10-01-2009
1978:
Despliegue Terrestre de Chile en la Crisis del Beagle
Durante la Crisis del Beagle en 1978, en que un choque armado de proporciones parecía casi inevitable, el Ejército de Chile se preparó para conjurar sus marcadas desventajas materiales en la dimensión terrestre frente a su contraparte argentino mediante defensas de naturaleza asimétrica, orientadas a explotar el terreno para dividir, aislar y destruir en forma gradual y escalonada a las fuerzas de su potencial oponente. Como resultado, el asalto sobre territorio chileno prometía tener un costo enorme para las fuerzas argentinas, en términos de pérdidas de material y vidas invaluables, sin garantía alguna de éxito sobre defensores que se habían hecho fuertes en su propia desventaja. Ello constituyó, sin duda, uno de los alicientes que condujeron a los líderes militares argentinos a abortar una ofensiva ya movilizada, aceptando días después una mediación papal que habían rechazado semanas antes.
Por Javier Carrera, con la colaboración especial de Gonzalo Godoy*
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El Ejército de Chile, al igual que las otras dos ramas de la Defensa de este país sudamericano y el Cuerpo de Carabineros, estuvo a horas de enfrentar su desafío más importante del siglo XX en la noche del 22 de diciembre de 1978. Ese día la crisis con Argentina por la posesión de tres islas en el austral Canal Beagle, que a lo largo de ese año había visto la concentración y despliegue de medios militares a ambos lados de la frontera común en la zona sur, estuvo a punto de desembocar en un choque armado de proporciones. Los líderes argentinos habían decidido lanzar ese día un ataque general, por mar, aire y tierra; no sólo con el fin de ocupar las mencionadas islas sino también de ocupar porciones del territorio continental, para incrementar las presiones sobre la contraparte chilena en eventuales negociaciones post-conflicto.
Frente a esa situación de emergencia y al potencial de deterioro de ella, las unidades del ejército chileno estaban aquejadas por una crónica escasez de tanques, helicópteros, otros vehículos blindados y medios de defensa antiaérea. Esto era el resultado de una serie acumulativa de factores tanto económicos como también derivados de las visiones de política doméstica e internacional, aplicados por una sucesión de gobiernos de distinto color a lo largo de varias décadas.
Los esfuerzos por mejorar el equipamiento terrestre, frente y con posterioridad a las tensiones fronterizas con Perú en torno al año 1975, habían producidos magros resultados, debido a la precaria situación de la economía chilena y al aislamiento político internacional del país tras el golpe militar que en Septiembre de 1973 derrocó al Presidente Salvador Allende. Esto motivó el embargo aplicado por varios proveedores clave –esencialmente Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Suecia- a partir del año 1976, debido a la suspensión de los derechos cívicos y a situaciones de atropello a los derechos humanos en que habían incurrido los servicios de seguridad interior.
Recurriendo a todo lo que podía echar mano en la desmejorada situación en lo que a material se refería, el ejército de Chile opuso el peso de su historia institucional –resumida en el lema “Siempre Vencedor, Nunca Vencido”- que inspiraban una disposición de máxima entrega en sus mandos superiores, su cuerpo de oficiales y su cuadro permanente sólidamente profesional. Todos estos efectivos exhibieron una alta moral de combate, que también era compartida por conscriptos y reservistas.
De haber enfrentado un ataque aéreo y terrestre a las 10 de la noche del 22 de diciembre de 1978, los defensores chilenos hubiesen sentido la ausencia de una defensa antiaérea eficaz. Pese a que existían en la zona radares de descubierta aérea operados por la Fuerza Aérea de Chile (FACh), ninguna de las piezas de esta rama o del Ejército disponían de radares de tiro. Esta deficiencia les habría hecho resultar ineficaces frente a acciones ofensivas nocturnas o con mal tiempo de medios aéreos argentinos, y de limitada o dudosa utilidad en diurnas, especialmente debido a la velocidad con la que se mueven los aviones de combate a reacción.
