Hola ¿como estan?, espero que bien, de mi parte con quilombetes varios por eso ando medio desaparecido del Foro, interesante debate, igualmente coincido basicamente con la opinion de André. Bueno como viene al tema de la discusion, aquí les dejo rapidamente unas citas del libro de Cornelius Ryan “La Ultima Batalla”
"En resumidas cuentas, decían los refugiados, la propaganda rusa pedía al Ejército Rojo que no dejase a nadie con vida. Hablaban de un manifiesto que se decía haber sido escrito por el principal propagandista de la Unión Soviética, Uva Ehrenburg que había sido radiado y también distribuido en forma de folleto a las tropas rojas.«¡Matad! ¡Matad!», decía el manifiesto, «¡En la raza alemana sólo hay mal! ¡Seguir los preceptos del Camarada Stalin! ¡Acabad de una vez para siempre con la bestia fascista en su cubil! Emplead la fuerza y quebrad el orgullo racial de esas mujeres alemanas. Tomadlas como vuestro botín legal. ¡Matad! A medida que vayáis avanzando como un rodillo imparable, matad, vosotros que sois los valientes soldados del Ejército Rojo!
No he visto el panfleto de Ehrenburg. Pero sí lo leyeron muchos de los que he entrevistado. Además, está mencionado repetidas veces en los documentos oficiales alemanes, diarios de guerra y numerosos relatos, siendo la versión más completa la que figura en las Memorias del almirante Doenitz, página 179. No me cabe duda que el folleto existió, pero no me fío de esa versión porque las traducciones alemanas del ruso eran notoriamente inexactas. Sin embargo, Ilya Ehrenburg escribió otros panfletos de propaganda que eran tan malos como ese en su redacción, como puede verse en sus obras. Por lo menos, los que fueron publicados oficialmente en inglés durante la guerra por los propios soviets en Soviet War News, 1941-1945, vols. 1-8. Su tema "Matad a los alemanes" se repetía incesantemente y, por lo visto, con la completa aprobación de Stalin. El 14 de abril de 1945, en un editorial sin precedentes aparecido en el periódico militar soviético Estrella Roja, Ehrenburg fue oficialmente censurado por el jefe de propaganda, Alexandrov, el cual escribió: "El Camarada Ehrenburg exagera... No estamos luchando contra el pueblo alemán, sino sólo contra los Hitler del mundo". Esta reprobación habría sido desastrosa para cualquier otro escritor soviético, pero no para Ehrenburg. Éste continuó con su propaganda de "Matad a los alemanes" como si nada hubiera sucedido, y Stalin cerró los ojos ante la crítica.
Otros esperaban sombríamente lo que les esperaba sin exagerar la credulidad pero sin hacerse ilusiones. En su clínica particular de Schöneberg, la Dr. Anne-Marie Durand-Weber, que se había doctorado en la Universidad de Chicago y que era uno de los más famosos ginecólogos de Europa, sabía la verdad. Esta doctora, que tenía 55 años, cuyas convicciones anti-nazis eran bien conocidas instaba a sus pacientes para que se marchasen de Berlín. Había atendido a muchas mujeres refugiadas y llegó a la conclusión de que, en todo caso, los relatos de atentados sexuales contra las mujeres ni siquieran llegaban a expresar todo lo monstruoso de los hechos. La Dr. Durand-Weber estaba dispuesta a permanecer en Berlín pero ahora llevaba siempre una pequeña cápsula, de rápidos efectos, con cianuro por dondequiera que iba, a pesar de que, después de tantos años ejerciendo la Medicina, no se hallaba segura de ser capaz de suicidarse. Pero, por si acaso, llevaba en el bolso aquella pildora porque estaba segura de que si los rusos tomaban Berlín, todas las hembras de aquella ciudad, desde los ocho años a los ochenta, estaban expuestas a ser violadas. La Dr. Margot Sauerbruch, esposa del mejor cirujano de Alemania, el profesor Ferdinand Sauerbruch, también esperaba lo peor. Trabajaba con su marido en el hospital mayor y más antiguo de Berlín, la Charité, en el distrito de Mitte. A causa de su gran tamaño y de su emplazamiento cerca de la principal estación de ferrocarril, este hospital había recibido el mayor número de refugiados enfermos o heridos. De su trabajo atendiendo a las víctimas, la doctora llegó a la conclusión de que no era posible hacerse ilusiones y negarse a admitir la ferocidad de los hombres del Ejército Rojo cuando se ponían como fieras. Las violaciones, que ella había comprobado, no eran desde luego propaganda. A Margot Sauerbruch le impresionó mucho el número de refugiadas que habían intentado suicidarse, incluyendo a muchas que no habían sido violadas ni molestadas de alguna manera pues, aterradas por lo que habían tenido que presenciar o les habían contado, muchas se habían dado un buen corte en las muñecas. Algunas incluso habían intentado matar a sus hijos. Y nadie sabía cuántas lograron poner efectivamente fin a su vida —la doctora Sauerbruch sólo vio a las que fracasaron en el intento— pero parecía indudable que se extendería por Berlín una oleada de suicidios si los rusos se apoderaban de la ciudad. La mayoría de los demás médicos se hallaban de acuerdo con esta opinión. El cirujano Günther Lamprecht anotó en su Diario que el tema más corriente de conversación —incluso entre los médicos— «es la técnica del suicidio. Las conversaciones de ese género se han hecho insoportables».
