Impresiones de la visita al astillero Domecq García
La historia de un gigante y el destino de un puerto sin rumbo
Palmo a palmo, la directora de este medio recorrió el astillero Domecq García, ubicado en la costanera sur de la ciudad de Buenos Aires. En este monstruoso lugar, construido por la Armada Argentina, la firma SPI hoy botará una barcaza que construyó para la empresa YPF. El consorcio de gestión del puerto de San Pedro, que no define su posición respecto al proyecto que esta firma presentó para instalarse en el muelle 2, está invitado a la fiesta. En esta nota editorial, se revela una realidad que no por amarga se debe desconocer: la del estado argentino que invirtió 80 millones de dólares en un astillero naval que jamás funcionó y para construir un submarino nuclear que está arrumbado y oxidado entre sus galpones. Y la contracara de San Pedro, una ciudad que sigue esperando que lleguen a su puerto las inversiones que le permitirán crecer como desde hace tiempo lo desean sus ciudadanos.
Lili Berardi y el Ing. Víctor Ballabio
Allí estaba: imponente. Desafiando el paso del tiempo… El submarino San Luis, el mismo que surcó aguas en Malvinas portando a un puñado de argentinos, decididos por entonces a sumergirse en ese mismo casco que hoy luce oxidado y despojado de sus esenciales piezas, en un galpón del Astillero Domecq García.
“¿A qué había venido esta periodista?”– me pregunté cerrando los oídos a cualquier explicación que pudiera distraerme del impacto.
Pues bien, la periodista fue a conocer las instalaciones de Astilleros SPI para interiorizarse sobre su funcionamiento y buscar elementos para escribir otra nota que ratifique la ineficacia del Consorcio de Gestión del Puerto de San Pedro.
Ninguno de sus miembros, ni siquiera el personal profesional al que el pueblo paga sus honorarios para realizar sus tareas, llegó hasta el extremo de la Costanera Sur, a cuatro cuadras de la Fuente de las Nereidas y antes de llegar a Tandanor, para ver, conocer, preguntar y en todo caso aprender cómo es y quiénes manejan el astillero que pretende instalarse en uno de los muelles del Puerto local.
Atrás quedaron las intenciones de apreciar la construcción de la barcaza “Argentina III” que será botada en el día de hoy, tras recorrer el sistema de vías que la llevan desde el galpón al agua, habiendo sorteado con éxito, todas las etapas de su construcción. Sentí que la historia me llevaba por delante y la indignación impedía separar con orden las frases que gentilmente el Ingeniero Víctor Ballabio, me dispensaba a cada paso.
En su calidad de Ingeniero Naval, me llevó por todos los rincones con la ilusión de entusiasmarme entre tanta lámina de acero e instrumental de precisión.
Estaba distraída, grabando palabra por palabra para traer a la ciudad “la versión original de los hechos” y dispuesta, como siempre, a disputar la eterna batalla que enfrenta en mi mente, la razón versus la realidad.
Entrando a la realidad
Puntualmente, a las 10 de la mañana, dos guardias de seguridad observaban cómo se acercaba a la desértica playa de estacionamiento una periodista procedente de San Pedro. Tras los trámites de rigor y la firma de una autorización, comencé a dar los primeros pasos sobre la prolija explanada que sirve como antesala de la gigantesca mole que exhibe en letras blancas el nombre “Astillero M. M. Domecq García”. Los MILES de metros cuadrados de galpones y explanadas, hablan a las claras de un país que “ya fue”. La limpieza y la prolijidad, contrastan con la escasa presencia de personas.
Es como entrar a una casa deshabitada pero fantásticamente mantenida. Indestructible, aún con la peor de las desidias.
Soy una ciudadana argentina que deja mucho que desear. No sabía quién era Domecq García y mucho menos que las instalaciones que estaba visitando pertenecían a la Armada Argentina. Lo único que recordaba es que hace algunos años, Cristina Fernández de Kirchner, estuvo allí ufanándose por la puesta en marcha de los astilleros SPI, que con 25 años de trayectoria en Mar del Plata, recalaban en Buenos Aires para ocupar una gran porción del edificio principal que fuera construido por los alemanes en la década del 80, para fabricar nada más y nada menos que un submarino NUCLEAR.
La observación es mi especialidad. La camisa celeste del Ingeniero será un dato importante para la nota. Estoy frente a un profesional con amplia experiencia y con un profundo amor por el ensamble de pequeñas y grandes piezas que en algún momento llegarán a flotar por obra y gracia de Arquímedes y de los más de 70 operarios que pertenecen a cooperativas compuestas por personal del Sindicato de Obreros Navales (ex desocupados, contratados ahora por SPI).