Tal era el caso de alrededor de 60 piezas de artillería Hispano-Suiza HS-639 (hoy OERLIKON)) de 20 mm. En un escenario con buenas condiciones climatológicas estos montajes dobles hubiesen sido eficaces contra la amenaza latente de los helicópteros, ya sea empleados como plataformas artilladas o de transporte de tropas en una acción de asalto. Mientras el ejército argentino contaba con un importante número de BELL UH-1D Huey y AEROSPATIALE (hoy EUROCOPTER) Puma, la marina Argentina contaba con AEROSPATIALE Alouette III equipados con misiles SS.12 con capacidad anti-blindaje.
Los cañones de 20mm también habrían podido neutralizar e incluso dar cuenta de los aviones bimotores turbo-hélice Pucará, diseñados y manufacturados localmente por la Fábrica Militar de Aviones (FMA) de Córdoba, desplegados por la fuerza aérea argentina en el rol de apoyo estrecho y ataque al suelo. Aunque son extraordinariamente agiles y maniobrables, los Pucará no tienen la velocidad de un jet, lo que habría aumentado su vulnerabilidad al acercarse y sobrevolar las líneas chilenas al ejecutar operaciones de ataque y apoyo estrecho.
Por otro lado, a esa fecha el inventario del ejército no incluía ningún sistema portátil y liviano de defensa antiaérea del tipo MANPADS (del Inglés Man Portable Air Defence System o Sistema Portátil Personal de Defensa Aérea). De ahí que la amenaza de los medios aéreos argentinos, en particular con sus aviones DASSAULT Mirage IIIEA, DOUGLAS A-4 Skyhawk y NORTH AMERICAN F-86 Sabre; fue siempre el factor de mayor complicación para los mandos terrestres chilenos al planificar el despliegue de sus fuerzas en defensa del territorio nacional.
Cubriendo los Flancos Débiles
Ocho tanques M-41 Walker/Bulldog estaban entonces desplegados en la zona austral de Chile, entre las áreas de Punta Arenas y Puerto Natales. El resto de los cincuenta M-41 entonces en el inventario de Chile estaba desplegado entre las zonas de Antofagasta y Calama en el norte del país, al igual que un número de M24 Chafee y M4 Sherman, en prevención de la materialización de las temidas Hipótesis Vecinales 2 (HV2) o 3 (HV3), que preveían un involucramiento de Perú y Bolivia en la crisis y potencial guerra con Argentina.
Los misiles no eran la única preocupación de los M-41 chilenos en la zona austral, donde también habrían debido enfrentar a parte importante de los 98 tanques Sherman Firefly que Argentina tenía en inventario, que estaban equipados con un cañón de mayor calibre y un paquete motriz mejorado. Pero tanques no estaban solos frente al despliegue de medios acorazados argentinos. Debido a las tensas relaciones con Perú en el norte, y condicionado en parte por el cierre de los mercados tradicionales debido a los embargos ya mencionados, en 1976 se adquirió en Brasil una importante cantidad de caza-tanques de manufactura brasileña.
Las compras incluyeron cerca de 80 blindados sobre ruedas 6X6 ENGESA EE-9 Cascavel, con un motor MERCEDES BENZ de 212 HP también manufacturado bajo licencia en Brasil y equipados una torreta de diseño francés (la misma de los vehículos Panhard AML de que disponía Argentina). Esta última estaba dotada de un cañón DEFA de 90 mm. Distintos informes indican que el ejército chileno desplegó al menos dieciséis EE-9 Cascavel en la zona austral durante la Crisis del Beagle.
Otros elementos considerados en la lucha contra-carro eran los cañones sin retroceso M40 de 106 mm. Estas piezas fueron montadas en vehículos del tipo jeep tales como los LAND ROVER Santana 88 adquiridos en 1962, M-38 y Ford Mutt. En total, una veintena de vehículos 4x4 dotados de cañones antitanque sin retroceso M40 fueron desplegados en la zona austral en 1978.