Las monjas de Haus Dahlem estaban trabajando mucho. Tenían que atender a un gran número de refugiados y habían de sufrir la bestialidad rusa. Un ruso que intentó violar a la cocinera ucraniana, Lena, se enfureció tanto cuando intervino la madre superiora Cunegundes que sacó la pistola y disparó contra ella. Afortunadamente, estaba demasiado borracho para acertar. Otros soldados entraron en la casa de maternidad y, a pesar de los esfuerzos de las monjas por impedirlo, violaron repetidas veces a las embarazadas y a las que acababan de dar a luz. «Sus chillidos —contaba una monja— siguieron de día y de noche.» En la vecindad, según dijo la madre Cunegundes, fueron violadas mujeres de setenta años y niñas de diez y de doce años. La madre superiora no podía evitar estas salvajadas.
En Wilmersdorf, el espía aliado Carl Wiberg y su jefe, Hennings Jessen-Schmidt, que habían logrado identificarse ante los rusos, estaban hablando con un coronel ruso ante la casa de Wiberg cuando otro oficial del Ejército Rojo trató de violar a la novia de Wiberg, Inge, en el sótano. Al oírla gritar, Wiberg se apresuró a entrar; los vecinos le dijeron a gritos que aquel hombre se había llevado a la muchacha a otra habitación y había cerrado la puerta. Wiberg y el coronel ruso hundieron la puerta. Inge tenía rota la ropa y el oficial se había quitado alguna prenda. El coronel agarró al oficial y, vociferando «¡Americanski, americanski!» como un insulto, le hizo salir, mientras le golpeaba con la pistola despiadadamente. Luego puso al oficial contra una pared para matarlo allí mismo. Wiberg se apresuró a intervenir y rogó al coronel que salvara la vida de aquel hombre. Desde luego, el asalto sexual más irónico de todo este período de violaciones y saqueos ocurrió en el pueblo de Prieros, en las afueras del sur de la ciudad. Las fuerzas de Koniev que avanzaban habían dejado atrás el pueblo y durante algún tiempo no fue ocupado. Por último llegaron los soldados rusos. Allí encontraron dos mujeres que vivían en una caja de madera para embalaje. Else Kloptsch y su amiga Hildegarde Radusch, «el hombre de la casa», habían estado a punto de morirse de hambre esperando este momento. Hildegarde había dedicado toda su vida a fomentar el marxismo: la llegada de los rusos representaba para ella que sus sueños se convirtieran en realidad. Pues bien, cuando las tropas soviéticas entraron en el pueblo, uno de sus primeros actos fue la brutal violación de la comunista Hildegarde Radusch.
Los rusos no niegan las violaciones ocurridas durante la caída de Berlín aunque tienden a defenderse enérgicamente contra esa acusación. Los historiadores soviéticos reconocen que las tropas perdieron el control, pero muchos de ellos atribuyen las peores atrocidades al deseo de venganza de los ex prisioneros de guerra que fueron liberados durante el avance soviético hacia el Oder. Respecto a las violaciones, el director del periódico militar Estrella Roja, Pavel Troyanoskii, dice: «Naturalmente, no éramos caballeros cien por cien; habíamos visto demasiado para ello». Otro de los directivos de Estrella Roja, dijo: «La guerra es la guerra y lo que nosotros hicimos nada fue comparado con lo que los alemanes hicieron en Rusia». Milovan Djilas, que presidió la Misión Militar yugoslava en Moscú durante la guerra, dice en su libro Conversaciones - con Stalin (Djilas, Milovan, Conversations with Stalin, Londres, Rupert Hart-Davis, 1962) que él se quejó al dictador soviético de las atrocidades cometidas por el Ejército Rojo en Yugoslavia. Stalin repuso: «¿No comprende usted que un soldado, después de recorrer miles de kilómetros a través de sangre y fuego, quiera pasar un buen rato con una mujer?»
¿Cuántas mujeres fueron violadas? Tampoco se sabe. Los médicos me han dado cálculos que varían entre 20.000 y 100.000. Se permitían los abortos
extraoficialmente, pero, por razones evidentes, nadie se atreve ni siquiera a calcular el número."
Saludos