Ballabio dibuja sobre una hoja oficio algo que supuestamente tengo que entender: un muelle flotante que se sumerge para levantar los barcos a reparar y luego emerge para “trabajar en seco”.
Mientras tanto, pienso en los almacenes que acabo de ver por los ventanales de la parte superior, descifrando quiénes serán los demás arrendatarios de ese gigantesco monumento al dispendio de los recursos de los argentinos.
De reojo
El Ingeniero sigue explicando, me promete que luego bajaremos las escaleras hasta la planta baja. Allí, me mostrará la barcaza que construyen hace meses para entregar a un cliente y a la que solo le faltan detalles menores para comenzar a transportar combustibles para la empresa Repsol (que también antes era nuestra y se llamaba YPF).
Pido permiso para ir al baño. El baño es un buen sitio para el análisis periodístico. Si no hay papel higiénico es porque allí solo trabajan hombres y si la puerta no cierra, se puede curiosear más allá de lo que previene el anfitrión.
Veo un largo pasillo donde cuelgan toallas y prendas de vestir que pertenecen a los obreros que encontraré más tarde, puliendo el fondo de la barcaza.
Cuando vuelvo al sector de oficinas donde se encuentra el escritorio del Ingeniero Ballabio, me espera con dos cascos blancos en la mano. Empieza la recorrida…
Le pregunto si algún sampedrino se ha dado una vuelta por allí. La respuesta es obvia: nadie de esta ciudad que supuestamente analiza la posibilidad de ceder un muelle del puerto de San Pedro para este astillero, ha transitado por ese lugar. Me dice que vendrán el 21 de Marzo, para la fiesta donde se botará la barcaza.
Le pregunto por qué quieren instalarse en San Pedro y, con sencillez, responde que es un lugar sumamente apto en la ruta de la hidrovía para realizar estos trabajos y programar una modesta inversión inicial. Como sé que los integrantes del Consorcio están preocupados por “el cuidado del medio ambiente”, comienzo a interrogarlo sobre la “contaminación y el impacto ambiental”. Me contesta que en el mundo, sobre todo en los países más desarrollados, la industria naval está considerada como una de las menos contaminantes. No me doy por vencida. Insisto con el tenor de los ruidos que escucho a medida que me acerco al sector donde están trabajando. Me dice, naturalmente, que ese es el mismo ruido que harán cuando estén en San Pedro.
Me pregunto ¿por qué?
Siento cierta vergüenza. Ya entramos a la nave principal y aún no he podido captar la esencia del astillero. Estoy extremadamente preocupada pisando lajas que he pagado con mis impuestos. Vuelvo la mirada hacia lo que más había llamado mi atención: el submarino San Luis.
Sé que las respuestas no me van a gustar.
Efectivamente, es el submarino que participó de la guerra de Malvinas. Le han sacado importantes piezas para utilizarlas en reparaciones de otros submarinos. Por vez primera, ya que en la escuela jamás hablamos de esto, comprendo que Argentina alguna vez, no solo soñó con fabricarlos sino que contrató a la acreditada empresa alemana Thyssen, para realizar la instalación integral de este fenomenal complejo que hasta el año 1994, manejó la Armada.
En la época de Menem, las instalaciones quedaron prácticamente abandonadas y si bien es cierto que estaba montado desde la década del 80, JAMAS fabricamos allí el submarino nuclear con el que habían soñado varios gobiernos argentinos tras la segunda guerra mundial.
Imagino con pena, el sentimiento que deben albergar quienes alguna vez cumplieron misiones a bordo de ese gigante abandonado y me digo todo el tiempo: “los submarinos no son como en las películas, ni amarrillo como el de los Beatles”, mientras aprecio como se mezclan el desteñido gris, con la implacable corrosión del óxido. Busco al personal de la Marina que según me dicen, controla el lugar, pero no lo encuentro. Sospecho que en uno de los galpones, se almacenan las voluntades de quienes aún cobrando una paga del estado, hoy están confinados a cumplir con los “caprichitos pictóricos” de la Ministra Nilda Garré en la tétrica y asesina Escuela de Mecánica de la Armada. Entiendo que mi memoria se da de bruces con la historia.
La nota que no fue
A esta altura del relato comienzo a cuestionarme el sentido de esta nota y entiendo, en un instante, que no es más que una confesión a lo sumo, testimonial de la angustia que produce sentirse parte de un engranaje que jamás será aceitado para que funcione. Recorro en la mente uno a uno los apellidos de las personas que integran el Consorcio de Gestión de San Pedro y puedo comprender por qué la soberbia siempre es la madre de los errores. No los imagino caminando por ahí y preguntándose ¿por qué habríamos de hacer funcionar nuestra pequeña terminal fluvial?, mientras esa gran porción de la costanera sur, permanece inactiva y dotada de la mejor tecnología.
