Barbanegra
Colaborador
El nuevo rey saudí agita el puño
“No se trata de una política para Yemen sino para toda la región; si funciona, habrá otras operaciones, tal vez en Siria. Es lo que he llamado en un reciente artículo la doctrina Salmán”, declara a EL PAÍS Jamal Khashoggi, un destacado columnista saudí. No obstante, reconoce que “más allá de que Arabia Saudí tenga un nuevo líder hay dos factores que la impulsan: El desastre que nos rodea con el extremismo del Estado Islámico, por un lado, y el expansionismo de Irán, por otro; y la falta de interés de Estados Unidos y Occidente, en general”. En su opinión, eso “ha presionado al rey Salmán para actuar, tomar la iniciativa y liderar”.
Desde las revueltas árabes iniciadas en 2011, Arabia Saudí ha visto peligrar el statu quo regional que siempre ha defendido. Para el reino “tal vez sea el período más difícil desde los años sesenta del siglo pasado”, en palabras de un antiguo embajador europeo en Riad. La contrarrevolución que ha encabezado como respuesta no sólo no ha evitado la inestabilidad regional sino que, según sus detractores, la ha exacerbado. En el camino, se enfriaban sus relaciones con Washington que, desde la perspectiva de Riad, dejó caer a Mubarak en Egipto, optó por la inacción en Siria y ahora flirtea con Teherán al hilo del pacto nuclear. A esto se suma un período de bajos precios del petróleo.
“Abdalá hubiera hecho lo mismo. Es el trono saudí lo que está en peligro. El control Huthi de todo Yemen significa una amenaza para el régimen”, defiende en un email el Julian Asange saudí, un crítico cuya identidad se desconoce pero que desde la cuenta @Mujtahidd (1,8 millones de seguidores) ha revelado numerosos casos de corrupción de la familia real y secretos que sólo alguien de dentro del sistema puede conocer.
Es cierto que el anterior monarca envió tropas a Bahréin en 2011 y que dos años antes el Ejército saudí ya libró una guerra limitada contra los Huthi, pero la actual intervención en Yemen es de otra envergadura, según coinciden todos los analistas consultados.
“Se aprecia un cambio significativo con respecto al reinado de Abdalá, aunque esté en consonancia con el patrón político general de la última década. Las opiniones de las figuras más jóvenes de la camarilla gobernante, que se alinean con el ala dura, han encontrado más espacio para expresarse. Los halcones están pidiendo que Arabia Saudí ejerza de superpotencia suní, que haga valer su peso en la región y se enfrente a Irán”, interpreta por su parte Andrew Hammond, analista del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
La necesidad de plantar cara a Irán, erigido en faro del islam chií, era una presión tanto interna como regional. Los extremistas suníes (para los que el chiísmo es una herejía) estaban criticando a la monarquía por apoyar la coalición internacional contra el Estado Islámico (en Siria) mientras no hacía nada frente a las milicias chiíes. Los Huthi, que profesan una variedad del chiísmo y cuya revuelta jalean los responsables iraníes, se lo han puesto en bandeja con su empeño en dominar la escena política yemení y su rechazo a negociar.
El rápido y bien orquestado relevo a la muerte de Abdalá subrayó la estabilidad y el continuismo que constituyen los pilares del mayor exportador de petróleo del mundo. Pero en los decretos reales que siguieron ya se intuían cambios significativos para los estándares saudíes. Destacaba la concentración de poder en manos de dos príncipes: el hijo favorito del rey, Mohamed Bin Salmán (MBS), como ministro de Defensa, jefe de la Corte Real y zar económico, y su primo Mohamed Bin Nayef (MBN), como segundo en la línea de sucesión, ministro del Interior y zar de seguridad. Hasta el punto de que algunos observadores han hablado de un reino con dos coronas y atribuido la intervención en Yemen al hijo del monarca.
Es improbable que una medida de esa envergadura la haya tomado solo ni el joven príncipe ni siquiera su padre. “La decisión tuvo que ser del núcleo central de la familia”, estima el embajador antes citado que ahora trabaja en un país vecino y sigue manteniendo contactos en el reino. En su opinión, el giro político se veía venir “cualquiera que fuera el rey”, pero la forma en que se ha ejecutado “es otro asunto”. “La ambición de MBS ha hecho la respuesta más rápida”, afirma Mujtahidd, para quien el rey es sólo una figura decorativa.
Aunque los analistas coinciden en la centralidad de Yemen para la política saudí, había otras opciones que Riad podía haber tomado. Es ahí donde apuntan a factores locales.
“El rey y su hijo [deseaban] reafirmar su autoridad y distraer la atención sobre los problemas internos”, señala Hammond antes de recordar que “el régimen ha encarcelado a mucha gente por delitos de opinión desde 2011”.
Es con todo una apuesta arriesgada. A pesar de la imagen de unidad que transmite la familia real, alguno de sus miembros más veteranos parece haber tenido reservas sobre esta guerra. Si sale mal, afectará a la reputación del rey y de su hijo.
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/04/18/actualidad/1429351449_603111.html