosa, porque estas mostrándote y haciendo ruido”.
El comandante acompañaba los 40 minutos, aproximadamente, que duraba la operación, luego se retiraba. Aquel día, una vez que terminaron, le dijo a Maegli: “Cualquier cosa, me avisa”. Minutos después, el marplatense por adopción (nació en Entre Ríos) estaba por terminar la guardia cuando el sonarista detectó un rumor hidrofónico. Estaba en el noreste y era persistente. Cuando Maegli notificó al comandante, este le respondió: “Cubra puestos de combate”.

Al regresar a Puerto Belgrano, la tripulación del San Luis es recibida por autoridades. Foto: Gentileza contralmirante Alejandro Maegli.
“La piel se te pone un poquito extraña. Me advirtió que no llamara al personal por el difusor, ya que generaría ruido. Tenía que ir al dormitorio y despertarlos uno por uno. Recuerdo las caras. Todos están preparados para que los llamen, pero cuando te dicen ‘Ponete el autorespirador’… La adrenalina comenzó a circular fuerte”, reflexiona.
Ya en su puesto, se encontraba con las personas que lo acompañaban, todos alrededor de una pequeña mesa: “Cada uno con una actividad febril y nerviosa. Yo estaba sentado, de golpe me empezaron a temblar las piernas. La mesa tenía un caño que soportaba el tablero; intenté enroscar las piernas, me agarré la frente con las manos y puse los codos sobre la mesa para intentar controlar el temblor. De repente, me dije ‘Alejandro, dejá de jorobar’. Cuando levanté la mirada, estaban todos en la misma posición. A la orden de ‘terminar’, comenzamos a bromear”.
Desde las 8 hasta las 10.50, estuvieron acercándose al blanco. Maegli recuerda el horario porque fue cuando el comandante lanzó el torpedo. “El ruido del torpedo saliendo… es otro toque de realidad. Atacamos a unos barcos que se acercaban a la isla. El torpedo no se comportó como tenía que hacerlo: en vez de correr a 10 metros de profundidad por debajo del agua, salió rápidamente a la superficie. Los helicópteros que volaban delante de esos buques dieron alerta y los barcos se alejaron”. Durante aquella jornada, el bautismo de fuego, recibieron hostigamiento hasta las seis de la mañana del otro día. “Nos tiraron con todo lo que tenían. Luego tuvimos que evadir un torpedo. Fueron 24 horas de estrés y con el aire que se agotaba. Finalmente, pudimos salir a superficie y pasamos el informe de contacto; era importante hacerlo para transmitir la certeza de que pasaron esas naves. Después, nos enteramos de la noticia de que habían hundido el submarino Santa Fe. Ese fue un bajón anímico, había compañeros allí”, narra, al tiempo que agrega que, si bien los mensajes que se enviaban estaban cifrados, para que el enemigo no detectara altas o bajas en el volumen de tráfico, las noticias eran constantes. Lo importante y vinculado a las operaciones se encontraba mezclado con noticias periodísticas y familiares. Estas últimas buscaron transmitirlas en momentos puntuales, pues, en vez de levantarles el ánimo, tenían el efecto contrario.
“Ya no éramos las mismas personas”
Luego de aquella jornada, hicieron otro contacto. Lo atacaron, pero, luego, advirtieron que se trataba de un ruido biológico. Durante la guerra, a los ingleses les ocurrió lo mismo mientras buscaban al San Luis.
“Ya no éramos las mismas personas que empezamos. Ya no teníamos la mirada lánguida, queríamos darles, estábamos ahí y había que resolverlo. El summum de eso fue la tercera acción: eran dos naves. La primera venía por el este y se aproximaba rápido. De hecho, nos dejó dando vueltas como a un trompo, ni siquiera nos dio tiempo de acercarnos a distancia de tiro. Luego detectamos otro barco que venía del noreste. La trayectoria de ambos se juntaba en el estrecho de San Carlos”, explica y agrega que, ante ese contexto, el comandante decidió esperarlos: “Si entran por allí, deben salir por el mismo lugar”.