En algún momento, el Ingeniero Ballabio me dijo que hasta el día de hoy cuando vienen los alemanes a visitarlo, se asombran de ese verdadero monumento tecnológico destinado al más cruel de los abandonos.
Frente al San Luis, está la mitad de la mitad. Cuando miro para ese lado, de inmediato me cuentan que ese es el submarino nuclear que íbamos a construir pero que solo llegamos hasta la parte de las costillas medias.
El Ingeniero se apura con las explicaciones. Me siento tremendamente incómoda ya que fui para escucharlo y lo que menos hago es prestar atención a su negocio. La mirada sube al techo. Allí dos inmensos carriles de grúas computarizadas cruzan el galpón de punta a punta. Como arterias y venas, se agrupan en el trazado las cañerías prolijamente señalizadas por los alemanes. Abandono el lugar dispuesta a seguir con la recorrida.
Afuera, en la explanada la barcaza fabricada por SPI, se impone por su altura. En ese espacio semicubierto, comparten tareas quienes ultiman detalles y el hombre que maneja la maquinaria que permite cortar con precisión, todas y cada una de las piezas de la próxima barcaza.
“Sí, sí, tiene razón. Esto es como matar una hormiga con un cañón”, dice el Ingeniero ante la escasa superficie que ocupa SPI y agrega “de todos modos, es mucho mejor que antes porque esto estaba todo parado”.
Lejos del lugar, la imaginación me lleva a pensar cuáles serán las relaciones que el Gobierno tiene con esta empresa como para cederle en arrendamiento una porción de esa inversión monumental que, por supuesto, debemos estar pagando los argentinos en concepto de deuda externa.
Por las vías
Comienzo a preguntar por los detalles, a concentrarme sólo en la barcaza y en la inversión que SPI podría realizar en el Puerto de San Pedro. Recorro el sector de vías y desplazamiento con suma atención. Jamás imaginé que sobre una especie de trazado ferroviario pudiera desplazarse esa barcaza. En el medio, observo la basura acumulada sobre una rampa de hormigón que ha quedado abandonada y que podría ser similar a la sampedrina que utilizarán con el mismo propósito.
Levanto la vista hacia el sur y allí está Tandanor, retrocedo para tomar fotos y mientras busco esa posición, se despliegan seis o siete barcos gigantescos pintados de blanco y negro. “Son las dragas”, espeta el especialista naval.
¿Dragas nuestras?- pregunto… Sí, efectivamente. Se trata de las dragas argentinas que están ancladas en el muelle de la Dirección de Vías Navegables. Parecen chatarra. Ninguna presta servicios porque el estado ha firmado contrato con una empresa de capitales belgas llamada Jan de Nul, para realizar el costosísimo dragado de todos los puertos de la República.
Diossssssss, la sangre bulle cuando se ve en vivo y en directo el despilfarro y la desidia pública. Rememoro los titulares de La Opinión en los que se pide con urgencia la draga para el puerto y los vericuetos de licitaciones y esperas interminables para poder seguir con la modesta operatoria local. También resuenan en mis oídos las declaraciones de los operadores portuarios, clamando para que no se varen los buques que llegan a nuestra terminal fluvial.
Trato de retornar a mi propósito inicial: la inversión de SPI en San Pedro. No sé si es buena o mala. No estoy capacitada para evaluarlo.
Los no que se avecinan
La recorrida culmina. Agradezco a mi anfitrión y guía. Me retiro del lugar pensando en buscar mayores precisiones. Busco mi documentación en la garita de entrada y me veo en la foto que bajo la inscripción “República Argentina – Policía Federal” me acredita como ciudadana del MERCOSUR.
Maldigo los impuestos que pago y la jubilación que recibiré. Acabo de abandonar un sitio que nos ha costado miles de millones de dólares. Muelles que albergan inimaginables galpones, montados sobre un “bosque de pilotes” como me dijo Ballabio, “hay mucha más inversión abajo que arriba”.
Hace dos semanas, cuando el Presidente Hugo Chávez llegó a la Argentina, el empresario sojero Gustavo Grobocopatel firmó un convenio para llevar a Venezuela su experiencia y el know how que hace falta para convertir los valles del Orinoco, en cien mil hectáreas de soja. Es el mismo Gobocopatel del Grupo Los Grobo, al que el Consorcio de Gestión de San Pedro le dijo que no, cuando quiso asociarse con Arcor para operar en el Puerto de San Pedro.
