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Tahrir, la plaza que se convirtió en república
Es la principal de El Cairo y el bastión de los opositores que resisten el poder de Mubarak
Tahrir, la plaza que se convirtió en república
Los manifestantes acampan alrededor de los tanques en la plaza Tahrir, convertida en una verdadera "ciudad". Foto AP
Elisabetta Piqué
Enviada especial
EL CAIRO.- La "República de Tahrir", como la llaman ahora los "revolucionarios", se multiplica y se extiende con el pasar de las horas.
Dueña de una energía extraordinaria, luce cada vez más preparada para resistir, a pesar de que el gobierno egipcio advirtió ayer a los opositores sobre la posibilidad de que se concrete "un golpe de Estado" en el país.
Rodeada por tanques, la "República de Tahrir" ya tiene un diario, diversos campamentos, seis puestos de enfermería, medicinas, comida y una organización tan espontánea y dispersa, sin líderes, como el levantamiento contra el régimen de Hosni Mubarak, inimaginable hace tres semanas.
En sus más de siete accesos, salvo el que proviene del puente Qasr Nil, la seguridad está en manos de voluntarios que chequean en diversos controles a los que acceden -hombres por un lado; mujeres, por otro-, revisando bolsos e incluso palpando los cuerpos. Cuando baja la noche los encargados de la seguridad, que siguen temiendo que puedan volver a ser atacados por bandas de simpatizantes de Mubarak -como el miércoles pasado-, tienen un sistema de alarma primitivo, pero eficiente: si hay peligro, golpean repetidamente los postes de luz o cualquier otro metal con piedras.
Ya no hay ni un centímetro libre para plantar una carpa, apoyar un cartón o tirar una bolsa de dormir en la rotonda del centro de la plaza, a la que en tiempos normales confluía el tránsito de seis grandes avenidas. Cubierta con lonas, plásticos, carpas tipo iglú, el espacio de la rotonda fue el primero en ser copado, como ocurrió luego con los demás canteros en forma triangular de la plaza.
Pero no importa. En la plaza Tahrir, el corazón de esta metrópoli y ya toda una leyenda, el símbolo de una lucha por abrir una nueva era en la que todos puedan soñar un futuro mejor, siguen apareciendo jóvenes, mujeres y familias enteras dispuestos a dormir donde sea.
En el lado sur de la plaza -considerada la más grande de Africa y también crucial para la revuelta que en 1952 determinó la salida del rey Faruk y la llegada de Gamal Abdel Nasser-, sobre las veredas del edificio estilo soviético de la Mugamma, donde se suelen pedir visas y hacer otros trámites, se ven más y más carpas. También se han improvisado carpas al lado de las cuatro bocas de subte que salían a la plaza. Los revolucionarios, que se multiplican, se tiran a dormir donde sea.
Mahmoud, un médico de 26 años que cuenta que vino hace tres días desde Sharm el-Sheikh junto con un ingeniero de su misma edad, como si se tratara de un recital, tiró unas mantas sobre el asfalto, al lado de uno de los tantos inmensos parlantes instalados en la plaza.
En la "República de Tahrir" corre un viento nuevo, parecido al que sopló en Europa del Este en 1989, cuando se derribó el Muro de Berlín. Cualquiera puede tomar un micrófono y arengar a la multitud, dar noticias de lo que está sucediendo, recitar una poesía, cantar una canción, llorar a los mártires que comienzan también a multiplicarse en esta revolución aún inconclusa.
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Egipto: fuerte advertencia del gobierno
Suleiman agitó el fantasma de un golpe militar; se amplía la rebelión con huelgas y masivas protestas contra el Parlamento
Elisabetta Piqué
Enviada especial
EL CAIRO.- La "revolución del Nilo" aumenta su presión contra el régimen de Hosni Mubarak, que parece cada vez más acorralado y que, a través de su nuevo vicepresidente, Omar Suleiman, amenaza ahora con un golpe militar, cada vez más palpable en el ambiente.
En una significativa escalada de las masivas protestas que tienen en vilo a Egipto, miles de manifestantes rodearon ayer tanto el Parlamento como la sede del gobierno, a pocas cuadras de la simbólica plaza Tahrir, lo que obligó al premier Omar Shafiq a instalarse en otra oficina.
Ante la pasiva mirada del ejército, que se limitó a ocupar los jardines del Parlamento, los activistas se instalaron con mantas, carteles y pancartas, en un nuevo desafío al poder.
En el día 16 de una protesta que no se aplaca pese a las advertencias del gobierno, que aparece cada vez más nervioso, estallaron además huelgas de empleados públicos a lo largo de todo este país de 80 millones de habitantes, también sacudido por más protestas en diversas ciudades. En la localidad de El-Kharfa, unos 400 kilómetros al sur de esta capital, tres muertos y un centenar de heridos fueron el saldo de enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes contrarios al régimen, según trascendió.
