antes que nada pido perdon por este post ya que el piloto en cuestion no es de la faa sino de la tercera escuadrilla de caza y ataque que merecen ese adjetivo que es tan cortito pero que significa tanto tanto par los que amamos nuestro pais "heroe"
esta carta la encontre en internet y es el homenaje de un suboficial para con su jefe que significa mucho porque ser querido por un suboficial siendo uno jefe significa mucho..
(Recordando a un Grande de la Aviación Naval).
“¡SEÑORES INGLESES!”
*Por el VGM René Augusto Gómez
A primera hora de una tarde cualquiera de 1980, me fui de la Base Aeronaval Comandante Espora, para gozar de un franco en Bahía Blanca. Una vez afuera, decidí caminar por la ruta con la idea de aspirar un poco de libertad, hasta tanto pasara el micro que me llevaba a la ciudad. Luego de un corto trecho me sorprendió la bocina de un auto. Cuando giré la vista supe enseguida de quién se trataba. Si recuerdan uno de esos autos de las viejas series en blanco y negro de “Los Intocables”, se darán una idea del auto al que hago referencia. El oficial había sido mi jefe en la Primera Escuadrilla de Ataque, en Punta Indio. Y ahora, ascendido, entrenaba en A-4-Q. Al reconocerme, se detuvo.
-¿Va a Bahía, Gómez? ¡Suba!.-Sonrió.
Complacido por la invitación, me senté a su lado y se puso en marcha. Al instante sentí cierto pudor, puesto que no tenía idea de qué podía charlar un simple Cabo Segundo con un oficial por quien sentía mucho respeto. Eran dos mundos distanciados y muy diferentes. Aún así, fui respondiendo sus preguntas acerca de adónde iba, y esas cosas, hasta que terminamos manteniendo una conversación amena.
En una ignota esquina de los alrededores de Bahía, un semáforo en rojo nos detuvo. Miré hacia ambos lados del cruce, y al notar la desolación que había, dirigí una mirada de extrañeza al oficial. Mi pregunta interior era: “¿Si no viene nadie, por qué no avanza? ¿Quién se atrevería a detenerlo por eso?”.
-¡Las reglas están para cumplirse!. -Dijo casi sin mirarme. ¡Me sorprendí! ¡Fue como leerme la mente!. Y lo extraño es que yo no pensé: “¡Ufa! ¡Qué correcto es este tipo!”. Más bien su conducta hizo que me sintiera un corrupto de las leyes de tránsito. A continuación, como salido de la nada, un muchachito cuya condición de pobre era evidente, se aproximó a su ventanilla.
-¿Tiene una moneda para darme, Don?. -Expresó sin ningún gesto con la mano extendida. Mientras que frente a nosotros, el semáforo había cambiado. Supuse que el oficial le daría una de las monedas que estaban a la vista, y continuaríamos camino. Pero el auto no se movió.
-¿Cómo te llamás, pibe?. -Preguntó el oficial.
-¡Rodrigo, señor!. -Dijo el muchachito.
Entonces el hombre sacó la billetera de uno de los tantos bolsillos de su verde overall de piloto, y de ella extrajo sin dudar lo que hoy en día sería un ligero billete de 10 pesos.
-¡Tomá, Rodrigo!. -Le dijo. -¡Y portáte bien! ¿Okey?. -Sonrió por fin.
El pibe tomó el dinero y desapareció con la misma habilidad conque había llegado. Mientras que mi vergüenza interior por haberlo rechazado mentalmente, me hizo mirar hacia otro lado. “-¡Si de este viaje a Bahía no aprendo algo valioso para mi futuro, soy un estúpido!”acabé por decirme a mí mismo. Y por otro lado me estaba dando cuenta de que era poco común que algún oficial se ofreciera a subir a su vehículo a alguien como yo, que a excepción de alguno que otro Marinero, representaba lo más bajo de la tropa. Ello confirmaba mis sospechas de que su manera de ser (Auto exótico y buenas relaciones con los de “arriba” y los de “abajo”, entre otras cosas), no eran una suerte de snobismo, sino un definitivo estilo de vida.
Una vez en Bahía, me senté en uno de los bancos de la plaza a reflexionar acerca de lo que acababa de vivir. Siempre fui un tipo muy observador de las buenas conductas. Y en cuanto a este oficial, me parecía ante todo, un excelente ser humano. Digno de tomarlo como ejemplo en un mundo donde a uno le habían hecho creer desde siempre, que ser mejor que otros, significa cruzar semáforos en rojo, o ignorar con astucia las necesidades de los que menos tienen.
Y por eso se merece este homenaje que le rindo hoy, en 2006, ¡tantos años después!. Porque a este Señor Teniente con mayúsculas, al que hago referencia, nunca lo mataron los ingleses. ¡Yo lo mantuve vivo todos estos años!. Y no he dicho su nombre todavía, a propósito.
Entre mis notas de aquella época figuran otras dos anécdotas que ilustran un poco más la filosofía y el carácter especial de este hombre. Una sucedió un día del año 1978, en que siendo piloto de La Primera de Ataque aceptó a uno de mis compañeros a que volara con él en un vuelo de entrenamiento de acrobacia. El “Narigón Reynoso” volaba en Aermacchi por primera vez. Para que todos entiendan la anécdota, tengo que darles una idea de lo que es un traje “Anti-G”. Es una prenda no enteriza que uno se ajusta al cuerpo mediante cierre de abrojos sobre el overall de vuelo. Sobresale de él una manguera que va conectada al costado del asiento en el avión. Por allí recibe aire del motor en forma automática, solamente cuando la aeronave realiza maniobras en contra o a favor de la fuerza de gravedad. Al inflarse presiona las principales arterias del cuerpo, e impide que el movimiento brusco de la sangre produzca malestares físicos como visiones rojas o negras. Hay que saber que cuanto más larga y resistida es la maniobra acrobática, más fuerte es la presión que el traje efectúa sobre el cuerpo.
