Razones de la central CAREM
Instalaciones de la CNEA en Pilcaniyeu, Río Negro, donde se testearon los elementos combustibles de la central CAREM en el reactor RA-8
En más de medio siglo de experiencia en energía nuclear, la Argentina desarrolló un único proyecto de central nuclear totalmente propio y original. Es el CAREM, una central de cuarta generación, con seguridad inherente basada en sistemas pasivos, de construcción, operación y mantenimiento sencillos y con un rango de potencias que va de los 25 o 27 megavatios en las versiones más modestas hasta los 300 en las más complejas.
En las pantallas que siguen sólo se darán las características y detalles de la planta de 27 megavatios eléctricos. Es la que tiene más desarrollo de ingeniería hasta el momento, y permitiría satisfacer la demanda de una ciudad de unos 100.000 habitantes.
El proyecto CAREM tiene un grado importante de avance conceptual y jurídico. Por una parte, la Argentina ya invirtió 30 millones de dólares en testear los combustibles y el núcleo de esta central, sus componentes críticos. Por otra, cuenta con una ley nacional aprobada por el Congreso de la Nación para financiar su construcción.
El Poder Ejecutivo, por ende, sólo tiene que tomar la decisión política de llevar este proyecto a cabo, cuando lo considere necesario, y asegurarle los fondos necesarios.
Los dos escenarios del CAREM .
La necesidad existe ya. Hay dos escenarios que justifican que nuestra Argentina construya un primer prototipo de CAREM.
El país todavía abunda en zonas sin provisión de energía eléctrica ni desarrollo económico, desiertos demográficos internos a las cuales resultaría carísimo llegar con líneas de alta tensión. En tales lugares, al crear un “oasis energético” un CAREM puede dar vuelta el panorama social al suministrar electricidad segura (como no la da ninguna fuente alternativa, salvo la geotérmica), y al asegurar la viabilidad de cualquier emprendimiento económico local, sea minero o transformativo. En una de sus varias versiones, el CAREM está incluso pensado para desalinizar agua de mar en desiertos costeros.
La Argentina ya hizo este tipo de cosas. Y con un éxito rotundo.
En la década de 1970, para dar potencia a la planta de aluminio de ALUAR SA en Puerto Madryn, sobre la costa atlántica chubu- tense, erigió la represa de Futaleufú en el río cordillerano homónimo. Luego comunicó ambas inversiones con una tercera: una línea de alta tensión de centenares de kilómetros que atraviesa toda la estepa patagónica de oeste a este.
Tres décadas más tarde, ALUAR ha ganado y gana mucho dinero. Exporta aluminio y alimenta toda una cadena local de valor agregado de fabricación de artículos de este metal, que antes se importaban.
Vista exterior del edificio de una central CAREM de 25 o 27 megavatios
Mejor aún: Puerto Madryn –que en 1970 estaba desapareciendo por pérdida de población juvenil- ahora es un pujante “oasis económico” en la Patagonia, con cuatro veces más habitantes que en 1970 y uno de los niveles socioculturales más altos de la región. Un contraste notable con otros puertos patagónicos que sólo exportan materia prima, sin mayor valor agregado.
Hoy un CAREM permitiría repetir este pequeño milagro económico en cualquier lugar aislado del país. Pero a un precio mucho menor: sin líneas de alta tensión.
Sin embargo, hay otro escenario que justifica mucho más la erección de un prototipo, independientemente de su asiento geográfico.
Es la exportación de la tecnología .
Estudios de mercado realizados por la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) detectan una demanda insatisfecha en la oferta nucleoeléctrica mundial que sólo podría ser atendida por el CAREM.
Esta oferta insatisfecha está 20 países del Tercer Mundo que necesitan desesperadamente desarrollar diversos “oasis energéticos” dentro de sus territorios. Dichos países carecen de acceso propio a la tecnología nuclear y quieren empezar a familiarizarse con la misma.
