PARTE 3: Ganando la guerra política
Con motivo del conflicto Israel-Hezbolá, en Egipto se realizó un sondeo público transversal con su ciudadanía dándoles a elegir entre los dos dirigentes políticos que más admiraban. Un número abrumador de egipcios eligió a Hassan Nasralá. Y en segundo lugar al presidente iraní Mahmud Ahmadineyad.
El resultado del sondeo suponía no sólo un claro rechazo al presidente egipcio Hosni Mubarak, que había dado a conocer sus puntos de vista en contra de Hezbolá al comienzo del conflicto, sino también de los dirigentes sunníes, incluyendo al Rey saudí Abdulá y al Rey jordano Abdulá II, que criticaron al grupo chií en un intento confesado de que el mundo sunní dejara de apoyar a Irán.
"Al finalizar la guerra, esos tipos se tiraban de los pelos", dijo un diplomático estadounidense a finales de agosto desde la región. "¿A qué no han oído hablar mucho de ellos en los últimos tiempos?"
Mubarak y los dos Abdulás no son los únicos que se tiran de los pelos por el colofón del conflicto: la política exterior de EEUU en la región, incluso a la luz de su cada vez más desesperado despliegue en Iraq, es un desastre total. "Eso significa que todas las puertas se nos cierran, en El Cairo, Ammán, Arabia Saudí", afirmó otro diplomático. "Nos han reducido los contactos. Nadie nos quiere ver. Cuando llamamos por teléfono, nadie contesta".
Como talismán de ese colapso puede observarse el itinerario de la secretaria de estado estadounidense Condoleezza Rice, cuya incapacidad para persuadir al presidente George W Bush para que detuviera los combates y sus referencias al conflicto como que marcaba "las contracciones del nacimiento" de un nuevo Oriente Próximo, destruyeron en efecto su credibilidad.
EEUU ha dejado claro que intentará recuperar su posición apoyando un plan de paz israelo-palestino que anunciará, pero el continuo estrangulamiento que llevan a cabo contra el gobierno democráticamente constituido de la Autoridad Palestina, ha transformado esa promesa en un programa político que nace muerto. Y eso se ve ya nítidamente. En medio de la guerra, un funcionario europeo en El Cairo dijo lo siguiente sobre las emociones que enturbiaban el entorno político egipcio: "Los dirigentes egipcios bajan por una acera de la calle y el pueblo egipcio baja por la otra".
El catastrófico fracaso de las armas israelíes ha mantenido la reivindicación iraní de ser los líderes del mundo musulmán en varias áreas importantes:
Primera, la victoria de Hezbolá ha demostrado que Israel –y cualquier fuerza militar occidental moderna y tecnológicamente sofisticada- puede ser derrotado en combate abierto si se emplean las tácticas militares adecuadas y se sostienen durante un período prolongado. Hezbolá ha proporcionado el modelo para derrotar a un ejército moderno. Las tácticas son sencillas: aguantar la primera oleada de campaña aérea occidental, luego desplegar fuerzas que sepan manejar bien una serie de cohetes dirigidos contra objetivos clave del enemigo, -militares y económicos-, después aguantar una segunda campaña aérea más fuerte y, a continuación, prolongar el conflicto durante un período extenso. En algún momento, como ocurrió en el caso del ataque de Israel contra Hezbolá, el enemigo se verá obligado a movilizar tropas terrestres para conseguir lo que sus fuerzas aéreas no pudieron. Es en esta última y crítica fase, cuando una fuerza entregada, bien entrenada y bien dirigida puede infligir un daño enorme a un sistema militar moderno y derrotarlo.