"¿La última sensación de aquella guerra? Fue la que tuve cuando volvíamos y salimos a superficie. Esa bocanada de aire al abrir la escotilla. Ese olor a vida. Me hizo marino de nuevo”, cuenta Alejandro. Foto: Gentileza contralmirante Alejandro Maegli.
“Preparamos las armas. El comandante se acercó a 4000 yardas –un poco menos de 4000 metros– y decidió lanzar sobre el blanco con menos probabilidad de errarle. Lanzamos el torpedo y salió hacia donde tenía que ir, pero, en vez de explotar, se sintió un ruido seco. Automáticamente, los dos barcos pusieron máxima velocidad y escaparon. Luego, se comprobó que los torpedos tenían muchos problemas”, puntualiza. Los ingleses comenzaron a buscarlos; la situación era insostenible. El aire estaba lleno de radares. “Nos dieron la orden de volver. Cinco días después, llegamos a Puerto Belgrano”, revela.
¿Cómo fue el regreso? “Uno tiene un embale bárbaro, y los otros estaban en otra frecuencia. Estábamos dentro de la dársena. Recuerdo que nos fuimos a dormir y, allí, con el objetivo de evitar ataques comandos, había una especie de guardia que, cada tanto, tiraba cargas pequeñas en caso de que hubiese buzos. Nosotros no lo sabíamos y, a las cinco de la mañana, sentimos el ruido. Veníamos de la guerra, así que pensamos que nos estaban atacando”.

La identificación de Maegli, todo un recuerdo de la guerra. Foto: Gentileza contralmirante Alejandro Maegli.
Pasados algunos días, pudieron ir a ver a sus familias, pero tenían que regresar para terminar de alistar al San Luis. La idea era volver a zarpar. Sin embargo, el plan no se pudo concretar, antes llegó la rendición: “El final fue muy triste. Murió gente, muchos conocidos”.
Vivir el hoy con las enseñanzas del ayer
“Todo lo que conté lo vivió un muchacho de 27 años. Hoy tengo 65. Puedo estar tergiversando, por la memoria, algunas cosas. Con el tiempo, me planteé un dilema: uno no tiene ganas de ir a la guerra y dejar a la familia. Pero yo entré a la Armada pensando que esto iba a pasar, más como una posibilidad. Ahora, cuando llega la posibilidad concreta, decís ‘¡A la pucha!’. Es lo que yo quise hacer, el país paga por vos, por las dudas de que en un momento te tenga que llamar. Esa obligación moral, cuando la mezclás con los sentimientos del deber irrenunciable… A mí, no me gustó ir a la guerra, pero, gracias a Dios, fui”, confiesa, al tiempo que resalta que no es la misma persona de 1982.
“Cuando está en riesgo tu vida, hay cosas que te generan sensaciones imborrables. La garganta seca en el momento en el que el sonarista dijo ‘Torpedo en el agua’ (del enemigo) y el submarino empieza a poner velocidad. Eso no lo te podés olvidar, y quizá fueron 40 segundos, pero para mí fueron una vida. El temblor de las piernas y ver que el resto estaba igual o peor que yo, eso tampoco. ¿Qué es el miedo? Algo que tenemos todos, el tema es cómo convivir con él”, sintetiza el contraalmirante.

Una imagen del subamarino San Luis haciendo Snorkel. Foto: Gentileza contralmirante Alejandro Maegli.
¿La última sensación de aquella guerra? “La que tuve cuando volvíamos y salimos a superficie. Esa bocanada de aire al abrir la escotilla. Ese olor a vida. Me hizo marino de nuevo”, responde. Maegli, quien, además, resalta un detalle, hoy anecdótico: “Nosotros vivíamos en un departamento con una cocina pequeña, tendría dos metros por uno. Yo no me daba cuenta, pero me quedaba en ese ambiente. Creo que sentía la necesidad de permanecer en lugares confinados. Inconscientemente, buscaba las dimensiones de los 40 días anteriores. Luego, la locura del mundo me llevó de nuevo a la vida. Creo que las familias pueden contar mucho más que uno”.
“Ahora, entré en rutina de patrulla”, bromea Maegli en relación con la cuarentena. Con su experiencia, y sin perder el humor, se permite compartir algunos consejos: “No sé si todo el mundo está preparado para el confinamiento. No hay que abandonarse a lo aleatorio, hay que hacerse rutinas, no muy estrictas, para pasar el día. Yo, por ejemplo, camino una hora diaria por mi casa. Mi esposa me reta porque le paso por arriba de la alfombra”
 

drupi

Veterano Guerra de Malvinas
ICIA - FAA

primer teniente ARAOZ ENRIQUE NICOLAS

Suboficial Principal VIDELA LUIS VICENTE

Suboficial Mayor SILVA RAMON SEFERINO

Personal civil D'ODORICO EDUARDO HERMAN

Persona civil, pirincho Freire, puede ser:

