Nadie frena a Boko Haram en Nigeria
“Si formas un ejército de 100 leones y su líder es un perro”, reza un dicho del Ejército nigeriano, “en la batalla los leones morirán como perros; pero, si es un león el que comanda a 100 perros, todos lucharán como leones”. Sin ir más allá en las analogías, los testimonios de los ciudadanos del noreste del país que han conocido de cerca a la secta islamista Boko Haram cuestionan la garra de la soldadesca nigeriana estos días. Según estos supervivientes, los uniformados muy a menudo ponen pies en polvorosa. Las cifras refrendan este fracaso del Ejército. De mayo de 2013 a octubre de este año, según cálculos del centro de análisis International Crisis Group (ICG), alrededor de 5.000 personas murieron por la violencia de los integristas. Otras 750.000 tuvieron que abandonar sus hogares. Estimaciones de la prensa local apuntan a que Boko Haram tiene ya en su poder unas 25 localidades entre Adamawa, Borno y Yobe; es decir, unos 20.000 kilómetros cuadrados (cerca de lo que ocupa la Comunidad Valenciana). Analistas nacionales y extranjeros coinciden en que la losa que pesa sobre los militares se llama “falta de moral” ante el poderío de la secta. Boko Haram ha subido un escalón en su estrategia contra el Estado.
Otra analogía sirve para entender a la milicia liderada por Abubaker Shekau. La plantea el analista camerunés Martin Ewi, del think tank africano Instituto para el Estudio de la Seguridad (ISS). De acuerdo con ella, Mosul (Irak) es al Estado Islámico (EI) lo que Gwoza (Borno) es a Boko Haram. Antes de conquistar Mosul, señala Ewi, el EI no era “una organización tan fuerte”. Tampoco lo era el grupo nigeriano antes de autoproclamar en agosto su califato en Gwoza, a unos 135 kilómetros de Maiduguri, capital de Borno y joya de las ambiciones de Shekau. “Con la toma de Gwoza”, señala Ewi, “Boko Haram se asegura recursos, un puerto desde donde planear con tiempo su siguiente paso”. Esto es, levanta un santuario para seguir acaparando territorio. “Desde agosto”, sigue Ewi, “el grupo es más poderoso, tiene ambiciones que antes no tenía”.
Allá por 2009, antes de que las fuerzas de seguridad la emprendieran contra una secta liderada entonces por el predicador radical Mohamed Yusuf y llamada Boko Haram (que en la lengua hausa significa “la educación occidental es un pecado”), la violencia no era su seña de identidad. El movimiento, muy influyente en el marginado noreste nigeriano, presionaba a las autoridades de la región para que la sharía (ley islámica) rigiese con puño de hierro. Yusuf fue detenido y apareció muerto en una comisaria. La represión trajo, en primer lugar, la marcha de muchos integrantes de la secta al extranjero, donde contactaron con otros grupos armados. En segundo lugar, la campaña de hostigamiento desbancó al sector moderado para dar entrada a los halcones de la organización. Y entre ellos apareció Shekau.
De las bombas contra los cristianos pasaron al secuestro y los atentados indiscriminados contra toda la población, también los musulmanes —el noreste es zona de hausa-fulani, etnia que profesa el islam—, y los ataques a punta de AK-47. “El grupo”, señala el analista nigeriano Nnamdi Obasi, del ICG, “ha cambiado la táctica del golpea y corre por la conquista del territorio”. Pero Boko Haram necesita dinero y armas. Para explicar el actual potencial del grupo, Obasi, como otros expertos, apunta a los “arsenales de Libia”. Los contactos internacionales permitieron a los integristas acceder a un pedazo del pastel armamentístico desaparecido tras la caída de Gadafi. “Eso”, añade Obasi, “y lo que queda tras los ataques a las fuerzas de seguridad”. “Aunque eso no puede ser todo”, especula el experto nigeriano, que cree que organizaciones extranjeras suministran armas.
Se cree que miembros de Boko Haram —no existe siquiera una aproximación sobre el número de integrantes— han mantenido reuniones con la rama magrebí de Al Qaeda. Los estudiosos del yihadismo ven precipitado establecer vínculos. El Gobierno nigeriano, encabezado por Goodluck Johathan, mantiene que la secta está ligada a esa red terrorista, pero Washington, buen aliado, no lo cree así y sigue considerándola una amenaza local.
¿Y de dónde viene el dinero? “Del pillaje”, responde Obasi, “del robo de bancos, de la extorsión, de aportaciones extranjeras y de los rescates por los secuestros”. Por el rapto de 200 alumnas de un colegio de Borno, Boko Haram alcanzó especial notoriedad en abril. Se ignora el paradero de las mujeres. Ewi, del ISS, apostilla que la secta, en su campaña de secuestros, ha llegado a hacerse con tres millones de dólares de una tacada. Y eso es mucho en una zona donde un Kalashnikov cuesta 80 dólares (65 euros).
El terror de Boko Haram, que en la última semana ha matado a 250 personas, muchas en el atentado contra la gran mezquita de Kano, en el norte, “no forma parte de la vida diaria de todos los nigerianos”, señala el bloguero y consultor Japheth Omojuwa, natural de Lagos. “Afecta físicamente al noreste”, argumenta, “pero el país entero paga el precio, aunque el sur se sienta invencible y aislado”. Es en esa franja sur donde se concentran los campos de petróleo que hacen de Nigeria (174 millones de habitantes repartidos en 36 Estados más Abuya, la capital federal) el primer productor africano de crudo.
La falta de interés estratégico del feudo de los yihadistas es la razón por la que muchos creen que Jonathan no ha desplegado un contingente militar competente. Según el centro de análisis Chatham House, de los 2.000 millones de dólares (1.600 millones de euros) del presupuesto de las Fuerzas Armadas, sólo 100 alimentan el despliegue en el noreste. “Esa región, casi dos veces Bélgica [unos 60.000 kilométros cuadrados], es un área muy difícil”, dice el nigeriano Max Siollum, experto en historia militar. “Es una experiencia nueva para los soldados; no están entrenados para esto aunque hayan participado en misiones de paz en África”, dice refiriéndose a las de Liberia o Darfur (Sudán). Además, la sombra de la corrupción en las filas castrenses es alargada. “El problema no es del todo el dinero”, añade Ewi, “sino cómo se maneja”. Sin equipos, sin formación, en una zona que limita con las porosas fronteras de Camerún, Chad y Níger, la “falta de moral” de la tropa, coinciden todos los analistas, atenaza las piernas de los soldados.
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