En 1975, en medio de las tensiones vecinales con Perú se ideó montar el cañón M40 en vehículos CITROEN Yagán, un desarrollo local chileno basado en el chasis del CITROEN AX-330 ó 2CV. Sin embargo, la fragilidad y limitaciones de tracción y potencia del vehículo -que ya eran una complicación suficiente en desplazamientos por terreno irregular, sin considerar el impacto estructural que sobre la plataforma tendría disparar el arma- hicieron descartar la idea.
La artillería de largo alcance también enfrentaba complicaciones a fines de los años setenta. Se contaban en total apenas 12 Mk.F3, un obús de origen francés que montaba un cañón GIAT de 155 mm en un chasis reforzado de tanque ligero AMX-13. Uno de los inconvenientes del Mk.F3 era que no proveía ninguna protección para los servidores de la pieza, que viajaban en el exterior del vehículo.
También existían obuses M101 de 105 mm, alrededor de 70 unidades, y obuses M-56 del mismo calibre. La capacidad artillera del ejército chileno fue reforzada con se importación de entre 60 y 80 piezas de mortero de 120 mm desde Israel, mientras en ese mismo país se encargaba una cantidad de piezas Soltam M-68 de 155 mm, que arribarían recién en 1979.
Los vehículos de apoyo disponible en el inventario del ejército chileno rondada las 250 unidades. Esto incluía los excelentes camiones MERCEDES BENZ Unimog, algunos de los cuales habían sido irónicamente construidos en Argentina; transportes blindados sobre ruedas 6x6 ENGESA EE-11 Urutú, adquiridos en Brasil junto a los EE-9 Cascavel y que servían de apoyo a la artillería; y el transporte blindado sobre orugas M-113 A1, que había sido recibido desde Estados Unidos entre los años 1965 y 1974.
El inventario de vehículos de apoyo se completaba con un reducido número de anticuados blindados de exploración sobre ruedas 4x4 White Scout, remanentes de la Segunda Guerra Mundial, además de una cantidad de blindados de transporte de tropas semioruga M3 re-motorizados que equipaban a unidades de tiradores blindados.
La escasez de ambulancias entre las unidades del ECh desplegadas en la zona austral hizo que – como medida de emergencia - se recurrieran a la comprar de pequeños furgones cerrados SUZUKI ST-20 o su equivalente DAIHATSU, popularmente conocidos en época en Chile como “refrigeradores con ruedas”, debido a la forma cuadrada y el característico color blanco de esos vehículos. Tanto las unidades basadas en torno a Punta Arenas como aquellas trasladadas a la zona austral, desde la zona central y sur, recurrieron a esta peculiar solución.
Pero la fragilidad del sistema de tracción y suspensión de estos vehículos, que en realidad estaban concebidos para el traslado de mercaderías varias no pesadas ni voluminosas dentro de zonas urbanas, resultó en que su vida útil se extinguiese con los meses de uso en caminos rurales y a campo traviesa durante la crisis.
Lo anterior es un ejemplo de la enorme diversidad e improvisación de compras a que el ECh debió recurrir, para sortear el embargo estadounidense frente a la movilización demandada por la Crisis del Beagle. También se recibieron muchas ofertas irregulares de particulares que, aparecidos de la nada, ofrecían todo tipo de material de la más variopinta procedencia. Un oficio del Ministerio de Defensa, fechado el 18 de diciembre de 1978, registra que la Embajada de Chile en Jerusalén recibió un ofrecimiento de tanques Centurion Mk7 de origen británico, con cañón de 105 mm, "para inmediata inspección en India" y entrega “a través otro país". Como es característico en el mercado negro de las armas, la oferta consideraba un altísimo valor por unidad, aspecto que forzó su descarte.
