Pueden subir la nota,no me la deja leer por no tener suscripcion.Muchas gracias
Ha transcurrido un año de gobierno del presidente Javier Milei y las Fuerzas Armadas (FFAA) han recibido un trato preferencial con respecto al resto del Estado y con ello, un nuevo dilema se les plantea: mantener una institucionalidad democrática apartidaría o sucumbir ante el intento de fagotización ejecutada por el Presidente.
Como todo dilema, la elección de una opción representa riesgos que se pueden eliminar o minimizar y otros que se pueden convertir en una amenaza. Lo que es un beneficio a corto plazo, en el largo puede ser una maldición, un costo a pagar y, por supuesto, lo que puede ser una resistencia hoy, puede ser una ganancia institucional en el mañana.
Fagotizar significa “
hacer desaparecer una cosa absorbiéndola, incorporándola de modo que desaparece su individualidad”. Las FF.AA. no deben ser nunca las de La Libertad Avanza ni las del ciudadano Javier Milei.
Su individualidad tiene que estar aunada con el Estado y la sociedad argentina.
El presente puede tener grandes tentaciones, pero la talla de los hombres se mide por la capacidad de resistirse a ellas en pos de un fin superior. La cúpula militar del presidente Milei demostró tener debilidades. El caso del brigadier Luis Mengo expuso su dimensión y también sus dos caras. Por un lado, la bajísima calidad de gobernanza que hay en esta área, con un modo de conducción
laissez fair sin una política de defensa específica dentro de una política de seguridad nacional no definida, con una selección del alto mando, al inicio de su gestión, que fue
tercerizada en un oficial retirado, hoy -aparentemente- fuera del gobierno. Significó un descabezamiento de muchos oficiales superiores, la promoción de un ex jefe de Estado Mayor General como Jefe del Estado Mayor Conjunto, un cambio abrupto en la rotación natural interfuerzas para ese cargo y la supremacía de la fuerza aérea por sobre las otras fuerzas; y por el otro lado, una cúpula militar con ciertas conductas obsecuentes, inmorales y delictuales, que mal maneja el poder que se le ha otorgado, que se siente libre de comprar armas como ellos quieran, con pocas restricciones, sin la exigencia técnica de contestar “para qué” y “contra quien” y -posiblemente- sin controles rigurosos en sus procesos administrativos.
Este formato de conducción política siempre ha sido nefasto para las FFAA. La elite política argentina (Milei incluido) fue incapaz de tener ministros técnicos no militares, con una claridad conceptual de la política de defensa necesaria para el país.
En 41 años,
el único ministro civil con experiencia en conducción militar antes de llegar al cargo fue Oscar Camilión quien fue Jefe de Misión de Naciones Unidas en Chipre y por ello tenía experiencia en conducir una fuerza militar y conocía la diferencia entre una política de defensa y una política militar.
Lamentablemente, ese ministro no pudo salir indemne de la corrupción endémica de la Argentina y que -obviamente- tiene su capítulo militar. La casta política, como le gusta definir al Presidente, ha permitido tradicionalmente que en la “quintita” militar se pueda hacer muchas cosas, a cambio de tranquilidad. El dejar hacer, mientras todo suceda sin escándalo, ha sido una frágil manera de gobernanza que hoy tiene vigencia plena.
Cuando además se adopta el paternalismo como una forma de conducción y se omite denuncia ante la Justicia sobre presuntos delitos que se cometen se genera un ambiente de encubrimiento que impide la denuncia en una organización vertical que tiene a la defensa corporativa como un valor cultural. Imagínese el lector una presunta víctima de acoso o abuso sexual.
La inmoralidad y el delito socavan mantener las instituciones militares apartidarías porque generan búsqueda de impunidad. Esto permite ablandar resistencias para aceptar iniciativas, tal como al cambio de las misiones y funciones de las FFAA. Esto se agrava más cuando el Congreso de la Nación (en especial, sus Comisiones de Defensa) tiende a no cumplir su rol de control y sus responsabilidades asignadas en la Constitución Nacional. En términos Huntingtonianos, en Argentina, los controles objetivos y subjetivos sobre las FFAA están muy deteriorados.
Las FFAA están integradas por hombres y mujeres con sus propias ideas políticas individuales. A lo largo de los años, ellos han mostrado sus preferencias políticas. La posición por la institucionalización democrática apolítica tuvo su último defensor en el anterior Jefe de Estado Mayor Conjunto.
Hoy parece haber una tendencia a la adscripción partidaria gobernante. El Presidente ha desarrollado una gestualidad de seducción como ningún otro Comandante en Jefe de las FFAA ha realizado en estos últimos 41 años.
Quiere ser el único dueño de ese voto militar. Tal vez, por propia convicción o por competencia con su Vicepresidente. Sin embargo, el daño que provoca su rústica gobernanza es enorme. Quizás no se pueda ver con claridad en el presente. Las FFAA tienen una alta imagen positiva pero “sociedad pobre - FFAA ricas” no es razonable. Terminará fulminando un proceso de valoración que costó décadas. Transformarlas en la casta fetiche del Presidente es un retroceso imperdonable. Revivir el partido militar es otro error.
Las FFAA necesitan un liderazgo que no las aleje de su institucionalidad apartidaría y de la valoración que lograron. Necesitan cambios como los que hicieron países de la OCDE, tal como Australia y Nueva Zelanda. No necesitan que las lleven a un daño institucional irreparable.