Segunda, la victoria de Hezbolá ha demostrado a la gente del mundo musulmán que la estrategia utilizada por los gobernantes árabes y musulmanes aliados de Occidente –una política de satisfacer los intereses estadounidenses con la esperanza de obtener recompensas políticas sustantivas (reconocimiento de los derechos palestinos, asignación justa de precios a los recursos de Oriente Próximo, no interferencia en las estructuras políticas de la región y elecciones abiertas, libres y justas)- puede que ya no funcione y no funcionará. La victoria de Hezbolá proporciona otro modelo diferente, el de hacer añicos la hegemonía estadounidense y destruir su peso en la región. De los dos sucesos más recientes que han tenido lugar en Oriente Próximo, la invasión de Iraq y la victoria de Hezbolá sobre Israel, el segundo es con mucho el más importante. Incluso otros grupos que están en contra de Hezbolá, incluidos los que están asociados con movimientos sunníes de resistencia que consideran como apostatas a los chiíes, se han mostrado humildes.
Tercera, la victoria de Hezbolá ha tenido un impacto destructor sobre los aliados de EEUU en la región. Una vez acabada la guerra a mediados de agosto, los oficiales israelíes de inteligencia calcularon que Hezbolá podría haber proseguido con los combates durante más de tres meses. Los cálculos de Hezbolá habían coincidido con los hallazgos israelíes, sin embargo hay que advertir que ni Hezbolá ni el liderazgo iraní podían predecir qué hacer tras una victoria de Hezbolá. Mientras los servicios de inteligencia jordanos impidieron cualquier manifestación a favor de Hezbolá, los de Egipto luchaban por controlar la cada vez mayor indignación pública por el bombardeo israelí de Líbano.
El apoyo abierto a Hezbolá de todo el mundo árabe (incluyendo, extrañamente, el despliegue de retratos de su líder Hassan Nasralá en medio de las celebraciones cristianas) ha puesto en guardia a los gobernantes árabes que están más cercanos a EEUU: otra erosión en su estatus podría hacer que perdieran el control de sus propias naciones. Parece probable que como consecuencia de todo ello, Mubarak y los dos Abdulás no están muy dispuestos a apoyar cualquier programa estadounidense que pida presiones militares, políticas o económicas sobre Irán. Una futura guerra –una posible campaña militar de EEUU contra las instalaciones nucleares iraníes- podría no derrocar al gobierno de Teherán, en cambio, podría derrocar a los gobiernos de Egipto, Jordania y quizá Arabia Saudí.
Hacia el final de la guerra, en un momento clave de la confrontación Israel-Hezbolá, los líderes de partidos islámicos de una serie de países se preguntaron si podrían continuar controlando sus movimientos o si, como se temían, la acción política pasaría a manos de los revolucionarios y capitanes de la calle. La idea singular, ahora común en los círculos de inteligencia de EEUU, es que era Israel (y no Hezbolá) quien, el 12 de agosto, buscaba una forma de salir del conflicto.
Cuarta, la victoria de Hezbolá ha debilitado peligrosamente al gobierno israelí. En 1973, el primer ministro de Israel Menachem Begin, al perder Israel su última guerra, decidió aceptar una propuesta de paz del presidente egipcio Anwar Sadat. El avance fue de hecho bastante modesto, ya que ambas partes eran aliadas de EEUU. Ningún avance de ese tipo tendrá lugar como consecuencia de la guerra Israel-Hezbolá.
Israel cree que ha perdido sus capacidades de disuasión y que debe recuperarlas. Algunos funcionarios israelíes en Washington confirman ahora que no es una cuestión de "si" Israel irá de nuevo a la guerra sino de "cuándo". Todavía es difícil determinar cuándo puede hacer algo así. Para luchar y ganar contra Hezbolá, Israel necesitará entrenar y recuperar su ejército. Igual que EEUU tras la debacle de Vietnam, Israel tendrá que reestructurar su mando militar y reconstruir sus activos de inteligencia. Eso le llevará años, no meses.