Despliegue y Defensas Terrestres
Con un número total de 80 mil efectivos, de los cuales 40 mil habrían sido desplegados en la zona austral, el Ejército de Chile debió prepararse ante la inminencia de un conflicto con Argentina en 1978 con una vital desventaja: la falta de profundidad estratégica en los territorios de la zona austral, que limitarían las posibilidades de maniobra durante la defensa, y la extensión de la frontera común. La población argentina en ese momento duplicaba a la población chilena, y su territorio es cuatro veces más grande. En cuanto a número total de efectivos, el Ejército Argentino disponía entonces de un total de 135 mil hombres, de los cuales aproximadamente 50 mil fueron desplegados en la zona austral.
El plan argentino conocido incluía un asalto directo sobre las islas del canal Beagle – Picton – Nueva y Lenox – y el área de Puerto Williams, Puerto Natales y Punta Arenas. Para ello se emplearían tropas anfibias y aerotransportadas sobre los objetivos insulares, mientras que los puntos continentales el asalto sería efectuado con medios terrestres con apoyo mecanizado. Pero según documentos argentinos recientemente conocidos, las fuerzas de ese país también concentraron una importante cantidad de tropas y equipos en las proximidades de tres pasos hacía la zona chilena de la Araucanía: Pino Hachado, Del Arco e Icalma. Las fuerzas preparadas para un asalto que buscaba cortar a Chile enmarcaban dos divisiones con 12.000 hombres en total, pero podían ser rápidamente duplicadas mediante refuerzos trasladados desde otras regiones.
La inteligencia militar chilena –ayudada por el hecho de que las unidades chilenas y argentinas empleaban los mismos equipos de radio de origen estadounidense– había logrado determinar la fecha aproximada de invasión, pero no disponía de información más precisa sobre los planes y objetivos de la operación. Ante eso, el Ejército de Chile eligió concentrar sus fuerzas del sur en las cercanías del Paso Puyehue, en donde se esperaba un ingreso importante de fuerzas trasandinas, específicamente el V Cuerpo de Ejército al mando del General José Vaquero.
También hubo otra concentración importante de fuerzas terrestres chilenas frente al Paso Los Libertadores, donde se preveía un asalto argentino con el objetivo de penetrar en la zona central del país. Sin embargo, la verdad es que había concentraciones de fuerzas menores a lo largo y a ambos de la frontera común previendo, como es el caso del III Cuerpo de Ejército al mando del General Luciano Menéndez. Pero el asalto terrestre central iba a ser dirigido contra Puerto Natales, en una operación en que el Ejército Argentino planificó movilizar 15.000 soldados y cerca de 100 tanques que avanzarían desde Río Gallegos hacia Magallanes. Sólo quince kilómetros de frontera constituían la parte más angosta del territorio chileno.
Varios habitantes de la zona pudieron darse cuenta de la presencia de vehículos militares argentinos debido al reflejo del sol en sus parabrisas, que no habría sido camuflado a fin de que la población chilena los viera y se sintiese amedrentada. Sin embargo, lejos de amedrentarse, muchos magallánicos se sumaron voluntariamente a las filas del ejército, elevando las fuerzas terrestres desplegadas en la zona austral a cerca de 50.000 efectivos.
Los blindados eran el elemento más temido en ese momento en el alto mando chileno, su neutralización ocupó un lugar central en la planificación de Ejército de Chile. Se optó por minar amplios sectores y construir un número de trincheras en las inmediaciones del paso Dorotea, en donde se esperaba uno de los avances principales. "Lo que más temíamos – dice el General Floddy - era el ataque blindado. Teníamos tropa y fortificaciones para encauzar estas penetraciones, para guiarlos a lugares donde pudiésemos detenerlos”. El propósito de las defensas chilenas era dividir, encajonar y aislar a los medios mecanizados argentinos, destruyéndolos en forma parcial y escalonada, deteniendo su avance en el paso de Dorotea, Según el general, la idea era “detenerlos allí, o en las islas, o en alguno de los puntos de laguna de mar, y desde ahí posiblemente pasar a una contraofensiva."