....FREIRE ALBERTO EDUARDO

....FREIRE JORGE OMAR

....FREIRE RUBEN OSVALDO


http://www.laprensa.com.ar/488801-Historias-desconocidas-de-la-Gesta-de-Malvinas-Parte-VII.note.aspx

nippur busca en la bandeja de entrada el 20 mayo del 18 te aclare el tema de Freire.
Saludos.
 
*Por Luis Quinteros

Comenzaban las cruentas batallas decisivas de la guerra por la recuperación de nuestras Islas Malvinas. Junto a mis hermanos de la Compañía Comando Independencia del Regimiento de Infantería 1° de Patricios: Marcelo Eddi, Daniel E. Perez, Marcelino Figueroa y Carlos Varela, conducidos por el Sargento Ramón Antinori nos habíamos sumado como apoyo de los Regimientos de Infantería Mecanizada 6°, General Viamonte de Mercedes y de Infantería Mecanizada 4°, Coronel Manuel Fraga, de Monte Caseros, con nuestro mortero 120 mm. en el Monte Dos Hermanas.

Una vez ubicados, comenzamos a disparar sobre las posiciones británicas ubicadas en las inmediaciones de Monte Kent, distante a unos 6 km. Durante 48 horas, con las dificultades que presentaba el terreno para mantener firme la placa base del mortero, se sostuvo un intenso intercambio de fuego recibiendo la respuesta de la poderosa artillería terrestre y naval del enemigo, como así también numerosas incursiones de aviones Sea Harrier.

Entre el anochecer del 11 de junio y la madrugada del 12, ya con el mortero inutilizado, se produjo la avanzada del Comando 45° de Royal Marines y el apoyo de los Batallones Comando 40° y el Segundo Batallón del regimiento de Paracaidistas, más el permanente fuego de artillería terrestre y el cañoneo del Crucero HMS Glamorgan. Se resiste en una marcada inferioridad de condiciones y finalmente nos replegamos, en medio de un infierno, hacia las posiciones del Glorioso BIM 5 en Monte Tumbledown.

Luego, nuevo repliegue a Monte Sapper Hill y la mañana del 14 de junio, ya sin munición, arribamos a Puerto Argentino y recibimos la noticia del cese de fuego. Otro grupo de Patricios de la sección ametralladoras MAG, a cargo del Cabo 1° Julio Miguel Ramírez (Romeo Alfa May), con los soldados Claudio Bastida, Daniel Marcelo Orfanotti, Alejando Di Santo y Marcelo Mazzitelli, participó en Monte Longdon de la, sin ninguna duda, batalla más sangrienta y en la madrugada del 12 de junio, caía abatido el Héroe de la Patria Claudio Bastida y resultaba herido Daniel Orfanotti.

Más allá del sabor amargo de la derrota militar y por los camaradas Héroes caídos en esas batallas, llevo el honor de haber sido parte y la tranquilidad de saber que hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance en defensa de Nuestra Soberanía.

Dado que los medios no gastan ni un segundo o una línea en recordar estas hazañas, me permito esta descripción de una vivencia personal que es solo una pequeña parte de las páginas de Gloria de la Gesta de Malvinas.
 
