El medico mendocino que vivió la Guerra de Malvinas.
Amigos foristas. Si de algo sirve, aqui les dejo una nota publicada en Diario Uno de Mendoza, el dia 02 Abr 09. "El medico mendocino que vivio la guerra de Malvinas". Espero que mi aporte les sea de utilidad. Un abrazo a todos.
"Eduardo José Hernández, actual titular del PAMI, dijo: “Es una situación límite, donde uno vive con el dolor humano, con el azaroso paso de la muerte”.
"“Fue una experiencia bastante dolorosa. La guerra es una situación límite, donde uno vive permanentemente con el dolor humano, con el azaroso paso de la muerte”.
La reflexión pertenece al médico Eduardo José Hernández, actual titular del PAMI en Mendoza, quien fue segundo jefe de Guardia Médica durante el conflicto bélico de las Islas Malvinas.
A 27 años de la experiencia, en el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de las Malvinas, que se conmemora hoy, Hernández recordó para Diario UNO su misión, intentando salvar vidas y arriesgando la suya, mientras el fuego del combate y las esquirlas martillaban el hospital improvisado en Puerto Argentino.
“Yo estaba haciendo el servicio militar obligatorio. Había pedido prórroga universitaria. Me había recibido de médico y estaba destinado en el Hospital Militar de Comodoro Rivadavia. Llevaba un año en ese hospital y me estaban por dar la baja ese día”, contó Hernández.
Pero el destino estaba marcado. El 31 de marzo Hernández recibió la orden de ir a Malvinas, dos días antes de decidirse el desembarco militar argentino en el archipiélago. “La salida fue con un grupo comando, iban dos médicos, uno de Aeronáutica, y yo de Ejército. Fuimos los primeros médicos en llegar a Malvinas”, dijo Hernández.
El mismo 2 de abril, el avión en el que viajaban 30 comandos de la Fuerza Aérea, enfermeros y los dos médicos efectuó una “aterrizaje de asalto porque el aeropuerto estaba todavía totalmente copado por los ingleses”. Hernández permaneció en la isla hasta el final de la guerra cuando fue tomado prisionero por los británicos. El quirófano, los vuelos en helicópteros para buscar y rescatar heridos, la muerte, presente o acechando, fueron casi una constante hasta el 14 de junio de 1982 cuando culminó la batalla.
“Estuvimos –expresó– una semana prácticamente prisioneros de los ingleses. En tierra, primero, y tres días en el barco “Canberra”, hasta que finalmente llegamos a Puerto Madryn”, indicó.
“La guerra es una experiencia única –insistió–. Todas las noches los bombardeos, parece que era como al azar que alguien elegía quien moría y quien no. Había momento donde nos bombardeaban durante varias horas. En la tregua de los bombardeos salíamos a buscar los heridos, viviendo el dolor de la muerte, de las heridas del campo de batalla”, prosiguió.
La experiencia traumática de la guerra también le dejó huellas que hoy Hernández valora. La lucha endurece a la par que sensibiliza. “Es una marca que uno llevará siempre –dijo y rescató– el valor de los soldados que murieron convencidos de que estaban dando su vida por la patria. Más allá –aclaró– de que soy consciente de que nos utilizaron políticamente”.
Las condiciones fueron duras. “Pasamos hambre y todo tipo de privaciones, que progresivamente iban aumentando. Yo bajé 17 kilos. Y a último momento todo lo que era logística estaba anulada, no recibíamos nada”, añadió Hernández, quien expresó que la desnutrición, el congelamiento y el estrés también jaquearon a los soldados. “La amenaza de muerte, la falta de comida, el frío, el clima muy húmedo, con agua en las trincheras permanentemente. Hubo mucho congelamiento de pie en la tropa, hubo que hacer muchísimas cirugías, amputábamos uno o dos dedos, cuando no todo el pie –relató Hernández con serenidad–. La mayor parte de las muertes –continuó– se produjo sobre el final de la guerra, sobre todo en los últimos tres días”.
Prisionero en el “Canberra”
Indicó el médico Eduardo Hernández que, en general, el trato de los ingleses para con los detenidos fue bueno. Después de la rendición se compartió el hospital con médicos ingleses, ya que habían heridos de ambas partes.