Escribo en los buscadores de Internet la palabra Grobocopatel y aparecen 17 sitios relacionados con esa palabra. Tipeo “Puerto de San Pedro” y me encuentro con una página web de la Provincia de Buenos Aires, donde sólo figura un número de teléfono (25378) que está sin actualizar desde que Telecom incorporó el cuatro como prefijo de cualquier teléfono. En la misma página se dice que el único prestador de servicios es Terminal Puerto San Pedro.
No me doy por vencida y escribo: “Consorcio de Gestión del Puerto de San Pedro”. No aparece nada, sólo algunos artículos publicados en La Opinión Semanario. Me pregunto cómo nos encontrarán los “miles de inversores” que según los integrantes de la mesa del Consorcio estaban interesados en invertir. Insisto: busco en la página del Concejo Portuario Argentino, tampoco figuramos como socios pese a que son ellos quienes ofrecen asesoramiento legal o de impacto ambiental en forma directa. El presidente del organismo es el titular del Consorcio del Puerto de Bahía Blanca. También veo una larga lista de profesionales que ofrecenasesoramiento.
Pienso nuevamente… ¿sabrán usar Internet los Directores del Consorcio? Prefiero no responderme.
Por último y para terminar la tarea, escribo Arcor y aparecen 11 millones de sitios relacionados con la marca. A ellos también el Consorcio les dijo que no podían aceptar la inversión en San Pedro, porque iban a “adueñarse del patrimonio de los argentinos”.
Comparo el monstruo que acabo de recorrer en la costanera sur, con los humildes muelles de nuestro puerto. Recuerdo al Intendente Farabollini en su lucha por poner en marcha un elevador que nos costó nada más y nada menos que 8 millones de dólares. Percibo la imagen paupérrima del pueblo de San Pedro el día que se PRIVATIZO nuestra Junta Nacional de Granos. Trato de entender… pero, no entiendo.
Hace pocos días, el Ingeniero Alejandro Baker, quien fue la cara visible del proyecto de Arcor, dijo que la visión estratégica de la empresa a la que representaba (ya está desvinculado de la misma y abocado a un proyecto turístico en la zona de Vuelta de Obligado) junto a Los Grobo, consistía en llegar con los muelles hasta la hidrovía y evitar el pago de peaje a todas las embarcaciones que vinieran a operar al puerto de San Pedro. Algo así como 15.000 dólares por cada vez que pasan, cifra que sólo representa un pequeño vuelto frente a lo que implica el movimiento portuario.
Baker dijo además que desde que Pagani le dijo que por ahora “con los puertos no quiero saber más nada”, nadie lo ha llamado para consultarlo pese a la vasta experiencia que tiene en su actividad.
Parece que los integrantes del Consorcio todo lo saben, nada tienen que consultar y su estrategia es cuidar el negocio de los que ya operan en el puerto, incluso el de aquellos que hacen juicio al Estado.
Vuelvo al Domecq García por un instante y me doy una palmadita en el hombro, cada vez siento mayor satisfacción por ver a la Comisión de Puertos de Baradero que el próximo 28 presentará en público su proyecto de PUERTO DE ULTRAMAR y la firma de un convenio con Astilleros Río Santiago. Invirtieron 310.000 dólares que les dio el CFI (Consejo Federal de Inversiones) para contratar a la Universidad del Litoral, con el propósito de instalar su puerto directamente sobre la hidrovía, ya que calcularon que es mejor programar un puerto desde el agua y encontrar el óptimo lugar para su emplazamiento. Ojalá puedan cumplir con su sueño y no encuentren en el camino a ningún consorcista sampedrino que les impida seguir adelante.
Claro, aquí en algunos días y después de esta nota, explicarán alegremente que el Presidente Chávez está loco por querer abastecerse de alimentos con la enseñanza de Los Grobo y que ahora están haciendo el bacheo de los muelles contratando los servicios de la empresa de “Pocholo” Vlaeminck. Hasta el momento, el único contratista que cumple con sus compromisos en las obras que deben realizarse.
Si Domecq García fue imaginada para construir submarinos nucleares y hoy alquila un galpón a un astillero, el Puerto de San Pedro, bien podrá servir para hacer la Fiesta Nacional de la Palometa.
(No sé si estoy conforme con mi nota, pero… nadie podrá decir que no ha quedado en los archivos gráficos de la ciudad, la simple opinión de una argentina cansada de ver cómo se dispendian los recursos que nos pertenecen a todos, soportando mansamente a los que cada mañana encienden la máquina de impedir). | Tapa | Clasificados | Información General | Policiales | Deportes | Localidades | Sociales | Comunicándonos |
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