Pero se encuentran con que lo único que se puede comprar “de anaquel” en el Hemisferio Norte son centrales de tercera generación de gran tamaño y complejidad, rígidamente pensadas para países ricos, con grandes redes eléctricas, mucha industria propia capaz de proveer insumos, y bolsillos muy profundos. Esta oferta arranca en los 300 megavatios la unidad, y llega a los 1600.
Sin embargo, los 20 países estudiados por la CNEA necesitarán entre 18 y 34 centrales nucleares chicas, con menos de 150 megavatios eléctricos por unidad. Esto debería suceder de aquí a 15 años. Y lo único pensado para esa oferta y con madurez técnica como proyecto es el CAREM.
Sólo hay que mostrar un prototipo en funcionamiento en la Argentina, y nuestro país terminará inaugurando –y posiblemente dominando, al menos durante un tiempo- un mercado todavía inexistente.
Ventajas comerciales del CAREM
La Argentina cuenta con cuatro grandes ventajas en el mercado de los países en desarrollo, que a las grandes potencias les resulta marginal. La primera es que ya ha vendido varios reactores de investigación impecables, entregados en tiempo y forma. Como fabricante nuclear, no necesita prestigio mundial. Ya lo tiene.
La segunda es que, por tradición, la Argentina no está atada a vender únicamente “llave en mano”. Por el contrario, puede darle al país comprador una formación muy intensa de personal experto no sólo en operación sino también en diseño de unidades nucleares, y hasta puede capacitar a la industria local. Los países ricos evitan esto: prefieren que sus clientes no se les vuelvan, a la larga, competidores, o al menos plazas autoabastecidas.
La tercera ventaja es que pese a las imitaciones conceptuales que el CAREM engendró (en Corea y los Estados Unidos), la Argentina sigue teniendo el proyecto más avanzado. Pero también el más abarcativo, por su gran panoplia de potencias posibles entre los 25 y 300 megavatios.
La cuarta ventaja es que con un CAREM, el cliente empieza su desarrollo nuclear con una central modernísima de cuarta generación, en lugar de con tecnología que data de los años ’50, como es una central avanzada de tercera generación de tipo APWR (ver animaciones computadas en las siguientes pantallas). Y esto significa seguridad inherente como no la da nadie. Porque no existe ninguna central nucleoeléctrica en oferta capaz de atenderse sola, sin personal, durante las primeras 48 horas posteriores a un accidente grave. Salvo el CAREM.
Además de estas cuatro ventajas, que deberá demostrar con un prototipo, la Argentina tiene muchas razones más para hacer el CAREM.
Además de crear un nuevo oasis energético y económico en su territorio como “showroom” y luego exportar decenas de unidades, el CAREM instalaría al país como competidor en un mercado que hoy mueve 20.000 millones de dólares por año en combustibles nucleares para centrales, y 30.000 millones más en servicios y repuestos.
Nuevamente, un primer CAREM como “showroom” no sería nada que ya no se haya hecho. Con la sola inversión de construir el reactor de investigación RA-6 en Bariloche, durante los años ‘80, la Argentina se volvió el mejor exportador mundial de este tipo de unidades. Con 30 millones de dólares invertidos, ya lleva ganados centenares.
Pero los premios en el mercado nucleoeléctrico son incomparablemente mayores. Entre 1987 y 1999 se licitaron 4 reactores de investigación, por precios entre los 30 y los 180 millones de dólares (e INVAP ganó 3 de esas compulsas). Pero en ese mismo período se construyeron más de 50 centrales. Hoy en el mundo funcionan 441 centrales, hay 32 en construcción y 30 más pedidas.
En suma, hacer una central es pasar a jugar en primera división.
Por qué tomar la decisión ahora
El mundo se nucleariza. De hoy al 2050, la oferta mundial de energía debería triplicarse, y de aquí al 2100, quintuplicarse, y eso sólo para que el consumo global per cápita llegue a alrededor de un tercio del del estadounidense tipo de hoy en día.