Hernández estuvo detenido primero en tierra, en condiciones precarias. Luego fue llevado al “ Canberra”, un barco que había sido lujoso. “Nos leyeron todo el reglamento como prisioneros de guerra y había toda una disciplina en el horario de levantarse, de desayunar, de comer. Yo viajé en un contingente de 5.000 prisioneros. Estuvimos dos días sin salir del barco, mientras definían adónde nos llevaban. Finalmente se negoció que nos trasladaban a Puerto Madryn”, recordó.
En la ciudad chubutense hubo un momento de quiebre, dijo Hernández. “Nosotros pensábamos que la gente nos iba a recibir mal , y sin embargo, desde el puerto, hasta el centro de Puerto Madryn, que hay unos 5 kilómetros, empezó a salir la gente a saludarnos. Eso fue fuerte. Porque había un reconocimiento de la gente”.
“Entraban las esquirlas por las ventanas del hospital”
Los dos hospitales de campaña para la atención de los efectivos argentinos contaban con unos 25 profesionales de las distintas especialidades y fue instalado en el edificio de una escuela de Puerto Argentino que los kelpers estaban próximos a inaugurar. Lo bautizaron Centro Interfuerzas Médico Malvinas. “Lo armamos con los médicos de Ejército, Marina y Aeronáutica. Hicimos siete u ocho quirófanos, internación, laboratorios, radiografías; en fin, estábamos bien preparados desde el punto de vista sanitario”, explicó Eduardo Hernández.
El problema eran las esquirlas de la artillería inglesa. En la batalla final, el edificio quedó en primera línea en la capital de las islas, expuesto al ataque inglés. “Nos herían de nuevo a los internados porque entraban las esquirlas por las ventanas y los tres últimos días estuvimos operando permanentemente, sin descanso”, dijo.
“El núcleo importante era la selección de los heridos –recordó el actual titular del PAMI–. Había gente que llegaba y no había posibilidad de salvarla, porque tenían pérdida de masa encefálica, por ejemplo. Uno tiene que priorizar a quien atiende y a quien no –prosiguió–. Y también estaban los pilotos que rescatábamos de las aguas cuando se eyectaban. Teníamos pocos minutos para el rescate porque las aguas son muy frías. A pesar de que tenían trajes preparados para soportar temperaturas altas y bajas, los sacábamos con hipotermia y estrés. Mientras tanto, los aviones seguían andando por arriba de nosotros sin piloto”.
A raíz del estado de los soldados, que no tenían el equipamiento ni la alimentación adecuados –se presentaron numerosos cuadros de desnutrición–, los médicos sabían con anticipación que todo estaba perdido. “A partir del primero de mayo cuando se produjo el primer bombardeo, empezó a aumentar progresivamente la cantidad de heridos y disminuir los alimentos –señaló Hernández–. Nosotros ya sabíamos, quince días antes, que la guerra la íbamos a perder debido a cómo estaba la tropa nuestra. Estaba en muy mal estado general”.
“Nos bombardeaban –prosiguió– cuando estábamos comiendo muchas veces. Durante el día pasaban los aviones altísimos y fotografiaban todo. Y después, en la noche, venían los bombardeos a los depósitos de comida, los helicópteros, los Pucará que estaban en tierra... Y no había poder de fuego para repeler el ataque naval, tampoco. Eso era tremendo, porque había que repeler el bombardeo, tapar la trinchera con bolsas de cemento. La primera bomba explotaba en tierra y las otras explotaban a 6 o 7 metros de altura para que las esquirlas entraran a las trincheras. Y después teníamos que comenzar recolectar a los heridos...”.
El médico concluyó: “Para los soldaditos fue una experiencia muy traumática. Tenían 18 o 19 años. De los ingleses, el más chico tendría 23 años; eran todos profesionales. Los médicos no alcanzamos a ver a los gurkas porque no los dejaron entrar a la ciudad.
“Muchas de las heridas de los soldados nuestros eran autoinfligidas; ellos se pegaban un tiro en la mano, por ejemplo, para ser evacuados”".
http://www.diariouno.com.ar/contenidos/2009/04/02/noticia_0005.html