Pese a que en los últimos días comenzó a dialogar con la oposición para iniciar una transición a través de una "hoja de ruta" y puso en marcha dos comisiones para cambiar la Constitución, el régimen se muestra cada vez más impaciente con los "revolucionarios de la plaza Tahrir", que rechazan las concesiones del gobierno y piden la salida inmediata de Mubarak.
Omar Suleiman, el nuevo vicepresidente de Egipto, ex jefe de inteligencia y mano derecha de Mubarak, por primera vez mostró sus verdaderas cartas. Hizo saber que no tolerará in aeternum las masivas protestas que han paralizado al país y, alimentando la inquietud de la Casa Blanca y enfureciendo a los cientos de miles de activistas que acampan en la plaza, dijo que el país no estaba preparado para la democracia. Además, anunció que no pensaba levantar la ley de emergencia vigente desde 1981, que el régimen no iba a ser derribado y que si sigue fracasando el diálogo con la oposición, la alternativa es un "golpe".
Suleiman, figura hasta hace poco respetada tanto por Washington como por muchos de los manifestantes, expresó estos conceptos en una reunión que tuvo anteanoche con editores de diversos diarios egipcios. "No quiero tener que tratar a la sociedad egipcia con métodos policiales", dijo entonces Suleiman, que advirtió que un escenario de golpe "significaría medidas precipitadas, incluso muchas irracionalidades".
"Los llamados a acciones de desobediencia civil de muchos activistas son muy peligrosos para la sociedad y no podemos tolerar todas estas acciones", advirtió el nuevo hombre fuerte de Egipto, decidido a respaldar a "el Faraón" hasta las últimas consecuencias.
Las amenazas de Suleiman no hicieron otra cosa que inyectarles más adrenalina y fuerza a las protestas para derrocar al régimen. En la plaza Tahrir, de hecho, si hace unos días algunos parecían aceptar una solución de compromiso, en la que Mubarak diera un paso al costado y le transfiriera el poder a Suleiman, ayer habían cambiado de opinión.
Se notaba no sólo por nuevas pancartas que decían "Mubarak andate y llevátelo a Suleiman", sino por el mayor escepticismo que reinaba entre la gente en cuanto a las verdaderas intenciones del vicepresidente. "Queda claro que Suleiman quiere imponer la ley marcial y aplastar la revolución por las buenas o por las malas", dijo a La Nacion Said, un joven dentista que duerme en la plaza y que como muchos otros aseguró "no temerle a nada a este punto".
Hacia el Parlamento
En el centro de la protesta, desde un escenario, uno de los organizadores de la revuelta llamaba ayer a las dos de la tarde a miles de egipcios a desplazarse y acampar en masa cerca del adyacente Parlamento -que quieren que se disuelva de inmediato- y otros edificios ministeriales. "Este es el castillo de la corrupción y todos los que tienen ahí una banca fueron elegidos fraudulentamente", denunciaba Mariam, una abogada de 25 años, con velo, mientras colocaba un cartel que decía: "Cerrado hasta la caída del régimen".
El clima en el país se volvió aún más explosivo cuando los principales sindicatos de Egipto -país en el cual el 40% de la población vive en la pobreza, con dos dólares por día- se sumaron a la movilización contra el gobierno, y llamaron a huelgas en reclamo de mejores salarios y mejores tratos de parte de sus empleadores. El paro alcanzó a unos 10.000 obreros de diversas fábricas de las mayores ciudades del país y esta capital, donde cientos de empleados protestaron contra la central eléctrica.
Además, unos 8000 manifestantes en la provincia sureña de Assiut bloquearon la ruta principal y el tren a El Cairo con troncos de palmera en llamas para protestar por la escasez de pan y exigir, ellos también, la caída del régimen.
Cuando el gobernador, escoltado por la policía, fue a hablar con ellos, apedrearon su vehículo y le rompieron las ventanillas antes de que pudiera huir. Los manifestantes afirmaron que planean sumarse al movimiento de la plaza Tahrir.
Unos 300 habitantes de barrios pobres de Port Said, sobre el Canal de Suez, por otra parte, incendiaron parcialmente la gobernación y varias motos en protesta por la falta de viviendas dignas. La policía no intervino y los manifestantes se instalaron en la Plaza de los Mártires con carpas similares a las de Tahrir.
En un clima de gran tensión, incluso un hombre intentó quemarse a lo bonzo en uno de los puentes sobre el Nilo de esta capital, reclamando a gritos la salida de Mubarak, según contó a esta cronista su intérprete, testigo de la escena.
Todo parece indicar que la protesta gana fuerza cada día, a pesar de los esfuerzos del gobierno. Clara señal de esto, en la plaza Tahrir, anteayer escenario de la mayor protesta desde que empezó la "revolución del Nilo", el 25 de enero pasado, la multitud que allí acampa y que durante el día recibió el apoyo de otros miles que llevan comida y aliento seguía eufórica.
Ya se hablaba de otra masiva y decisiva manifestación para mañana, para aumentar aún más la presión sobre el cada vez más acorralado Mubarak.