Diario de la guerra de Malvinas: el infierno del Longdon, la dura batalla de Puerto Argentino y el inminente final
El combate cuerpo a cuerpo con bayonetas caladas, la noche más terrible para los paracaidistas británicos, las mentiras de los generales argentinos y la falta de armamentos y raciones

Por Martín Balza
11 de junio de 2020


La no realización de una batalla aeronaval y el previsible fracaso sobre las fuerzas británicas en el combate de Darwin–Pradera del Ganso llevaron a que a partir del 8 de junio la guerra tuviera su definición en la batalla terrestre de Puerto Argentino, que asumió las características de una clásica batalla de cerco, llamada también de aniquilamiento perfecto. A ello se llega cuando una fuerza está totalmente sitiada, sin posibilidades de romper el sitio, y no existe probabilidad alguna de que desde afuera una fuerza propia pueda lograr una conexión con la sitiada.
Salvando las circunstancias de tiempo, modo, lugar, ámbito geográfico y efectivos enfrentados, la historia militar moderna nos remite a casos parecidos: Stalingrado (1943), donde se rindieron 200 mil alemanes; Singapur (1942), en que los japoneses tomaron prisioneros a 80 mil británicos, y Dien Bien Phu (1954), donde los vietnamitas cercaron, derrotaron y se rindieron 12.000 franceses.
El día 10 de junio, en horas de la tarde, concretamos un ataque coordinado entre el GA 3 y tres aviones Pucará basados en el aeropuerto local. Así lo recuerdo: una de las baterías de la artillería británica nos tenía a maltraer, estaba ubicada cerca del monte Kent, fuera del alcance de nuestros cañones; solo podíamos neutralizarla con medios aéreos basados en el aeropuerto local. Hablé con el general Oscar Jofre y con el brigadier Luis Castellano, quienes estuvieron de acuerdo. Coordinamos el ataque con tres pilotos de la Fuerza Aérea, Juan Luis Micheloud, Marcelo A. Ayerdi y Carlos Murales. Una batería del GA 3 los “guiaría” con proyectiles fumígenos (humo blanco) en dirección al objetivo, al que no podíamos batir porque no entrábamos en alcance con nuestros obuses ya que nos faltaban unos 2/3 km. El ataque fue exitoso y la artillería británica fue, en ese momento, neutralizada. Fue la primera acción de cooperación en combate entre la artillería del Ejército y la Fuerza Aérea en nuestra historia.


La noche del 11 de junio, aproximadamente a las 22:00 hs, el batallón de Paracaidistas 3 (Para 3) británico atacó el Monte Longdon, que estaba defendido por una compañía del RI 7 a órdenes del mayor Carrizo Salvadores. La sorpresa táctica se perdió como consecuencia de que un soldado inglés pisó e hizo detonar una mina antipersonal.
Así se inició un intenso combate que duró el resto de la noche, hasta que la compañía inició una difícil y confusa retirada hacia Puerto Argentino. Una de las características de la lucha fue que se llegó al combate cuerpo a cuerpo, con “bayonetas caladas”, algo bastante infrecuente en la guerra moderna. La lucha fue encarnizada, duró diez horas, pero el batallón británico era superior en número de hombres, en armamento, en equipamiento, en adiestramiento y contaba con visores nocturnos y apoyo de fuego naval.
En uno de sus pedidos de fuego, el observador adelantado del GA 3, teniente Alberto R. Ramos, asignado al RI 7, me informó: “¡Esto es un infierno! Hay ingleses por todos lados. Por momentos es difícil identificar si las explosiones de los proyectiles de fragmentación y de iluminación son nuestros o de los ingleses”. Su última transmisión fue: “Se inició la retirada hacia el este”.
Al día siguiente me informaron que no estaba entre los que regresaron. Se lo consideró como desaparecido hasta que en 2018 su cuerpo fue identificado y hoy descansa como tantos otros soldados en un lugar histórico de la Argentina: el cementerio militar de Darwin.
Para el corresponsal británico Leslie Dowd, el combate de Longdon “fue la noche más terrible de mi vida. El Para 3 británico tuvo 23 muertos y 47 heridos” (The Sunday Times Insight Team). El RI 7 tuvo 36 muertos y 148 heridos.