En futuras operaciones, puede que Israel opte por el despliegue de armas incluso más potentes contra objetivos aún mayores. Considerando su actuación en Líbano, esos usos de armas más potentes podrían significar una respuesta todavía más dura. Esto no es imposible. Un ataque estadounidense sobre instalaciones nucleares es probable que se responda con un ataque de misiles iraníes sobre instalaciones nucleares israelíes –y sobre centros de población israelíes-. Nadie puede predecir cómo reaccionará Israel ante un ataque así pero está claro que (teniendo en cuenta la posición de Bush en el reciente conflicto) EEUU no haría nada para detenerlo. La "casa de cristal" de la región del Golfo Pérsico, convertida en blanco de los misiles iraníes, seguramente se vendría abajo estrepitosamente.
Quinta, la victoria de Hezbolá significa el fin de cualquier esperanza de solución del conflicto israelo-palestino, al menos a corto y medio plazo. Incluso las figuras políticas israelíes consideradas normalmente "progresistas" verían socavada su posición política con llamamientos estridentes de más fuerza, más tropas y más bombas. En encuentros privados con sus aliados políticos, el presidente palestino Mahmoud Abbas, castigó a quienes aplaudieron la victoria de Hezbolá, llamándoles "seguidores de Hamás" y "enemigos de Israel". Abbas está en una posición mucho más delicada: el apoyo de su pueblo hacia Hamás sigue en pie, como también su servil [de Abbas] acuerdo con George W Bush, quien le dijo en los encuentros colaterales del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que pusiera fin a todos los intentos de formar un gobierno de unidad con sus conciudadanos.
Sexta, la victoria de Hezbolá ha tenido la muy desgraciada consecuencia de cegar al liderazgo político israelí frente las realidades de su posición geoestratégica. En medio de la guerra contra Líbano, el primer ministro israelí Ehud Olmert adoptó el lenguaje de Bush sobre la "guerra contra el terrorismo", recordando a su ciudadanía que Hezbolá era parte "del eje del mal". Bush había reforzado esos comentarios durante su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, en el que mencionó en cinco ocasiones tanto a al Qaeda como a Hezbolá y a Hamás. EEUU e Israel han metido ahora en el mismo saco a los grupos islamistas que desean participar en los procesos políticos de sus propias naciones y a los takfiris y salafistas [*], que son partidarios de incendiar toda la región.
Ahora Israel no puede contar ni con sus seguidores estadounidenses más firmes, esa red de neocon para los que Israel es una isla de estabilidad y democracia en la región. La desaprobación de esos neocon por la actuación de Israel es casi palpable. Con amigos como esos, ¿quién necesita enemigos? Es decir, el conflicto israelí en Líbano ha reflejado con precisión a los expertos que han valorado el conflicto Israel-Hezbolá como una guerra de poder. Nuestro colega Jeff Aronson señalaba que "si fuera por EEUU, Israel estaría todavía combatiendo", y añadió: "EEUU luchará en la guerra contra el terrorismo hasta la última gota de sangre israelí".
La continua debilidad del liderazgo político israelí y el hecho de que se niegue a reconocer la profundidad de su derrota es una realidad muy preocupante para EEUU y para todas las naciones árabes. Israel había probado que, en épocas de crisis, podía conformar una estrategia diplomática creativa y maniobrar hábilmente para recuperar su posición. Había probado también que tras una derrota militar era capaz de una autocrítica honesta y transparente. La fortaleza de Israel ha estado siempre en su capacidad para el debate público, aunque ese debate cuestionara su sacrosanta institución, "las Fuerzas Armadas Israelíes". En momentos clave de la historia de Israel, la derrota ha llevado a la reflexión y no, tal como parece ahora probable, a una escalada de la ofensiva militar contra Hamás –la oveja negra de Oriente Próximo- para demostrar todo lo duro que puede ser.
