Aquí va la nota
Salto tecnológico o Desequilibrio ?
Usualmente cuando se habla de los temas de seguridad en Sudamérica, se citan y analizan temas como el narcotráfico, el tráfico de armas livianas, el contrabando, los secuestros, los efectos de la marginalidad en la seguridad
ciudadana, el terrorismo, los grupos armados irregulares, los límites o no del rol de las FF.AA. en tareas de seguridad interior, etc. No obstante, una mirada más atenta nos mostraría que estos problemas crecientes y reales en parte sustancial de la región se ven acompañados por la persistencia (más o menos implícitas) de «rivalidades duraderas» entre Estados de la misma. Tanto sea por cuestiones limítrofes irresueltas, por el efecto
transfronterizo como muchas de las amenazas antes mencionadas, o por tensiones político-ideológicas (o una combinación de dos o más de estas variables). El correlato de ello es la existencia de importantes programas de adquisiciones de armamento en varios países, que en algunos casos pueden ser explicados como reposición de material obsoleto, pero que en otros parece algo más cercano a la búsqueda de una posición de preeminencia estratégica o del desarrollo de cierta capacidad ofensiva. Según un reciente informe del IISS de Londres, Chile y Venezuela lideran (en términos de gasto con relación a su PBI) el proceso de compras de armamento. En el primer caso, fragatas misilísticas a Gran Bretaña y Holanda, aviones F-16CD a los EEUU y F-16AB modernizados a Bélgica, tanques Leopard II a Alemania, misiles antibuque Harpoon también a los EEUU, misiles aire-aire de alcance intermedio a Israel/EEUU, etc. En el caso de Caracas, fusiles de asalto AK 103 y AK 104 y helicópteros de transporte y ataque a Rusia, patrulleras navales y aviones de patrullaje a España, plantas de fabricación de munición 7,62, radares 3D a China, etc. En el caso concreto de Venezuela, recientemente ha modificado su bandera nacional incorporandole una octava estrella para de esa forma confirmar su reivindicación soberana sobre la ex Guyana británica. A ello se suma la información divulgada por The Washington Post, en dos ocasiones durante, 2005 sobre la decisión del Pentágono de incluir a Venezuela en los planeamientos militares junto a casos como Siria, Irán, Rusia, China, etc.
En otras palabras, a las «rivalidades duraderas» existentes en la región, se ha sumado la existencia de un actor regional como Venezuela que, a los ojos de Washington, está pasando de ser un actor «molesto» a una «amenaza a la seguridad nacional». La contrapartida de ello es la decisión explícita de Caracas de avanzar en FF.AA., reservas y milicias capacitadas y equipadas para guerras de tipo asimétrico. En este contexto, seguramente en los EEUU genera más resquemor la compra de armamento como fusiles de asalto de última generación y otro armamento liviano (particularmente apto para estrategias asimétricas) o la reasignación hacia las reservas y milicias de los 40 mil fusiles de asalto FAL dados de baja en las FF.AA., que la compra de material más sofisticado como aviones de transporte, corbetas, etc.
¿Hipótesis de conflicto?
Otro tanto podemos detectar en casos como Perú y otros Estados. En este sentido, durante 2005 el Congreso peruano por amplia mayoría impulsó una ley que reivindica el derecho sobre parte del Océano Pacífico que Chile pasó a controlar luego de la guerra de fines del siglo XIX. Si a ello se le suma la posibilidad de un triunfo del un candidato nacionalista, ex militar y con un discurso centrado en recuperar el poder militar del Perú frente al desbalance militar de Chile, se configura un escenario que deberá ser atentamente monitoreado.
Las operaciones de compra y venta de armamento no dejan de ser un recordatorio de la subsistencia de factores de defensa e hipótesis de empleo de la fuerza en el ámbito interestatal. Los números (ver infografía) muestran claramente la existencia de países que, a lo largo de la última década o más, carecieron de la voluntad política y/o la capacidad económica para invertir en sus FF.AA. En algunos casos, debido a visiones sustancialmente simplistas o idealistas de lo que son las relaciones de poder en el sistema internacional, aun cuando se trate de zonas relativamente pacíficas en términos interestatales como es Sudamérica. Muchas veces decir esto es considerado como retrógrado o contrario a los muy importantes avances que en medida de confianza mutua han desarrollado muchos de nuestros países (un caso claro es la Argentina y Brasil y, en cierta medida también, la Argentina con Chile). En otros, se apela a supuestas afinidades ideológicas o a contactos personales entre líderes, funcionarios o exponentes relevantes de las respectivas sociedades. El caso de Uruguay y la Argentina y la crisis de la papeleras demuestra la sabiduría de la corriente realista de las relaciones internacionales cuando convoca a no sobreestimar el rol de la ideología al momento que se abordan o defienden intereses nacionales.
El caso chileno
Es usual leer elogiosos comentarios sobre Chile, tanto en medios de prensa, políticos y académicos de la región en general y de la Argentina en particular. Estos comentarios en la mayoría de los casos son ampliamente justificados, pero muchas veces los admirados observadores externos del país trasandino tienden a olvidar un elemento central tal como es la política de Estado que representa en ese país la seguridad y la Defensa Nacional, reflejada en amplios consensos políticos y sociales para mantener niveles de inversión en defensa de 3,5% del PBI (vis a vis el 1% de los últimos tres lustros en la Argentina o el 2% en Brasil) y la subsistencia de una Ley Secreta del Cobre que en 2005 le asignó a las FF.AA. de ese país 800 millones de dólares extra al presupuesto de Defensa y otros tantos para 2006.
Readaptando aquella cierta premisa, podría afirmarse que «dime qué compras y te diré qué quieres». Sin embargo, una cosa no quita la otra. Se ha recorrido un gran camino en superar las «rivalidades duraderas» y las hipótesis de conflicto, pero también es verdad que mucho camino aún queda por recorrer y, por ende los decisores deberían evitar caer en posturas idealistas o, como dice la recientemente publicada Estrategia Nacional de Seguridad de los EEUU, más vale ser «idealista en los fines y realista en los medios». Los números y el equipamiento adquirido son medios muy reales.