Según documentos y testigos de la época, en ningún momento se planificó un choque entre blindados, porque eso era impracticable con los limitados medios de que disponía el ejército chileno, sino que siempre se buscó dividir a las formaciones mecanizadas argentinas, para luego desgastarlas y destruirlas mediante el empleo de bazucas y minas. En esa línea, y previendo que los argentinos irrumpirían hacia el estrecho de Magallanes y Punta Arenas por Morro Chico y Cabeza de Mar, allí también se preparó un complejo que concentraba zanjas, trincheras y campos minados.
La Infantería de Marina en la primera línea
Aunque el despliegue del Cuerpo de Infantería de Marina (CIM) se encuadraba en un eje estratégico definido por la planificación de la Armada, que, visualizando la evolución negativa del diferendo por las islas del Beagle tras el veredicto del arbitraje efectuado por la Corona británica, había comenzado a prepararse para la crisis con Argentina temprano en 1977.
Al igual que las unidades a flote de la Escuadra y los medios aéreos basados en tierra de la Aviación Naval, las unidades –que estaban organizadas en torno a una brigada reforzada con asiento en Isla Dawson y unidades menores distribuidas en las puntos costeros y las islas en disputa- las fuerzas del CIM recibían sus órdenes e instrucciones directamente desde la Comandancia en Jefe de esa fuerza y no desde la Comandancia del Teatro de Operaciones Austral.
Sin embargo, las capacidades y flexibilidad propias de esta fuerza de combatientes anfibios habrían permitido su empleo tanto en apoyo de las operaciones navales como de las terrestres, de acuerdo a la evolución de un eventual enfrentamiento.
Oficialmente, al momento de la Crisis del Beagle el CIM disponía de 6.200 hombres, la mayoría de ellos desplegados en la zona austral. Sin embargo, distintas fuentes afirman que, mediante la movilización de reservistas y personal recientemente acogido a retiro así como la postergación del licenciamiento de conscriptos a partir de principios de 1978, el número de efectivos habría subido a entre ocho y diez mil.
Al igual que en el caso del Ejército, hasta antes del embargo aplicado en 1976, la CIM estaba equipada fundamentalmente con material principalmente estadounidense, con la excepción de una decena de carros blindados 4x4 MOWAG Grenadier, dotados de una torreta con ametralladora de 20mm –que también incluía un lanzacohetes doble de 81mm que fue pronto descartado- que equipaban una unidad motorizada de exploración. La información disponible respecto del despliegue de estos vehículos en la zona austral durante la Crisis del Beagle en 1978 es contradictoria. Algunas fuentes afirman que entre 3 y 4 fueron desplegados en Isla Dawson, mientras otras señalan que todos lo Grenadier estaban de baja en ese momento.
Para las operaciones de asalto anfibio el CIM disponía también de 30 blindados anfibios sobre cadenas LVTP-5 de origen estadounidense, lanzados en el mar desde buques del tipo LST, que podían transportar a 35 fusileros además de sus tres tripulantes.
Los elementos de apoyo de fuego a nivel de compañía estaban dotados de morteros de 60mm y 81mm, mientras que a nivel de batallón se disponía de cañones de 105mm para apoyo de fuego y cañones de 40mm para defensa anti-aérea. A medida que la crisis se fue agravando, con un potencial cierto de derivar en un choque bélico, la conformación de la Brigada IM incluyó el despliegue de un número de cañones M114 de 155mm.
El principal medio antitanque del CIM a nivel de batallón eran los 4x4 M38 equipados con un cañón de 105mm sin retroceso, los que eran suplementados a nivel de sección por bazucas M1 estadounidenses. A fin de incrementar el poder de fuego a nivel de sección y compañía, en Septiembre de 1978 se obtuvo desde China un importante suministro de lanzacohetes antitanque portátiles Tipo 69, un arma derivada del famoso RPG-7 ruso. Estos lanzacohetes fueron profusamente distribuidos entre las tropas IM, que se prepararon para usarlas contra todo tipo de blanco.
