MORDEDURA DE PERRO
Sumidos en la negrura de la noche, en la soledad de sus
cabinas de vuelo, un grupo de hombres asestaba duros
golpes a las tropas inglesas; ellos eran los pilotos y
navegadores de aviones "Canberra". Esta es una de sus
misiones
Relata: 1er.Teniente Segat -Navegador de Canberra
Día: 1 de junio de 1982.
A la tripulación del Canberra que yo volaba la completaba como piloto, el Capitán García Puebla. Nuestro indicativo de ese día era "Huinca"
Hicimos toda la guerra juntos, compartimos muchas misiones y, gracias a Dios, pudimos contarla.
Esa noche nos dijeron que fuésemos a cenar pues no salíamos, lo que significaba el descanso total.
Estábamos con Eduardo en el comedor, con una buena comida regada por un buen vino —lujo que podíamos darnos solo en días de descanso— cuando nos dieron la orden de prepararnos para salir. Nos miramos y sonreímos, pues creímos que se trataba de una broma, pero la triste realidad era otra.
El objetivo material era una concentración de tropas y material en Monte Kent. Salíamos dos aviones con cuatro bombas cada uno, rasante, ingresando por el Sur y escapando por el Norte de Malvinas.
No me convencía la salida ya que si lográbamos entrar por ahí, podíamos volver por el mismo sitio y no arriesgarnos por el Norte, donde no sabíamos qué podíamos encontrar. Otra cosa que no me gustaba era que el Monte Kent es parte de una cadena de sierras de entre 400 y 600 metros de altura y nosotros íbamos a ir rasantes, con solo 100 metros sobre el agua, evitando chocar contra las colinas contando con la vista de Eduardo, el radioaltímetro y la mano de Dios.
Así despegamos a las 04:00 horas de la madrugada, con el avión escarchado y principio de formación de hielo.
Tardamos diez minutos en llegar a 25.000 pies. Volamos un tramo en esas condiciones y descendimos para el rasante. La visión por el parabrisas era lo mismo que estar mirando un pizarrón; no había cielo ni tierra.
Para agravar todo nos metimos en una espesa capa de niebla.
Eduardo me preguntaba la altura y el rumbo, tratando de no entrar en desorientación espacial.
En la noche, fantasmagóricamente, la única luz era nuestro instrumental teñido de rojo. Yo le decía:
-"más a la derecha... más a la izquierda... subí... bajá, no tanto..."
Eso era nuestro inercial.
—"¿Ves algo, Eduardo?"
—"¡Nada, no veo nada, está todo negro!—"
Llegamos al punto de viraje al Sur de la Isla Soledad, donde pusimos el rumbo final de tiro. El radioaltímetro estaba fijo en 50 metros ¡íbamos tan bajo, pero tan bajo!. De pronto empezó a oscilar el lóbulo del mismo, lo que me indicaba que estábamos sobre tierra.
—"¿Eduardo, ves algo adelante'1"
Preguntaba, pues mi posición dentro del avión es de tan poca visibilidad, que no la describo para que no le dé claustrofobia a nadie.
—"¡Nada... cada vez más oscuro!"
De pronto me dijo:
—"¡Adelante veo una sombra blanca!-
—"¡¡¡Levanta, levanta!!!"— grité, mientras sentía que las "G" (efecto provocado por la fuerza centrífuga que aplasta o hace flotar de acuerdo a si son "G" positivas o negativas) me aplastaban contra el asiento.
El radioaltímetro acusó la elevación; era el Monte Kent, totalmente nevado. Abrimos el portabombas y lanzamos nuestra carga. Sentimos el golpe seco de sus explosiones y vimos cómo se encendía de rojo el cielo. Miramos el altímetro: indicaba 1.000 metros, muy alto.
—"Pégate al suelo!"; picamos hasta 60 metros de noche y sin ver nada...
—¡Qué locura!...Ahora rumbo a casa. —¡Pone 30° a la derecha!—."
Eduardo volaba como de memoria, con todos los parámetros exactos.
Estábamos agitados y solo escuchábamos nuestra respiración y el latido del corazón que parecía querer salirse del pecho.
No habían pasado dos minutos, cuando el operador del radar de Malvinas nos avisó que dos patrullas de Harrier venían a interceptarnos.
Apenas terminó de hablar, el Capitán García Puebla, dijo:
"—/Veo resplandores a la derecha, uno viene hacia aquí!—
....¡Se me heló la sangre!.
—"¡Lanza el Chaff!" (contramedidas que desvian un misildel avión enemigo), y espaciadamente fui lanzando los de radar y los de guia calórica. Sentimos un cimbronazo atrás, eyectamos los tanques de puntera de ala, y "doblamos" el acelerador hacia adelante, pasando el límite estructural del avión.
Todo estaba normal, ¿Quién nos habría lanzado los misiles?¿Algún avión, o un barco, o desde tierra?. Quién sabe...
Llegamos al punto de ascenso, nivelamos y volamos recto y nivelado. Después se sucedieron tres grandes alegrias. Primero, en la soledad de la noche, escuchamos la voz agradable y serena del operador de uno de los radares del continente que nos decía:
-"Los tengo en pantalla"— , segundo, cuando las ruedas tocaron la pista y tercero, después de un baño de agua caliente, cuando rezamos juntos un Padre Nuestro y nos dormimos profundamente.
Eran las 07:30 horas de la mañana y evidentemente Eduardo García Puebla, como buen mendocino, había volado mejor habiendo tomado previamente un buen vaso de vino que con agua, que era lo habitual.
Fuente: Libro Halcones sobre Malvinas. ( Capitan Pablo M. Carballo).-