"El hecho de que Oriente Próximo se haya radicalizado por la victoria de Hezbolá supone un buen ejemplo para continuar matándolos", dijo recientemente un oficial israelí. Ese camino llevará al desastre. A la vista de la incapacidad estadounidense para activar las palancas de cambio en Oriente Próximo, hay esperanza entre algunos en Washington de que Olmert muestre el coraje político para empezar el largo proceso de encontrar la paz. Ese proceso será penoso, implicará largas y difíciles discusiones y puede que signifique una ruptura con el programa estadounidense para la región. Pero EEUU no vive en la región e Israel sí. Aunque sea penoso guiar un diálogo político con sus vecinos, se probará que es menos penoso que perder una guerra en Líbano.
Séptima, la posición de Hezbolá en Líbano se ha visto enormemente fortalecida, como también la posición de su aliado más importante. En el cenit del conflicto, muchos cristianos libaneses acogieron a los refugiados de Hezbolá en sus casas. El líder cristiano Michel Aoun apoyó abiertamente la lucha de Hezbolá. Un dirigente de Hezbolá dijo: "No olvidaremos nunca lo que ese hombre hizo por nosotros, nunca, durante toda una generación". La posición de Aoun fue aplaudida entre los chiíes y su propia posición política se ha visto así reafirmada.
Por otra parte, el liderazgo sunní se ha visto fatalmente minado por su incierta postura y las ausencias de su patrón ante su propia comunidad. En la primera semana de la guerra, las acciones de Hezbolá fueron acogidas con amplio escepticismo entre la población sunní. Al final de la guerra, su apoyo era sólido y se extendía por todas las divisiones sectarias y políticas de Líbano. El liderazgo sunní tiene ahora una opción: puede formar un gobierno de unidad con nuevos dirigentes que creen un gobierno más representativo o puede aguantar hasta las elecciones. No se necesita mucha inteligencia para saber qué opción tomará Saad Hariri, el dirigente de la mayoría en el parlamento libanés.
Octava, la posición de Irán en Iraq se ha visto bastante reforzada. En medio del conflicto de Líbano, el secretario de defensa de EEUU Donald Rumsfeld manifestó en privado su preocupación porque la ofensiva israelí tuviera consecuencias funestas para el ejército estadounidense en Iraq, que se enfrenta con la hostilidad creciente de los dirigentes políticos y población chiíes. La declaración de Rice sobre que las manifestaciones a favor de Hezbolá que tuvieron lugar en Bagdad estuvieron planeadas por Teherán, reveló su ignorancia de los hechos políticos más esenciales de la región. Los secretarios de estado y defensa estadounidenses sencilla e inexplicablemente ignoraban que los Sadrs de Bagdad mantuvieran alguna relación con los Sadrs de Líbano. Que el primer ministro iraquí Nuri al-Maliki no castigara a Hezbolá y que se alineara con Israel durante el conflicto –y en medio de una visita oficial a Washington- fue considerado escandaloso por el establishment político en Washington, aunque el "Hezbolá de Iraq" sea uno de los partidos presentes en el actual gobierno de coalición iraquí.
Hemos dicho que ni el Pentágono ni el Departamento del Estado entendieron cómo la guerra de Líbano podía afectar a la posición estadounidense en Iraq porque ni el Pentágono ni el Departamento de Estado pidieron un informe sobre el asunto a sus servicios de inteligencia. EEUU gasta cada año miles de millones de dólares en sus actividades de recogida y análisis de inteligencia. Dinero tirado a la basura.
Novena, la posición de Siria ha salido fortalecida y el programa franco-estadounidense para Líbano ha fracasado. No hay perspectivas de que Líbano forme un gobierno que sea servilmente proestadounidense o antisirio. Que el presidente sirio Bashar al-Assad pudiera sugerir, como consecuencia de la guerra, un acuerdo político con Israel muestra su fuerza, no su debilidad. Que pudiera sacar las conclusiones correctas del conflicto y creyera que también podía oponerse con éxito a Israel también es posible.