Las armas habrían sido provistas por las autoridades chinas en condiciones altamente preferenciales, debido a las buenas relaciones que tenían con el gobierno militar chileno en general, pero aún mejores en con la Armada de Chile. Esta última tenía precisamente a un almirante IM retirado como embajador en Beijing, y había incluido una recalada en el país asiático durante el viaje de instrucción de su buque escuela “Esmeralda” en 1976.
Las unidades IM tenían entre 4.500 y 5.500 efectivos distribuidas entre las islas en litigio –Picton, Nueva y Lennox- y la Isla Navarino, donde se reforzaron las defensas con cañones costeros, y otros puntos costeros de importancia marítima en el Canal Beagle. El grueso de la Brigada Anfibia estaba preparado en Isla Dawson.
Dada la naturaleza y causa del eventual enfrentamiento bélico, la compañías reforzadas destacas en las islas en litigio habían sido las primeras en entrar en acción, enfrentando la ofensiva anfibia de las fuerzas argentinas con tropas lanzadas desde el mar y helitransportadas. Los Infantes de Marina prepararon para resistir en esos terrenos mediante un un sistema de tiros y trincheras cerradas, desde donde enfrentarían las eventuales incursiones argentinas, mientras que las playas aptas para un desembarco desde el mar fueron profusamente sembradas con minas anti-personal y antitanque. El comandante del CIM en ese momento, Contra-almirante Sergio Cid, recuerda que "había tanta moral y motivación que el personal estaba ansioso por recibir sus ordenes de actuar".
Algunas informaciones, no confirmadas oficiales dicen que la IM tenía planes de lanzar su brigada anfibia en un asalto sobre Tierra de Fuego y Ushuaia, con el fin de ocupar ésta última localidad y cercar a las fuerzas argentinas en la zona.
Carabineros en el frente de batalla
Pese a ser un organismo paramilitar con funciones principales de orden interno, Carabineros, que contaba con 30.000 efectivos al momento de la crisis, también reforzó su presencia en la zona austral con el despliegue de un refuerzo de 1.500 hombres. Muchos de estos efectivos fueron trasladados apresuradamente desde Santiago, en algunos casos vistiendo sus uniformes de verano, por lo que inicialmente debieron luchar contra el menos cálido clima magallánico. Ya aclimatados y provistos de mejor vestuario, los carabineros movilizados fueron desplegados tácticamente en las cercanías de los faros de Punta Arenas. "Esos carabineros se transformaron en el mejor soldado", recordaba años después el General Nilo Floddy, Comandante de la V división de Ejército a la cual los efectivos policiales fueron asimilados como un regimiento más.
Traslado y Logística Terrestre
El traslado del grueso del personal movilizado a la zona austral, que incluyó a conscriptos o reservistas provenientes de la zona central de Chile, se hizo por medios aéreos y marítimos, en medio de efectivas medidas de discreción que también incluyeron a las columnas terrestres que trasladan unidades de la zona sur a la zona austral. En el caso de estas últimas, al planificar sus rutas se tuvo especial cuidado evitar el paso por grandes centros urbanos.
En el caso de Argentina, queda la impresión de que se buscó dar visibilidad a los aprestos bélicos, quizás con el objetivo de impresionar y amedrentar a los chilenos, con la exhibición del espíritu combativo y la alta moral patriótica de las tropas locales. A los ejercicios de oscurecimiento de ciudades se sumaron traslados que incluían ceremonias públicas de despedida, colectas para financiar la compra de golosinas para los soldados, y el paso por grandes centros urbanos de las columnas y trenes que llevaban tropas a la zona austral.
Un aspecto que generó gran desasosiego entre la población local fue el paso, a plena luz del día y siguiendo la misma ruta de las columnas militares a través de zonas urbanas, de convoyes llevando un número apreciable de ataúdes. Este detalle, que fue informado por medios de prensa a nivel nacional, causo enorme consternación entre la población civil argentina, donde muchos comenzaron a temer y angustiarse por las vidas de sus hijos, hermanos, padres y cónyuges.