El espacio entre Longdon y el cerro Dos Hermanas estaba a cargo del mayor Oscar Jaimet, con efectivos del RI 6, que evidenciaron un excelente comportamiento en los momentos finales de la batalla, pero que en la noche del 11 al 12 de junio no tuvieron una activa participación en los combates por la sencilla razón de que no recibieron un ataque directo de los ingleses. Posteriormente, Jaimet y sus hombres tuvieron una destacada actuación, su regimiento tuvo 13 muertos y 35 heridos.
El cerro Dos Hermanas estaba ocupado por una compañía del RI 4 a órdenes del segundo jefe del regimiento, mayor Ricardo Cordón, que no ofreció resistencia, y cedió en forma prematura la posición mediante una desordenada retirada hacia Puerto Argentino, sin que a mi juicio se hubiera hecho el esfuerzo para sostenerla. El enemigo se apoderó así de una de las más importantes alturas, sin mayores exigencias. El mayor Cordón fue pasado a retiro obligatorio después de la guerra.
La posición del Monte Harriet estaba a cargo del jefe del RI 4, teniente coronel Diego Soria, quien concurrió a la guerra dejando en el continente a un hijo adolescente que padecía una enfermedad terminal, y con su regimiento disminuido soportó con entereza el abrumador ataque británico conducido por el teniente coronel Chris Keeble, el mismo que con su Batallón de Comandos 2 había combatido en Darwin-Pradera del Ganso. El RI 4 fue sorprendido y rodeado, su desgaste en los días previos fue notorio y no pudo evitar el envolvimiento. Entre las 05.00 y 06.00 hs. del 12 de junio, los ingleses ocuparon Harriet. El RI 4 sufrió 22 muertos y 110 heridos.

Sobre ese combate, el general británico Julian Thompson dijo: “Nos encontramos con 300 prisioneros, incluidos el jefe del Regimiento de Infantería 4 y varios oficiales. Esto muestra las mentiras de las informaciones de la prensa, según las cuales los oficiales huían dejando a sus soldados conscriptos para que fueran masacrados o se rindieran como ovejas. Oficiales y suboficiales se batieron duramente” (Thompson J., No picnic, Ed Atlántida, pág. 168).
Entre los prisioneros estaba el pelotón de observación adelantada del GA 3, a cargo del capitán Tomás Fox. Por su parte, el corresponsal inglés de la IRN (Independent Radio News), Kim Sabido, que presenció las acciones en Harriet, entre otros conceptos, relató: “Los hombres que teníamos enfrente no iban a ceder si no era tras una lucha encarnizada" (The Sunday Times Insight Team, pág. 375).
Lamentablemente, en los días anteriores a la ofensiva final, el general Jofre hizo un empleo inadecuado de la Compañía de Comandos 602, a cargo del mayor Aldo Rico. En las pocas incursiones que esa compañía realizó en la profundidad del campo de combate –coordinadas y apoyadas por el fuego del GA 3– evidenciaron la profesionalidad que debe caracterizar a un elemento de fuerzas especiales, y aportaron su cuota de sangre.
Desde las primeras luces del 12 de junio, los cerros Longdon, Dos Hermanas y Harriet estaban ya en poder del enemigo. Sobre esas posiciones, nuestra artillería (GA 3, GA 4 y la batería del BIM 5) realizó fuego intermitente durante gran parte de la mañana: “Mientras nos reorganizábamos, el fuego de la artillería argentina, de los cañones pesados (155 mm) en su mayor parte, comenzó a caer sobre las posiciones que los argentinos acababan de perder. Los infantes de marina británicos se protegían entre las fisuras de las rocas, mientras los proyectiles argentinos explotaban a su alrededor” (Thompson J., No Picnic; Leo Cooper y otros, pág. 157).
Estaba claro que los siguientes y últimos objetivos del enemigo serían los cerros William, Sapper Hill y Tumbledown, ocupados por el Batallón de Infantería de Marina 5 (BIM 5), a órdenes del capitán de fragata Carlos H. Robacio, distantes entre 3 y 7 km de Puerto Argentino. El BIM 5 poseía un alto grado de adiestramiento adaptado al clima, tenía su dotación de hombres, material y armamento al completo, y su sistema logístico no experimentó grandes variantes puesto que fue abastecido en forma directa por aviones de la Armada. Poseía una batería de obuses de 105 mm (a cargo del capitán de fragata Mario Abadal) que, como manifestó el contraalmirante Carlos Büsser, “…se incorporó al sistema unificado de control y dirección de fuego terrestre que operaba la artillería del Ejército de la guarnición Malvinas” (Villarino E., Batallón 5, Aller Atucha, pág. 13). Con el BIM 5 realizamos coordinaciones estrechas que dieron resultado en los combates terrestres más intensos de la guerra que se libraron las últimas 48 horas.