Pero además de estas posibilidades, la historia reciente muestra que esos miles de estudiantes y patriotas libaneses que protestaban, tras la muerte de Rafiq Hariri, por las implicaciones de Siria en el Líbano, encontraron irónico que tuvieran que refugiarse de los bombardeos israelíes en ciudades de tiendas de campaña montadas por el gobierno sirio. Rice tiene razón en una cosa: la voluntad de Siria de proporcionar cobijo a los refugiados libaneses fue un mero acto de cinismo político, al que EEUU parece incapaz de contestar. Siria confía ahora en su posición política. En la etapa anterior, esa confianza permitió que Israel conformara una apertura política hacia el más intransigente de sus enemigos políticos.
Décima, y quizás la más importante, está claro ahora que un ataque estadounidense sobre las instalaciones nucleares iraníes va a encontrar muy pocos apoyos en el mundo musulmán. Se podría encontrar también con una respuesta política que colapse los últimos vestigios del poder político de EEUU en la región. Lo que se pensaba que era un "hecho" hace sólo unas pocas semanas, ahora aparece como algo muy improbable. Irán no se va a sentir intimidado. Si EEUU se lanza a una campaña militar contra el gobierno de Teherán, es probable que los amigos de EEUU se queden por el camino; a los estados árabes del Golfo van a empezar a temblarles las rodillas; los 138.000 soldados estadounidenses en Iraq serán rehenes de una iracunda población chií; e Irán responderá atacando a Israel. Nos atreveríamos a enunciar lo obvio: si ese ataque se produjera, EEUU saldría derrotado.
Conclusión
La victoria de Hezbolá en su reciente conflicto con Israel es mucho más importante de lo que piensan muchos analistas de EEUU y Europa. La victoria de Hezbolá revoca la tendencia de 1967: una derrota contundente de Egipto, Siria y Jordania que cambió las ilustraciones políticas de la región, colocando en su lugar regímenes que se doblegaban adaptando sus políticas exteriores para reflejar el poder estadounidense e israelí. Ese poder ahora se ha mancillado y revocado y está surgiendo un nuevo liderazgo en la región.
La lección singular del conflicto puede perderse por las altas esferas de las elites políticas favorables a Israel de Washington y Londres, de su "estamos luchando por la civilización", pero esa lección no se perderá por las calles de El Cairo, Amán, Ramala, Bagdad, Damasco o Teherán. No debería perderse entre el liderazgo político israelí en Jerusalén. Los ejércitos árabes de 1967 lucharon seis días y fueron derrotados. La milicia de Hezbolá en Líbano combatió durante 34 días y ganó. Lo vimos con nuestros propios ojos cuando mirábamos los cafés de El Cairo y Amán, donde sencillos tenderos, campesinos y trabajadores miraban fijamente la información que ofrecía la televisión, bebían lentamente a sorbos su té, y silenciosamente se decían a sí mismos: "siete", "ocho", "nueve"…
N. de T.:
[*] Takfiris, extremistas islamistas que siguen una ideología exclusivista violenta. Los takfiri consideran que los musulmanes que no comparten sus ideas han abandonado el Islam, constituyéndose así en objetivos legítimos a atacar. Su ideología pide la muerte de cualquier no musulmán.
Salafistas, movimiento contemporáneo del islamismo sunní. Insisten en que sus creencias siguen sencillamente el Islam puro que practicaron las tres primeras generaciones de musulmanes que seguían las hadiths [tradiciones que contienen las palabras y hechos] del profeta Muhammad y que no deben ser considerados una secta.
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Alastair Crooke y Mark Perry son codirectores de "Conflicts Forum", un grupo con sede en Londres dedicado a abrir una oportunidad al Islam político. Crooke fue anteriormente asesor del Alto Representante de la UE Javier Solana y participó en la Comisión Mitchell que investigó las causas de la segunda Intifada. Perry es asesor político en Washington DC, autor de seis libros sobre la historia estadounidense y antiguo consejero de Yaser Arafat.
(La investigación para elaborar este artículo fue llevada a cabo por Madeleine Perry)
Sinfo Fernández y Sonia Martínez son traductoras de Rebelión. Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a los autores, las traductoras y la fuente. URL de este artículo:
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