La FACh y las aerolíneas nacionales –fundamentalmente LAN CHILE y CODELCO- colaboraron en el traslado de tropas y pertrechos a la zona en conflicto, ocupándose aviones de gran tamaño de diversos modelos, BOEING 707, BOEING 727, LOCKHEED C-130 y DOUGLAS DC-6. Este esfuerzo también incluyo un número importante de aviones de carga de operadores civiles de distinto tamaño, incluidos viejos modelos CURTISS C-46 Commando y DOUGLAS DC-3, fueron “reclutados” para este efecto por la FACh, que les asignó un registro militar "virtual".
Fuentes consultadas reconocen que sólo en el inicio de la concentración y despliegue de tropas en la zona austral hubo algunos problemas de abastecimiento, sobre todo de alimentos, debido a la carencia de preparativos para atender a tal incremento de personal militar. Cada unidad, por regimientos o por batallones, debió solucionar el problema en los primeros días. "Recuerdo que en esa fecha los oficiales contaban con dinero, y suplían parte de las necesidades de sus unidades comprando cosas en el mercado de Punta Arenas," comenta un ex funcionario meteorológico de la DGAC, asignado en esa época al aeropuerto de Chabunco en Punta Arenas. Sin embargo, la situación comenzó a normalizarse en un par de semanas, luego de la estructuración de un sistema centralizado de abastecimientos y logística.
El 21 de diciembre estaban ya planificado los decretos de movilización general. Pero los preparativos se realizaban en Chile en el más estricto de los silencios, a diferencia de los oscurecimientos masivos llevados a cabo en las grandes ciudades argentinas. Sólo el día 20 el general Nilo Floddy se reunió en Punta Arenas con una gran cantidad de habitantes donde recomendó cavar trincheras cerca de las casas, preocuparse de los víveres y tapar las ventanas de las casas en las noches.
El general Floddy resume de una manera certera la situación y el ánimo existente entre las tropas. "La verdad es que siempre se habla mucho de que en números hayamos tenido una inferioridad tan grande en un área determinada. Pero no hay que olvidarse que ellos estaban montando una ofensiva en territorio desconocido. Nosotros nunca pensamos en la cantidad propia de bajas, cosa que sí lo hacían los argentinos, sino que en la victoria final."
Finalmente el enfrentamiento bélico no se concretó, por el bien de los pueblos chileno y argentino, que habrían padecidos tanto los costos inmediatos de ese sangriento episodio como su pesado lastre de odios y desconfianzas a largo plazo. El liderazgo militar argentino, que había tomado la iniciativa al rechazar un arreglo pacífico, generar la crisis y conducirla irremediablemente hacia un choque bélico, en el cual tendría que conducir una ofensiva contra un oponente defensivamente consolidado en su propio territorio, finalmente no pudo ignorar la posibilidad cierta de que sus fuerzas sufrirían fuertes bajas en una ofensiva contra Chile.
El Ejército de Chile se había preparado a conciencia para conjurar sus marcadas desventajas materiales en la dimensión terrestre mediante defensas de naturaleza asimétrica, orientadas a explotar el terreno para dividir, aislar y destruir en forma gradual y escalonada a las fuerzas de su potencial oponente. Como resultado, el asalto sobre territorio chileno prometía tener un costo enorme para las fuerzas argentinas, en términos de pérdidas de material y vidas invaluables, sin garantía alguna de éxito sobre defensores que se habían hecho fuertes en su propia desventaja.
Sin duda, este fue, junto con la decisión de la marina chilena de enviar a su flota a buscar el combate en la madrugada del 22 de Diciembre, uno de los alicientes que condujeron a los líderes militares argentinos a abortar la ofensiva ya movilizada y a aceptar, días después, una mediación papal que habían rechazado pocas semanas antes.
"El autor y los editores de Enfoque Estratégico agradecen la valiosa colaboración del periodista e investigador Gonzalo Godoy, quien ha recopilado y sistematizado un importante volumen de información sobre el despliegue de fuerzas terrestres durante la Crisis del Beagle entre Chile y Argentina en 1978."
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Fuente: www.enfoque-estrategico.com
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