En las primeras horas de la tarde del 12 de junio, y estando próximo a una de mis baterías, alguien a mi lado gritó ¡Cuerpo a tierra!, al tiempo que un Harrier nos sobrevoló a unos 300 m de altura. El fuego, con misiles y cañones de 20 mm, se dirigía hacia la ladera del cerro Sapper Hill donde estaba la batería de cañones pesados. Temimos lo peor, pero solo tuvimos heridos leves, el cabo primero Omar Liborio y 6 soldados. Uno de los cañones quedó fuera de servicio. Los refugios para los operadores de los cañones pesados preparados por el teniente primero Luis Daffunchio limitaron los efectos del ataque del Harrier. De inmediato el mayor Carlos A. Milanese concurrió al lugar y evacuó los heridos al Hospital Militar Conjunto de Puerto Argentino, a cargo del mayor médico del Ejército Enrique M. Ceballos. La labor de todo el personal de sanidad fue encomiable y abnegada; durante el conflicto se internaron 1.990 pacientes.
A todo esto, según el general Mario B. Menéndez, el presidente de la Nación, miembro de la Junta Militar y comandante en jefe del Ejército, general Leopoldo F. Galtieri, dijo en Buenos Aires: “Yo conozco todas las dificultades que tienen pero hay que aguantar. Los veo muy apegados al terreno. Hay que tener más movilidad” (Túrolo, C., Malvinas: Testimonios de su gobernador, Ed Sudamericana, Pág. 261).
Muestra clara de soberbia y desconsideración, no exenta de cobardía y desprecio por sus subordinados. Él, y sus presuntos asesores -principalmente los del área de logística, los generales Eduardo A. Espósito y Gerardo J. Núñez-, no podían ignorar que en esos días carecíamos del indispensable combustible, de la necesaria movilidad aeromóvil, y de munición de artillería terrestre y antiaérea; y que en algunas unidades el racionamiento diario se reducía a un magro desayuno (mate cocido y una rebanada de pan), con lo que muchos de nuestros hombres recibían solo alrededor de 2.000 calorías, cuando las necesarias en ese lugar para un combatiente eran de no menos de 5.000 calorías diarias. Además carecíamos de raciones de combate, nunca llegaron. Ignoraban que todas las tropas estaban expuestas a bajas temperaturas, lluvia, nieve esporádica, humedad y vientos helados.
No obstante, uno de los responsables de la desatención de los combatientes, el citado general Núñez, dijo en Buenos Aires a algunos familiares de los combatientes: “Soy responsable de la logística, no tienen problemas de abrigo y les aseguro que no pasarán frío y volverán más gordos”. Totalmente falso e insensible, rayano a una lesa profesionalidad.

La ofensiva británica sobre Puerto Argentino continuaría hasta el 14 de junio. En ese lapso se desarrollaron las acciones terrestres más intensas de toda la guerra. Ante lo narrado hasta ahora en distintas entregas, es lamentable y triste escuchar a un exgobernador de una provincia y actual diputado de la Nación, al referirse tangencialmente a la Guerra de Malvinas en un programa televisivo a 38 años del conflicto, calificándola como “el fiasco de Malvinas”. Podría serlo para los políticos que concurrieron, junto con Jorge Rafael Videla, a la jura del gobernador Mario B. Menéndez, en Puerto Argentino, el 7 de abril de 1982; pero no para los que combatieron, y muchos de ellos murieron, por un sentimiento del pueblo argentino. Recordemos juntos la sentencia de nuestro Libertador: “Un derrota peleada vale más que una victoria casual”.
*Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.
 
GAA4, pelotón Topografía / batería de comando

S/C Roberto Pintos
S/C Eduardo Antonio Vallejo



Crudo relato de ex combatiente que vio morir a un compañero
Roberto Pintos fue a Malvinas junto a Eduardo Antonio Vallejo. Ambos se desempeñaban en el Grupo de Artillería Aerotransportado 4 y eran muy amigos. El 11 de junio sufrieron un ataque mortal.
11/06/2020 | 09:43


Eduardo Antonio Vallejo, un cordobés y ex combatiente de Malvinas, tiene su propia plazoleta en el barrio de Alta Córdoba de la ciudad Capital.
Él se desempeñaba en el Grupo de Artillería Aerotransportado 4 de La Calera junto a Roberto Pintos, su fiel compañero que lo acompañaría hasta los últimos minutos de su vida.
Ambos hicieron varios entrenamientos como soldados y paracaidistas antes de ser asignados a la Guerra de Malvinas.