Con tanto y tan grave infraconsumo eléctrico como el actual en las economías atrasadas, no está garantizado que eso suceda. Pero justamente por ello, la mayor demanda de energía ocurre y ocurrirá donde menos oferta hay: en los países en desarrollo que apuestan a la industria. Y esto no es futurología sino historia: empujados por esa demanda, en la última veintena de años, un puñado de países asiáticos (Corea del Sur, China, Japón y la India) construyeron más de 50 centrales nucleares nuevas.
Corte del CAREM
Occidente no puede quedarse atrás sin pagar costos muy duros. Tras un prolongado parate post-Chernobyl, empieza su re-nuclearización. Es un fenómeno forzoso. La emisión de gases de efecto invernadero de las siete mayores economías del mundo está generando un caos político y diplomático insostenible.
Es que los daños del cambio climático tampoco son futurología, sino historia en curso. Ya están a la vista.
Los países con grandes litorales muy poblados y bajos, como China, Bangladesh, la India, las repúblicas insulares del Pacífico -y también nuestro país, y hasta los propios Estados Unidos-, empiezan a sufrir cada vez peores y más frecuentes inundaciones. Holanda y Bélgica todavía no se inundan, pero tienen que invertir crecientes fortunas en defenderse de los embates del Mar del Norte. Todos estos eventos son causados por el aumento de la cota marina, y agravadas por el recrudecimiento en frecuencia y gravedad de los huracanes en los Estados Unidos, los monzones en la India y Bangladesh, los tifones en el Pacífico y las sudestadas en el estuario del Plata.
Las fuentes de electricidad llamadas “alternativas” no pueden sustituir al carbón, el gas o el petróleo sino en forma marginal. Desdichadamente, sus costos continúan altos y su capacidad de generar “electricidad de base”, en grandes cantidades, a plena disponibilidad y bajo precio, sigue en debate. Dinamarca, Alemania, España y los Estados Unidos, los grandes oferentes mundiales de molinos eólicos, no fabrican con ellos más que el 3 por ciento del total de la electricidad que consumen. En la propia Argentina, el país con el mejor recurso eólico potencial del planeta, el “factor de penetración” eólico dentro de la red eléctrica local nunca podrá superar el 25 por ciento.
Mientras las energías alternativas no logran salir del jardín de infantes de lo demasiado caro o demasiado subsidiado, el precio del barril de petróleo se ha ido por las nubes: hoy casi duplica la media histórica desde los años ’70 en adelante. Resumiendo, todo indica que veremos una sustitución creciente de electricidad térmica por nuclear en las décadas próximas.
Esto le abre mercados potenciales muy interesantes al CAREM.
China o Corea del Sur no necesitan reactores chicos. Pueden y deben pagar construir unidades gigantes, y de a muchas por vez. Pero la mayor parte de los países en desarrollo se verá obligada a ir paso a paso: antes de incorporar una primera central nuclear, estos países deberán desarrollar capacidades de infraestructura técnica, industrial, financiera y hasta un marco regulatorio apropiado.
El gran tamaño y el elevado costo total de inversión de las centrales actualmente disponibles en el mercado internacional, resulta frecuentemente un obstáculo insalvable.
En estas circunstancias, el mejor modo de empezar puede ser una oferta nuclear de bajo costo, que usa tecnologías y materiales absolutamente probados, pero que al mismo tiempo incorpore características de seguridad muy avanzadas, y sea de funcionamiento simple y barato. A cualquier futuro país comprador, el CAREM le facilitaría un desarrollo sensato de sus recursos industriales y tecnológicos, y le abriría el camino para la instalación de centrales mayores hasta cubrir sus demandas de energía.
¿Por qué construir ya el CAREM, entonces? Porque hoy es la única central-escuela en oferta.
Y en el mundo de las próximas décadas sobrarán alumnos.
INVAP