La anécdota consistía en que durante el vuelo, mientras realizaban un giro invertido bastante pronunciado y sostenido, el “Narigón Reynoso” no soportó tanta presión, y por el intercomunicador dijo lo siguiente: “-¡Señor, señor! ¡Me apretaaa!”. -A lo que el Teniente respondió con muy buen humor, imitando la sufriente voz del Narigón: “-¡A mi tambiéeeen!”.
La otra anécdota es de 1979. Estábamos en la Base Aeronaval Río Grande, a punto de regresar a Punta Indio en un avión B-200, luego de una comisión en esa zona. Con nosotros iba a viajar un Vicealmirante, por lo que tuvimos que formar al pie de la aeronave, como una comitiva, los cuatro Cabos Segundos que viajábamos con él. A todo esto, yo había extraviado mi gorrito blanco y estaba muy nervioso por ello.
Pronto llegaron los oficiales, pilotos del avión, los jefes de mis colegas, mi jefe, y el altísimo oficial superior. Se detuvieron frente a nosotros, y los tres Cabos hicieron la venia, menos yo, por mi falta de gorrito. Entonces el Vicealmirante me miró, y de muy mal humor se dirigió a los oficiales.
-¡¿De quién es este hombre?!.
Enseguida mi Teniente le respondió: “-¡Está conmigo, señor!”.
-¡¿Por qué está sin gorrito, Cabo?!.-Me preguntó el Vicealmirante.
-¡Sin causa, señor!. -Grité, sintiendo la vergüenza ajena de mis camaradas.
-¡Cuándo lleguemos a Buenos Aires, quiero una sanción ejemplar para este hombre, Teniente!.
-¡Comprendido, Señor! -Dijo aquél.
Subimos al avión, y los Cabos nos ubicamos por lógica en las plazas traseras. En un momento mi jefe se dio vuelta para decirme en voz bien baja. “-¿Qué me hace, Gómez?”. No supe qué decirle, pero una gran ventaja de ser morocho es que no se me nota cuando me ruborizo de vergüenza.
Al día siguiente, en Punta Indio, me mandó llamar el Capitán Espina, por entonces Segundo Comandante de la Escuadrilla. Este hombre era también muy particular, y siempre me hizo creer que de alguna forma yo le caía simpático. Además, no me llamaba por mi apellido ni por mi grado, y encima me tuteaba. Una vez a solas me dijo lo siguiente:
-¡RRRené!. -Siempre remarcaba la “r” para nombrarme. -¡Pedazo de ******! ¿Cómo vas a estar sin gorrito nada menos que delante de un Vicealmirante?.
-¡Lo perdí, señor! ¡No sé qué me pasó!.
-¡Como si no hubiera cosas más importantes, a “este tipo” le jode un Cabo sin gorrito!. -Y en voz baja, agregó: -¡Me parece una verdadera pelotudez que nos haya pedido que te demos 30 días de cana por esa boludéz!. Tu jefe me pidió que no te sancione, porque dice que tu desempeño en la Escuadrilla es bueno. ¡Pero te darás cuenta, RRRené, que me juego la cabeza en esto!.-
En definitiva, el Capitán Espina determinó que me dieran 5 días de arresto.
Por todo esto hoy me dan ganas de gritarles “a ellos”, desde este humilde rincón de aprendiz de la vida que aún sigo siendo:
“¡Señores Ingleses! : Aquél frío otoño de 1982, en las inmediaciones del Estrecho de San Carlos, ustedes derribaron y hundieron en las heladas aguas del océano, un viejo avión de combate A-4-Q perteneciente a la Tercera Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque. ¿Pero saben qué? Aunque los registros digan que esa nave era comandada por el Teniente de Fragata Marcelo (LORO) Márquez, ¡NO ES VERDAD!. ¡Lo que ustedes derribaron aquél día fue solamente un viejo avión vacío!. ¡Quiénes conocimos de cerca al Teniente Márquez, estamos convencidos de que él no estaba allí!. ¡Seguramente vivirá en el recuerdo de un humilde muchachito de los alrededores de Bahía!. ¡A ese pibe a quien le entregó un billete que le habrá durado nada, mientras que lo que a mí me regaló ese día fue un gran ejemplo que me duró toda la vida! ¡Algún semáforo en verde lo dejó pasar para que su hombría de bien continúe latiendo en la filosofía de vida de este humilde servidor!.¡Porque las leyes de Dios que involucran a aquellos hombres que dejan huellas imborrables, siempre estarán para cumplirse!. ¡Seguro estoy que su traje Anti-G no le apretará nunca más!. Y cuando las tropas formadas en el fondo del mar griten “¡Presenteee!”, cada vez que el Dios Neptuno mencione su nombre: ¡Yo tambiéeeenn!...
¡No, señores! ¡Ustedes no lograron derribar al Teniente de Fragata Marcelo Márquez!. ¡Mal que les pese sigue vivo!. ¡Igual que aquél viejo gorrito, ya amarillo, que me ordenó comprar en el 79, y que todavía atesoro con el mayor de los honores en el cajón de las medias!”.