Eduardo Antonio Vallejo.
Una vez en la isla, ambos fueron asignados al pelotón de Topografía de las baterías de comando y todos los días se encargaban de abastecer los cañones que luego se usaban para contraatacar.
"El 11 de junio empezamos a recibir hostigamiento desde una fragata y entramos en un fuego ininterrumpido hasta el 14 de junio. Gastamos todas las municiones y hasta fundimos las piezas estábamos apostados en el puesto espalda con espalda", revivió Pintos en diálogo con Cadena 3.
Estaban acostumbrados a recibir ataques, pero siempre les pasaban por encima. Sin embargo, ese día, los disparos llegaron desde otro ángulo y los alcanzaron.
"Nosotros conocíamos el ruido y sabíamos que nos iba a tocar. Volamos por el aire. Yo caí encima de Eduardo que me dijo que me arrastrara porque lo estaba aplastando. En ese momento, cayó otro impacto y lo hirió. Me levanté y vi que le sangraba la boca", contó.
Me dice: 'Me dieron'. Le abrí el chaleco y tenía esquirlas en el estómago. Empecé a pedir auxilio. Era impresionante cómo nos estaban dando.
En ese momento, personal de Enfermería llegó hasta el lugar y lo trasladaron hasta el hospital, pero falleció en el camino.
"Ahí me preguntaron cómo estaba yo y les dije que bien. Volví a mi puesto de guardia por si había algún ataque. Ese momento fue terrible. Ahí realmente sentí miedo. Apoyaba mi espalda contra la roca, me quería meter adentro", comentó.
Pintos recuerda con mucho cariño a su amigo y comparte algunas anécdotas que vivieron durante su paso por las diferentes instrucciones.
"Un día, estando próximos a la posición, salí mirando cómo nos bombardeaban y le dije: 'Mirá, parece Año Nuevo' y él contestó: 'Esto no es joda, es muy en serio'", expresó.
También me acuerdo otro día que a mi me tocaba buscar municiones y él le tocó hacer rancho. Entonces me consiguió una manzana y a pesar de tener hambre me la guardó para mí..
La polémica por "Iluminados por el fuego"
El ex combatiente se refirió también a la polémica que se desató entre los veteranos y familiares por la película "Iluminados por el fuego".
Según gran parte del grupo, los relatos que usó Edgardo Esteban, quien escribió el libro en que se basó la película, son falsos.
Él nunca participó en los combates del grupo. Él sufría ataques de pánico y fue apartado por el teniente coronel. Él usó la memoria de Eduardo y nuestros heroicos desempeños en Malvinas.
En enero de este año, la actual gestión de Gobierno puso a Esteban al frente del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur.
Eso es todo un negocio y lo indignante de esto es que utilice nuestras vivencias y la memoria de un héroe para hacer un negocio personal.
"Se hace oído sordo a la situación y no nos escuchan. En el 2001, fuimos a Radio 10 y le hicimos un desagravio. Hemos sido la mayoría: nuestro jefe de grupo, el capitán, los representantes de los veteranos. Pero es como que lo nuestro no llega a buen puerto porque hay otro tipo de interés", repudió.
Respeto de los soldados ingleses
Al ser consultado sobre el reconocimiento de sus pares ingleses, Pintos contó que en sus dos viajes a Malvinas, visitó a ex combatientes británicos y siempre fue muy bien recibido.
"Me sorprendió, pero haber ido a Malvinas y haber pisado ese infierno, la mente asimila que las cosas están tranquilas ahora. Ellos respetan al soldado argentino más que nada por nuestro desempeño. Ellos no podían creer cómo nosotros cumplimos semejante papel", describió.
Finalmente, hizo referencia al sentido de "pertenencia" que se da entre los sobrevivientes.
Nosotros tenemos un sentido de pertenencia. Existe otro código entre nosotros y hay mucho respeto y honor; en Malvinas lo hemos demostrado. Hoy mismo demostramos el compromiso de honor que tenemos.

Entrevista de Miguel Clariá.
 
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