Assaga, un refugio fronterizo contra extremistas de Boko Haram
El campamento de Assaga acoge a los desplazados nigerinos y a los refugiados nigerianos que huyen de la furia criminal de Boko Haram. El campamento debe su nombre a un pueblo fronterizo cuyo territorio está entre Níger y Nigeria.
Hoy en día todos los habitantes de Assaga viven en una gran extensión llena de tiendas de campaña en el sur de Níger -no muy lejos de su pueblo natal- que está dividida en dos por una carretera pavimentada: en un lado está Assaga Níger, con sólo nigerinos, y en el otro Assaga Nigeria, con sólo nigerianos.
Todos pensaban que estaban a salvo en el campamento, pero la realidad es, por desgracia, muy diferente: los ataques de los terroristas son frecuentes y sus incursiones son cada vez más frecuentes.
El campamento de Assaga está a unos 20 kilómetros de Diffa, una provincia del sureste de Níger en la frontera con Nigeria.
Cuando fue elegido presidente de Nigeria, a finales del mes de mayo, Muhammadu Buhari hizo una promesa a su pueblo: “En diciembre ya no se oirá hablar de Boko Haram en Nigeria”.
Y la promesa la mantiene, en el sentido de que el ejército nigeriano está empujando hacia el norte al grupo terrorista -nacido en Nigeria-, cosa que lo lleva a cruzar las fronteras nacionales y a penetrar en Níger y Chad.
El pueblo de Assaga está en la carretera que lleva a lo que se puede definir como una retirada momentánea de Nigeria de Boko Haram, que desde hace pocos meses, y tras su reciente alianza con el Estado Islámico, se hace llamar Estado Islámico de África Occidental.
Miles de sus habitantes, tanto nigerinos como nigerianos, que lograron ponerse a salvo, encontraron refugio en la ciudad de Diffa.
Apresuradamente diversos actores internacionales, como la Organización para las Migraciones (OIM), el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y Médicos Sin Fronteras (MSF), se las ingeniaron para organizar un campamento de refugiados para estas personas.
El campamento de Assaga existe desde junio pasado. Cientos y cientos de tiendas de campaña hechas con un poco de madera y telas de plástico se suceden durante casi un kilómetro a ambos lados de la carretera que conduce al aeropuerto de Diffa.
En un lado está Assaga Níger, tierra de desplazados nigerinos, y en el otro Assaga Nigeria, tierra de los nigerianos.
Esta división está tan interiorizada por los que viven ahí que cuando alguien cruza la carretera, puede que para comprar leche en polvo en una de las tienditas del campamento, dice: “Me voy al otro Assaga, ahora vuelvo”.
En este modelo a escala reducida de la aldea de Assaga salen niños por todas las partes.
En su presencia, para no hacerles recordar el trauma de los ataques terroristas, está prácticamente prohibido mencionar las palabras “Boko Haram”, cuyo significado es “La educación occidental está prohibida”. Así, a los malvados, los adultos los llaman bromeando “Bon Homme”, los “hombres buenos”.
Pero los niños ni pueden ni quieren olvidar lo que han vivido en los últimos meses.
Se han inventado canciones que en las lenguas locales hausa, kanourì y peul toman el pelo e incluso desafían a Boko Haram. Algunos versos dicen: “No os atreváis a venir aquí, los pequeños de Assaga Níger y Assaga Nigeria os recibirán a puñetazos”.
Para exorcizar al monstruo, algunas ONG proporcionan a los niños hojas y colores para que dibujen la experiencia con Boko Haram.
Y el resultado son dibujos de tipos grandes y fuertes con pistolas y machetes; mujeres suicidas con largas túnicas que cubren el explosivo; latas de gasolina para incendiar iglesias, escuelas y mercados, y cadáveres por todas partes.
Es exactamente así como actúa Boko Haram. Esta organización yihadista, nacida en el norte de Nigeria hace más de 10 años, está formada sobre todo por jóvenes de entre 14 y 20 años a los que confían armas de todo tipo con un único objetivo: arrasarlo todo, ciudad tras ciudad. Y lo hacen con una meticulosidad pasmosa.
Lo sabe bien Musa, que en la parte nigeriana de Assaga tenía dos pequeñas tiendas, una de comida y la otra de recargas telefónicas.
“Nos habían reunido a todos en la plaza. Nos acusaban de haberlos denunciado al ejército, de traidores. Pero no era cierto. Entonces cogieron los rifles y comenzaron a dispararnos, a la altura de la cabeza”, recuerda.
“Ese día murieron al menos veinte personas. Aquellos Bon Homme eran muy jóvenes, poco más que niños. Dicen que ellos son los buenos musulmanes, pero los buenos musulmanes no matan a otros musulmanes sin razón alguna”, agregó el comerciante.
Tan pronto como empezó el tiroteo, y en medio de la confusión, Musa logró escapar, pero con una herida profunda en el costado resultado de la lama del machete de un yihadista.
Casi todas las semanas Boko Haram pone en el punto de mira el campamento de Assaga.
Toda la región está militarizada, pero no hay nadie defendiendo directamente el campo. Las incursiones, que tienen como objetivo reclutar a nuevas fuerzas entre las víctimas, son cada vez más frecuentes. A veces falta alguien al llamamiento, o porque misteriosamente ha sido asesinado o porque ha sido secuestrado.
En este segundo caso la víctimas son sobre todo las mujeres: no hay baños ni electricidad, y por la noche tienen que alejarse para hacer sus necesidades. Muchas mujeres nunca han regresado a la tienda.
Samirah, una nigerina de 19 años aspirante a modista, lo tiene presente. “Mi prima Jamilah no tendría que haber ido sola a hacer sus necesidades por la noche. Todo el mundo sabe los riesgos que implica. Siempre es mejor ir acompañada de un hombre que te espere cerca. Hace más de un mes que desapareció”.
“Habrá acabado en manos de Boko Haram. En Assaga, la verdadera Assaga, no se vivía bien, pero al menos era un lugar tranquilo. Ibas al baño sabiendo que podrías volver a la cama sano y salvo”, agrega.
Los que no se habían ido inmediatamente después de las primeras incursiones de Boko Haram en Assaga han sido testigos y víctimas de abusos terribles.
Entre ellos se encuentra Atikah, una nigeriana de 33 años que mientras hace fila en el pozo con su botijo de agua explica: “La primera vez que vinieron a mi casa me preguntaron por qué mi marido no estaba en la mezquita”.
“Les dije que no lo sabía, y se fueron. Vinieron una segunda vez y sucedió lo mismo. A la tercera se estaban riendo, con una expresión malvada, y me llevaron por la fuerza a la mezquita. Allí me encontré a mi marido muerto, asesinado por un disparo. Gritaban: ´¿Has visto como al final sí que ha venido a la mezquita?´”.
El terror que inspira Boko Haram se está convirtiendo en una verdadera fobia.
En la región de Diffa los refugiados nigerianos, especialmente los más jóvenes, son sospechosos de ser terroristas. Y eso sólo porque provienen de la tierra de Boko Haram.
Zainab, una nigeriana de 21 años, teme haberse quedado viuda: “Mi marido se fue al mercado de Diffa para comprar fruta. No era la primera vez que iba. Algunos vendedores ambulantes empezaron a decirle: ´Eres nigeriano, ¿verdad? Entonces eres un Boko Haram´. Al principio parecía que sólo se divertían, pero luego uno de ellos, que por alguna extraña razón comenzó a sospechar seriamente, llamó a un policía que pasaba por allí”.
“Este lo arrestó y se lo llevó. Esto es todo lo que me han dicho algunos amigos que estaban con él. Hace una semana que no tengo noticias de él. ¿Estará vivo o muerto? Sólo Alá lo sabe”.
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